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Transcripción
Hace unos años estaba en la iglesia con un amigo; visitábamos una iglesia en la que nunca había estado antes y se anunció el himno congregacional y la congregación cantó un himno con el que yo no estaba familiarizado. Entonces mi amigo me susurró cínicamente al oído: «Con esta música patinábamos». Supe al instante lo que quería decir. Recuerdo que, cuando estaba en la secundaria, íbamos a las pistas de patinaje y patinábamos alrededor de la pista al son de la música que formaba parte del acompañamiento para los patinadores y había un cierto tipo de música que se utilizaba en la pista de patinaje que este himno le recordaba a mi amigo. Por supuesto, como he dicho, él estaba siendo cínico, lo que él estaba notando, conscientemente o no, es que hay ciertos sonidos que asociamos con diferentes elementos.
Como ya he dicho, los himnos que ahora son tradicionales, en su momento fueron novedosos y tomaron prestados los estilos que eran populares en el mundo secular de su época. Muchos de los himnos de Fanny Crosby toman prestados de los sonidos que eran populares en los bares en el momento en que los escribía, porque era la música popular de la época. Creo que podemos afirmar con seguridad que en cada cultura y en cada época, lo que está de moda o en boga dentro de una cultura, musicalmente hablando, será imitado en todas las diversas esferas de esa cultura, incluyendo en la vida de la iglesia. Esto es lo que ha provocado gran parte de la crisis actual, en la que la gente dice: «¿Hay cierta forma de música que simplemente no es apropiada para usarse en la iglesia?».
Vuelvo ahora al tema de la complejidad como un elemento de belleza y quiero desarrollarlo un poco más. La complejidad implica armonizar más de uno, dos o tres elementos simples. Por ejemplo, si dibujara en la pizarra una imagen del Presidente de los Estados Unidos y la hiciera en la forma más sencilla haciendo una cara sonriente y luego una línea vertical de la que salen algunas líneas angulosas, a eso lo llamamos una figura de palitos. No creo que nadie, viendo lo que acabo de dibujar en la pizarra, con esta gran figura de palitos, correría apresuradamente para decir: «Oh, tenemos que preservar esta obra de arte para toda la posteridad porque esta es la belleza creativa de RC Sproul aquí presente, el gran artista». Ese es el dibujo más simple posible, cualquier niño puede dibujar una figura de palitos porque no tiene mucha complejidad y no tengo que preocuparme mucho por la proporcionalidad o la armonía de sus partes.
Pero si quiero convertir esta figura de palitos en el David de Miguel Ángel, ahora tengo que entrelazar todo tipo de elementos de forma que encajen y cuanto más compleja sea la figura, más profundidad tendrá la obra que se está creando. Lo mismo se aplica, en cierto sentido, a la música y a la música que tenemos en la iglesia. No me malinterpreten, no estoy diciendo que el único tipo de música que es buena música o que el único tipo de música que es aceptable para Dios en la adoración es la música compleja. A veces, lo sencillo puede ser profundo. En una ocasión, le preguntaron al teólogo suizo Karl Barth qué era lo más profundo que había aprendido en sus estudios de teología y no dudó en dar su respuesta. Dijo: «Lo más profundo que aprendí en teología fue esto: Cristo me ama, me ama a mí, Su palabra dice así». Eso es simple, pero esa simple declaración tiene escondida dentro y debajo de ella las profundidades y riquezas de todo el consejo de Dios.
He estado en conferencias donde el Westminster Brass ha dado un concierto instrumental y a menudo presentan a su trombonista principal tocando Cristo me ama. Y me siento allí con lágrimas que corren por mis mejillas escuchando la magnífica forma en la que este hombre toca esa canción sencilla. Así que no quiero dar la impresión de que la única música que es aceptable para Dios es muy compleja y complicada en cuanto a su composición. Pero vuelvo a la pregunta de por qué ciertas formas de música perduran durante siglos y siglos o por qué ciertas obras de arte pasan a formar parte del arte clásico. Con frecuencia le digo esto a la gente: Si alguna vez vas a un museo, entra en las galerías de arte, y sin duda encontrarás a ciertas personas sentadas en bancos contemplando fijamente una obra de arte en particular que está puesta en la pared.
