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Hemos completado otro segmento de nuestro panorama general de la teología con nuestra última sesión. Completamos la sección sobre eclesiología, o las doctrinas relacionadas con la iglesia, y ahora llegamos a nuestro segmento final en este panorama general, y ese es el segmento, o subdivisión, de la teología que llamamos escatología. Y la escatología se llama así porque la palabra se deriva de la palabra griega ‘eschatos’, que se refiere a las llamadas «últimas cosas» o las cosas futuras, esas cosas que quedan pendientes acerca de nuestra esperanza de redención. Así que hoy vamos a empezar nuestro estudio de la escatología teniendo en cuenta un poco al gran enemigo que enfrentamos como seres humanos – quizás lidiamos con el mayor problema, con el problema más grande que tenemos como mortales, y es que somos mortales – es decir, que, en algún momento, tenemos que enfrentar la muerte.
La muerte es el enemigo final, se nos dice, que tenemos que lidiar con eso, y la pregunta que todo el mundo hace es la pregunta que Job hizo por primera vez en el mundo antiguo. Si un hombre muere, ¿volverá él a vivir? O, para decirlo de otra manera, ¿hay vida después de la muerte; o qué nos pasa cuando este cuerpo mortal pasa por la transición que llamamos muerte? Y eso está siempre en la mente de todos. Puede estar escondido en un rincón lejano de la mente, pero somos conscientes de nuestra mortalidad. Y ese espectro, ese enemigo de muerte que está ahí afuera enfrentándonos, siempre tiende a quitar un poco de la alegría de nuestras experiencias actuales y siempre parece estar amenazándonos con algo malo. Y la pregunta es, ¿finalmente ese enemigo ha sido derrotado de una vez por todas y qué significa la muerte para el cristiano?
Bueno, empecemos con nuestro breve análisis de esta pregunta viendo algunas cosas que el apóstol Pablo dice en sus cartas, en su carta a los Romanos. En el capítulo 5 de Romanos, empezando en el versículo 12, Pablo dice esto: “Por tanto, tal como el pecado entró en el mundo por medio de un hombre, y por medio del pecado la muerte, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron. Pues antes de la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se toma en cuenta cuando no hay ley. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés”.
Ahora, esto es significativo. Pablo está dando un punto teológico importante aquí. Está diciendo, ‘¿Hubo pecado antes de Moisés, antes de que se diera la ley?’ Y Pablo responde: ‘Sí, había pecado antes de que la ley se diera por medio de Moisés’. ¿Cómo lo sabemos? ¿Cuál es el argumento de Pablo? Él dijo: ‘Sabemos que había ley en el mundo antes de que Moisés viniera, porque había algo más en el mundo», ¿y qué era? Muerte. Porque sin la ley no hay pecado, porque el pecado, por definición, es una transgresión de la ley; y sin pecado no puede haber muerte. Y como hubo muerte, eso demuestra que tenía que haber pecado, y si había pecado, eso demuestra que tenía que haber ley.
Y está hablando de esa ley que Dios había revelado internamente a los seres humanos desde el principio. Pero Pablo está diciendo que este problema, este enemigo, esta muerte, vino al mundo como resultado directo del pecado. Ahora, en ese momento, el cristiano se encuentra camino a un choque con el pensamiento secular de nuestros días, el cual ve la muerte como simplemente parte del orden natural de las cosas; mientras que, el cristiano ve la muerte como parte del orden natural y caído de las cosas, pero no era el estado original del hombre, ya que la muerte vino como juicio de Dios sobre el pecado, y al principio, todo pecado era una ofensa capital. El pecado– el alma que peque morirá – y Él le dijo a Adán y a Eva: «El día que de él comas, ciertamente morirás». Ahora, cuando Dios decía eso, no estaba amenazando a Adán y a Eva simplemente con la muerte espiritual.
Ahora, obviamente el día que transgredieron la ley de Dios en el jardín, murieron espiritualmente. No murieron físicamente, así que, uno hace la pregunta: Bueno, ¿qué quiso decir cuando dijo: «El día que de él comas, ciertamente morirás»? Bien, lo que Él quiso decir fue que el día que comas de eso, estás acabado. Vas a morir, no sólo en tu alma, no sólo en tu espíritu, sino que vas a morir. Tú vas a tener un ‘thanatos’. Te vas a someter a lo que llamamos una muerte biológica. Esa fue la advertencia. Esa fue la sanción.
