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Transcripción
En el corazón mismo de la vida y de la adoración de la comunión cristiana primitiva estaba la celebración de la Cena del Señor, y en los primeros días de la historia de la iglesia, y luego, por supuesto, más tarde, a lo largo de la historia de la iglesia, la celebración de la Sagrada Comunión fue conocida por diferentes nombres. Por un lado, la iglesia primitiva solía reunirse y celebrar lo que llamaban una «fiesta ágape», o una fiesta de amor, en la que celebraban el amor de Dios y el amor que experimentaban los unos con los otros en esta Santa Cena. También, por supuesto, el sacramento se llamaba, como lo es hoy, la Cena del Señor porque hacía referencia a la última cena que Jesús tuvo con Sus discípulos en el aposento alto la noche antes de Su muerte.
Y veremos el significado de eso a lo largo del camino mientras examinamos el significado de la Cena del Señor, y como ya he dicho, también fue llamada, y es llamada hasta el día de hoy, el sacramento de la Sagrada Comunión. Y esto tiene, de nuevo, una referencia específica a la realidad que tiene lugar durante este sacramento de nuestra unión mística con Cristo y con todos los que están unidos a Cristo. También en la iglesia primitiva y después, la Cena del Señor fue denominada la Eucaristía, que toma su definición del verbo griego «eucharisteo», que es el verbo griego que significa «dar gracias». De modo que, uno de los aspectos de la celebración de la Cena del Señor, históricamente, ha sido la reunión del pueblo de Dios para expresar su gratitud por lo que Cristo logró a favor de ellos en Su muerte.
Ahora, al igual que en el caso del bautismo, que se convierte en la señal del pacto del Nuevo Testamento y que el bautismo se relaciona y vincula por medio de alguna continuidad con la señal del pacto del Antiguo Testamento, que era la circuncisión, así también aunque Cristo instituyó el sacramento de la Cena del Señor al final de su vida, ese no fue el comienzo absoluto de este evento porque la Cena del Señor es un drama que tiene sus raíces no solo en esa experiencia del aposento alto que Jesús compartió con Sus discípulos, sino en las raíces que se remontan al Antiguo Testamento en el vínculo con el acto de la celebración de la Pascua en el Antiguo Testamento.
De hecho, recordarán que cuando Jesús instituyó la Cena del Señor en el aposento alto, había dado requisitos a sus discípulos para que aseguraran un aposento con el propósito de reunirse en esa ocasión, porque Jesús estaba entrando en su pasión. Él sabía que su juicio y muerte eran inminentes, y por eso le dijo a su discípulo: «Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes una última vez». Así que el contexto inmediato en el que Jesús instituyó la Cena del Señor fue en la celebración de la fiesta de la Pascua con Sus discípulos. Y ese vínculo con la Pascua se ve no solo por Sus palabras allí a los discípulos, sino también cuando el apóstol Pablo escribió a los corintios, y estaba instruyendo a la comunidad cristiana primitiva sobre varias cosas. Pablo hace referencia a la declaración de que «Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado» por nosotros.
Por lo tanto, la comunidad apostólica vio claramente un vínculo entre la muerte de Cristo y la celebración de la Pascua en el Antiguo Testamento. Para que podamos tener una breve idea de eso, tomemos unos momentos para mirar atrás en el tiempo, en las páginas del Antiguo Testamento, el contexto histórico de la institución de la Pascua. Creo que donde realmente comenzamos es con la esclavitud del pueblo de Israel en Egipto bajo el dominio de un faraón despiadado e insensible, quien aumentó las cargas de la esclavitud impuestas a este pueblo judío, el cual sirvió a Egipto y a Faraón básicamente como mano de obra gratis. Estos hombres estaban haciendo los ladrillos que se usarían para construir los almacenes que guardarían grano y provisiones para tiempos de hambruna y cosas así, y con el fin de aumentar la productividad y la eficiencia, recordamos que Faraón aumentó las cuotas requeridas de sus esclavos y disminuyó los suministros que usaban para cumplir con sus cuotas. En una palabra, no les dio paja para sus ladrillos.