Me encanta ir al museo Rijksmuseum de Holanda, en Ámsterdam, porque tiene la mayor colección de Rembrandt reunida en el mundo, que yo sepa. Puedo pasarme horas viendo esos cuadros de Rembrandt y cuanto más los veo, más elementos veo en ellos; nunca me aburren porque hay tal profundidad plasmada en ese lienzo que puede mantener mi mente ocupada durante largos períodos de tiempo. Las figuras de palitos no me entusiasman tanto. Este es un pequeño experimento que puedes hacer con la música. Toma la canción que sea número uno en las listas de éxitos de hoy, ve a tu habitación y escucha esa canción durante ocho horas una y otra y otra vez y comprueba si al final sigues queriendo escuchar más. Al día siguiente, entra en tu habitación y toma digamos, Jesús, alegría de los hombres y escúchala una y otra y otra vez y comprueba cómo se compara tu nivel de tolerancia con la del día anterior. ¿Cuál puedes escuchar durante más tiempo sin estar a punto de jalarte los pelos del aburrimiento y de la repetición interminable?
No creo que puedan predecir los resultados de todo el mundo en ese tipo de experimento, pero yo pensaría que a la gran mayoría de la gente le resultaría mucho más fácil escuchar Jesús, alegría de los hombres durante ocho horas seguidas que el éxito número uno de la música contemporánea. Puede que eso te sorprenda, porque puedes pensar: «Oh no, prefiero escuchar música contemporánea y no esa música vieja de Bach que me parece aburrida», pero lo que quiero decir es que hay una razón por la que Jesús, alegría de los hombres se ha mantenido siendo escuchada durante siglos. Se trata de un logro estético, de una creación musical sumamente compleja en su sencillez, que simplemente no envejece. Sin embargo, muchos de nosotros nunca hemos tenido la oportunidad de adquirir el sentido del reconocimiento y el gusto por este tipo de aspectos.
En este momento de mi vida soy miembro de la junta directiva de una escuela en Orlando que se dedica a tratar de recuperar las herramientas perdidas del aprendizaje y a adoptar un modelo educativo de la edad media, la forma medieval de educación que fue celebrada por Dorothy Sayers en su artículo de hace décadas llamado Las herramientas perdidas del aprendizaje. En la Escuela Ginebra en Orlando, tenemos a los niños empezando a aprender latín en el tercer grado y disfrutándolo, pero también están aprendiendo música clásica como parte de su educación integrada y nunca pensé que vería el día en que los niños de séptimo y octavo grado llegarían a sus casas y le rogarían a sus padres que les compraran música clásica.
Eso no ocurre con niños de séptimo y octavo, pero a estos niños realmente les gusta mucho porque han llegado a comprender lo que está pasando. Si preguntara allí cuál es la canción favorita de los alumnos de esa escuela, no hay duda de cuál sería la respuesta. Es el Canon en Re de Pachelbel. Les encanta y no sé qué piensas tú del Canon en Re o si sabes de qué hablo cuando hablo del Canon en Re pero yo podría oírlo una y otra y otra y otra vez sin cansarme. No estoy diciendo que no haya nuevas composiciones creadas hoy que no tengan la misma majestuosa medida de belleza y que seguirán existiendo durante años, pero habrá un proceso de filtro, habrá un proceso de clasificación, igual que en la música popular, cuando tenemos clásicos de antaño.
