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Hemos estado estudiando el drama de la redención empezando desde los primeros capítulos del Génesis, donde Dios consintió en redimir a sus criaturas caídas, Adán y Eva, a quienes les cubrió su desnudez haciéndoles ropas.
Hemos visto la promesa que Dios hizo a Abraham y a los patriarcas, hemos visto el pacto que hizo en Sinaí con el pueblo de Israel a través de la función mediadora de Moisés, y hemos visto cómo este pacto se sigue renovando y expandiendo a través de las páginas de la historia bíblica.
Vimos la renovación del pacto en Siquem a cargo de Josué cuando dijo a la gente: “pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” Ahora me gustaría dirigir tu atención a una nueva dimensión en ese drama de la historia de la redención que se encuentra registrado en 2 Samuel, empezando en el capítulo 7.
Esto incluye un episodio conmovedor de la vida de David. Esto sucedió cuando David estaba consolidando su posición como rey de la nación y tenía alrededor de 45 años. 2 Samuel capítulo 7 dice así: “Aconteció que cuando el rey habitaba en su casa,” (esto se refiere a su palacio) “después que Jehová le había dado reposo de todos sus enemigos en derredor…” ¿Te suena esa frase? ¿Recuerdas Siquem?
Recuerda cuando Josué renovó el tratado y renovó el pacto con su pueblo diciendo: “No faltó palabra de todas las buenas promesas que Jehová había hecho”. “Nos ha dado reposo de nuestros enemigos”.
Y ahora David ha conquistado sus decenas de miles y los enemigos han sido dispersados fuera de la tierra, y David junto con el pueblo de Dios están disfrutando del reposo.
Es en esta ocasión que el rey, David le dijo al profeta Natán: “Mira ahora, yo habito en casa de cedro”, él tenía un palacio espléndido hecho con cedros majestuosos del Líbano; y continúa: “y el arca de Dios está entre cortinas.”
¿A qué se refiere David? Él dijo: ‘Mientras el pueblo de Dios vivía en el desierto y deambulaba de un lado a otro, Dios prometió estar en medio de este pueblo, y habitó con ellos en el tabernáculo, una tienda, un templo portátil que había que desarmar cada vez que las tribus se movían, tenían que desmontar la tienda, llevarla al siguiente lugar y luego armarla de nuevo.
Ahora David está en la tierra, ha consolidado la tierra santa y ha construido un palacio. Tiene su capital establecida en Jerusalén, y él dice: Espera un momento. Algo no está bien. Aquí estoy, soy el rey de este lugar, habito en esta mansión lujosa, en un palacio real construido con cedro, pero el arca de Dios, el trono de Dios, la residencia de Dios, está todavía en una tienda con pieles de cabra’; y David se siente mal por esta situación.
Algo no está bien. ¿Por qué un rey terrenal debería tener esa casa magnífica y nuestro rey celestial no tiene una casa magnífica? Entonces Natán le dijo al rey: “Anda, y haz todo lo que está en tu corazón, porque Jehová está contigo”.
Este es un episodio fascinante porque David tiene un plan. Él tiene una gran idea. ‘Voy a construir una casa para Dios. Voy a construir el templo de todos los templos. Voy a construir la catedral más magnífica que el mundo haya visto. Voy a construir un templo para el Dios vivo’.
Gran idea. Un plan maravilloso. Tremenda visión de David que le comunica al vocero de Dios, al profeta Natán.
Y a Natán le agrada la idea. ‘Tú puedes David’. “Haz todo lo que está en tu corazón”.
Así que, aún el profeta está de acuerdo en que el plan de David debería ser ejecutado. El verso 4 dice: “Aconteció aquella noche, que vino palabra de Jehová a Natán, diciendo: Ve y di a mi siervo David: Así ha dicho Jehová:…”. Oh, oh, parece que habrá cambio de planes.
David le habló a Natán, Natán le habló a David, pero ninguno de ellos le había preguntado al Señor. Tenían su gran plan y parecía una buena idea. Era algo ‘ministerial’. No era para engrandecimiento propio. Había una intención espiritual detrás de eso.
Pero Dios dice: “Ve y di a mi siervo David: Así ha dicho Jehová: ¿Tú me has de edificar casa en que yo more? Ciertamente no he habitado en casas desde el día en que saqué a los hijos de Israel de Egipto hasta hoy, sino que he andado en tienda y en tabernáculo. Y en todo cuanto he andado con todos los hijos de Israel, ¿he hablado yo palabra a alguna de las tribus de Israel, a quien haya mandado apacentar a mi pueblo de Israel, diciendo: ¿Por qué no me habéis edificado casa de cedro?” ¿Alguna vez dije, en toda la historia, que necesitaba o que quería un templo? Esa no es mi idea, David, es tu idea. “Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así a dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé de redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra.
