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En nuestra última sesión examinamos la distinción entre los atributos incomunicables de Dios y los atributos comunicables de Dios, y lo que recordamos de esa ocasión que los atributos incomunicables de Dios se refieren a aquellos aspectos del ser y la naturaleza de Dios que no son compartidos por la criatura, cosas como la infinitud, la eternalidad, la omnipresencia, la omnisciencia y atributos de ese tipo.
Hoy me gustaría comenzar mirando un comentario que el apóstol Pablo hace en su carta a los Efesios. En el quinto capítulo de esa epístola, comenzando en el versículo 1, donde leemos: «Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados; y andad en amor, así como también Cristo os amó y se dio a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios, como fragante aroma».
Ahora, en este texto, Pablo llama al creyente a imitar a Dios. La única manera en que podemos imitar a Dios es si hay ciertas cosas sobre Dios que compartimos por naturaleza y tenemos la capacidad de copiar y reflejar. Así que este texto presume que hay ciertos atributos que Dios posee que son comunicables; es decir, que también tenemos la capacidad de poseer y manifestar. Ahora, hay un atributo sobre el cual hay cierta discusión y debate en cuanto a su comunicabilidad, y ese es el atributo de la santidad, porque las Escrituras dicen que Dios es santo.
Y cuando sondeamos el significado de la santidad de Dios, vemos que ese término, ‘santo’, como describe a Dios, se refiere tanto a su naturaleza como a su carácter, y que hay al menos dos significados distintos del término, ‘santo’, en la Biblia. Y el significado más primario, el número uno en términos de significado y primero en términos de uso no es el que solemos pensar cuando pensamos en la palabra santo.
En primer lugar, que Dios es santo se refiere a su grandeza, a su trascendencia, a ese sentido en el que está por encima y más allá de cualquier cosa en el universo. Y en ese sentido, la santidad de Dios sería considerada como incomunicable porque Él solo en su ser trasciende todas las cosas creadas y, en ese sentido, nunca podemos ser santos. Pero hay otra referencia que la Biblia tiene sobre la santidad, y ese es el uso del término que se refiere a la pureza de Dios, que dice algo de su carácter, su carácter de perfección moral, de absoluta excelencia moral y ética.
Y si con respecto a este concepto de santidad, Dios realiza las demandas a Sus criaturas, y particularmente a nosotros, donde Él dice: «Sed santos, porque Yo soy santo». Y por supuesto, cuando somos injertados en Cristo y renovados interiormente por el Espíritu Santo – y es fascinante en este punto que el Espíritu Santo es llamado el Espíritu Santo, y solo entre los miembros de la divinidad tiene ese título particular en nuestro uso acostumbrado, pero bíblicamente, obviamente no es sólo el Espíritu quien es santo, sino que el Padre también es santo como Él – Su nombre es santo y ciertamente el Hijo eterno es también santo.
Pero una de las razones para el énfasis en el término “santo”, con respecto a la tercera persona de la Trinidad es debido a que su tarea principalmente en la obra trinitaria de redención es aplicar la obra de Cristo en nosotros, y Él es quien nos regenera, y Él es quien trabaja para nuestra santificación. Y en esta obra del Espíritu Santo, Él está trabajando en nosotros y a través de nosotros para llevarnos a ser conforme con la imagen de Cristo, con el fin de que cumplamos este mandato que Dios nos ha impuesto cuando dice: «Sed santos, porque yo soy santo».
Aun cuando en nuestro estado caído, somos todo menos santos en su significado de puro; sin embargo, a través del ministerio del Espíritu Santo, en nuestra redención, estamos en el proceso de ser santos, y miramos hacia nuestra glorificación, cuando seremos completamente santificados y purificados de todo pecado; y en ese sentido, seremos imitadores de Dios. Ahora, algunas personas creen que la redención incluye, en el análisis final, la deificación de los creyentes humanos, pero creo que eso es una desviación del cristianismo bíblico, que incluso en nuestro estado glorificado, seguiremos siendo criaturas y no seremos seres divinos. No llegaremos a ser deificados en el cielo, sino que seremos glorificados en virtud de nuestra purificación.
Ahora, el texto que Pablo utiliza en su carta a los Efesios cuando habla de nuestra responsabilidad de ser imitadores de Dios, menciona una cualidad particular en primera fila, donde estamos llamados a ser personas que manifiestan amor. Y las Escrituras nos dicen que Dios es amor, y el amor de Dios es algo que es tan descriptivo de su carácter y es uno de sus atributos morales que también estamos llamados a imitar. Así que esta es una cualidad que no pertenece solo a Dios, sino que se comunica a Sus criaturas. Amados, Dios es amor, y el amor es de Dios, y todos los que aman en el sentido de este ágape del que hablan las Escrituras han nacido de Dios. Y así su amor es otro atributo que puede ser imitado y estamos llamados a imitar como Sus hijos.