Hay muchas canciones que llegaron a la lista de grandes éxitos como número uno en los años cuarenta o cincuenta y que duraron seis semanas en el número uno en la lista de éxitos y luego desaparecieron de las listas, que siguen formando parte de la música que llamamos «clásicos de antaño» o «clásicos de oro», que han encontrado su lugar en la música de nuestra nación, la música popular de nuestra nación. Estas son las canciones que la gente pide cuando oye a un pianista en un restaurante o en un sitio así, ya sabes, «toca “Misty” para mí» o cualquier otra.
Hay otras canciones que llegan a lo más alto de las listas durante seis semanas y de las que mucha gente hoy en día nunca ha oído hablar. ¿Sabes cuál fue la canción número uno en 1948 durante todo el año en América? Quiero ver cuántos de ustedes pueden nombrar esa canción. Voy a nombrar la canción y díganme cuántos de ustedes la recuerdan o pueden cantarla: Tzena, Tzena, Tzena. Un par de ustedes, pero la mayoría no puede. Bueno, se las cantaré: «Tzena, Tzena, Tzena, Tzena, ¿no oyes la canción que suena en la plaza del pueblo, da da da, da, dadada. Allí habrá gente de todas las naciones». ¿Sí? Luego decía: «Bongo, bongo, bongo, no quiero dejar el Congo, oh, no, no, no».
Muy bien, Tzena, Tzena, Tzena fue la canción número uno del año en 1948 por una razón. Ese fue el año de la creación del Estado de Israel y esa canción fue escrita para celebrar ese acontecimiento y se utilizó para bailar la Hora judía y todo lo demás y simplemente barrió en toda la nación, no solo en la población judía de América, sino que todo el país quedó atrapado en esa celebración. Pero luego la canción desapareció y ya no se oye a la gente acercarse a los pianistas de restaurantes y pedirles que toquen Tzena, Tzena, Tzena, porque esa canción tenía un cierto carácter provincial o local. Pero la buena música tiende a perdurar.
Pero entonces nos hacemos la otra pregunta: ¿Podemos adquirir un gusto más profundo por la música? Creo que podemos, que parte de nuestra apreciación de la música es un asunto de educación, es un asunto de formación, es un asunto de escuchar y es en este punto donde tenemos esta lucha entre mantenerlo simple para incluir a tanta gente como sea posible en ella y sin embargo avanzar hacia lo más complejo de una belleza más y más profunda. Para algunos puede resultar amenazador pasar a un nivel más profundo de apreciación, pero hay niveles más profundos. Hay niveles más altos de armonía, proporcionalidad y complejidad.
Creo que como cristianos, es nuestro deber buscar una comprensión más profunda de la belleza, al igual que es nuestro deber buscar una comprensión más profunda de la bondad y una comprensión más profunda de la verdad. Parte de nuestra música, francamente es infantil y no deberíamos estar dispuestos a quedarnos en ese nivel. Estoy consciente de que puede haber motivaciones de elitismo y esnobismo que quieran restringir nuestra música a cierto nivel clásico intelectual que no tiene nada que ver con una apreciación de las cosas de Dios o de la auténtica belleza y también tenemos que evitar ese peligro. Pero simplemente estoy tratando de animarnos a entender que el sonido, la música, las vocalizaciones son parte de un aspecto muy importante de la adoración humana y lo que queremos hacer es explorar esto con el fin de que demos lo mejor de nosotros a Dios en nuestros cantos y en nuestra música.
Hay un último elemento sobre la música al que quiero dedicar algo de tiempo hoy y es la letra. Hay otros elementos de la música contemporánea que han creado controversia, como el ritmo y algunas personas dicen: «Bueno, ¿es aceptable para Dios usar música rock con letras cristianas? ¿No hay algo en el ritmo mismo que es ofensivo para Dios?». Honestamente no sé la respuesta a esa pregunta. Sé que hay ciertos ritmos que están tan fuertemente asociados con la sensualidad en nuestra cultura que ciertamente sé que es peligroso imitar esos ritmos en el contexto de la adoración. Pero, de nuevo, no sé cuánto de eso es culpa de la asociación y cuánto es inherente, pero de lo que sí quiero hablar es del problema de las letras. No es un problema menor. Hay algunas iglesias, al menos una denominación que yo conozco, que son reformados y que solo cantan salmos los domingos por la mañana.
