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Estaba sentado en una mesa de la biblioteca del Seminario Teológico de Pittsburgh a inicios de los 60, haciendo un trabajo final; si han estado alguna vez en la biblioteca de un seminario, universidad o cualquier biblioteca, sabrán que hay una regla universal o protocolo de biblioteca y esa regla es: silencio.
Bueno, yo estaba ahí preparando un trabajo. Todos estaban muy callados; el único sonido audible era cuando alguien volteaba la página de un libro; de pronto, alguien entró y en medio del lugar dio un anuncio tan fuerte que me desconcentró totalmente de todo lo que estaba realizando.
De hecho, todo el mundo en la biblioteca dejó de hacer lo que estaba haciendo hasta ese momento, debido al anuncio. La persona que entró a dar el anuncio ese día de noviembre dijo fuertemente: “Han disparado al Presidente.”
Y nos quedamos ahí inmóviles sin poder creerlo, pero solo por un segundo hasta que salimos volando de la biblioteca, fuimos a la oficina del decano donde había una radio en el mostrador y estábamos escuchando atentamente el anuncio de que el Presidente Kennedy había muerto.
Había sido declarado muerto en un hospital de Dallas. Creo que todo aquel en ese lugar, suficientemente mayor para entender lo que estaba pasando en ese momento, puede recordar al día de hoy lo que estaba haciendo en el preciso momento del anuncio.
Yo puedo recordar dónde me encontraba y qué estaba haciendo en el momento que escuché la noticia de la muerte de Franklin Delano Roosevelt. Creo que solo tenía 5 años, pero la impresión del trauma de ese momento que presencié junto con todos los adultos que estaban alrededor mío reaccionando al anuncio, marcaron permanentemente mi memoria. La gente muere todos los días, pero los presidentes no son asesinados todos los días.
Y los reyes no perecen todos los días. Cuando un líder de una nación muere, esa experiencia es una experiencia traumática para toda la nación. En el capítulo 6 del libro del profeta Isaías, Isaías nos da un detalle de las circunstancias de su llamado sagrado al oficio de profeta.
Les mencioné, en la primera sesión, que cada uno de nosotros experimentamos momentos de crisis en nuestras vidas que van a definir el resto de nuestro futuro. Cambian el rumbo de nuestro camino. Nos desvían de un rumbo y nos ponen en uno nuevo del cual nunca debemos desviarnos.
En el Antiguo Testamento, quizá, nada sería más traumático para un hombre que ser llamado directa e inmediatamente por Dios para ser convocado a un santo oficio y vocación; ser ungido por el Espíritu Santo y ser apartado para el rol y oficio de profeta.
Desde el momento en que Jeremías, o Amós o Ezequiel fueron llamados por Dios, investidos por Su espíritu para esa vocación, sus vidas nunca fueron las mismas, porque ser un profeta era uno de los oficios más demandantes y difíciles que cualquier humano pudiera realizar en el Antiguo Testamento.
Porque hablar de parte de Dios exigía, una y otra vez, hablar en contra de sus semejantes. Estar de parte de Dios siempre ha significado lo inevitable de los momentos tensos en los que debemos enfrentar a nuestros amigos, incluso contra nuestras familias, tal como lo dijo Jesús.
Así que un profeta del Antiguo Testamento jamás olvidaría la crisis de ser llamado a ese oficio. Moisés pensó en rechazar el llamado; Jeremías protestó contra su oficio. Es un testimonio uniforme de aquellos que fueron seleccionados para esta tarea ingrata en el Antiguo Testamento, el tratar de evitarlo, pero una vez hecho el llamado, no había salida.
Realmente no había opción cuando Dios ungía a una persona en Israel para ser profeta. No había vuelta atrás. Ese llamado debía ser obedecido. Era habitual que los profetas del Antiguo Testamento relataran a las naciones los términos, las circunstancias, el tiempo de su consagración. Su principal credencial para hablar con Dios fueron las circunstancias de su llamado.
En el Nuevo Testamento vemos, por ejemplo, que uno de los puntos más debatidos entre la comunidad cristiana primitiva era la autoridad del apóstol Pablo. ¿Por qué? Porque Pablo no fue uno de los 12 discípulos originales y solo fue a ese grupo selecto que Jesús consagró inicialmente como apóstoles. Solo una persona que no estaba entre ese grupo fue finalmente seleccionada para ser incluida en las filas de los apóstoles.
Ahora, noten que un apóstol en el Nuevo Testamento es el equivalente a un profeta en el Antiguo Testamento. Y Pablo fue seleccionado como apóstol a los gentiles. Y la gente lo desafió. Dijeron: este es el hombre que sopló fuego, que fue a la comunidad cristiana arrastrando a la gente de sus camas, echándolos a la prisión, persiguiendo a Cristo y su iglesia. ¿Cómo podemos confiar en él?
