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Transcripción
Continuamos ahora con nuestro estudio de Lutero y la Reforma. En nuestra última sesión, analizamos la crisis que tuvo lugar en la vida de Lutero en 1515, en la llamada experiencia de la torre, cuando despertó a una nueva comprensión de la justicia de Dios, esa justicia de Dios que es por fe, la justicia que Dios provee a aquellos que carecen de ella, y no está en ellos. Y Lutero más tarde diría que una vez que él vio ese concepto y entendió el evangelio desde esa perspectiva, empezó a verlo virtualmente en cada página de la Biblia y alteró por completo toda su comprensión de la teología y la vida cristiana. Mientras tanto, en Roma, estaban sucediendo cosas de importancia trascendental.
Durante ese tiempo, había dos papas en el poder, que han sido identificados, incluso por los historiadores católicos romanos, como dos de los papas más corruptos en la historia de la iglesia.
El primero fue Julio II, conocido como el papa guerrero, él era el jefe de sus soldados, trató de anexar tierras al control papal y derramó mucha, mucha sangre en esa iniciativa. Él tenía un sueño ambicioso. Quería construir una nueva catedral para el obispo romano, una nueva basílica con una cúpula que compitiera con la del Partenón y esa cúpula cubriría esa enorme iglesia y daría un lugar adecuado para albergar los huesos de los apóstoles Pedro y Pablo, que, supuestamente estarían en el sótano de ese gran edificio.
Así, empezó a trabajar en ese proyecto, y poco después que se colocaron los cimientos para la construcción de la basílica de San Pedro, Julio II murió y fue sucedido por el papa Medici, León X, a quien un historiador católico describió como una prueba severa para la iglesia, porque en medio de su corrupción personal, León X, también había vaciado las arcas de la Iglesia romana gastando el dinero que había sido recogido por papas anteriores, así como lo que había cuando tomó el poder. Así que, la iglesia estaba al borde de la bancarrota y la construcción de la basílica de San Pedro se detuvo básicamente después de colocar los cimientos, y la maleza estaba creciendo mucho en las estructuras inferiores del edificio y por un tiempo, al menos, parecía que el edificio de San Pedro nunca iba a completarse.
Al mismo tiempo que allí en Roma, León X luchaba con estrechez financiera, en Alemania había un joven príncipe de la línea Hohenzollern, cuyo nombre era Príncipe Alberto de Brandeburgo. Alberto, también es una figura fundamental para la Reforma protestante por esta razón. A pesar de que era demasiado joven según el derecho canónico para convertirse en obispo en cualquier lugar, ya había conseguido dos obispados, uno en Halberstadt y el otro en Magdeburgo. Y, por supuesto, adquirió esos dos obispados gracias a la práctica llamada la simonía. Escribiré eso en la pizarra. Simonía. Simonía era el proceso por el cual la gente compraba cargos eclesiásticos. Pagaban al papa o a las estructuras eclesiásticas la suma necesaria para ser recompensados con estos nombramientos de ser obispos.
El nombre simonía se remonta al Nuevo Testamento, al episodio en que Simón el mago trató de comprar el Espíritu Santo de Pedro cuando vio a Pedro haciendo milagros, a lo que Pedro contestó: «Que tu plata perezca contigo», lo cual creo que es una traducción cortés de lo que Pedro en realidad le dijo a Simón el mago. En todo caso, la simonía se desenfrenó durante la Edad Media y en particular en este momento. Este es el tipo de situaciones que Lutero presenció durante su visita crítica a Roma en 1510, donde vio esta ciudad entregada a tanta corrupción. Para empezar, no estaba permitido ser obispo de más de un lugar. En segundo lugar, el derecho canónico decía que debía tener cierta edad y Alberto no calificaba en ninguno de los casos. No tenía la edad suficiente y tenía dos obispados y ambos los había comprado.
Su ambición era ser el clérigo más poderoso de toda Alemania. Y había un arzobispado que quedó vacante en la gran ciudad de Maguncia, por lo que ahora la codicia de Alberto creció. Sabía que, si podía obtener ese arzobispado de Maguncia, junto con las otras dos sedes que ya tenía, podría cumplir su ambición de ser el clérigo más poderoso de Alemania. Entonces, realizó negociaciones con Roma y con el papa y con León, para obtener este nuevo arzobispado. Y así empezaron las contraofertas. El papa exigió el pago de doce mil ducados de oro a cambio del arzobispado de Maguncia. Y el príncipe Alberto respondió con una oferta de siete mil ducados de oro.
