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Transcripción
Hemos visto en nuestro estudio de la novia de Cristo, la naturaleza de la iglesia, que la iglesia primitiva usaba cuatro términos distintivos para describir la naturaleza de la iglesia: que la iglesia era una, santa, católica y apostólica. La palabra «católica», tal como describe a la iglesia, se refiere a la universalidad de la iglesia; no se refiere a la Iglesia católica rusa, ni a la Iglesia católica griega, ni a la Iglesia católica romana. El término «católico» significa universal, la iglesia de todos los tiempos, la iglesia de todas las tierras.
La idea aquí es que la iglesia de Jesucristo no es un cuerpo parroquial que se encuentra solo en una ciudad en particular o solo entre un pueblo único que está alejado en algún lugar geográfico. Ni siquiera es algo que esté limitado por fronteras nacionales; más bien, la iglesia de Cristo se encuentra en todo el mundo, con personas de todos los idiomas y lenguas, y de todo tipo de naciones. Parte del deleite de mi vida ha sido tener la oportunidad, de vez en cuando, de visitar otros países y participar en la adoración de personas de diferentes orígenes, diferentes tierras e incluso diferentes idiomas.
Hace unos años, tuve la oportunidad de visitar Europa del Este y nunca olvidaré predicar en las afueras de Budapest, en Hungría, y tener la oportunidad de celebrar la Cena del Señor con personas cuyo idioma no entendía en lo absoluto; pero todos entendíamos el lenguaje de la Cena del Señor y fue una experiencia magnífica para mí. Lo mismo sucedía en lo que entonces era Checoslovaquia, estando con los cristianos checos en su experiencia de adoración. Pero para mí lo más destacado fue estar en Rumania y predicar en una iglesia bautista que apenas había sobrevivido a las sangrientas persecuciones del régimen de Ceausescu en Rumania y cómo estos cristianos habían construido su iglesia con sus propias manos. No tenían herramientas eléctricas de ningún tipo y los tallados de la madera eran magníficos.
Recuerdo que de camino a Cluj-Napoca, una ciudad de la que la mayoría de los estadounidenses nunca ha oído hablar y, sin embargo, hay más de medio millón de personas que viven allí, una ciudad que fue destruida por la persecución comunista durante el régimen de Ceausescu. Mientras viajábamos en este tren antiguo, por los campos rumanos, veíamos por las ventanas el paisaje y veíamos la hermosa topografía. En eso, vi y me di cuenta de que el principal medio de transporte en el campo eran los carros llevados por caballos, carros de madera, con grandes ruedas, llevados por caballos.
Lo que más me impactó fue ver a estas mujeres trabajando en los campos, literalmente, ganándose la vida a duras penas para poder sobrevivir. Aquí en Estados Unidos uno ve estos grandes campos de trigo y grandes campos de maíz con productos que crecen muy bien y que están bien fertilizados; sin embargo, allá se veía el maíz creciendo a duras penas, se veía veinte hileras de maíz y tres filas estaban muertas y los tallos de maíz eran de diferentes alturas. No había uniformidad y algunas de las hojas eran marrones, etc. Y veías a estas mujeres, ancianas, vestidas completamente de negro en medio de la tarde, cultivando sus huertos con palas de madera y rastrillos de madera. Fue como retroceder a la Edad Media.
Luego, después de que llegué a Cluj y llegó el domingo. Fui a una pequeña iglesia bautista para hablar y entré al templo y el servicio de la iglesia duró más de tres horas. Había más de mil personas reunidas en este pequeño templo y no había lugar para ellos. Estaban parados contra las paredes y parados en los pasillos y se quedaban allí durante tres horas; y cuando llegué al púlpito, vi a mi derecha y toda la sección a mi derecha estaba compuesta de viudas ancianas que eran campesinas. Todas se veían iguales. Se podía ver la penuria grabada en sus rostros y todas vestían de negro de pies a cabeza; tenían la cabeza cubierta y vestían babushkas negras y luego ropa y zapatos negros con botones hasta arriba.