El hecho de que Adán y Eva no murieron físicamente el día que pecaron, no fue porque Dios fuera un mentiroso, sino porque Dios siempre, cuando da advertencias sobre las consecuencias del pecado, se reserva el derecho de conceder misericordia o de tener gracia, y lo que Él hizo fue conceder a Adán y Eva la gracia de vivir por algún tiempo en este mundo antes de que Él exigiera la sanción por su pecado, lo cual era la muerte. Todo ser humano en este mundo es un pecador, y todo ser humano en este mundo ha sido sentenciado a muerte. Y todos los seres de este mundo están condenados a muerte.
Ahí es donde estamos como seres humanos. Estamos esperando a que caiga la guillotina, a que la sentencia sea ejecutada. Sin embargo, desde la perspectiva cristiana, ya no se ve la muerte simplemente como el castigo o la sanción por el pecado, porque la sanción por el pecado ha sido pagada por Cristo. Ahora, la muerte tiene un significado completamente distinto. Ahora, la muerte es un momento de transición de este mundo al siguiente.
Ahora, demos un vistazo a lo que Pablo dice más adelante a los Filipenses. Capítulo 1 de la carta de Pablo a los Filipenses, en el versículo 19, esto es lo que él dice: «Porque sé que esto resultará en mi liberación mediante vuestras oraciones y la suministración del Espíritu de Jesucristo, conforme a mi anhelo y esperanza de que en nada seré avergonzado, sino que con toda confianza, aun ahora, como siempre, Cristo será exaltado en mi cuerpo, ya sea por vida o por muerte. Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. Pero si el vivir en la carne, esto significa para mí una labor fructífera, entonces, no sé cuál escoger, pues de ambos lados me siento apremiado, teniendo el deseo de partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor; y sin embargo, continuar en la carne es más necesario por causa de vosotros».
Ahora, aquí Pablo hace algunos juicios de valor muy importantes sobre la muerte, y si hay algo que leemos en el Nuevo Testamento de que nuestra fe se tambalea, es esta declaración que Pablo da aquí, porque aunque decimos que creemos, y celebramos la Pascua, y nos regocijamos en la victoria de Cristo sobre la tumba, todavía tenemos miedo a la muerte. Ahora, tengo que decirles con toda honestidad, hasta donde yo sé, no creo que tenga miedo a la muerte; pero también, hasta donde yo sé, tengo mucho miedo de morir.
En otras palabras, no es lo que pasa cuando respiro mi último aliento lo que me da miedo; es el proceso por el que tendré que pasar. Porque no hay garantías de que los cristianos no van a tener que pasar por mucho dolor y mucha angustia al momento de partir. La única garantía que tenemos es la presencia de Dios con nosotros en ese proceso; y también la garantía que tenemos del lugar adonde vamos cuando nuestros ojos se cierren con la muerte. Y lo que Pablo dice es esto: «Para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia». Los apóstoles pusieron el mundo patas arriba, y el jefe mundial de este revuelo era Pablo.
Aparte de Jesús no se me ocurre una vida más extraordinaria, que algún cristiano haya vivido desde Cristo, que la vida del apóstol Pablo. Es decir, cuando vemos lo que logró en su vida, lo que soportó en su vida, lo que sufrió en su vida, y – es absolutamente asombroso lo que este hombre hizo, y sin embargo no podrías tener un Pablo a menos que tuvieras un hombre tan apasionadamente convencido de la verdad de su vida eterna como Pablo lo estaba. A Pablo le daba igual morir en cualquier momento. Arriesgó su vida y su integridad física cada minuto porque dijo: «Mientras yo esté vivo, se trata de Cristo. Estoy sirviendo a Cristo; y si muero, se pone mejor. Es ganancia. “Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia»
Cada vez que vemos a alguien que ha pasado por la pérdida de un miembro de la familia o de un ser querido, le enviamos tarjetas de condolencias, y decimos: «Lamentamos tu gran pérdida». Y cuando alguien muere, es una pérdida para nosotros. No hay duda al respecto. Pero si son cristianos, no es una pérdida para ellos. Es una ganancia. Está en el lado positivo de la balanza. Ahora, Pablo refuerza eso en este mismo contexto aquí donde dice, un par de versículos más tarde: «Me siento apremiado” entre los dos – apremiado duramente entre los dos – “teniendo el deseo de partir y estar con Cristo” o “continuar en la carne” que es más necesario a causa de ustedes.