Además, yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más, como al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos. Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa.”
¿No es increíble? David dice: ‘voy a hacer una casa. Pobre Dios, no tiene una casa. Yo tengo una casa maravillosa. Tengo este palacio magnífico. Como tú no tienes casa, yo voy a hacerte una’. Dios dice: ‘No, tú no me vas a hacer una casa’. Los planes de Dios eran distintos y le dice a David: ‘David aprecio tu idea, pero tú no vas a construirme templo alguno. Tú hijo Salomón se encargará de ese proyecto’. ¿Por qué? ‘David, porque en tus manos hay mucha sangre como para que construyas un templo para mí’.
Pero lo increíble de todo esto es que Dios hace un pacto con David, un pacto incondicional, un pacto unilateral. David se acerca a Dios diciendo: ‘Dios, déjame hacer algo por ti. Quiero hacer algo grandioso para ti.’ Cuántos de ustedes alguna vez han pensado eso? ¿Cuántos de ustedes han dicho alguna vez:…. (yo lo he experimentado) ‘Dios quiero hacer grandes cosas para ti.’ ‘Dame una misión para que pueda hacer grandes cosas por tu causa.’ Y Dios dice: ¿Quieres hacer algo grandioso por mí?
Entonces cumple mi palabra y obedece mis mandamientos y deja de tratar de demostrar tu rectitud con tus obras. Deja de tratar de mostrarme tu afecto y tu devoción con maravillosos actos ministeriales. Lo que quiero es tu obediencia’.
Es evidente que Dios está mucho más preocupado con lo que somos que con lo que hacemos y debemos ser conscientes de eso; en especial como norteamericanos porque en nuestra cultura lo valioso se mide con rendimiento, con logros, con éxito, haciendo cosas sobresalientes.
No es que Dios se oponga al logro o al ministerio o al trabajo, en absoluto. A lo que me refiero es que a él le importa más lo que somos que lo que hacemos. Él quiere saber qué hay en nuestros corazones, qué hay en nuestro carácter, qué hay en nuestros deseos cuando buscamos honrarlo. Entonces, Dios dice: ‘Muchas gracias David. Es una idea maravillosa, espléndida, pero no. Tengo otros planes. Yo te voy a construir una casa.’
¿Qué? Mira Dios, la razón por la que he venido, la razón por la que hablé con Natán es porque yo ya tengo una casa. Es la casa más maravillosa del mundo. No quiero ser codicioso. Quiero darte a ti una casa. Tú mereces una casa. Yo no la merezco.
Tal como lo dirá luego en su oración: ‘¿Quién soy yo para vivir bajo un lujo como este?’ Pero Dios dice: ‘David, te voy a construir una casa’.
¿Qué crees que quería decir con eso? ¿Que David vería llegar, al día siguiente, a unos contratistas para demoler la estructura actual de la que tenía; iba a recibir otra visita de Hiram de Tiro y ahora tendría más madera, tendría más marfil, tendría joyas preciosas e iba a hacer que su palacio actual ahora luzca como una choza en comparación a la casa que Dios va a construir? Esa no era el tipo de casa que Dios tenía en mente. Escuchen, lo que Dios dice:
“Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo.
Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente”. ¿Oyes lo que está diciendo? Este es un nuevo pacto, una promesa nueva que Dios le está haciendo a David y a su simiente.
Antes que nada, dijo: ‘David, he hecho grande tu nombre en el mundo. Ahora, la gente puede que no conozca los detalles del cristianismo, pero ¿quién en el mundo no sabe del gran rey David? No solo los defensores del cristianismo, no solo los defensores del judaísmo, no solo los partidarios del islam, sino que en todo el mundo se ha escuchado de la grandeza del rey David.
Dios le dio un nombre muy conocido. Es decir, nos encanta hablar sobre los ricos y famosos, y a veces anhelamos el honor, la fama y la popularidad; pero, en última instancia, que se nos dé un gran nombre, es un regalo de Dios.
Dios hizo grande el nombre de David, y ahora promete construirle una casa. Ahora, la promesa es inicialmente para la descendencia inmediata de David, para Salomón. Dios promete que Salomón continuará el reino.
Habrá una sucesión dinámica. El hijo de David se convertirá en rey. Y dijo: ‘Yo seré su padre y él será mi hijo’. ‘David, voy a ser como un padre para tu hijo y mi misericordia no se apartará de él tal como lo hice con Saúl, a quien quité delante de ti.
Si él hiciere mal lo castigaré, pero no voy a sacarlo del trono. Permaneceré con Salomón. Quizá tendré que darle un escarmiento, quizá tendré que reprenderlo, puede que tenga que amonestarlo, pero no alejaré mi Espíritu de él. No lo sacaré del trono, ni dejará de ser rey, tal como lo hice con Saúl porque David, yo estoy estableciendo tu simiente, tu casa, tu reino, no solo hasta la próxima generación, sino para siempre’. Aquí es donde viene la promesa de Dios a Israel de que el trono de David será un reino eterno.
