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Transcripción
Esta noche vamos a dar inicio a una nueva serie de mensajes, la cual tendrá 10 sesiones y estará centrada en la importancia del encuentro que Moisés tuvo en el Antiguo Testamento con Dios, en la zarza ardiente. Estoy convencido de que ese episodio es un episodio decisivo, no solo para la vida de Moisés, no solo para la historia de Israel, sino para la historia del mundo entero. Lo que voy a hacer en las primeras dos sesiones es ver un poco el período de la vida temprana de Moisés, que lo condujo a ese encuentro en la zarza ardiente. Los últimos ocho mensajes se centrarán en la teología que es revelada, es decir, el conocimiento de Dios que nos es revelado en ese evento en particular.
Hoy estoy leyendo de la Nueva Biblia de Estudio de Ginebra y si tienes esa o la Biblia de Estudio de la Reforma, verás en la cubierta el logo de esta Biblia, el cual fue el símbolo de la Reforma Protestante. Cuyo símbolo es, por supuesto, el de la zarza ardiente. Entonces, empecemos viendo la primera parte del libro de Éxodo, en el primer capítulo. En el versículo 8 del capítulo 1, leemos una declaración que es algo inquietante. Es fatídica. Introduce una noción de profunda y gran preocupación que prepara el escenario para todo lo que viene en el libro de Éxodo. Verso 8 dice así, «Y se levantó sobre Egipto un nuevo rey que no había conocido a José».
Si estás familiarizado con la historia que es revelada en el libro de Génesis, de inmediato sientes el peso de esta declaración. Porque, el libro de Génesis termina cuando los hijos de Israel son convocados a mudarse de Canaán, donde la hambruna había golpeado muy fuerte y ahora van a las fronteras de Egipto donde José estaba desempeñándose como primer ministro. Y, a esta familia judía se le dio la tierra de Gosén para que se estableciera. Conforme pasaron los años, la población de este grupo judío que vivía dentro de las fronteras de Egipto creció de forma exponencial y se convirtió en un grupo grande dentro de la población de Egipto.
En el pasado gozaban del favor del Faraón quien había ascendido a José al nivel de primer ministro. Pero ahora, todo eso quedó atrás y un nuevo Faraón llega al poder. Aquí se nos dice, «que no había conocido a José». Y eso muestra un cambio radical en la relación entre los visitantes judíos o inmigrantes y el país anfitrión de Egipto. Y este nuevo rey dijo a su pueblo: «Miren, el pueblo de los hijos de Israel es más numeroso y más fuerte que nosotros». Eso es quizás una hipérbole. No eran tan grandes, pero a sus ojos, estaba muy preocupado por el crecimiento de los israelitas en medio de ellos.
Entonces dice, «Procedamos, pues, astutamente con ellos no sea que se multipliquen y en caso de guerra, se unan también con los que nos odian y peleen contra nosotros y se vayan de la tierra». Estaban diciendo, «Tenemos que ser astutos aquí. Debemos tener cuidado. Por un lado, no queremos que se vayan, porque son nuestra fuerza de trabajo esclava de lo cual depende toda la economía. Pero a la vez, no queremos que se vuelvan tan numerosos y tan fuertes que, si somos atacados por otra nación, ellos se levanten en una insurrección y se unan a nuestros enemigos y nos destruyan. Así que lo que tenemos que hacer es mantenerlos aquí, pero mantenerlos tan débiles como nos sea posible».
Así que, ahora el Faraón instituye un programa con ese fin, y escuchen lo que implican sus tretas. «Entonces pusieron sobre ellos capataces para oprimirlos con duros trabajos». La idea aquí es que cuanto más pesadas sean sus cargas durante la esclavitud, es menos probable que vivan hasta la vejez, por lo que la esperanza de vida, en especial, de los hombres entre los hebreos, se acortará. Continúa diciendo, «Y edificaron para Faraón las ciudades de almacenaje, Pitón y Ramsés. Pero cuanto más los afligían, más se multiplicaban y crecían». Así que tuvieron el resultado exactamente opuesto a lo que Faraón y sus tretas habían tratado de lograr.
Y así, «Ellos temían a los hijos de Israel, entonces los egipcios, obligaron a los hijos de Israel a trabajar duramente». Es decir, de nuevo, ellos les aumentaron la carga. «Les amargaron la vida con dura servidumbre en hacer barro y ladrillos y en toda clase de trabajo del campo». Y así, todo el servicio que hicieron se hizo con rigor. Ahora, lo que viene a continuación es muy importante para la historia del mundo. Ves la situación que tiene el Faraón y lo que está tratando de controlar. Antes de ver lo que viene a continuación, quiero hacer esta pregunta, una pregunta que con facilidad empezaría una discusión entre cristianos. ¿Quién crees que fue la persona más importante en todo el Antiguo Testamento?
