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Han pasado casi 35 años desde que fui ordenado para el ministerio, pero en mi caso, en aquellos días, tal como lo es aun en la mayoría de las iglesias, tú puedes ser ordenado para uno de dos cargos distintos. Uno podía ser ordenado al ministerio pastoral o al ministerio de enseñanza, y como mi llamado no era a una iglesia, sino a una universidad para ser profesor, fui ordenado al ministerio de enseñanza y no al ministerio pastoral. Sin embargo, en nuestra iglesia, cuando tú eras ordenado, independientemente de los detalles del llamado, recibías todas las autorizaciones y beneficios que le corresponden a una persona ordenada, lo que significaba que en mi denominación ahora yo estaba autorizado para impartir los sacramentos de la iglesia. Pero en la gran mayoría de las veces que he estado en el ministerio, no he tenido la oportunidad de ejercer ese privilegio de impartir los sacramentos. Pero ahora tengo una pequeña iglesia aquí en Florida, y en nuestra pequeña congregación he tenido la oportunidad, una vez al mes, de impartir la Cena del Señor y también con frecuencia realizar el sacramento del bautismo. Y no puedo dejar de expresar lo agradable que es para mí como ministro estar en ese lado de la celebración de los sacramentos.
Ahora, reconozco que, si hay algún ámbito de nuestra teología que ha provocado una controversia sin fin y sobre el cual hay muy poco acuerdo entre los cristianos tiene que ver con los sacramentos. Y, por un lado, eso es algo muy doloroso de admitir, que los cristianos no pueden ponerse de acuerdo sobre el significado y la eficacia y el número y una serie de otros asuntos con respecto a los sacramentos, pero la otra cara de esa moneda es que hay una cosa buena al respecto. Una de las razones por las que los cristianos están envueltos en tanta controversia sobre los sacramentos es debido a que ven los sacramentos como asuntos muy, muy serios. De hecho, esa es una de las razones por las que se les llama ‘sacramentos’. Así, consideramos estas cosas como dones sagrados y santos que Cristo ha dado a su iglesia.
Mencioné anteriormente, en nuestro estudio de la doctrina de la iglesia, que en la Reforma una de las tres marcas que consideraban las marcas genuinas de una iglesia válida era la administración adecuada de los sacramentos. Y de nuevo, gran parte de la controversia del siglo XVI se libró sobre la base de los sacramentos. Mucha gente no se da cuenta de que debajo o detrás de los problemas con la doctrina de la justificación había un debate sobre la función del sacramento de la penitencia en la Iglesia Católica Romana. Ahora, como ya dije, hay muchas áreas donde los cristianos entran en debates sobre los sacramentos, sobre el modo en que son realizados, quién puede participar, quién puede impartirlos. Pero uno de los debates clásicos ha sido simplemente el número de los sacramentos. En la Iglesia Católica Romana, por ejemplo, esa iglesia tiene siete sacramentos mientras que en la gran mayoría de las iglesias protestantes ese número se ha reducido a dos.
Ahora, veamos por un momento los siete sacramentos de la Iglesia Católica Romana. En primer lugar, para entender por qué hay siete, la Iglesia romana entiende que cada uno de los sacramentos es un medio de gracia en un sentido muy significativo. Es decir, que en estos ritos u ordenanzas que se observan en la iglesia, en cada uno de ellos se vierte o infunde gracia sacramentalmente en el alma del receptor. Y como Tomás de Aquino mencionó en su tiempo, que los siete sacramentos, por así decirlo, preparan a cada persona o a cada miembro comulgante para las diversas etapas particulares a lo largo del camino de la vida. Así que, obviamente el primer sacramento que recibe un comulgante católico romano es el sacramento del bautismo, que en el caso de los niños católicos se imparte a los infantes. Y el sacramento del bautismo es entendido por la Iglesia Católica Romana, de nuevo, como el primer sacramento en el que la gracia se infunde o vierte en el alma, el cual es la gracia de la justificación. Que si esa persona, posteriormente, coopera y asiente a esa gracia, puede ser llevada a un estado de rectitud por el cual Dios la declarará justa. Y la gracia dada en el sacramento del bautismo es una gracia que se dice que opera ex opere operato.
