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Transcripción
En nuestra última sesión, vimos el vínculo entre la Cena del Señor y la celebración de la Pascua en el Antiguo Testamento, y mencioné que, en realidad, la Cena del Señor fue instituida allá en los tiempos del Antiguo Testamento; pero la institución formal del sacramento específico que conocemos como la Cena del Señor tiene lugar durante la vida de Jesús en la noche antes de su crucifixión en el aposento alto. Y me gustaría tomar unos minutos ahora para ver las palabras de la institución tal como las encontramos en la versión que Lucas nos provee. En Lucas capítulo 22, en el versículo 7, leemos:
Llegó el día de la Fiesta de los Panes sin Levadura en que debía sacrificarse el cordero de la Pascua. Entonces Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles: «Vayan y preparen la Pascua para nosotros, para que la comamos». «¿Dónde deseas que la preparemos?», le preguntaron. Y Él les respondió: «Miren, al entrar en la ciudad, les saldrá al encuentro un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo a la casa donde entre. Y dirán al dueño de la casa: “El Maestro te dice: ‘¿Dónde está la habitación, en la cual pueda comer la Pascua con Mis discípulos?’”. Entonces él les mostrará un gran aposento alto, dispuesto; prepárenla allí». Ellos fueron y encontraron todo tal como Él les había dicho; y prepararon la Pascua. Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa, y con Él los apóstoles, y les dijo: «Intensamente he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer; porque les digo que nunca más volveré a comerla hasta que se cumpla en el reino de Dios». Y tomando una copa, después de haber dado gracias, dijo: «Tomen esto y repártanlo entre ustedes; porque les digo que de ahora en adelante no beberé del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios». Y tomando el pan, después de haber dado gracias, lo partió, y les dio, diciendo: «Esto es Mi cuerpo que por ustedes es dado; hagan esto en memoria de Mí». De la misma manera tomó la copa después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en Mi sangre, que es derramada por ustedes. Pero, vean, la mano del que me entrega está junto a Mí en la mesa. Porque en verdad, el Hijo del Hombre va según se ha determinado; pero ¡ay de aquel hombre por quien Él es entregado!».
Ahora, en esta descripción de la institución de la Cena del Señor, vemos que Jesús hace referencia específica a dos dimensiones del tiempo. La forma en que generalmente medimos el paso del tiempo en nuestra cultura es refiriéndonos al pasado, al presente y al futuro. Y cuando observamos el significado y la importancia de la Cena del Señor en la vida de la comunidad cristiana, vemos que la Cena del Señor tiene significado y aplicación para las tres dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro.
Vemos primero su relación con el pasado; no solo se relaciona con el pasado en virtud de su vínculo con la Pascua, sino que también ahora entendemos que lo que Jesús estaba hablando en el aposento alto, que iba a suceder al día siguiente, ha sucedido desde entonces, y por tanto Su muerte en la cruz está en el pasado para nosotros. Y les dice a los discípulos que deben practicar este sacramento, en primer lugar, en memoria de Él; entonces, en la medida en que nuestra celebración de la Cena del Señor es un recuerdo, en esa medida, es aquello que se relaciona con algo que ha sucedido en el pasado.
Ahora, desarrollamos tradiciones en las que tratamos de mantener vínculos continuos con el pasado. En las categorías bíblicas, señoras y señores, vemos con frecuencia lo que llamamos la sacralización del espacio y del tiempo. Vemos innumerables ejemplos en los que Dios o el pueblo de Israel, en particular, dan un significado sagrado, santo y consagrado a tiempos particulares y a eventos particulares que tienen lugar en este mundo.
Recordamos cuando Moisés fue llamado por Dios en el desierto madianita: «Dios lo llamó de en medio de la zarza, y dijo: «¡Moisés, Moisés! … Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa”». Es decir, lo que Dios le estaba diciendo a Moisés es: «Moisés, este lugar del planeta ahora es santo; este es un lugar santo». Lo que santificó la tierra y lo que hizo necesario que Moisés se quitara los zapatos y mostrara deferencia y respeto a este pedazo de terreno no fue porque Moisés estuviera allí. No era su presencia lo que la hacía tierra santa; lo que la convertía en tierra santa era que era un punto de intersección o de encuentro entre Dios y Su pueblo.