Puedo escuchar varias nominaciones para ese cargo. Algunos pueden decir: «Adán». Otros incluso podrían decir: «Eva», porque ella fue la madre de todos. La gente seguramente podría nominar a Abraham, porque él es el padre de los creyentes y es al que Dios llamó del paganismo e hizo ese pacto con él y con sus descendientes. Algunos podrían nominar a David como el prefigurado del Rey que vendría en los días del Nuevo Testamento en la persona de Jesús. Todas esas personas que acabo de mencionar son, creo, candidatos legítimos. Es como preguntar, «¿Quién es el mejor jugador de fútbol de la historia?». Puedes argumentar estas preguntas por siempre.
Para mí, en cuanto a la historia redentora, la persona más importante en todo el Antiguo Testamento es Moisés. ¿Por qué? No solo porque sacó a la gente de la esclavitud en el éxodo, que nuevamente fue un evento decisivo para toda la historia, sino porque también fue el mediador del Antiguo Pacto al igual que Jesús es el mediador del Nuevo Pacto. Y es a través de él que Dios entregó la ley a Israel en la entrega de los Diez Mandamientos. Yo veo esto de la siguiente manera, sin Moisés, sin escape de la esclavitud, sin éxodo, quizá no habría un judío sobreviviente sobre la faz de la tierra hoy. Porque sin el éxodo y el liderazgo de Moisés, los esclavos judíos nunca habrían sido moldeados en una nación por Dios y nunca habrían tenido el código de la ley que fue entregado a través de Moisés.
No puedes estudiar jurisprudencia en la civilización occidental sin ver el impacto del decálogo pronunciado por Moisés posteriormente en el derecho romano, así como en la ley británica y en la jurisprudencia estadounidense. Así que este hombre es de gran importancia. Y, los primeros capítulos del libro de Éxodo nos revelan una providencia extraordinaria por la cual Dios en su soberanía le dio al mundo a Moisés. Ahora el miedo del Faraón se ha intensificado a tal punto que su nuevo programa de tretas, a fin de protegerse del problema del crecimiento en fuerza de estos esclavos judíos, fue el destruir a los bebés que estaban a punto de nacer. En un significativo paralelo redentor e histórico, un edicto sale de Faraón, no muy diferente al de Herodes, en los días del Nuevo Testamento, con la matanza de los bebés, a fin de destruir al niño Jesús.
Así que, en este momento de la historia, el Faraón emite un decreto para destruir a los niños judíos recién nacidos. Leamos su contenido: «Y el rey de Egipto habló a las parteras de las hebreas, una de las cuales se llamaba Sifra, y la otra Puá». Él dijo, «Cuando estén asistiendo a las hebreas a dar a luz, y las vean sobre el lecho del parto, si es un hijo, le darán muerte». Esto no es tan solo un gobierno que aprueba el aborto, por muy perverso que eso sea. Este es un caso en el que un gobierno está ordenando el infanticidio. El gobierno, el rey, instruye a las parteras hebreas, «Si ves a esa mujer dando a luz y el bebé es un niño, es tu deber matarlo. Pero si es una niña, entonces vivirá». Versículo 17, «Pero», una de mis palabras favoritas en la historia bíblica, «pero».
Algo aparece que frustra este decreto del gobernante más poderoso del mundo, «Pero las parteras…» quienes, por cierto, estoy seguro estaban intimidadas por el poder del Faraón. ¿Cómo no iban a estarlo? Aquí está el hombre más poderoso del mundo, pero las Escrituras dicen: «Pero las parteras temían a Dios». Estas eran mujeres temerosas de Dios que tenían más reverencia y temor de ofender a Dios que de ofender a Faraón. Sin ese temor y la providencia de Dios, de nuevo, no hay Moisés, no hay éxodo, no hay ley. Entonces, «Las parteras temían a Dios, y no hicieron como el rey de Egipto les había mandado». Este es un acto de desobediencia civil que recibe la bendición de Dios.
Siempre debemos obedecer a los magistrados civiles a menos que nos ordenen hacer algo que Dios nos prohíbe o nos prohíban hacer algo que Dios ordena. Y, en este caso, se les ordenó matar a estos bebés, lo que violaría el carácter de Dios y sus propias conciencias. Así que, desobedecieron a Faraón. «No hicieron como el rey de Egipto les había mandado, sino que dejaron con vida a los niños». El Faraón se entera de esto. Escuchen esto: Llama a las parteras y les dice: «¿Qué han hecho? ¿Por qué han salvado a esos niños? ¿Por qué no hicieron lo que les pedí que hicieran?». ¿Cómo responden las parteras? Responden con una mentira justa. Existen esas mentiras justas. Entendemos en la ética bíblica de que hay santidad en la verdad y debemos decir la verdad siempre que podamos.
Pero el principio es este, que siempre debemos decir la verdad a quien se le debe la verdad. Es decir, siempre estamos llamados a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad en el caso de justicia. Pero, si el enemigo cruza tus fronteras y quiere saber dónde se encuentra ubicada tu defensa, no estás obligado a revelar esa información secreta. Si un asesino viene a tu casa y quiere saber dónde está tu hijo y sabes que su intención es matarlo, Dios no te exige que le digas: «él está escondido en el dormitorio». Esto fue un engaño piadoso, que recibe la bendición completa de Dios, por cierto. Le dijeron a Faraón, «Es que las mujeres hebreas no son como las egipcias, pues son robustas y dan a luz antes que la partera llegue a ellas». No hay un trabajo de parto largo para estas damas. Es decir, cuando están listas para dar a luz, boom. Tienen al bebé antes de que las parteras puedan llegar allí.
