Recibe la guía de estudio de esta serie por email
Suscríbete para recibir notificaciones por correo electrónico cada vez que salga un nuevo programa y para recibir la guía de estudio de la serie en curso.Transcripción
En el Nuevo Testamento tenemos un grupo de libros que son llamados las Epístolas Generales en la que se incorpora generalmente al libro de Hebreos. Además, junto al libro de Hebreos, tenemos algunos otros libros como el libro de Santiago. Luego tenemos el libro de Judas, las epístolas de San Pedro y las epístolas de Juan. Ahora, en su mayor parte, estos son escritos cortos y breves. Entonces vamos a agruparlos a todos juntos en este segmento del día de hoy. Vamos a empezar observando, en primer lugar, en el libro de Santiago. Este libro es importante por varias razones.
La primera de ellas es que de todos los libros en el Nuevo Testamento, Santiago es el único que sigue un género literario particular que reconocemos como «literatura sapiencial». Recordemos que cuando vimos la literatura de sabiduría del Antiguo Testamento, les mencioné que había un libro en el Nuevo Testamento que también estaba incluido bajo esta categoría de literatura de sabiduría. Ese es el libro de Santiago.
Santiago, por supuesto, era judío y sus escritos suenan muy judíos – Bueno, no sé si suenan de esa manera si los lees en voz alta, pero tienen el sabor de un autor judío. No sabemos a ciencia cierta quién escribió el libro de Santiago, pero si existe un consenso, el consenso sería que el libro de Santiago fue escrito por Jacobo, el hermano de Jesús.
Jacobo, también llamado Santiago, presidió el Concilio de Jerusalén en la iglesia primitiva. Sabemos que este hermano de sangre de Jesús, uno de los hijos posteriores de José y María, no era creyente en Jesús durante su ministerio terrenal, sino que, según su propio testimonio, llegó a ser creyente después de la resurrección y alcanzó una posición de prominencia en la iglesia primitiva.
Su apodo era Santiago el Justo. Y a veces se referían a él cariñosamente como «rodillas de camello», porque el hombre pasó tanto tiempo orando que desarrolló unos callos grandes y notables en sus rodillas. Pero la otra cosa que es característica de su libro es que encontramos en ese pequeño libro de Santiago más citas que suenan muy similares al estilo de aforismos que fueron utilizados por Jesús, más que en cualquier otro libro del Nuevo Testamento.
Entonces, esto nos hace pensar que cuando estamos leyendo el libro de Santiago, estamos recibiendo alguna información originada en las enseñanzas originales de Jesús, que no se pueden encontrar en otro lugar en el Nuevo Testamento. Y eso le da cierta riqueza al libro.
Pero siguiendo el estilo de Literatura de Sabiduría, nos encontramos con muchas frases cortas y concisas que se utilizan a lo largo de la Epístola, estas no siguen un orden unificado, cronológico de un tema principal, sino que Santiago brinca entre diferentes temas, en la medida que se presentan.
A él le gusta hablar de las preocupaciones éticas que enfrenta la comunidad cristiana y, a menudo establece las cosas en formato de paralelismo. Muchas veces, es un paralelismo antitético. Si recuerdan, aprendimos cómo la literatura de la sabiduría usó esta elaboración en paralelismos y Santiago hablará en paralelismos y así sucesivamente.
Al comienzo de su Epístola, él está preocupado por dar aliento a aquellos que están soportando pruebas y tribulaciones. Dice al principio, «Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo”. Verso 2, “Tengan por sumo gozo, hermanos míos, cuando se hallen en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de su fe produce paciencia, y que la paciencia tenga su perfecto resultado, para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte. Y si a alguno de ustedes le falta sabiduría que se la pida a Dios, quien da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada.
Pero que pida con fe, sin dudar. Porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que recibirá cosa alguna del Señor, siendo hombre de doble ánimo inestable en todos sus caminos». Luego se dirige inmediatamente a una situación de aflicción, de sufrimiento, que sus hermanos en la fe están soportando, y después habla en términos muy prácticos sobre lo que se necesita para soportar mientras se atraviesa el sufrimiento y persecución, entendiendo que las pruebas que experimentamos en un nivel humano son pruebas de nuestra fe, maneras en las que Dios nos lleva a un nivel más alto de santificación, y la forma en la que hemos de hacer frente a estas dificultades es con sabiduría.