El principio al que se adhieren es el siguiente: que estas personas no desconocen el impacto de la música en la adoración. Entienden que la adoración incluye música. También entienden que la música incluye letras y que hay una dimensión verbal en la himnodia y que gran parte de la teología que se aprende en la iglesia se aprende, no tomando cursos de Biblia o cursos de instrucción teológica, sino que se aprende por osmosis cantando himnos una y otra y otra vez. Diría que, en su mayor parte, en los himnos tradicionales, la teología que se transmite es extraordinaria.
Recibí una tarjeta de Navidad de un amigo mío que es ministro en Memphis, celebrando el nacimiento de Cristo y todo lo que decía en el texto de la tarjeta en inglés se podría traducir al español como: «Tan lejos como la maldición sea hallada». Esa es una línea tomada del villancico original en inglés Joy To The World que fue adaptado al español como Al mundo paz. ¿Cuántas veces he cantado Joy To The World en mi vida? ¿Cuántas veces he cantado esas palabras, «Tan lejos como la maldición sea hallada» Cientos de veces. Nunca había pensado en ello hasta que este hombre me dio una tarjeta de Navidad y todo lo que decía allí es: «Tan lejos como la maldición sea hallada» y empecé a pensar en el alcance del ministerio redentor del Cristo encarnado, pensar en la maldición que cayó sobre el mundo hasta que el niño Cristo vino al mundo para llevar la maldición en la cruz, y el gozo que emana del nacimiento del niño Cristo que llega hasta donde llegue la maldición. Qué magnífica declaración y ahora no puedo cantar esa canción sin ver realmente que hay mucha teología grandiosa en muchos de nuestros grandes himnos. Desafortunadamente, también hay algo de mala teología y estas personas que no quieren cantar nada más que Salmos entienden eso y dicen, lo que sea que cantemos debe ser la Palabra de Dios. Yo prefiero decir lo siguiente: lo que sea que cantemos debe ser consistente con la Palabra de Dios, debe ser teológica y bíblicamente sano. Martín Lutero, cuando escribió Castillo fuerte es nuestro Dios, tenía el Salmo 46 frente a él mientras lo escribía. No solo usó las palabras del Salmo 46, sino que el contenido del mensaje del Salmo 46 forma el anuncio central de ese himno, «Castillo fuerte es nuestro Dios». Pero amados, necesitamos tener cuidado con las palabras de la música que cantamos, que esas palabras comuniquen verdad porque la belleza de la adoración nunca debe estar divorciada de la verdad de la adoración.
CORAM DEO
Hay algunos himnos que han sobrevivido la prueba del tiempo y que son usados en la iglesia que yo no puedo cantar o al menos cuando los canto, tengo que cambiar la letra porque las palabras son simplemente heréticas. Hay otras canciones que se utilizan en el contexto de la iglesia de una manera muy diferente a como fueron concebidas. Me pregunto cuántas veces se ha utilizado el himno de Charles Wesley, Oh, perfecto amor como canto nupcial, celebrando el amor romántico entre dos seres humanos, cuando la idea central del himno habla de un amor por Dios que se hace perfecto por la bendición del Espíritu Santo. Podría añadir también, entre paréntesis, que la teología de ese himno choca con lo que creo que es el cristianismo ortodoxo. Pero hay otras canciones que contienen afirmaciones que simplemente no son bíblicas y que pueden hacernos daño. Les hago esta pregunta, ¿prestan atención a las palabras que están cantando cuando están en la iglesia y saben si las palabras que están cantando están en conflicto con la enseñanza de la Palabra escrita de Dios? Debemos tener mucho cuidado si vamos a adorar a Dios de una manera que le sea agradable a Él.