El papa había dicho que quería doce mil, uno por cada uno de los doce apóstoles y Alberto respondió ofreciendo siete mil, mil por cada uno de los siete pecados capitales, por lo que finalmente se llegó a un acuerdo por el cual Alberto pudo asegurar el arzobispado de Maguncia por la suma considerable de diez mil ducados de oro, mil por cada uno de los diez mandamientos. Pero, donde la trama se complica es en el tema de cómo se iba a financiar todo este proceso, por más rico que era un príncipe como Alberto, no tenía diez mil ducados de oro a su disposición para comprar el arzobispado de Maguncia, por lo que empezó el proceso de pedir prestado el dinero a los banqueros Fúcar en Alemania.
Ellos acordaron prestarle los diez mil ducados de oro que luego pasarían al papa. Y ahora, para endulzar el trato, el papa dio otro beneficio a Alberto de Brandeburgo. Él dijo que le dio permiso para estar a cargo de la distribución de las indulgencias en toda Alemania, en cualquier área o provincia donde estuviera permitido políticamente. El acuerdo fue el siguiente. De los fondos que Alberto recaudaría mediante la distribución de indulgencias papales, el 50% iría a Roma para la construcción de la Basílica de San Pedro y el otro 50% estaría destinado a pagar su deuda con los banqueros alemanes. Así empezó este proceso de venta generalizada de indulgencias en Alemania.
Ahora, para entender cómo funcionaba esto, hay algunas cosas que debemos aclarar. En primer lugar, la Iglesia católica romana entendía que como sucesor de Pedro y como vicario de Cristo en la tierra, el papa tenía las llaves del reino. Tenía lo que se denomina el «poder de las llaves», que se remonta a los días apostólicos cuando Jesús dijo a los discípulos: «Todo lo que ustedes aten en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desaten en la tierra, será desatado en el cielo», que Jesús de esta manera dio las llaves del reino, no solo a los discípulos en general, sino también a Pedro en particular y que la autoridad de Pedro y la propiedad de las llaves del reino pasarían a todos los sucesores de Pedro desde el primer papa, hasta el siglo XVI, llegando a León X.
Lo que era tan importante sobre las llaves del reino, es que las llaves del reino, eran las llaves básicamente del tesoro más importante que poseía la iglesia, no la bóveda que contenía los ducados de oro, sino más bien ese tesoro que contenía lo que la iglesia en ese entonces y ahora llamaba y aún llama, el tesoro del mérito. El tesoro del mérito es ese depósito donde todos los méritos que fueron ganados por Jesucristo, están depositados. Además de los méritos depositados por Jesús, también están los depósitos del mérito de María, de José, de los apóstoles originales y de los grandes santos a lo largo de los siglos.
Y así, el tesoro de los méritos es esta vasta suma de méritos que se habían acumulado a través de los siglos, a través de la obra de Cristo, a través de la obra de los apóstoles y a través de la obra de los grandes santos. Para que alguien vaya al cielo según el esquema del orden católico romano, que veremos por separado más adelante, una persona tiene que llegar a tal estado en su vida donde ella o él es inherentemente justo, donde no solo no hay pecado mortal que empañe su carácter o su desempeño conductual, sino también ningún pecado venial ni mancha alguna. Si una persona muere con alguna mancha adherida a su alma antes de llegar al cielo, debe pasar tiempo en el purgatorio, que es el lugar de limpieza. Purga las manchas del alma como el crisol purga la escoria del oro puro.
Y como hemos visto, el tiempo de una persona en el purgatorio puede variar de unos pocos días a millones de años, dependiendo de la cantidad de manchas que lleve consigo al purgatorio.
Por eso, las personas que carecen de mérito para entrar en el cielo deben encontrar una manera, en lo posible, de reducir el tiempo que pasarán en ese lugar de purga. Ahora, solo un puñado de personas, históricamente, han obtenido suficientes méritos para ir directamente al cielo cuando mueren. La Iglesia católica romana distingue tres tipos de mérito, y esta distinción se convierte en el centro mismo de la controversia en un período muy corto de tiempo durante la Reforma.
Los tres tipos de mérito son: El primero es lo que se llama condigno, C-O-N-D-I-G-N-O, mérito de condigno o en latín, meritum de condigno. El mérito de condigno es el mérito que es tan virtuoso que impone una obligación de justicia a Dios para que lo recompense. Si alguien posee esa clase de mérito, Dios sería injusto si no le diera una recompensa adecuada por ello. Por supuesto, la iglesia creía que el mérito que Jesús obtuvo era el mérito de condigno. Pero no solo Jesús logró el mérito de condigno, sino otros de los santos en la historia, también.