Mientras las veía, empezaba a predicar, había un traductor allí y mientras estaba predicando, veía a estas mujeres, ellas estaban radiantes y se podía ver las lágrimas bajando por sus mejillas al reaccionar a la Palabra de Dios. Me di cuenta de que no tenía casi nada en común con estas personas, excepto un deleite en Cristo y eran mis hermanos y hermanas y tuvimos esa sensación instantánea de compañerismo que era católica, que trascendía las fronteras nacionales. Es maravilloso poder pasar tiempo adorando con cristianos de otras naciones y escuchar las historias de sus vidas en la fe.
Bueno, hace no mucho tiempo, estaba hablando en una pequeña iglesia en los Estados Unidos y había como ciento cincuenta personas en la congregación esa mañana e hice el comentario antes de empezar a predicar que esperaba que me disculparan por estar tan nervioso por hablar allí, pero que siempre me ponía nervioso cuando predicaba frente a millones de personas. Se rieron y vieron a su alrededor para ver si había micrófonos o cámaras que permitieran transmitir más allá de los confines de esa pequeña iglesia y yo dije: «No, lo digo en serio». Dirigí su atención a un pasaje que vimos recientemente, pero que tratamos de manera bastante rápida cuando hicimos nuestro estudio del libro de Hebreos y los referí al capítulo 12 del libro de Hebreos, empezando en el versículo 18 del capítulo 12 de Hebreos.
El autor de Hebreos escribe lo siguiente: «Porque ustedes no se han acercado a un monte que se puede tocar, ni a fuego ardiente, ni a tinieblas, ni a oscuridad, ni a torbellino, ni a sonido de trompeta, ni a ruido de palabras tal, que los que oyeron rogaron que no se les hablara más. Porque ellos no podían soportar el mandato: “Si aun una bestia toca el monte, será apedreada”. Tan terrible era el espectáculo, que Moisés dijo: “Estoy aterrado y temblando”. Ustedes, en cambio, se han acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel». ¿De qué está hablando aquí el autor de Hebreos?
De lo que está hablando es de la iglesia y de la experiencia de la iglesia católica y les recuerda la nueva situación que ha ocurrido con el triunfo de Cristo, que no es como en el Antiguo Testamento. Hace esta referencia, él dijo que no se acerquen a ese monte que estaba cubierto de tinieblas y de torbellino y trompeta y que era un lugar terrible en extremo, cuando Moisés convocó al pueblo y según las instrucciones de Dios les ordenó que se santificaran durante tres días y luego que se prepararan para cuando Dios viniera del cielo y bajara a la cima del monte Sinaí a encontrarse con Moisés. Dios dijo: «Voy a bajar a este monte y voy a hablar con Moisés y la gente tiene que pasar por todos estos rituales de purificación y pueden acercarse al monte, pero que no se atrevan a tocarlo. Si alguien que no sea Moisés toca el monte o pone el pie en el monte, será ejecutado».
Llegó el día y Dios descendió del cielo y todo el monte estuvo envuelto en una enorme nube y se oyó el sonido de las trompetas y los rayos y los truenos y todo el mundo está aterrorizado. Esa fue la ocasión en que la ley vino a este mundo, cuando Dios bajó del cielo en ese monte y le dio las tablas de piedra a Moisés. El autor de Hebreos está diciendo, eso no es lo que estamos haciendo aquí ahora. No vamos a ir al monte Sinaí otra vez, ni vamos a ir al tabernáculo en el desierto o al templo en Jerusalén, porque en esa situación, de nuevo, solo a una persona se le permitía entrar en la presencia de Dios y ese era el sumo sacerdote. Incluso en ese entonces, solo podía hacerlo un día al año, y solo después de una elaborada limpieza ritual por la que el sumo sacerdote tenía que pasar antes de entrar en el sancta santorum, el Lugar Santísimo.