Y recordamos que el pueblo sufrió mucho, y en su sufrimiento se lamentaban, y gemían, pero sus gemidos se oían en el cielo; y entendemos que fue en ese tiempo y en esa ocasión que Dios se apareció en el desierto madianita al anciano Moisés, quien vivía en el exilio como fugitivo de las fuerzas de Faraón, y que cuando Dios se le apareció a Moisés y le habló desde la zarza que ardía, pero no se consumía, Él lo llamó, diciendo: Moisés, Moisés, «quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa». Y en ese encuentro, Dios le ordenó a Moisés que fuera a dos lugares: a Faraón y al pueblo judío para entregar la palabra de Dios a ellos.
Y recordamos que Moisés se sentía incapaz de la tarea y se preguntaba cómo iba a ser capaz de comunicar con autoridad la palabra de Dios, ya sea a Faraón o al pueblo de Israel. «¿Por qué me seguirían? ¿Por qué deberían creerme?». Y Dios dijo: «Mira, anda. Les dices que he oído el clamor de mi pueblo, y le dices a Faraón que yo digo: “Deja ir a mi pueblo para que venga y me adore en el monte donde yo le mostraré”, y le dices al pueblo que prepare sus cosas y se vaya de Faraón y de Egipto». Y Dios le dio a Moisés la capacidad de hacer milagros para autenticar el origen de este mensaje. Y sabemos que Moisés respondió al mandato de Dios y fue primero a Faraón y al pueblo de Israel y le dijo a Faraón que dejara ir al pueblo.
Y sabemos que lo que sucedió a partir de ahí fue una contienda de voluntad y una contienda de poder entre el poder con el que Dios había dotado a Moisés, y los magos de la corte de Faraón; y en muy poco tiempo, los trucos de los magos se agotaron y el poder de Moisés se hizo manifiesto, particularmente en las plagas que Moisés, mejor dicho, Dios, trajo sobre los egipcios a través del poder mediador de Moisés. En total, hubo diez plagas, pero es en las primeras nueve donde vemos esta escalada de drama y conflicto entre Moisés y Faraón.
Cada vez que caía una plaga sobre los egipcios, Faraón cedía y decía: «Está bien, sal de aquí; toma tu gente y vete». Pero tan pronto lo hacía, Dios intervenía y endurecía el corazón de Faraón, cuyo propósito era dejar bien claro al pueblo de Israel que su redención venía de las manos de Dios y no de la gracia de Faraón. Entonces surgía otra contienda y otra plaga caía sobre los egipcios, con los insectos y las ranas y el cambio en sangre del río Nilo y otras, hasta que finalmente, después de la novena plaga, que fue la plaga de las tinieblas, para entonces Faraón ya había tratado con Moisés casi todo lo que quería y dijo: «Entonces Faraón dijo a Moisés: «¡Apártate de mí! Cuídate de volver a ver mi rostro, porque el día en que veas mi rostro morirás»». En otras palabras, Faraón dijo: «Sal de aquí, Moisés. Si tengo que mirarte una vez más, eres hombre muerto». Y Moisés respondió diciendo: «Bien has dicho, porque no volveré a ver tu rostro».
Ahora, fue en este punto del drama donde Dios anunció a Moisés la décima plaga que estaba a punto de traer sobre los egipcios y sobre la casa de Faraón. Y esta plaga fue la peor de todas las plagas porque implicó quitar vidas humanas; implicó la destrucción de los hijos primogénitos de todos los egipcios, incluido el hijo primogénito de Faraón, en realidad el que habría sido el heredero al trono. Entonces Dios le dice a Moisés: «Una plaga más traeré sobre Faraón y sobre Egipto, después de la cual los dejará ir de aquí. Cuando los deje ir, ciertamente los echará de aquí completamente. Dile ahora al pueblo que cada hombre pida a su vecino y cada mujer a su vecina objetos de plata y objetos de oro.