Además, cuando hablamos de la bondad de Dios, este es otro atributo, otro de los atributos morales que estamos llamados a emular, aunque la Escritura da una descripción muy sombría de nuestra capacidad de emular este aspecto de Dios en nuestro estado caído. Recordamos el encuentro que Jesús tuvo con el joven rico que se le acercó con estas palabras de admiración: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» Y Jesús respondió diciendo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino sólo… Dios».
Luego en otra parte, el apóstol, citando al salmista, dijo: «No hay justo, ni aun uno… No hay quien haga lo bueno», de modo que, en nuestra condición caída, no imitamos ni copiamos ni reflejamos este aspecto del carácter de Dios, llamado bondad. Sin embargo, una vez que somos regenerados por el Espíritu Santo, estamos llamados a una vida de buenas obras, para que, con la ayuda del Espíritu Santo, podamos acercarnos al carácter y la calidad de la bondad, copiando y reflejando este aspecto de la naturaleza de Dios.
Bueno, de nuevo, hay otros aspectos y atributos de Dios que son comunicables de los que debemos tener en cuenta. Uno, por ejemplo, es la justicia de Dios. Que Dios es justo significa que actúa siempre de acuerdo con la justicia. En las categorías bíblicas, cuando se habla de justicia, nunca se habla de ella como un concepto o regla abstracta o alguna ley que existe por encima y más allá de Dios a la que Dios mismo está obligado a conformarse. Sino más bien, en las Escrituras, el concepto de justicia está constantemente vinculado con la idea de la rectitud, y la justicia se basa en el carácter interno de Dios.
En teología hacemos una distinción – y aunque estoy tentado a usar el latín técnico, a diferencia de mi costumbre, no lo haré – entre la justicia interna de Dios y la justicia externa de Dios, la cual a veces se llama la justicia interna de Dios que se distingue de la justicia externa de Dios.
Y esta distinción tiene que ver con esto: que cuando Dios actúa externamente, lo que Él hace siempre es correcto. Siempre hace lo correcto, y en ese sentido, Él siempre hace lo que está en conformidad con la justicia.
Ahora, eso se complica un poco por esta razón: que también en la Biblia hay este concepto de justicia, y la justicia a menudo se distingue de la misericordia o la gracia. Y como les digo a mis alumnos en el seminario, sin importar lo que hagas cuando ores, nunca le pidas a Dios justicia, porque si lo hacen, podrían obtenerla. Y si tuviéramos que ser tratados por Dios de acuerdo con su justicia, todos pereceríamos.
Es por eso que cuando estamos ante Dios, suplicamos que nos trate de acuerdo con su misericordia o de acuerdo con su gracia, que se distingue de la justicia. Y la justicia, una vez más, define Su rectitud, por la cual nunca castiga a las personas más severamente que los crímenes que han cometido, ni nunca deja de recompensar a aquellos a quienes se les debe una recompensa particular. A diferencia de nosotros, siempre opera con justicia y nunca hace Dios nada que sea injusto. Ahora, hago este dibujo en la pizarra porque tenemos un círculo alrededor de la palabra ‘justicia’, y porque todo lo que está fuera del círculo de la justicia podría llamarse no-justicia.
Esas son las dos categorías universales; hay justicia, y todo lo que está fuera de esa categoría, que llamaríamos no justicia. Pero voy a hacer un segundo círculo aquí y dividirlo por la mitad para explicar algo que debería ser importante en las clases que usaremos pronto. Fuera del círculo de la justicia está el círculo de no justicia, y todo en este círculo exterior es no-justicia, pero hay diferentes tipos de no justicia. Si hablamos de la misericordia de Dios, la misericordia de Dios está fuera del círculo de la justicia y es una especie de no justicia.
Pero también voy a apuntar en este círculo la palabra, ‘injusticia’. La injusticia es maldad, un acto de injusticia viola los cánones y los principios de la rectitud. Si Dios, por ejemplo, hiciera algo que no fuera justo, entonces estaría actuando injustamente; y Abraham sabe la imposibilidad de eso cuando le mencionó a Dios: el juez de toda la tierra, ¿no hará justicia?»
Debido a que Dios es un juez justo, eso significa que todos sus juicios están de acuerdo con la justicia para que nunca actúe de manera injusta o Él nunca cometa una injusticia.
Ahora, donde la gente se confunde es con respecto a la calidad de la misericordia o de la gracia, porque la gracia no es justicia. Pero – y vemos que, la gracia y la misericordia están fuera de la categoría de la justicia, pero no están dentro de la categoría de injusticia. No hay nada de malo en que Dios sea misericordioso, no hay nada malvado con Él que manifieste gracia. De hecho, en cierto sentido, tendríamos que extender esto. Aunque la justicia y la misericordia no son lo mismo, la justicia está vinculada a la rectitud, y la rectitud a veces puede incluir en ella la idea de misericordia y gracia.
