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Recuerdo que cuando estudiaba un postgrado en Holanda llevaba una vida súper estricta, me levantaba a la misma hora todos los días y había un pequeño dormitorio en el lugar que alquilábamos que tenía un lavabo chico y solo había espacio para poner una mesa pequeña de trabajo entre la pared y el lavabo, y la parte posterior de la silla estaba contra la cama.
Solía sentarme en esa mesa por 12 horas todos los días. Y tenía que hacer todos estos estudios teológicos y me dije a mí mismo, «Si voy a tener que estudiar toda esta teología, hay algo que quiero agregar a esto. Quiero estudiar la Biblia, mientras estoy haciendo esto».
Por eso, tenía esta rutina todos los días antes de empezar con mi carga académica, estudiaba cuidadosamente el texto de un libro de la Biblia, y mi compañero por un año fue el profeta Jeremías.
Y desde entonces, en cierto modo siento como si Jeremías es mi amigo. Pasé mucho tiempo con él, estudiando sobre el contenido de su libro y siempre quedé deslumbrado por el valor, la fidelidad y la devoción de Jeremías, pues a Jeremías también se le dio la difícil tarea, al igual que a Isaías, de anunciar el juicio de Dios sobre su propio pueblo y sobre su propia iglesia.
Y a veces tenemos este retrato del profeta del Antiguo Testamento como una especie de persona seria, mala e irascible que le da placer anunciar estos juicios terribles, devastadores que estaban a punto de caer sobre el pueblo.
Recordemos que el sobrenombre de Jeremías era «el profeta llorón», porque Jeremías no disfrutaba en dar malas noticias.
Era un hombre con un corazón quebrantado que lloró por su pueblo y que lloró por la ciudad de Jerusalén. Nosotros también, en aquellos días, solíamos ir con frecuencia al Rijksmuseum de Ámsterdam para ver pinturas maravillosas.
El museo nacional, quizás, era superado sólo por el Louvre en París, en términos de su colección de grandes obras de arte. Tiene esta gran sala enorme, que era la sala de Rembrandt, la colección más grande de Rembrandt que se pueda encontrar en todo el mundo.
Y solíamos ir y mirar con detenimiento todas estas pinturas de Rembrandt, pero mi favorita era la pintura titulada en holandés, “Jeremias per rord het onderhong fon Jerusalem” – “Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén.”
Si has visto esa pintura, notarás que el profeta está apoyándose como recostado sobre las Escrituras y en el fondo, se entremezclan la luz y la oscuridad en un estilo clásico de Rembrandt. Si miras con mucha atención la pintura verás la ciudad de Jerusalén en llamas. Para pintar sus cuadros, Rembrandt hizo algo similar a lo que hicieron Miguel Ángel y otros.
Si estuviera haciendo personajes bíblicos, él haría 30 ó 40 bocetos de la vida de la persona, antes de elegir uno para pintar. Y lo que buscaba era un momento crítico, un momento provechoso que pudiera capturar a todo el hombre y toda su misión en una escena, y esa sería su elección del Jeremías: Jeremías llorando sobre la ciudad de Jerusalén.
Jeremías tenía 20 años aproximadamente, cuando fue llamado para ser profeta y el registro de su llamado se encuentra en el primer capítulo de su libro. Es importante entender que Jeremías fue el último profeta de Judá antes de la destrucción de Jerusalén y el exilio, del pueblo de Dios, a Babilonia.
Leemos en los versículos 4 y 5 del primer capítulo, «Y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí, y antes que nacieras, te consagré; te puse por profeta a las naciones».
Es interesante que ha sido llamado el profeta a las naciones o el profeta a los gentiles, cuando la mayor parte de su profecía fue dada a los judíos en Jerusalén y sus alrededores. Su ministerio duraría aproximadamente 50 años desde esta fecha.
Él era de la tribu de Benjamín y muchos, muchos siglos después, otro descendiente de la misma tribu de Benjamín sería ordenado, no como un profeta, sino como la contraparte del profeta del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento, un apóstol.
Este hombre benjamita en el Nuevo Testamento también fue llamado «el apóstol a los gentiles». Y en un sentido real el ministerio de Jeremías en el Antiguo Testamento anticipa el ministerio del apóstol Pablo en el Nuevo Testamento.
«Entonces dije», este es Jeremías hablando, por supuesto, “¡Ah, Señor Dios! He aquí, no sé hablar, porque soy joven». Se ha dicho de Jeremías, como veremos en breve, que no solo al principio, sino a lo largo de su ministerio, fue un profeta reacio y vemos la resistencia al principio cuando dice: «No sé hablar, porque soy joven.»
Y el Señor me dijo: ‘Oh, lo siento, Jeremías, debo haber llegado a la casa equivocada. No debes ser el Jeremías que ordené desde la fundación del mundo o el que santifiqué en el vientre de tu madre’. Eso no fue lo que Dios dijo. Cuando Jeremías protestó que era demasiado joven, el Señor le dijo: «No digas: ‘Soy joven’ porque adondequiera que te envíe, irás, y todo lo que te mande, dirás. No tengas temor ante ellos, porque contigo estoy para librarte, declara el Señor.