Y si vas por el Antiguo Testamento, y ves lugares especiales donde Dios se encuentra con Su pueblo o donde Dios promulga una ocasión redentora expresamente importante, era costumbre que el pueblo de Israel marcara ese lugar. A menudo se hacía construyendo un altar muy rudimentario y sencillo con piedras. Cuando, por ejemplo, Noé aterrizó en la cima de Ararat y salió del arca, una de las primeras cosas que hizo fue construir un altar en ese lugar para recordar el lugar donde Dios lo había liberado a él y a su familia del diluvio.
Cuando los hijos de Israel cruzaron el Jordán bajo el liderazgo de Josué, erigieron un monumento. Lo vemos una y otra vez. Vemos, por ejemplo, cuando Jacob tuvo esta visión a medianoche, y vio a Dios ascendiendo y descendiendo de los cielos, y se dirigía a encontrar una esposa, y llamó a ese lugar Bēyt-Ēl o Betel porque dijo: «Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no lo sabía». Así que tomó la piedra que había usado como almohada durante esa noche y la ungió con aceite y la colocó allí como una señal para marcar el lugar para siempre, donde Dios se le había aparecido en este sueño y le había hecho una promesa.
De nuevo, vemos que una y otra vez, lo que llamamos aquí la sacralización del espacio. Lo hacemos hoy, donde tenemos lugares especiales en nuestras propias vidas, lugares donde evocamos buenos recuerdos del pasado, o recuerdos tristes. Aquí en Orlando, hace aproximadamente un año, hubo un trágico accidente de tránsito muy cerca de mi casa en el que una de las víctimas de los accidentes fue una niña que era gimnasta, y vivía justo al otro lado de la calle, y en mi camino al trabajo todos los días, paso por ese árbol donde el auto se estrelló contra el árbol, matando a estas dos niñas, lamentablemente.
Paso por allí todos los días y hasta el día de hoy, hay todo tipo de memoriales, flores, cruces y todo eso, marcando el lugar donde ella murió. Esto se ha convertido cada vez más en una costumbre de la cultura estadounidense, ya que se ven cruces a lo largo de la carretera que marcan el lugar donde la gente ha perdido la vida. Pero, de nuevo, todos tenemos lugares especiales en nuestras vidas; pueden ser especiales por buenas razones, pueden ser especiales por malas razones, pero consideramos que estos lugares son sagrados para nosotros.
Bueno, no solo tienes espacios santos en las Escrituras, sino que también tienes tiempos sagrados. Las fiestas del Antiguo Testamento implicaban la sacralización del tiempo. Una vez más, como ya hemos visto con respecto a la Pascua, Dios ordenó e instituyó que el pueblo de Israel, todos los años, celebrara su redención de la esclavitud en Egipto marcando un momento sagrado en el calendario para la fiesta de la Pascua, el tiempo sagrado. Tenemos días sagrados en el calendario de la iglesia que marcamos; no solo cada día de reposo es un día sagrado, sino que en la historia cristiana también celebramos otras ocasiones. Celebramos la fiesta de Pentecostés; celebramos la Pascua; celebramos la Navidad.
Ahora permítanme hacer un comentario al respecto. Sé que hay cristianos que se oponen escrupulosamente a la celebración de fiestas como la Navidad y la Semana Santa, y sus escrúpulos suelen ser generados por un par de razones. Una es que ni la Navidad ni la Semana Santa fueron instituidas en las Escrituras como días santos o días sagrados. Así como hemos visto a Dios instituyendo una celebración de la Pascua, no vemos que Dios ordene que la gente de la comunidad cristiana se reúna cada año y celebre el nacimiento de Jesús o incluso la resurrección de Jesús. De hecho, la Cena del Señor era la celebración de la resurrección de Cristo, que tenía lugar con más frecuencia que una vez al año, y también, la Cena del Señor se celebraba el Viernes Santo, por así decirlo, porque recordaba la muerte de Cristo.