La razón por la que necesitamos distinguirlos es porque la justicia es algo que es obligatorio para la rectitud, pero la misericordia y la gracia son siempre acciones que Dios toma libremente. Nunca se le requiere a Dios que sea misericordioso; Nunca se le requiere que manifieste gracia, y en el momento en que pensamos que Dios nos debe gracia o nos debe misericordia, ya no estamos pensando en gracia o misericordia. Ahora, nuestras mentes han tropezado con ese concepto, y hemos confundido misericordia y gracia con la justicia. Puede que se deba justicia, pero la misericordia y la gracia siempre son voluntarias con Dios.
Ahora, tenemos esto en mente debido a la distinción entre misericordia e injusticia, porque cuando llegamos a la doctrina de la elección, por ejemplo, donde Dios no da misericordia a todo el mundo, o da su gracia selectivamente, no todo el mundo recibe la plenitud de la gracia salvadora de Dios, pero cuando escuchamos eso, pensamos: ‘Bueno, eso no es justo’, porque algunas personas reciben gracia y otros no; hay algo malo en eso. Bueno, no, porque algunas personas reciben justicia a manos de Dios; otras personas reciben gracia de sus manos. Y lo exploraremos más plenamente en nuestra próxima sesión, pero por ahora, quiero que entendamos que la justicia de Dios está relacionada con su justicia interna.
Dije hace unos momentos que hablamos de su justicia externa y de su justicia interna, su justicia externa y su justicia interna. Ahora, lo que esto significa es esto: que Dios siempre hace lo correcto. Sus acciones, su comportamiento externo, siempre corresponde a su carácter interno. Recuerden que Jesús lo dijo con simpleza cuando habló con sus discípulos y dijo que un árbol corrupto no puede producir buenos frutos, sino que el fruto corrupto proviene de un árbol corrupto; y también, el buen fruto proviene de un buen árbol.
Bueno, no hay corrupción en el ser interno de Dios. Dios siempre actúa de acuerdo con Su carácter y Su carácter es justo por completo. Por lo tanto, todo lo que hace es justo. Es por eso que hacemos esa distinción entre la rectitud interna y la justicia externa, entre su carácter, quién es Él y lo Él que hace. Y es lo mismo para nosotros. No somos pecadores porque pecamos; pecamos porque somos pecadores. Hay algo defectuoso en nuestro carácter interior.
Ahora, cuando Dios el Espíritu Santo nos cambia interiormente, entonces eso debe manifestarse en un cambio externo de comportamiento, de modo que ahora externamente, estamos llamados, de nuevo, a conformarnos a la justicia de Dios, de modo que somos hechos como criaturas a imagen de Dios con la capacidad de justicia. Somos hechos con la capacidad de hacer lo correcto y actuar de manera justa. Recuerdas el resumen del Antiguo Testamento de la ley de Dios que Miqueas proporciona: ¿Y que es lo que demanda el SEÑOR de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?», de modo que su justicia y rectitud sean atributos comunicables que estamos llamados a emular.
Ahora, en el tiempo que queda, quiero hacer referencia a un atributo comunicable más de Dios, y esa es su sabiduría, que Dios es visto no sólo como sabio, sino como completamente sabio. Ahora, y se nos dice que actuemos de acuerdo con la sabiduría. De hecho, todo el cuerpo de literatura en el Antiguo Testamento que está separado de los profetas y los escritos a menudo se llama la literatura de la sabiduría o se separa, debo decir, o se distingue de los libros históricos y los libros proféticos – se llama la literatura de sabiduría, libros como Proverbios, Eclesiastés, Salmos, Cantar de los Cantares, Job, esos libros. Y si nos fijamos en el libro de Proverbios, se nos dice que el temor del Señor es el principio de la sabiduría, y para el judío, la esencia misma de la sabiduría, bíblicamente, se encuentra en la vida piadosa; no es sólo en el conocimiento agudo.
De hecho, el Antiguo Testamento hace una distinción entre conocimiento y sabiduría, y se nos dice que obtengamos conocimiento, y eso es importante, pero sobre todo, ¿qué? obtén sabiduría. El propósito del aprendizaje, el propósito de obtener conocimiento es que podamos llegar a ser sabios, sabios en el sentido de saber vivir de una manera que sea agradable a Dios. Y así, Dios mismo nunca toma decisiones insensatas, nunca se comporta de una manera torpe. No hay insensatez en su carácter ni necedad en su actividad.
Nosotros, por otro lado, estamos llenos de insensateces más que de sabiduría. Pero la sabiduría es un atributo comunicable y Dios mismo es el manantial y fuente de toda sabiduría. ¿Y como cristianos somos llamados a hacer qué si nos falta sabiduría? Orar para que Dios en su sabiduría ilumine nuestro pensamiento. Que Él nos dé su Palabra para que nosotros seamos sabios.