Si lo recuerdas, en el estudio del Antiguo Testamento dijimos que el judío no entiende la sabiduría en un sentido abstracto, filosófico, pero para el judío la sabiduría era el conocimiento práctico y la comprensión de cómo vivir una vida piadosa. Cómo vivir una vida dedicada a la rectitud. Ese es el motivo, ese es el acento que Santiago nos da en su epístola.
Él tiene mucho qué decir acerca de la ley de Dios y de las obras. De este modo algunos han puesto sus escritos en oposición a los escritos de Pablo, dado que Pablo habla sobre nuestra justificación por la fe y no por las obras de la ley. Sin embargo, Santiago se apasiona al mostrarnos que la verdadera fe siempre se manifestará en términos de obediencia, que sí, estamos libres de la ley de Dios, pero esa libertad es lo que Santiago llama una “libertad real”. Que no hemos sido liberados hasta el punto de libertinaje, y la libertad de los cristianos no es una licencia para pecar… sino que es una libertad para ser capacitado por el Espíritu de Dios para agradar a Dios con nuestra obediencia. De nuevo, una gran parte de esta enseñanza que él da es similar a la enseñanza de Jesús.
Por ejemplo, él reitera la importancia de dejar que tu sí sea sí, y tu no sea no, y no hacer juramentos ilegales o jurar por otras cosas que no sean la persona de Dios, como jurar por ídolos y similares, tal como Jesús mismo lo manifestó en el Sermón del Monte.
También encontramos en Santiago ese magnífico tratado del poder mortal de la lengua humana. Casi un capítulo entero está dedicado a los peligros que enfrentamos cuando vivimos con lenguas fuera de control. Ustedes recordarán las imágenes que Santiago usa cuando describe a la lengua como algo semejante al timón de un barco.
Es una pieza muy pequeña de la nave; sin embargo. esa pequeña pieza cambia toda la dirección, controla la totalidad del movimiento de un barco enorme. De la misma manera, ese pequeño pedazo de carne que está en nuestra boca puede cambiar el curso de nuestras vidas. Es como una chispa que puede incendiar un bosque entero.
Es como un animal que no puede ser domesticado, y continúa diciendo que hemos sido capaces de lograr el dominio sobre el mundo animal y hemos sido capaces de dominar todo tipo de bestias del campo, pero nadie hasta el momento ha sido capaz de dominar la lengua. Esta es una obra maestra de aplicación práctica de la Palabra de Dios para nuestras vidas.
Además, Santiago entra en detalles acerca de la necesidad de la oración piadosa, y pone a Elías como un ejemplo del Antiguo Testamento de un hombre cuyas oraciones fueron eficaces, y en su exhortación a la comunidad de su propio día a ser perseverantes en la oración, Santiago dice que Elías era un hombre igual que nosotros.
Y él, a través de sus oraciones, fue capaz de cerrar los cielos durante tres años y luego trajo la lluvia cuando fue necesario. Y luego, él nos entrega esa declaración clásica de que la oración ferviente y eficaz del hombre justo puede mucho. Así anima a sus lectores con estas palabras de aliento. Si alguien está sufriendo, si uno tiene alguna necesidad, que ellos oren. Llamen y junten a los hermanos. Pasen tiempo en sus rodillas.
Está exhortando a la gente a hacer eso mismo que él hizo y es algo que creo, y esto es especulación, pero no una especulación tan arriesgada, es un patrón de comportamiento que estoy seguro atestiguó en la vida de su propio hermano. Ahora, a menudo he dicho, que si tuviera la oportunidad de pedirle a Jesús que resumiera la esencia de la fe que entregó a su iglesia, y le pidiera que nos diera las prioridades principales para nuestro comportamiento:
«Jesús, ¿qué debemos hacer, más que cualquier otra cosa? ¿De qué debemos ocuparnos?» Me pregunto qué diría Jesús. No lo sabemos porque nunca dijo que esta es la única cosa a lo que todo queda reducido. Sin embargo, la segunda mejor opción sería hacer que el hermano de Jesús venga y decirle al hermano de Jesús, «¿Qué es lo más significativo que debemos estar haciendo como creyentes para agradar a Dios?»