Ahora, esta fórmula en la Iglesia Católica Romana se aplica a todos los sacramentos. Todos los sacramentos operan ex opere operato, lo que literalmente significa “a través del trabajo de las obras”. Los protestantes a veces, creo yo, describen incorrectamente esta función de los sacramentos en su funcionamiento ex opere operato diciendo que los sacramentos funcionan automáticamente. Eso no es del todo exacto. Existe esa idea de la eficacia automática, excepto que Roma deja en claro que funcionarán y comunicarán esa gracia que es dada en el sacramento si no hay ningún impedimento o obstáculo por parte del receptor. No es como si el poder del sacramento residiera en la persona y que el poder se comunicara prácticamente de forma automática, a menos que haya algún obstáculo convincente que lo bloquee por parte del receptor.
Pero en todo caso, el bautismo es el inicio del camino y al recibir ese sacramento, el pueblo no sólo recibe la infusión de la gracia, sino que también recibe lo que Roma llama el sello indeleble que es puesta sobre el alma. Se llama el ‘character indelebilis’ de modo que esta marca espiritual sella al niño que recibe el sacramento, al grado que, incluso si la persona, posteriormente, deba perder toda la gracia que había obtenido en el sacramento y pierde su salvación, pierde su justificación, la persona todavía no es rebautizada porque ya ha sido bautizada de una vez y para siempre. Y ese bautismo original ha marcado su alma cuando era niño, habiendo recibido esa gracia inicial, la cual nunca más volverá a repetirse.
Bueno, también vemos en el sistema católico romano el sacramento de la confirmación donde, en la confirmación, se confirma la gracia que se recibió en el bautismo y de nuevo, es un momento en el que está la transición, entre la infancia y la edad adulta, que se está realizando y en ese punto de transición que imita y refleja el concepto de bar mitzvah en el Antiguo Testamento de Israel, se da gracia nueva para preparar a ese niño para esta transición hacia la nueva etapa de la vida. El sacramento de la penitencia es lo que la iglesia define como el segundo tablón de justificación para aquellos cuyas almas han naufragado. Mencioné hace un rato que una persona recibe gracia salvífica en el bautismo. Esa gracia puede perderse cuando se comete pecado mortal, pero una persona puede ser restaurada de nuevo a un estado de gracia por medio de la penitencia. El sacramento de la penitencia que popularmente se llama confesión. El sacramento de la penitencia es esa segunda fuente sacramental para recibir la gracia justificadora donde una vez más la gracia de Cristo se infunde en el alma y se le da a la persona la oportunidad de ser restaurada a un estado de justificación.
Luego, está el sacramento del matrimonio. Por supuesto, no todos en la iglesia reciben el sacramento del matrimonio porque no todos se casan. Pero según la Iglesia romana lo entiende, el matrimonio requiere gracia extra, y así cuando dos personas entran en esa unión sagrada, esa unión no sólo es bendecida por la iglesia, sino que también se imparte, sacramentalmente, gracia nueva a la pareja que se está casando a fin de que tengan la fuerza necesaria para crecer en esa relación mutua del matrimonio.
Ahora, hay tres sacramentos más que encontramos en la lista de siete de la Iglesia Católica Romana. Uno es el sacramento de las órdenes sagradas que, de nuevo, no se da a todos, sino que corresponde a lo que llamaríamos ordenación en otras iglesias u otras denominaciones. Cuando una persona es elevada al sacerdocio, recibe el sacramento de las órdenes sagradas o de la ordenación por el cual ahora está facultada como sacerdote de la iglesia para poder impartir gracia a los demás a través de estos mismos canales y vasos de los sacramentos. Por ejemplo, sin haber recibido la gracia de las órdenes sagradas, uno no tendría la facultad para ofrecer la oración de consagración por la cual, en la Cena del Señor, los elementos del pan y el vino se transforman en el cuerpo y la sangre de Cristo. Y veremos eso en otra sesión cuando examinamos el significado de la Cena del Señor. Pero las órdenes sagradas tienen que ver, de nuevo, con que uno sea consagrado al sacerdocio.