Y sin embargo, la historia posterior hizo que casi toda la nación dijera: ‘Bueno, si hay alguna promesa del pacto en el Antiguo Testamento que falló, fue justo ésta. Dios dijo que iba a establecer el trono de David por todas las generaciones para siempre y por siempre y que su reino no tendría fin, desde la simiente de David.
Y el reino pasó a manos de Salomón, y de Salomón pasó a sus hijos. Y hubo una rebelión y división del reino entre el hijo de Salomón, Roboam, y Jeroboam, el líder de Israel.
En muy poco tiempo, la monarquía davídica estaba en ruinas, tanto así que más tarde el profeta Amós tendría que anunciar al pueblo que algún día Dios restauraría la casa de David que estaba caída, que se derrumbó. El palacio estaba en ruinas. Fue conquistado por las naciones enemigas. El reino se fue de Silo, o eso parece, hasta que el profeta Amós llegó y dijo: “En aquel día yo levantaré el tabernáculo caído de David….y levantaré sus ruinas.”
‘Aconteció que en los días de Augusto César, todo el mundo debía ser empadronado, y cada uno regresó a su ciudad.’ Y una pareja pobre llegó a Belén, la ciudad de David, y dio a luz a su hijo primogénito, que era del linaje de David. Y esa mañana en Belén, la construcción de la casa de David empezó nuevamente. Dios estaba construyendo una casa para sí mismo.
Como dijo Juan: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” “y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros”. “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. La palabra que se traduce como ‘habitó’, es la palabra hebrea para tabernáculo o tienda.
Dios ha levantado su tienda en medio nuestro otra vez. Dios estaba construyendo una casa permanente con un Rey permanente. Un reino que duraría por los siglos de los siglos. ¿Notas cómo cada promesa de cada pacto en el Antiguo Testamento alcanzó la cúspide de su cumplimiento con la venida de Cristo, quien era hijo de David y el Señor de David, quien era descendiente de David y Rey de David, quien era linaje de David y Salvador de David?
Y Dios edificó su casa en el reino de Cristo. Sus antiguas residencias: el tabernáculo en el desierto, incluso el gran templo de Salomón, todas eran formas de lo que vendría. Las ceremonias, el edificio mismo, todo lo que tuvo lugar dentro y alrededor del tabernáculo y del templo, apuntaba a esta casa futura que Dios iba a edificar en la persona del gran Hijo de David. Escucha la respuesta de David a esta promesa. “Y entró el rey David y se puso delante de Jehová”.
Natán le acababa de decir estas cosas y David inmediatamente va a la presencia de Dios y le dice: “¿quién soy yo, y qué es mi casa, para que tú me hayas traído hasta aquí? Y aun te ha parecido poco esto, Señor Jehová, pues también has hablado de la casa de tu siervo en lo por venir. ¿Es así como procede el hombre, Señor Jehová? ¿Y qué más puede añadir David hablando contigo? Pues tú conoces a tu siervo.”
Observa este pasaje. Esta oración de David es uno de los salmos más ricos que provienen de su pluma, donde repite una y otra vez: ‘Oh Soberano Dios, ¿quién soy yo y mi pueblo para gozar de tus beneficios?’ David entendió que no podía ganarse el favor de Dios con sus grandes obras, logros y sus maravillosos planes para el ministerio; sino que aún David tenía que descansar en la gracia de Dios.
Dios le cambió los planes: ‘No David, tú no necesitas hacerme una casa. Yo te construiré una casa. David está abrumado. ¿Tú me vas a construir una casa? ¿Quién soy yo? Si hay un error al cual todos estamos propensos, es el creer que debemos ganar nuestro lugar en el reino de Dios. Es un error que nace de nuestro orgullo, porque una de las cosas más difíciles de aprender para cualquier criatura es que la única manera en que podemos estar en la presencia de Dios, estar en su familia, entrar a su casa, es por Su gracia.
Todo cristiano necesita decir: ‘¿Quién soy yo, Dios, para que seas tan amable, ¿tan misericordioso?’ Todos podemos contemplar una mejor existencia de la que disfrutamos actualmente. No importa lo que hayamos recibido de la mano de la providencia de Dios, queremos más. Queremos más. Queremos más.
Pero el corazón del cristiano es el que se detiene, hace el balance y dice: ‘¿Quién soy yo para recibir las bendiciones que he recibido de las manos de Dios? Si Dios me tratara sobre la base de mis méritos, no tendría nada. Todos los regalos buenos y perfectos que disfruto en este mundo: mis amigos, trabajo, salud, posesiones, provienen de la abundante gracia de Dios.