El Señor hizo que el pueblo se ganara el favor de los egipcios. Además el mismo Moisés era muy estimado en la tierra de Egipto, tanto a los ojos de los siervos de Faraón como a los ojos del pueblo. Y Moisés dijo: “Así dice el Señor: ‘Como a medianoche Yo pasaré por toda la tierra de Egipto, y morirá todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito de Faraón que se sienta en su trono, hasta el primogénito de la sierva que está detrás del molino; también todo primogénito del ganado. Y habrá gran clamor en toda la tierra de Egipto, como nunca antes lo ha habido y como nunca más lo habrá. Pero a ninguno de los israelitas ni siquiera un perro le ladrará, ni a hombre ni a animal, para que ustedes entiendan cómo el Señor hace distinción entre Egipto e Israel’. Todos estos sus siervos descenderán a mí y se inclinarán ante mí, diciendo: ‘Sal, tú y todo el pueblo que te sigue’; y después de esto yo saldré”.
Y Moisés salió ardiendo en ira de la presencia de Faraón. Entonces el Señor dijo a Moisés: “Faraón no los escuchará, para que Mis maravillas se multipliquen en la tierra de Egipto”». Y luego, al inicio del capítulo 12 de Éxodo, Dios habla a Moisés e instituye la celebración de la Pascua. Tomemos unos cuantos minutos para mirar esa historia narrativa que se encuentra registrada en el libro de Éxodo, ya que esto tiene un impacto bastante notable y dramático en la vida futura de la nación judía, y esta es la institución que luego se celebra en el aposento alto entre Jesús y sus discípulos.
«En la tierra de Egipto el Señor habló a Moisés y a Aarón y les dijo: “Este mes será para ustedes el principio de los meses. Será el primer mes del año para ustedes. Hablen a toda la congregación de Israel y digan: ‘El día diez de este mes cada uno tomará para sí un cordero, según sus casas paternas; un cordero para cada casa. Pero si la casa es muy pequeña para un cordero, entonces él y el vecino más cercano a su casa tomarán uno según el número de personas. Conforme a lo que cada persona coma, dividirán ustedes el cordero’”».
Escuchen esta instrucción: «El cordero será un macho sin defecto, de un año. Lo apartarán de entre las ovejas o de entre las cabras. Y lo guardarán hasta el día catorce del mismo mes. Entonces toda la asamblea de la congregación de Israel lo matará al anochecer. Ellos tomarán parte de la sangre y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas donde lo coman. Comerán la carne esa misma noche, asada al fuego, y la comerán con pan sin levadura y con hierbas amargas. Ustedes no comerán nada de él crudo ni hervido en agua, sino asado al fuego, tanto su cabeza como sus patas y sus entrañas. No dejarán nada de él para la mañana, sino que lo que quede de él para la mañana lo quemarán en el fuego. De esta manera lo comerán: ceñidas sus cinturas, las sandalias en sus pies y el cayado en su mano, lo comerán apresuradamente. Es la Pascua del Señor. Porque esa noche pasaré por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, tanto de hombre como de animal. Ejecutaré juicios contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor. La sangre les será a ustedes por señal en las casas donde estén».
Ahora, esto es crítico porque entendemos que los sacramentos del Nuevo Testamento se entienden en la vida de la iglesia como señales y como sellos de algo extremadamente importante. Eso es lo que hace un sacramento, es que da una señal dramática o un indicador que apunta más allá de sí mismo a alguna verdad de redención que es crucial para la vida del pueblo de Dios, y por eso cuando Dios instituyó la Pascua en el Antiguo Testamento, Él dijo: «Tomen a este animal, el cordero que no tiene mancha, y mátenlo. Tomen su sangre y marquen la entrada de sus casas. Pongan la sangre en el dintel de la puerta, en el marco de la puerta, como una señal, como una señal que los marca como pueblo de Dios, para que cuando el ángel de la muerte venga a herir a los primogénitos de la tierra, cuando venga a ejecutar mi juicio sobre los egipcios, la destrucción de ese juicio caiga solo sobre los egipcios. Voy a hacer una diferencia entre las personas que he llamado del mundo para ser mi pueblo del pacto, para ser mi pueblo santo, y aquellos que los han esclavizado; y así mi ira caerá sobre Egipto, pero no sobre mi pueblo. Entonces el ángel pasará por encima de toda casa que esté marcada con la sangre del cordero». De modo que, el carácter de la señal de este ritual era realmente una señal de liberación; era una señal de redención porque lo que significaba era que estas personas escaparían de la ira de Dios.