Por lo tanto, se nos dice, «Dios favoreció a las parteras». Dios bendijo a estas mujeres por su valiente desobediencia y por no seguir el programa de Faraón. «Y el pueblo se multiplicó y llegó a ser muy poderoso». Y fue tanto el temor que las parteras le tenían a Dios, que Dios prosperó a sus familias. Y entonces, ahora el Faraón ordenó a todo su pueblo, diciéndoles, «Todo hijo que nazca lo echaréis al Nilo, y a toda hija la dejaréis con vida». No solo a los judíos, sino a todos. Los debilitaré de una u otra forma. Leemos: «Un hombre de la casa de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví. Y la mujer concibió y dio a luz un hijo; y cuando ella vio que era un niño hermoso, lo escondió por tres meses». Ella tuvo a su bebé y sabía que, si este niño era descubierto por la ley o por los soldados de Faraón, a su hijo lo matarían. Y ella lo escondió. Ella lo escondió durante tres meses.
Puedes mantener a un bebé de seis semanas algo callado, pero cuando sus pulmones se desarrollan y para cuando cumplen tres meses, sus llantos no se pueden silenciar. Y entonces, la gente se daría cuenta de que hay un bebé allí y que no pueden seguir ocultándolo. «Pero no pudiendo ocultarlo por más tiempo, tomó una cestilla», la misma palabra que se usa para el arca de Noé. «Tomó una cestilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea». Ella construyó esta pequeña balsa. «Entonces puso al niño en ella, y la colocó entre los juncos a la orilla del Nilo». Ella entregó a su bebé a la benevolencia de Dios, a su soberanía y a su providencia. Ella sabía, «Ya no soy capaz de mantener a este bebé a salvo. Tengo que dejarlo ir. Y tengo que ponerlo en las manos de mi Dios. Mi Dios salvará su vida, lo protegerá de la ira de Faraón».
Así que, construye este pequeño bote. Ella no lo dejó a la deriva en el Nilo; lo puso entre los juncos, donde aún podía permanecer oculto. Ella hizo que la hermana mayor del bebé lo siguiera, lo mirara y viera si alguien aparecía, si alguien rescataba al bebé. Luego, en la providencia de Dios, una mujer bajó a bañarse en el río. Ella no estaba buscando bebés hebreos para adoptar. Ella tan solo bajó al río para bañarse. Y no era una dama cualquiera; era la hija de Faraón. ¿Te imaginas el terror en el corazón de la hermana de Moisés cuando ve a la hija de Faraón acercándose a las cañas donde esa pequeña cesta está escondida, con su hermanito? Oh no, ella se está acercando más y más y más, y es la hija de Faraón.
«Sus doncellas se paseaban por la ribera del río, y ella vio la cestilla entre los juncos». Y entonces, envió a su doncella para que la trajera. «¿Qué es eso? ¿Qué es lo que está allí?». «Al abrirla, vio al niño, y he aquí, el niño empezó a llorar» Ella abre este paquete que no esperaba encontrar en los juncos y hay un bebé. Tres meses de edad. Y, el bebé mira a la hija del Faraón y empieza a llorar. Y leemos: «Ella le tuvo compasión, y dijo: Este debe de ser uno de los niños de los hebreos». Ella no solo dijo, «Este tiene que ser uno de los bebés hebreos. Se lo informaré a mi padre y haré que los soldados vengan y eliminen a este niño» No. Ella tuvo compasión.
Esta era una mujer y sus instintos naturales cuando encuentra un bebé y el bebé está llorando es el de compadecerse por ese bebé y lo levanta, lo sostiene y trata de consolarlo. Ella no sabe nada sobre los Diez Mandamientos o el éxodo o que está sosteniendo al mediador del Antiguo Pacto en sus brazos. Es una mujer que tiene compasión de un bebé que ha quedado a la deriva. «La hermana de Moisés le dijo a la hija de Faraón: ¿Quieres que vaya y te llame una nodriza de las hebreas para que te críe al niño? Y la hija de Faraón le respondió: Sí, ve. Y la muchacha fue y llamó a la madre del niño. Y la hija de Faraón le dijo: Llévate a este niño y críamelo, y yo te daré tu salario».
Toma a este pequeño bebé y cuídalo por mí. Voy a adoptar a este bebé y te pagaré si amamantas a este bebé. ¿Pagarme? Este es mi bebé. Por supuesto que lo haré, pero no dijo eso. «Cuando el niño creció, ella lo llevó a la hija de Faraón, y vino a ser hijo suyo; y le puso por nombre Moisés, pues lo he sacado de las aguas». Así es como la vida de Moisés empieza. Pasarán 80 años desde ese momento hasta que Moisés se encuentre con el Dios viviente en la zarza ardiente, en el desierto madianita.