Por supuesto, la respuesta que Santiago da a esa pregunta es extraordinaria. Pocas personas la suponen, pero al final de su epístola, después de que ha dado todas esas exhortaciones y todas esas advertencias, dice, «antes bien, sea vuestro sí, sí, y vuestro no, no». Y luego dice que la esencia de la verdadera religión es el cuidado de las viudas y los huérfanos.
¿Ves lo práctico que es Santiago en su preocupación y en su orientación? ¿Quién iba a imaginar que cualquier apóstol diría que, por encima de todo, antes que nada, deja que tu sí sea sí, y tu no sea no? Incluso esto es una reminiscencia no solo de lo que Jesús enseñó en el Sermón del Monte, sino que es un recuerdo de sus palabras ante Poncio Pilato, cuando Pilato le preguntó si era un rey. Jesús eludió la pregunta y dijo: «Para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad».
Porque al judío del Antiguo Testamento, decir la verdad incluía cumplir con su palabra. De hecho, lo que hace a Dios tan veraz no es solo que lo que dice está de acuerdo con la realidad y se corresponde con el estado real de las cosas, sino que cuando Dios dice que sí, quiere decir que sí, y cuando Dios dice que no, quiere decir que no.
Y cuando Dios hace una promesa, Él la cumple. Cuando Dios hace un pacto, Él lo cumple. Entonces, no es realmente sorprendente cuando analizamos cuán central es para una vida pecaminosa el incumplir las promesas y la violación de nuestras palabras que encontramos la manifestación del pecado.
Luego no nos debe sorprender que diga que por encima de todo hemos de ser personas de la verdad. Personas cuya palabra es confiable. Personas que guardan los pactos que tenemos con Dios, en lugar de quebrarlos. O como dice Santiago, “hacedores de la Palabra y no solo oidores”.
Bueno, nos moveremos ahora a las epístolas de Pedro. Tenemos solo dos epístolas que llevan el nombre de ese gran apóstol, y vemos que el tema principal en la obra de Pedro es similar a la que ya hemos encontrado en otro lugar. Este tema principal es animar a los cristianos que están pasando por sufrimiento y aflicción.
Ahora, permítanme decir una palabra acerca de eso antes de que veamos el texto mismo. Un extraño fenómeno se ha producido en nuestros días con la predicación que oímos en la televisión y otros medios, que se ha denominado de “prosperidad” o de “salud y riqueza”.
La esencia básica de esto es que lo que Dios desea para su pueblo no es nada más que bendición, prosperidad, y felicidad. “Venga a Jesús y todos sus problemas se acabarán”. Que el evangelio promete salud, riqueza y prosperidad a todos los que ponen su confianza en Cristo. Y todo lo que tenemos que hacer para experimentar estos beneficios de la mano de Dios es nombrarlo y reclamarlo. Bueno, han oído del negocio del “reclámalo”.
Cuando escucho eso, una cosa es escucharlo, otra cosa es ver las multitudes de personas que lo abrazan. Yo pienso, ¿cómo pueden las personas que están un poco familiarizadas con las Sagradas Escrituras ser engañadas por eso? Porque la idea de que los cristianos deben estar a la expectativa de estar involucrados en aflicción, dolor y persecución está en todas las páginas de la Biblia.
Toda la historia de la redención y la historia de la piedad es la historia de personas en peregrinaje, tal como Pedro se dirige a ellos en el primer capítulo. Personas que viven en este mundo como exiliados. Personas que participan en la humillación de Cristo. Así que la pregunta en el Nuevo Testamento no es ¿sufriremos?, sino solo ¿cuándo y cómo nosotros sufriremos? Y esto se vuelve de suma importancia.
Y así, al comienzo de su epístola, en el primer capítulo, en el versículo tres, Pedro dice: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para vosotros, que sois protegidos por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo».
Ahora, él dice que hemos nacido de nuevo a una esperanza viva. Lo viejo ha pasado. Para lo que hemos renacido es para una herencia celestial que Dios ha decretado para su pueblo, y ese decreto no dejará de cumplirse. Esa herencia no puede oxidarse porque es incorruptible. No puede ser contaminada. Es absolutamente cierta.