Y en varias ocasiones, en el libro de los Hechos y en el mismo testimonio de Pablo en sus epístolas, las circunstancias de su llamado se repiten.. o se repitieron. Son las credenciales del apóstol. Entonces, tenemos esta tradición a través del Antiguo y Nuevo Testamento, que toda persona que es colocada en esa posición y que tiene la gran responsabilidad de hablar con veracidad la Palabra de Dios, cuentan con la credencial de un llamado sagrado.
El capítulo 6 de Isaías es el registro del llamado de Isaías al oficio de profeta. Él nos dice del trauma que experimentó con ese llamado y que lo acompañaría por el resto de su vida. Él dice al inicio de ese capítulo que fue en el año en que el rey Uzías murió.
Así que el escenario para la consagración de Isaías en Israel, y algunos han dicho que Isaías, si podemos medir en tales términos, fue el profeta más grande del Antiguo Testamento. Él fue quien se relacionó con reyes, a quien buscaron como consejero en asuntos diplomáticos. Era un estadista y también un profeta.
Y es significativo que su llamado tuvo lugar no solo en un momento de crisis personal, sino que tuvo lugar en un momento donde la nación estaba experimentando una tremenda crisis. Fue el año en que el rey Uzías murió. Piénsenlo. El anuncio que llegó a Israel—el rey está muerto.
Si leen la historia del Antiguo Testamento, verán que no es un anuncio inusual. Algunos reyes solo duraban un par de semanas, esta realidad era más frecuente en el reino del Norte particularmente.
A menudo la lista de reyes del. Norte y del sur que los niños de la escuela dominical, a veces, se ven obligados a memorizar, se ve como galería de villanos. Muchos de los reyes de Israel eran corruptos e impíos y llevaron a toda la nación a exponer los términos de su pacto con Dios.
Pero en el ámbito de la historia judía se destacan cuatro o cinco reyes que eran diferentes, solo unos cuantos reyes fueron bendecidos por Dios y sus reinos estuvieron marcados por cierta rectitud y piedad. El mejor de todos, por supuesto, fue David. El mejor guerrero, el mejor administrador, el mejor poeta, el mejor rey: el rey que se convirtió en el modelo del Mesías que había de venir.
Pensamos en Ezequías, quien también fue notable por su justicia y piedad. Pensamos en otros reyes del Antiguo Testamento que fueron buenos reyes, pero a pesar de que se menciona poco de Uzías, tiene que ser incluido ciertamente entre los cinco mejores reyes de Israel.
Ahora, cuando ese rey murió, dejó un hoyo. Dejó un vacío. Dejó una sensación de incertidumbre y miedo entre el pueblo de Israel. ¿Quién nos guiará? Ellos no dijeron simplemente: el rey está muerto, viva el rey. ¿Por qué? Bueno, cuando John Kennedy murió, lo repentino de esto, la desilusión de la pérdida de Camelot, arrojaron un manto de tristeza en todo Estados Unidos.
Cuando Roosevelt murió, sufrimos la muerte de un líder que había reinado, por así decirlo, durante más tiempo que cualquier otro presidente antes o después. Franklin Delano Roosevelt fue elegido por cuatro periodos como presidente de los Estados Unidos. Él fue el presidente que nos guió durante el tiempo de la depresión y durante la mayor parte del conflicto de la Segunda Guerra Mundial. Amado por muchos, odiado por otros, pero aún así su reinado fue menos de 15 años.
Uzías llegó al trono en Jerusalén cuando tenía 16 años y reinó sobre la nación, amado por 52 años. Imagínense, 52 años con el mismo monarca, con las mismas reglas. Un niño nacía en Israel y Uzías era el rey. Ese niño pasaría por el bar mitzvah a los 13 años y Uzías era el rey. El niño se casaría y el rey era Uzías. Ahora casado, esta persona tendría hijos y en lo que van creciendo sus hijos, el rey seguía siendo Uzías.
Había gente que nacía, tenían familia, tenía hijos, tenían nietos y morían, y durante todo ese período de tiempo, el rey de la nación seguía siendo la misma persona. ¿Se dan cuenta de la estabilidad que eso daba a la gente?