Así que él tiene este dilema. Él dijo: «Miro mi ministerio, miro las iglesias por ahí, y sé que tengo un trabajo por hacer para ayudarlos a crecer en plenitud. No quiero que me saquen de esta batalla. Quiero poder seguir ministrándolos y verlos en casa. Tengo un gran deseo de continuar este ministerio terrenal, y creo que es necesario para ustedes que me quede un rato», eso es lo que está diciendo. «Entonces, estoy en una encrucijada aquí. Estoy en una disyuntiva entre estas dos cosas. En realidad – me encuentro en un gran dilema». Él dijo: «Por un lado, realmente quiero quedarme con ustedes y ayudarlos. Por otro lado, mi corazón está en el cielo. Por otro lado, tengo ansias por irme al hogar», porque dejé algunas palabras fuera cuando lo leí esta vez. Me siento apremiado de ambos lados: «partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor».
Ahora, tenemos una tendencia a ver la diferencia entre la vida y la muerte como la diferencia entre lo bueno y lo malo. Así no lo veía el apóstol. Él veía la diferencia entre la vida y la muerte como la diferencia entre lo bueno y lo mejor. Él dijo que vivir es bueno. Es decir, hay mucho dolor en la vida. Este lugar es un paño de lágrimas, y puedo entender a veces cuando algunas personas están reducidas a tal nivel de sufrimiento y dolor que realmente quieren morir; pero la mayoría de nosotros, a pesar de los dolores y las molestias, los desgarros, las decepciones, las frustraciones que nos acontecen todos los días en esta vida – todas esas cosas puestas de lado, aun así, deseamos vivir.
Es decir, queremos vivir. Hay una alegría de vivir, un sentido en el que nos aferramos tenazmente a la vida porque, incluso con todos los dolores y frustraciones y la decepción, la vida es algo maravilloso. Es algo increíble. Sólo piensen en lo que significa estar vivo, lo que significa ser un ser humano vivo y que respira. Pablo dice: «Para mí el vivir es Cristo – y es bueno si me quedo aquí, no está mal – pero partir y estar con Cristo no es sólo una diferencia entre lo bueno y lo mejor. Es la diferencia entre lo bueno y lo mucho mejor, no solo mejor, mucho mejor». Es decir, es un salto espectacular de bondad para el cristiano el hecho de morir porque vamos directamente a estar con Cristo. Esa no es sólo una esperanza vacía, sino que es una esperanza que ha sido verificada por la propia resurrección de Cristo en la historia real, la cual Pablo vio con sus propios ojos.
Ahora, tal vez la razón por la que no somos tan valientes, tan aguerridos y tan eficaces como el apóstol Pablo, es porque no hemos visto con nuestros propios ojos lo que él vio con sus propios ojos. No había duda alguna en la mente de Pablo acerca de si iba camino al cielo o si había un Cristo resucitado. Él lo sabía, y dijo: ‘Arriesgaré cualquier cosa en este mundo porque no importa lo que le pase a este cuerpo porque me voy a casa’. Ahora, la primera pregunta que enfrentamos en escatología con respecto a la muerte es ¿qué nos pasa cuando morimos?
Tal como la Biblia enseña que hay muerte, la Biblia también enseña que hay una resurrección final. En el Credo Apostólico decimos: «Resurrectionis carnis, resurrectionis carnis». (Aquí estoy probando a mis estudiantes de latín.) «Creo en la resurrección del cuerpo.» Y cuando decimos que creemos en la resurrección del cuerpo, no estamos diciendo que creamos en la resurrección del cuerpo de Jesús – por supuesto que creemos en eso – sino en esto –la referencia a la frase «la resurrección del cuerpo» en el Credo Apostólico se refiere a nuestra fe en la resurrección de nuestro cuerpo.