Pedro dice que ‘en eso nos regocijamos’. Es decir, en el tesoro celestial, en la promesa celestial y en la herencia celestial. Pero la tendencia en la religión es tratar de reclamar para nosotros mismos ahora mismo la promesa celestial. Queremos tener el final de la vida cristiana en el principio.
No queremos tener que transitar por la Vía Dolorosa. No queremos tener que pasar por tierra de lágrimas y por el valle de la sombra de muerte. Lo queremos ahora. Es obtener de forma prematura la promesa futura. Ahora nos regocijamos de que esta herencia segura y cierta se ha atesorado para nosotros en el cielo. Entonces Pedro dice: » En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas, para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; a quien sin haberle visto, le amáis, y a quien ahora no veis, pero creéis en Él, y os regocijáis grandemente con gozo inefable y lleno de gloria, obteniendo, como resultado de vuestra fe, la salvación de vuestras almas».
Ahora, ese tema es el tema central del crisol, del fuego purificador. El propósito de las pruebas de fuego que somos llamados a soportar no es para destruirnos, sino para refinarnos. Ese tema central se encuentra en Pablo, se encuentra en los escritos de Pedro, también en los escritos de Juan, y en los escritos de Santiago.
Es este testimonio apostólico uniforme de que Dios está usando nuestro dolor para nuestra purificación, para nuestra santificación, por el que podemos aprender a mirarlo a Él para nuestro aliento y nuestro consuelo. Que el dolor, aunque podría ser a veces aparentemente insoportable, no es en vano. Tiene un propósito eterno.
Pedro finaliza su obra con una declaración similar, cuando Él habla al pueblo diciendo: «Amados, no os sorprendáis del fuego de prueba que en medio de vosotros ha venido para probaros, como si alguna cosa extraña os estuviera aconteciendo; antes bien, en la medida en que compartís los padecimientos de Cristo, regocijaos, para que también en la revelación de su gloria os regocijéis con gran alegría.
Si sois vituperados por el nombre de Cristo, dichosos sois, pues el Espíritu de gloria y de Dios reposa sobre vosotros». No piensen que es algo extraño, sino que esto sucede cuando las personas dan falsas promesas, cuando los predicadores dicen: “si vienes a Jesús nunca tendrás ningún tipo de dolor, no tendrás ningún problema”.
Eso me molesta porque entonces cuando el dolor llega a estas personas pasan por una crisis de fe y necesitan que se restaure su fe. Pero ellos necesitan entender que Dios no les ha fallado porque Dios nunca les prometió una vida exenta de aflicción. Por el contrario, así como lo declaran Primera y Segunda de Pedro, que Dios nos ha llamado a participar en estas cosas y que no debemos pensar que es extraño cuando estas sucedan.
Ahora, en los escritos de Juan, en las tres pequeñas cartas de Juan, la preocupación es mostrar el amor de Dios en las relaciones de la iglesia. Uno de los temas principales es la caridad que cubre una multitud de pecados y que debemos vivir una vida de santidad que se manifiesta por la fe.
Ahora, de nuevo, una de las principales preocupaciones de Juan en sus escritos es similar a la de los otros escritos que hemos visto: La invasión de la herejía en la vida de la Iglesia. Juan habla sobre el espíritu del anticristo que ya está trabajando en el mundo, y la herejía principal que Juan discute en sus escritos es la del Docetismo.
Los Docetistas eran un subgrupo de gnósticos herejes en la iglesia primitiva que negaban la realidad de la naturaleza humana de Jesús. Los griegos creían que la materia o las cosas físicas eran inherentemente malas, por lo que era impensable que Dios tomara sobre sí mismo carne humana. Entonces, el espíritu del anticristo en esos días era uno de negación no tanto de la resurrección, como lo era de la encarnación.
Por lo tanto, necesitamos prestar atención y ser muy cuidadosos de que no solo es algo muy peligroso cuando la gente niega la deidad de Cristo, como muchos hacen, sino también es extremadamente peligroso cuando negamos la humanidad de Jesús. Ambos pertenecen a la obra del espíritu del anticristo.