Hace unos años di una conferencia a un gran grupo de líderes cristianos, y me arriesgué a insultar su inteligencia al hablar sobre algo tan básico como la pregunta: «¿Qué es la salvación?». En el curso de la conferencia hice esta pregunta: Siempre hablamos de ser salvos, la gente se te acercará en la calle y te dice: «¿Eres salvo?». Y siempre me siento tentado cuando alguien me pregunta eso a responder diciendo: «¿Salvado de qué?». Porque esa es la pregunta, y si vemos la palabra «salvar» en las Escrituras, veremos que se usa de muchas maneras distintas. Significa salvarse de la derrota en la batalla; significa sobrevivir a una enfermedad que amenaza la vida, por ejemplo; de modo que, cualquier rescate de cualquier calamidad se describe en términos bíblicos como salvación.
Sin embargo, hay un significado principal de la salvación en las Escrituras, y ese significado principal es este: ser salvo en el sentido máximo es ser salvado de la calamidad final, y la calamidad final es la exposición a la ira de Dios. Así que de lo que Cristo salva a su pueblo es de la ira del Padre; Entonces decimos, ¿de qué eres salvo? Tú eres salvo de Dios. No solo somos salvos por Dios, sino que somos salvos de Dios, y esa idea se muestra dramáticamente aquí en la Pascua del Antiguo Testamento. La señal en el marco de la puerta, la señal marcada por la sangre del cordero significa que estas personas serán rescatadas de la calamitosa exposición a la ira de Dios.
Entonces, esa noche, el ángel de la muerte vino y mató a los primogénitos de los egipcios, pero el pueblo de Dios se salvó, y después de eso, Moisés los sacó de la esclavitud, a través del Mar Rojo, a la Tierra Prometida, donde se convirtieron en el pueblo de Dios bajo el pacto de Moisés, recibiendo la ley en el Monte Sinaí. Salieron y adoraron a Dios en Su montaña sagrada, pero como un recuerdo perpetuo de esa redención, cada año, el pueblo de Israel obedeció la institución de la Pascua que leí hace unos momentos, donde se reunían en sus casas, y comían la comida, las hierbas amargas, bebían el vino, todo lo cual hicieron para recordar la salvación que Dios había obrado para ellos en la tierra de Egipto. Participaron en esta celebración de pie, con su bastón en las manos, habiendo ceñido sus cinturones y demás, como personas que estaban listas para salir, listas para marchar en cualquier momento porque tenían que estar preparados para salir de Egipto, de la esclavitud a la Tierra Prometida tan pronto como Faraón y sus fuerzas fueran destruidos.
Entonces cuando llegamos al Nuevo Testamento, vemos que cuando Jesús está celebrando la Cena del Señor, perdón, cuando estaba celebrando la Pascua con Su pueblo, en medio de la celebración Él se aparta de la liturgia estándar, y agrega un significado completamente nuevo a esta celebración de la Pascua cuando Él toma el pan, el pan sin levadura, y le da un nuevo significado cuando dice: «Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado». Y luego, después de concluida la cena, Él toma el vino y dice: «Ahora le estoy dando un nuevo significado a este elemento cuando celebren la Pascua, porque ahora este vino es mi sangre, no la sangre del cordero en el Antiguo Testamento cuya sangre estaba marcada en el marco de la puerta, sino que ahora es mi sangre».
¿Ven? Jesús está diciendo: «Yo soy la Pascua; Yo soy el Cordero Pascual. Yo soy el que será sacrificado por ti. Y es por mi sangre que serán marcados y escaparán de la ira de Dios». Entonces dijo: «Ahora, de ahora en adelante, esto es Mi sangre la cual es derramada para la remisión de sus pecados». Esta es la sangre de un nuevo pacto. El nuevo pacto que Él instituye esa misma noche, no es un nuevo pacto que está separado de cualquier significado de lo que sucedió antes, sino que el nuevo pacto cumple el antiguo pacto, así como la Cena del Señor contiene continuidad con la Pascua y la cumple, dándole su expresión más plena y significativa.