Entonces el Señor extendió su mano y tocó mi boca. Y el Señor me dijo: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira, hoy te he dado autoridad sobre las naciones y sobre los reinos, para arrancar y para derribar, para destruir y para derrocar, para edificar y para plantar».
Y ahora ves lo mismo que ocurrió con Isaías, cuando se le dio a Isaías la penosa tarea de anunciar malas noticias por todas partes. Sin embargo, Isaías es conocido hoy por ser un profeta del evangelio en el Antiguo Testamento.
De igual manera, cuando Dios viene y pone sus palabras en la boca de Jeremías, él le dice: Él dijo: ‘Quiero que vayas y arranques y derribes y rompas’. ¿Por qué? ‘Para que puedas plantar y para que puedas construir’. Pero antes de que Dios reconstruya su nación y reconstruya su pueblo, en primer lugar, tenía que derribar las estructuras que se habían vuelto tan corruptas.
Y estas fueron las circunstancias del llamado de Jeremías y para tener una idea de la dificultad de su tarea, Dios envió a Jeremías no tanto a ministrar a los reyes como había sido el caso de Isaías, sino al núcleo religioso de la nación, a los sacerdotes y a los profetas en esos días.
El capítulo 7 nos da una idea de esta misión y a partir del versículo 1 de este capítulo, leemos esto: «Palabra que vino a Jeremías de parte del Señor, diciendo: Párate a la puerta de la casa del Señor y proclama allí esta palabra, y di: ‘Oigan la palabra del Señor, todos los de Judá, los que entráis por estas puertas para adorar al Señor.’ Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Enmendad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No confiéis en palabras engañosas, diciendo: ‘Este es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor’”.
¿Qué está pasando aquí? Hemos dicho que una de las cosas, una de las funciones del profeta en el Antiguo Testamento era la de ser reformador.
Ahora, el profeta como reformador no era un revolucionario. Hay una diferencia. Los profetas no trataban de ser innovadores y lanzar todas las cosas que Dios había instituido en el pacto y en la vida religiosa del pueblo.
He dicho muchas veces que lo que sucedió con el culto de Israel en el Antiguo Testamento es que degeneró en ritualismo, externalismo, y formalismo, donde las personas solo seguían con las costumbres, pero sus corazones estaban muy lejos de las cosas de Dios.
Todavía tenían su actividad religiosa, pero era puramente externa y superficial. No penetraba en sus corazones. Ahora, lo que los profetas hicieron no fue eliminar las formas o los rituales o las cosas externas, sino que buscaron que el pueblo entendiera la realidad interna a la cual se suponía que debían apuntar y llamarlos a que se arrepientan de permitir que su religión sea solo ritos externos.
Dios le dice a Jeremías: ‘Quiero que vayas directo al centro de la ciudad de Jerusalén, al templo y le digas al pueblo que cambie sus formas y que no confíe en palabras engañosas’. Las palabras engañosas estaban en estas fórmulas que recitaban: «Este es el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor». En otras ocasiones he recalcado lo importante que es cuando vemos la repetición en la literatura hebrea, porque la repetición significa énfasis y por lo general cuando se menciona algo de gran importancia se repite; es decir, se dice dos veces. Pero aquí se repite tres veces.
Estas personas están siendo hipócritas en grado superlativo, diciendo que este es “el templo del Señor, el templo del Señor, el templo del Señor”. Y Jeremías es enviado a decirles: ‘Están confiando en palabras engañosas, palabras que no tienen provecho’, y más adelante, dice: «id a mi lugar en Silo». Silo había sido un lugar temporal que había servido como el santuario central en la antigüedad y ahora estaba en ruinas.
Jeremías dice: ‘vayan a Silo y véanlo porque así es como lucirá Jerusalén, cuando Dios haya finalizado con la visitación de su juicio’.
¿Pueden imaginar alguna profecía que fuera más incendiaria que esta? ¿Pueden imaginar la furia y la ira de los sacerdotes y los líderes religiosos de aquel día, que este hombre tenía la audacia de decir que Dios iba a destruir Jerusalén?
Era difícil para Jeremías. Fue odiado y perseguido por los sacerdotes, por los falsos profetas de su tiempo. Y siendo un hombre sensible como lo era, era muy difícil continuar de esta forma. Y creo que uno de los capítulos más conmovedores que describen su lucha es el capítulo 20 de su libro.
«Me persuadiste, oh Señor, y quedé persuadido; fuiste más fuerte que yo y prevaleciste». Me gusta más esta otra traducción: «Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido» porque captura el espíritu de esta discusión que parece ser un ejercicio de redundancia porque, si Dios seduce a un hombre, nada podría ser más claro que el hombre está seducido. Y si Dios lo agobió, entonces, por supuesto que está agobiado.
Pero ahora Jeremías está diciendo: ‘¿qué posibilidades tengo, Dios? No puedo luchar contra ti. Eres demasiado fuerte para mí. Me has seducido aquí en esta tarea’.