Las otras personas podían acercarse y aproximarse a la presencia de Dios, pero estaban separadas de la presencia inmediata de Dios por ese velo macizo que guardaba la cámara más interna del tabernáculo y del templo. El autor de Hebreos dice: No es ahí a donde vamos ahora cuando vamos a la iglesia, sino que ahora estamos entrando en el cielo mismo, en la ciudad celestial, a donde Cristo ha ido en Su ascensión. Como nuestro sumo sacerdote, Él ha entrado en el santuario celestial de una vez por todas y ha rasgado este velo de separación que nos impedía el acceso a la presencia inmediata de Dios. Pero ahora se nos ha dado acceso al cielo mismo.
Realmente creo, amados, que Dios está en todas partes y no solo está dentro del templo de la iglesia. Sabemos que no podemos restringir la presencia de Dios o localizarlo en un edificio o algo así, pero hay un significado simbólico importante de lo que sucede en la puerta de una iglesia, que cuando entras en ese edificio, espiritualmente, estás llegando al lugar donde Su pueblo está reunido y congregado para ofrecerle la alabanza en adoración y el sacrificio de loor a Él. Esta es tierra santa, cruzas un umbral, dejas el mundo por un momento, dejas lo profano y entras en el lugar sagrado donde el pueblo de Dios se reúne para la sagrada tarea de la adoración.
Escúchame por un minuto, lo que el Nuevo Testamento está diciendo aquí es que cuando adoramos juntos, no solo estamos adorando en una asamblea de ciento cincuenta personas, sino que nuestra adoración se está llevando a cabo en el cielo. Pablo nos advierte de nuestro comportamiento durante la asamblea porque los ángeles están viendo; los ángeles están participando porque eso es lo que es el cielo. Cuando vemos dentro del tabernáculo sagrado, en el cielo, como lo vimos en el libro de Isaías, capítulo 6, ¿qué vemos? Los serafines volando alrededor del trono de Dios, cantando antifonalmente, el gran himno angelical, el trisagio: «Santo, santo, santo». Están protegiendo sus rostros de Su gloria y cubriendo la naturaleza creada de sus pies de Su majestad inefable. Eso es lo que es el cielo.
Cuando Cristo entra en el lugar celestial, donde hay miles y miles y decenas de miles, miríadas de ángeles cantando: «El Cordero que fue inmolado es digno de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza». De modo que ahora mismo lo que nuestros ojos no pueden ver es todo el ejército del cielo reunido alrededor del trono de Cristo, alrededor del trono de Dios y de Su Mesías, adorándole, exaltándole, alabándole, gozando de Su presencia; y estamos invitados. Es por eso que se supone que la iglesia sea un preámbulo del cielo y que cuando nos reunimos con el propósito de adorar a Dios, no somos solo ciento cincuenta personas, sino que estamos allí, con toda una hueste del cielo. Estamos en la presencia de Cristo; estamos en la presencia de los ángeles.
Pero eso no es lo único que nos dice el autor de Hebreos, sino que estamos en presencia de hombres justos hechos perfectos. Estamos rodeados por una nube de testigos. ¿Quién está en nuestra congregación el domingo por la mañana? Permítanme decirles algunas de las personas que vienen a nuestra iglesia. El jugador de béisbol Orel Hershiser viene a nuestra iglesia y es muy divertido ver lo que sucede. El pobre Orel llega a la iglesia. Es un cristiano devoto; quiere venir a la iglesia a adorar. Pero el pobre tipo, tan pronto como se pronuncia la bendición, todos los niños del edificio van directamente a Orel. Ellos tienen sus boletines de la iglesia y le dicen: «Por favor, Sr. Hershiser, ¿firmaría nuestros boletines?». Él lo toma muy bien y es muy amable al respecto, pero nos emocionamos cuando alguien famoso viene a nuestra iglesia y es parte de nuestra congregación.