Veamos lo que las Escrituras nos dicen acerca de la naturaleza del reinado del rey Uzías. En 2 Crónicas leemos que Uzías tenía 16 años, esto está en el capítulo 26 de 2 Crónicas, “,,, cuando comenzó a reinar, y cincuenta y dos años reinó en Jerusalén. El nombre de su madre fue Jeconías, de Jerusalén. E hizo lo recto ante los ojos de Jehová, conforme a todas las cosas que había hecho Amasías su padre. Y persistió en buscar a Dios en los días de Zacarías, entendido en visiones de Dios; y en estos días en que buscó a Jehová, él lo prosperó”.
Son pocos los reyes de Israel de los cuales podía decirse que buscaron al Señor. Pero se dice de Uzías que en esos días en que buscó a Jehová, Dios derramó sus bendiciones sobre él, sobre su casa y sobre toda la nación.
Ahora, brevemente resumiré lo demás que dice 2 Crónicas con respecto a él: “Y salió y peleó contra los filisteos, y rompió el muro de Gat, y el muro de Jabnia, y el muro de Asdod; y edificó ciudades en Asdod, y en la tierra de los filisteos. Dios le dio ayuda contra los filisteos”. “Su fama se extendió hasta la frontera de Egipto”.
Asimismo edificó torres en el desierto, y abrió muchas cisternas; porque tuvo muchos ganados, así en la Sefela como en las vegas, y viñas y labranzas, así en los montes como en los llanos fértiles; porque era amigo de la agricultura.
Tuvo también Uzías un ejército de guerreros, los cuales salían a la guerra en divisiones, de acuerdo con la lista hecha por mano de Jeiel…” y así continúa… “Mas cuando ya era fuerte, dice la Biblia, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso”.
Esto es como una tragedia de Shakespeare, donde la única mancha del gran héroe causa su caída y oscurece la ilustre carrera con una vergüenza permanente. Por cincuenta y dos años fue rey, y por casi cada uno de esos años, él buscó a Dios con rectitud y diligencia. Sus políticas demuestran justicia, pero se llegó a intoxicar con su propio poder, con su propio estatus a tal punto que él tomó una decisión que lo llevó a la permanente destrucción de sí mismo y de la nación.
Él no estaba satisfecho con ser el rey. Él quería ser un sacerdote también. Y por eso entró al lugar sagrado donde aun el rey no estaba permitido pisar, y él mismo decidió ofrecer allí el incienso por las oraciones. Ahora, cuando los sacerdotes vieron esto, lo reprendieron.
Y leemos, “Y entró el sacerdote Azarías, y con él ochenta sacerdotes de Jehová, varones valientes, y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para quemarlo. Sal del santuario…”
¿Pueden imaginarlo? Los ministros del santuario se interponen al rey y le dicen, “rey, no te está permitido estar aquí. Estás violando la ley de Dios. Solo aquellos que son de la tribu de Leví, solo los hijos de Aarón, que han sido apartados y ungidos por Dios para esta tarea están permitidos de realizarla. Sal de aquí. “… porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios.
Entonces Uzías, teniendo en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso… y le hicieron salir apresuradamente de aquel lugar; y él también se dio prisa a salir, porque Jehová le había herido.
Así el rey Uzías fue leproso hasta el día de su muerte, y habitó leproso en una casa apartada”. El trágico final para una monarquía gloriosa, pero así como fue tan trágico como vergonzoso y tan deshonroso como fue el comportamiento del rey al final de su vida, cuando él murió hubo un tremendo sentimiento de duelo en toda la tierra.
Y el sentimiento de que si este rey podía caer de forma tan miserable, ¿En quién se puede confiar? ¿En quién se puede descansar? ¿Quién podría ser el rey en quien se puede confiar total y absolutamente?
Y es en este contexto de tal pregunta en el que Isaías ve a Dios en su trono. El rey terrenal estaba muerto, pero el Rey de reyes estaba vivo, estaba bien, y estaba ahora llamando a Isaías a ser su profeta.
CORAM DEO
Mientras pensamos en las consecuencias prácticas de lo que hemos aprendido hoy, en nuestro segmento de Coram Deo quisiera preguntarles los siguiente,
¿Cuánto de tu confianza, cuánto de tu seguridad, cuánto de tu estabilidad está depositada en tus líderes terrenales y tus héroes? ¿Qué pasa cuando los héroes caen? ¿Qué pasa cuando los líderes pecan? ¿Hay alguien en quien se pueda confiar totalmente? Esa era la pregunta con la que luchaba el pueblo de Israel cuando el buen rey Uzías cayó.
Hubo un enorme vacío de liderazgo en la nación, y fue durante esa crisis que Isaías se encontró con el Dios y Rey de Israel, quién era totalmente santo, que no tenía ni una sombra de variación, ninguna posibilidad de caer, ninguna posibilidad de desilusionarnos. Él está todavía en su trono.