Entonces, como no hay una institución directa, algunos cristianos se oponen escrupulosamente. La razón principal por la que se oponen a ella es que remontan las raíces de la celebración de la Navidad a los festivales paganos que tenían lugar en el mundo antiguo. El culto a Mitra, por ejemplo, en el imperio romano, tenía la celebración a sus deidades paganas el 25 de diciembre, y por lo tanto, dado que se le vincula con eso, muchos tienden a decir que las raíces de la celebración de los cristianos de la Navidad están —se encuentran— arraigadas en la mitología pagana. Sólo quiero decir en respuesta a eso que es cierto que el 25 de diciembre fue marcado por los discípulos de Mitra, en el Imperio Romano, como su fiesta especial.
Fue precisamente para protestar contra Mitra y su paganismo que los cristianos tomaron esa fiesta romana y reservaron ese tiempo para celebrar su gozosa ocasión del nacimiento de Cristo como un rechazo directo del paganismo. Así que a pesar de que había una fiesta pagana el 25 de diciembre, los cristianos no adoptaron esa fiesta porque querían adoptar elementos del paganismo; por el contrario, querían mostrar el contraste de su celebración con el mundo pagano celebrando el nacimiento de su Salvador.
Del mismo modo, la palabra «Pascua» proviene de la diosa pagana Ishtar, y el mismo tipo de cosas sucedió con la Semana Santa, ya que la iglesia, al mismo tiempo que los paganos celebraban Ishtar, los cristianos comenzaron a celebrar la Semana Santa para conmemorar el evento más importante de la resurrección. De nuevo, cuando la gente celebra estas fiestas hoy, no puedo pensar en nadie en el mundo que esté celebrando la Navidad hoy con una visión de Mitra o cualquier precedente pagano, y lo mismo es cierto con la celebración de la Semana Santa. La razón por la que los cristianos celebramos la Navidad y la Semana Santa es porque, como seres humanos, está muy arraigado en nuestra humanidad tener un tiempo sagrado, querer recordar aquellos momentos que son más importantes para nosotros en la historia para nuestra salvación.
No puedo pensar en nada que honre más a Cristo que el hecho de que el mundo celebre Su cumpleaños y celebre Su resurrección, así que no tengo escrúpulos en contra de estas celebraciones. Creo que son muy buenas, pero también subrayan nuestra humanidad y nuestra tendencia a querer recordar momentos sagrados de la historia. Celebramos nuestros propios cumpleaños como si hubiera algo sagrado en ellos. Son sagrados en el sentido de que son extraordinarios y son especiales para nosotros, que recordamos el día en que vinimos a este mundo. Y celebramos los aniversarios de bodas porque queremos recordar el significado de ellos.
Y estoy seguro de que nuestro Señor comprendió esta necesidad humana y el deseo de recapitular, de recordar momentos importantes, porque cuando se reunió con Sus discípulos en el aposento alto, el elemento, uno de los elementos de esta institución fue Su mandato de repetir esa cena en memoria. «Quiero que hagas esto», dijo, «en memoria de Mí». Y podría decir que, en cierto sentido, lo que Cristo está diciendo es que: «Sé que he sido su maestro durante tres años. Les he enseñado muchas cosas, y muchas de las cuales van a olvidar; pero sea lo que sea, por favor no olviden esto porque lo que van a experimentar en las próximas veinticuatro horas es lo más importante que haré por ustedes, y no quiero que lo olviden. Me están recordando, están recordando mi muerte, están recordando el derramamiento de mi sangre, el quebrantamiento de mi cuerpo, que ocurrirá mañana. No lo olviden nunca». Y así, durante dos mil años, la iglesia ha recordado la muerte de Cristo en este memorial sagrado de la Cena del Señor.
Recuerdo que iba en autobús; hace muchos años me dirigía a hablar en el Colegio de Ginebra en Pensilvania. Esto es en una ciudad que era parte del complejo industrial siderúrgico del oeste de Pensilvania, y yo viajaba desde el centro de Pittsburgh en ese autobús en medio del invierno a través de las diversas ciudades siderúrgicas en mi camino a Beaver Falls. Y esta era una época de crisis en la industria siderúrgica, de altísimas cifras de desempleo, y la gente estaba muy desanimada. Y mientras viajaba por la ciudad, y veía las fachadas de las tiendas, una tras otra, con un letrero que decía: «Cierre definitivo», y en cada parada de esta ruta de autobús local, la gente se subía y venía con los hombros encorvados, y se podían ver las caras de preocupación y la desesperación grabada en sus rostros.