Luego, está el sacramento que comúnmente se llama el sacramento de la extremaunción o los santos óleos. Y sabes cuando una persona ha sido gravemente herida y está en su lecho de muerte, se llama al sacerdote y él viene y ora por esa persona, y se le da los santos óleos de la iglesia. Bueno, aquí de nuevo, esa persona está recibiendo gracia al final de su vida para prepararla para su llegada ante el tribunal de Dios. Pero originalmente el sacramento de la extremaunción no se consideraba el último rito, originalmente se basaba en las instrucciones de Santiago en el capítulo 5 del libro de Santiago: Si alguno está enfermo, que llame a los ancianos y los ancianos vendrán “y la oración de fe restaurará al enfermo”. Entonces, originalmente se basó en el principio de hacer que los ministros vayan a aquellos que estaban enfermos y los unjan con aceite. Y así, de eso es lo que trata la unción: es la unción con aceite y originalmente era un rito curativo en la iglesia, pero a medida que avanzaba el tiempo sobre la historia de la iglesia, se convirtió en el rito curativo final, por así decirlo, para sanar el alma cuando salía de este mundo.
Bueno, he mencionado seis de los siete, el que aún no he mencionado es el que es considerado como el más importante y el más grande de todos los sacramentos por la Iglesia Romana, y ese es el sacramento de la Eucaristía o de la Cena del Señor, por el cual, de nuevo, la gracia santificante y el poder fortalecedor/nutritivo de Cristo se comunica a quienes lo reciben. Ahora, en términos de lo que significa la Cena del Señor y cómo opera en el sistema católico romano, lo veremos en nuestra próxima sesión, pero por ahora sólo quiero que mencionemos, de paso, que es uno de los siete sacramentos. Ahora, como dije anteriormente, en su mayoría, los protestantes han reducido el número de sacramentos; de siete a dos.
Uno de los escritos más provocativos de la Reforma Protestante, que salió poco después de sus inicios, fue el pequeño folleto de Lutero llamado ‘El cautiverio babilónico de la Iglesia’ en el cual él arremetió contra todo el sistema romano de sacramentos por el cual vio que en este sistema sacramental, que se ha llamado sacerdotalismo, la idea era que la salvación se comunicaba a las personas no a través de la fe sino a través de los sacramentos. No a través de la Palabra y el Espíritu, sino principalmente y casi exclusivamente a través de la administración de los sacramentos. Y así, la entidad que comunicaba la salvación era la iglesia, y más concretamente, el sacerdocio.
Y Lutero se opuso enérgicamente a la forma en que la Iglesia Católica Romana desarrolló de tal manera su teoría sacramental que comenzó a usurpar la importancia central de la Palabra de Dios. Y los reformadores trataron de reconstituir un equilibrio adecuado entre la Palabra y el sacramento, creyendo que los dos debían distinguirse el uno del otro, pero nunca debían separarse. Es decir, que los sacramentos nunca deben ser distribuidos o impartidos sin la predicación de la Palabra. Por ejemplo, en mi iglesia no se me permite simplemente celebrar la Cena del Señor sin tener alguna proclamación de la Palabra de Dios al mismo tiempo. Y así también los reformadores se enfrentaron a algunos de los que se oponían más radicalmente a la Iglesia Católica Romana y que querían deshacerse de los sacramentos por completo, y decían que realmente lo que la iglesia debería tener es la Palabra solamente y no los sacramentos.
Los sacramentos son sólo ritos mágicos y así por el estilo. Esa era la opinión a la que también los reformadores tuvieron que decir no; y decir: “Esperen un minuto. Hay ciertos sacramentos que Cristo nuestro Señor ha instituido y autorizado en la iglesia, y nunca deben ser ignorados. Y la diferencia, en este punto, fue la diferencia en el número. Donde, según la mayoría de los reformadores, ese número se estableció en dos: el bautismo y la Cena del Señor. Y de nuevo, la diferencia primaria para el número de siete o dos se basó en cómo algo es calificado para ser llamado sacramento. Y para que a los reformadores algo fuera un sacramento, tenía que ser instituido directa y explícitamente por Cristo mismo.
Ahora, Cristo ciertamente bendijo el matrimonio y el matrimonio se mantiene en alta estima en la vida de la comunidad cristiana en su conjunto y también lo es la ordenación, al igual que estas otras cosas, que son importantes para–que eran importantes para los Reformadores, como ordenanzas especiales de la iglesia, pero, a su juicio, se quedaron cortos de estas señales y sellos del pacto de gracia conocidos como sacramentos porque no fueron directamente instituidos y ordenados por Cristo para ser integrados a la adoración del pueblo de Dios. Pero Jesús instituyó claramente en el Aposento Alto la celebración de la Cena del Señor y en la Gran Comisión mandó a sus discípulos a bautizar a aquellos que son llevados a la fe cristiana. Y así, para los reformadores, el bautismo y la Cena del Señor fueron los dos únicos sacramentos, aunque estos otros aspectos de la vida de la iglesia todavía tienen una importancia especial en la adoración total de la iglesia.