El segundo tipo de mérito se llama mérito de congruo o meritum de congruo. Y el mérito de congruo no es tan elevado ni tan meritorio como el mérito de condigno, pero sin embargo tiene algún sentido de mérito asociado con él. El mérito de congruo es el mérito que es suficiente para que sea apropiado o congruente con que Dios lo recompense. Y eso entrará en juego muy, muy significativamente en la doctrina de la Iglesia católica romana del sacramento de la penitencia. Y cuando veamos la doctrina católica romana de la justificación, veremos dónde entra en juego el mérito de congruo.
Pero hay un tercer tipo de mérito que es más importante para nuestra consideración y es lo que se llama el mérito supererogatorio, logrado por trabajos de supererogación, no de irrigación, supererogación. Las obras de supererogación son obras meritorias que están por encima y más allá del llamado del deber. Son méritos que se consiguen al hacer más de lo que Dios exige a los cristianos obedientes. Por ejemplo, los mártires, por su martirio, lograron obtener méritos supererogatorios.
Y los grandes santos de los siglos, personas como Jerónimo, como San Francisco de Asís, San Agustín, Tomás de Aquino, estos grandes santos fueron tan virtuosos en su vida, que no solo lograron o adquirieron suficientes méritos de condigno para entrar al cielo directamente sin tener que pasar por el purgatorio, sino que tenían más mérito del que necesitaban. Tenían un cierto excedente de mérito gracias a, como mencioné hace un momento, las obras de supererogación. Por tanto, el mérito excedente ganado por los santos es depositado en el tesoro de los méritos.
Entonces, ¿ven el panorama? Este tesoro contiene el mérito de Cristo, el mérito de la sagrada familia, el mérito de los apóstoles y los méritos de los santos. Todo este mérito excedente está ahí y puede ser usado y distribuido a disposición y según el juicio del papa, quien tiene el poder de las llaves. Lo que es una indulgencia, es una concesión papal que indica qué tanto mérito se extrae del tesoro del mérito para aplicar a alguien que tiene déficit de mérito, carece de mérito; a fin de que pueda acortar su tiempo en el purgatorio e ir al cielo.
El adquirir indulgencias era algo extremadamente importante, en ese entonces y ahora, en el sistema romano de salvación. Hay ciertas ironías que están asociadas con eso, lo cual analizaré más adelante, porque eso implica una especie de imputación, una especie de designación del mérito de un hombre, al mérito de otra persona, debido a su déficit. Ahora, para adquirir una indulgencia y obtener la aplicación de este mérito del tesoro de los méritos, tuvieron que suceder ciertas cosas que estaban asociadas, tal como profundizaré más adelante, con el sacramento de la penitencia.
Pero uno de los elementos del sacramento de la penitencia, donde el pecador contrito se dirige al confesionario, confiesa su pecado al sacerdote, recibe la absolución sacerdotal y luego se le exige que haga ciertas obras de mérito de congruo, como rezar tantas avemarías o padrenuestros o dar restitución. Una de las cosas que se delineó para cumplir con los requisitos de la penitencia fue la entrega de limosnas, de modo que, si alguien daba limosnas con un sentido genuino de arrepentimiento, las limosnas entregadas podían adquirir la transferencia de indulgencias a su cuenta.
De nuevo, el derecho canónico de la iglesia dejaba claro que esto no debía entenderse como una venta burda del perdón, donde la gente podía tan solo escribir un cheque y sacar a sus familiares del purgatorio o tirar una moneda en un envase y lograr el mismo fin. Pero por la forma en la que esto se llevó a cabo, particularmente en Alemania, se convirtió en el escándalo que provocó la reacción de Lutero y las 95 tesis que publicó en la víspera del día de Todos los Santos» en 1517. Pero todo esto está relacionado con el proceso de dar limosnas y el papa estaba usando este proceso para obtener los recursos que necesitaba para construir la iglesia.
Puedo ser empático con el papa, porque sé lo que tuve que pasar aquí para construir esta iglesia y desearía haber tenido un tesoro del mérito de dónde sacar, con el fin de alentar a la gente a dar para la construcción de Saint Andrews. Pero esto es lo que inició el problema que explotó luego en Sajonia con la venta de indulgencias por parte del representante papal Tetzel, que veremos en nuestra próxima sesión.