La gente parecía estar tan triste; no había alegría, ni ambiente de esperanza entre ellos, y pensé: «Esta pobre gente estaba al borde de la desesperación; habían perdido sus trabajos, habían perdido sus negocios, muchos de ellos habían perdido los ahorros de toda su vida y habían perdido sus casas. ¿De qué pueden estar contentos? ¿No hay ninguna señal de esperanza para ellos?». Y mientras pensaba en eso, miré por la ventana del autobús, e inmediatamente, vi la fachada de una iglesia con una cruz gruesa hecha a mano, en la ventana, y me detuve allí mismo y dije: «Ahí está; de hecho, ciertamente hay una señal universal de esperanza para la raza humana. Ahí está la cruz». Y así seguí mirando, y me di cuenta de que no pasaba ni una sola cuadra sin ver la señal de la cruz, y cuando empecé a pensar en ello, pensé en lo fácil que es para nosotros olvidar la cruz.
Y recordé otra cosa sobre la que solía preguntar a la gente todo el tiempo, pero que ahora solo funciona para personas mayores de cuarenta. A las personas que tienen más de cuarenta años, les pregunto: «¿Cuántos de ustedes recuerdan dónde estaban y qué estaban haciendo cuando se enteraron del asesinato del presidente Kennedy?». Todas las personas en la sala levantaban la mano y decían: «Yo estaba aquí», «yo estaba en la biblioteca», «yo estaba en el auto», «yo estaba en el trabajo cuando lo oí», y todos podían recordar. Ese fue un día inolvidable en la historia de Estados Unidos, y luego pregunto: «¿cuántos de ustedes recuerdan el nombre del policía que fue asesinado el mismo día por el mismo hombre, supuestamente, en Dallas?».
Y solo un puñado de personas podía recordar el nombre del oficial Tippit. ¿Por qué? No porque John F. Kennedy fuera inherentemente más importante que este hombre llamado Tippit, sino porque el cargo que ocupaba era el de presidente de los Estados Unidos. Y cuando fue asesinado, hubo todo tipo de esfuerzos en esta nación para conmemorar su nombre, de modo que el aeropuerto de Idlewild se convirtió en el aeropuerto Kennedy y Cabo Cañaveral se llamó Cabo Kennedy, y casi todas las ciudades tienen un bulevar Kennedy, una escuela Kennedy y un hospital Kennedy. En el Cementerio Nacional de Arlington, en la tumba de John F. Kennedy, está la llama perpetua porque la familia y la nación dijeron: «Nunca queremos olvidar esto».
Pero en un sentido muy real, en las décadas transcurridas desde la muerte de John F. Kennedy, su memoria se ha desvanecido de la conciencia estadounidense. Jesús murió hace dos mil años y no pasa ni un segundo en el reloj sin que haya personas en algún lugar de este mundo sentadas, partiendo el pan, bebiendo vino, recordando la muerte de Cristo hasta que Él venga. Jesús también entendió en las categorías judías el vínculo que hay entre la apostasía y el olvido, y ese vínculo, lingüísticamente, en la misma palabra «apóstata» o «apostasía» significa «dejar ir» u «olvidar». Un apóstata es alguien que ha olvidado aquello a lo que una vez se comprometió. Recordamos el salmo del Antiguo Testamento cuando David clama: «Bendice, alma mía, al Señor» —¿y qué? «Y no olvides ninguno de Sus beneficios».
Ahora bien, hay algunos, amados, que creen que todo el significado de la Cena del Señor está arraigado en su recuerdo. Quieren reducir el significado de la Cena del Señor a su aspecto conmemorativo. Creo que es un error muy grave, como trataré de mostrar en esta serie, que la Cena del Señor no solo mira al pasado en el recuerdo, sino que también mira al futuro, ya que tenemos un anticipo del banquete celestial que disfrutaremos con Cristo en el reino. Pero también, hay algo que sucede en el presente cuando nos reunimos para celebrar la Cena del Señor, y exploraremos esos aspectos en nuestras próximas sesiones.