Además, como mencioné anteriormente, los reformadores rechazaron el modo de funcionamiento de ‘ex opere operato’ y en vez de eso dijeron que los sacramentos funcionaban ‘ex opere operantis’. Y esta diferencia simple en el latín es una indicación de que lo que decían aquí era esto: que la eficacia o los beneficios que brotaban de los sacramentos son eficaces sólo para aquellos que los reciben en fe y por fe. Ahora, eso es algo con lo que debemos ser muy cuidadosos, porque, por ejemplo, esto es lo que desató mucho de la controversia sobre el bautismo, particularmente entre los de las comunidades bautistas y otros en el protestantismo sobre el asunto del bautismo de infantes porque se plantea la pregunta:”¿Cómo puede un bebé tener fe?” Y dado que el sacramento se basa en su eficacia sobre la fe, no debe ser dada a las personas que no tienen fe. Y veremos eso más adelante.
Pero lo que los reformadores estaban diciendo era que a pesar de que los bebés que recibieron el sacramento, la señal del sacramento y el sacramento en sí, que es la señal y el sello de la promesa de Dios, el punto era que los beneficios prometidos por ese sacramento no se producen en la persona automáticamente. Sólo porque estés bautizado no significa que seas salvo. Tienes que estar justificado por la fe. Pero cuando tienes fe, entonces todo lo que se comunicó a través de la señal y el sello del bautismo – todas las bendiciones que se describen en esa señal en particular – entonces se reciben plenamente. Pero no hasta que la fe esté presente. Y del mismo modo, la celebración de la Cena del Señor, si tú vienes y comes y bebes sin fe, entonces corres el riesgo del juicio de Cristo que Pablo advierte en la carta a los corintios, con respecto a comer y beber indignamente y caer bajo el juicio de Dios porque tú no celebraste el sacramento en fe. Y así, una vez más, el tema, no de validez, sino de la eficacia de los sacramentos para los reformadores estaba ligada a la presencia de una fe genuina.
Ahora, también, en la vida de la Iglesia, los sacramentos son vistos, como mencioné hace un momento, como señales y sellos. En cierto sentido, el carácter de señal del sacramento es la Palabra dramatizada, lo cual es algo que Dios hizo con frecuencia en el Antiguo Testamento. Él no solo hablaría su Palabra, sino que también haría que los profetas a veces actuaran la Palabra, a veces de maneras extrañas. Y no sólo eso, sino que instituyó ceremonias que tenían un significado simbólico como la circuncisión. Como la Pascua. Y Él decía: “Haz estas cosas como un memorial”. Estas son señales visibles y externas del obrar divino invisible, trascendente, real y poderoso. Y así es como nos comunicamos de una manera normal como seres humanos.
Mientras estoy aquí de pie hablando con ustedes, por ejemplo, no sólo muevo los labios y digo palabras, sino que estoy gesticulando y mis brazos vuelan y me muevo por doquier. Estoy tratando de mejorar las palabras que estoy diciendo con acciones corporales – con movimientos externos, visibles o señales dramáticas. Y eso es lo que está pasando aquí con la celebración de los sacramentos. Que Dios se comunica a nuestros ojos, a nuestros oídos, a nuestra boca y a todo eso, la verdad de su Palabra a través de la dramatización de esta en virtud de estas señales visibles. Pero no sólo las señales, sino que también entendemos que los sacramentos son sellos.
Y un sello en el mundo antiguo era algo que garantizaba la autenticidad de la palabra de alguien. Si un rey emitía un decreto, usaba su anillo de señalización que tenía relieves, lo presionaría en la cera y pondría un sello en el edicto lo cual identificaba que el edicto provenía del que estaba en autoridad para emitir el decreto.
Y así, para nosotros, los sacramentos representan el sello de las promesas de redención por parte de Dios. Son sus garantías visibles para todos los que creen que recibirán todos los beneficios que se nos ofrecen en Cristo.