Pero déjame decirte quién más viene a nuestra iglesia el domingo por la mañana. El domingo pasado estuve en la iglesia y ¿quiénes creen que estaban allí? Abel, Noé, Abraham, Isaac, la reina de Saba también se apareció, y allí estaban David, Josué, Isaías, Jeremías, Amós, Oseas, Joel, Ezequiel y Daniel. Estaban Pablo y Pedro. Estaban Esteban, Bernabé, Lucas, el gran médico. Timoteo viene a nuestra iglesia, Tito, Santiago. Vi a mi alrededor y ¿saben quién más estaba allí? No podía creerlo, Atanasio, Agustín, Lutero, Calvino, Edwards, Warfield, todos los santos que han entrado en su reposo son parte de la asamblea celestial y cuando la iglesia se reúne, no importa cuán pequeña sea, no importa cuán remoto sea el lugar donde se reúne, es la iglesia católica.
Estamos unidos con todo el ejército del cielo. No solo los seres angelicales, sino todos los santos difuntos que han entrado en su reposo son parte de esa asamblea sagrada. Pero no solo eso, sino que en nuestra reunión en la iglesia, estamos disfrutando de lo que el credo llama el communio sanctorum, la comunión de los santos, no solo de los santos que nos han precedido en el cielo, sino de los santos que todavía están aquí en la iglesia militante: Los santos de Checoslovaquia, los santos de Hungría, los santos de Rumania y de todo el mundo. Estamos unidos en una comunión de la iglesia católica. ¿Cómo puede ser eso? Es muy sencillo. Es la unión mística de Cristo y Su novia porque todos los que son parte de la novia de Cristo están en Cristo Jesús y todos los que son parte de la novia de Cristo, Cristo está en esa persona; y dondequiera que esté Cristo, allí está Su iglesia.
Permítanme terminar esto viendo de nuevo Hebreos, donde leemos: «Ustedes, en cambio, se han acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos», y ahora menciona el punto clave: «y a Jesús, el mediador del nuevo pacto, y a la sangre rociada que habla mejor que la sangre de Abel». Lo más grande de la iglesia que adora es que la iglesia está en la presencia de Cristo. Cristo viene a Su novia y cada vez que la novia se reúne, el novio está allí. Por eso no querrás perdértelo nunca. Es por eso que nunca querrás abandonar la reunión de los santos.
Si escribo lo siguiente en un boletín: «¡A que no saben quién va a estar en la iglesia el próximo domingo! Jesús mismo vendrá», ¿qué compromiso no cancelarías para poder estar allí? Siempre que salgo de la iglesia la semana previa a la comunión, el pastor me da la mano y me susurra al oído: «¿Quién crees que vendrá a cenar la próxima semana?». Le digo: «Yo sé quién va a venir y no quiero perdérmelo», porque donde Él está, Su pueblo quiere estar. De eso es de lo que estamos hablando cuando hablamos de la iglesia que es una, santa y católica, la iglesia de todos los tiempos, la iglesia de todos los miembros, la iglesia de todos los lugares, la iglesia que está en Cristo.
CORAM DEO
A veces escucho de personas que están luchando profundamente para tratar de encontrar una iglesia en la cual congregarse y entiendo lo que es cuando vives en un área remota, particularmente, donde no hay muchas congregaciones alrededor. Vas a una iglesia y si encuentras una iglesia; puede ser hostil al evangelio o puede ser fría. Puede que no sea amistosa, puede que no sepas con qué te estás encontrando. La gente está hambrienta y ávida de edificación, de ser nutrida y alimentada en su fe y de tener una experiencia vital de adoración, de participar en aquello de lo que he estado hablando hoy.
Así que siento mucha empatía con las personas que están pasando por esa lucha. Yo mismo lo he pasado de vez en cuando; pero la otra cara de la moneda es que no tenemos que ir muy lejos para encontrar una iglesia porque la iglesia es católica. Algunas personas solían decir: «Donde está el obispo, allí está la iglesia», pero lo que escucho decir al autor de Hebreos es: «Donde está Cristo, allí está la iglesia» y no tienes que viajar muy lejos para encontrar la presencia de Cristo.