Creemos que aunque nuestros cuerpos se someten a esta cosa que llamamos ‘thanatos’, o muerte, que ese cuerpo, que puede ser destruido por una bomba, quemado en un fuego o enterrado en un agujero en el suelo, que algún día esos huesos se van a levantar de nuevo – que así como Cristo salió de la tumba con el mismo cuerpo con el que entró en la tumba – aunque salió con ese mismo cuerpo, ese mismo cuerpo había sido dramáticamente alterado. Había sido glorificado.
Había cambiado de mortal a inmortal, así que en 1 Corintios 15 el apóstol dice que así como Cristo vino con un cuerpo nuevo, Él vino como las primicias de los que son resucitados de entre los muertos, que nosotros también seremos resucitados en nuestros cuerpos. Y él dice, ya saben, «¿Con qué clase de cuerpo vienen?» No sé. Yo no sé si voy a tener canas allá en el cielo. No sé si yo voy a tener sobrepeso en el cielo – espero que no – y no sé cómo voy a lucir, y no sé cómo vas a lucir, pero sé que vamos a poder reconocer y sé que no se trata solo de ser un espíritu errante o un alma fantasmal corriendo por ahí. Vamos a tener cuerpos reconocibles porque esa es la promesa final. Para que el estado mejor, en el futuro, sea el cuerpo glorificado.
Vivir en el cuerpo ahora, aquí en la tierra, es bueno. Lo mejor es el cuerpo glorificado en nuestro estado final. Lo mucho mejor es aquello que decimos que ocurre en lo que llamamos en teología el estado intermedio. El estado intermedio es ese estado de existencia cuando nos encontramos en ese tiempo entre nuestra muerte y el tiempo de la resurrección final del cuerpo, y al parecer cuando muero, mi cuerpo va a la tumba. Mi alma va directamente al cielo para estar inmediatamente en la presencia de Jesucristo, lo que es mucho mejor que la existencia que tengo en este mundo. Pero seré un alma sin cuerpo. Lo mejor de todas las situaciones posibles ocurrirá aún después, en la consumación del reino de Cristo, cuando mi alma se vestirá de un nuevo cuerpo imperecedero y glorificado.
Pero el punto aquí es que esto no significa, como algunos herejes han enseñado, que cuando morimos entramos en lo que se ha llamado el sueño del alma, donde estás en un estado de animación suspendida e inconsciencia personal y sin saber del paso del tiempo, y te quedas en ese estado hasta la gran resurrección. Pero mientras tanto, estás separado de Cristo en un sentido muy real. Puede que no lo sepas, pero lo estás. Donde la postura bíblica es un punto de vista que enseña la continuidad ininterrumpida de la existencia personal, de la existencia consciente personal, por lo que en el segundo en que mueres – puedes estar inconsciente cuando mueres, en el segundo en que mueres estás despierto porque ahora estarás en un estado de existencia consciente personal en presencia de Cristo y en presencia de Dios, que es una cosa magnífica de anticipar.
Así que me estoy preparando para vivir para siempre. No planeo morir nunca. Planeo pasar a través de una transición biológica y fisiológica donde este cuerpo se desgasta, como se está desgastando actualmente. Pero ¿sabes?, mi esposa me decía ayer: «¡Siento que tengo cuarenta años!». Le dije, «Eso es porque está en tu mente. Es porque tu persona interior, ese yo que vive en este cuerpo exterior, sigue alerta y consciente, y tú – tú no eres realmente consciente de cuánto has envejecido físicamente porque – ¿dónde vives realmente? Tú, en realidad, vives dentro de ti mismo, en tu mente, en tu espíritu, en tu alma». Esa continuidad personal de la conciencia continúa, sólo en un estado mucho mayor porque está en la presencia inmediata de Cristo.
Así que el dilema de Pablo, ya saben, fue respondido con la victoria de su muerte, donde podía volver a casa y recibir y experimentar la ganancia de estar con Cristo.