Jeremías dice: «He sido el hazmerreír cada día; todos se burlan de mí». Soy una persona non grata en todo Jerusalén. Soy el hombre más odiado entre mi propia gente. ¿Esto es lo que significa serte fiel a ti y a tus palabras? Que si te soy fiel ¿tengo que ser odiado por todos? “Porque cada vez que hablo, grito; proclamo: ¡Violencia, destrucción! Pues la palabra del Señor ha venido a ser para mí oprobio y escarnio cada día». Cada día, todos los días. Jeremías soporta el reproche y la burla de su pueblo porque él está tratando de ser fiel a la palabra de Dios.
Cada pastor en cada iglesia debe revisar este texto con regularidad. Luego el texto sigue: “No Lo recordaré ni hablaré más en su nombre». ¿Ven la profundidad en la que Jeremías ha caído aquí? No puedo soportarlo más. No puedo aguantar esta hostilidad, este odio, esta burla, y por eso ¡renuncio!
Te devuelvo mi credencial de profeta. No hablaré más en tu nombre. Y agrega, pero tu palabra “se convierte dentro de mí como fuego ardiente encerrado en mis huesos” no puedo detenerla. Eso es lo que me gusta de Jeremías, que era un profeta que tenía fuego en sus huesos y era un fuego que estaba encendido por la palabra de Dios.
«Hago esfuerzos por contenerlo, y no puedo». Verso 11: «Pero el Señor está conmigo como campeón temible; por tanto, mis perseguidores tropezarán y no prevalecerán.
Quedarán muy avergonzados, pues no han triunfado, tendrán afrenta perpetua que nunca será olvidada». Verso 13: «Cantad al Señor, alabad al Señor». Verso 14: «Maldito el día en que nací». Habla de la ambivalencia, habla de vacilar entre el júbilo y la alegría de la alabanza de Dios y luego maldice el día de su nacimiento debido a la miseria que debe soportar.
Capítulo 23, verso 9: «En cuanto a los profetas: quebrantado está mi corazón dentro de mí, tiemblan todos mis huesos; estoy como un ebrio, como un hombre a quien domina el vino, por causa del Señor y por causa de sus santas palabras.
Porque la tierra está llena de adúlteros; porque a causa de la maldición se ha enlutado la tierra, se han secado los pastos del desierto. Pues es mala la carrera de ellos y su poderío no es recto. Porque tanto el profeta como el sacerdote están corrompidos; aun en mi casa he hallado su maldad».
Así que Jeremías se queja, le dice a Dios, mira, me dices que llame a estas personas al arrepentimiento porque el juicio viene a esta ciudad santa, y cada vez que predico hay 15 profetas, que vienen detrás de mí y dicen al pueblo: ‘Paz, paz, Dios está con nosotros.
No hagan caso a Jeremías, él perturba la unidad de la iglesia. Dios te ama exactamente como eres. Paz, paz’. Y Jeremías clama a Dios, diciendo: ‘Oh Dios, el mensaje de estos profetas, curan las heridas de la hija de Sion, solo ligeramente.
¿Cómo puedo hacer para que la gente escuche tu palabra cuando ahogan mi voz todos los días estos falsos profetas que están diciendo a la gente exactamente lo que quieren oír? Gritan paz, paz, cuando no hay paz.
¿Qué le dice Dios a Jeremías? Verso 25, «He oído lo que dicen los profetas que profetizan mentira en mi nombre, diciendo: ‘¡He tenido un sueño, he tenido un sueño!’ ¿Hasta cuándo? ¿Qué hay en los corazones de los profetas que profetizan la mentira, de los profetas que proclaman el engaño de su corazón, que tratan de que mi pueblo se olvide de mi nombre con los sueños que se cuentan unos a otros, tal como sus padres olvidaron mi nombre a causa de Baal?».
Ahora escuchen esto, Dios dice: «El profeta que tenga un sueño, que cuente su sueño, pero el que tenga mi palabra, que hable mi palabra con fidelidad. ¿Qué tiene que ver la paja con el grano? declara el Señor. ¿No es mi palabra como fuego, declara el Señor, y como martillo que despedaza la roca?”.
Jeremías, deja de preocuparte por los falsos profetas. Yo me haré cargo de los falsos profetas. Si son soñadores que sueñen, y que cuenten su sueño, pero deja que el hombre de Dios predique la palabra de Dios fielmente y vea el poder de esa palabra.
Justo antes de este reproche leemos este mensaje al inicio del capítulo 23: “He aquí, vienen días, declara el Señor, en que levantaré a David un Renuevo justo; y El reinará como rey, actuará sabiamente, y practicará el derecho y la justicia en la tierra. En sus días será salvo Judá, e Israel morará seguro; y éste es su nombre por el cual será llamado: ‘El Señor, justicia nuestra’».
Jeremías dijo al pueblo que Dios le prometía un nuevo pacto y un nuevo comienzo. Y aunque dijo que el templo sería destruido y el pueblo sería desechado en cautiverio, una de las últimas cosas que hizo Jeremías antes de ser llevado a Egipto fue comprar un campo.
Él invirtió en bienes raíces en Jerusalén como una señal para su pueblo que Dios levantaría esta ciudad una vez más desde las cenizas.