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Nota del editor: Este es el quinto y último capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo II
El siglo II después de la muerte y resurrección de nuestro Señor (d. C.) no fue, a pesar de algunos reclamos modernos que afirman lo contrario, el segundo siglo de la era común (e. c.). En el transcurso del siglo II, el antiguo sistema de fechado aún no había sido cambiado, pero sí fueron alteradas todas las realidades. La levadura del reino estaba en el pan del mundo y ya nada podía detener lo que iba a suceder. Veinte siglos después, esas mismas realidades paganas permanecen deshechas para siempre, por más que nuestros modernos e iluminados académicos jueguen con el sistema de fechas en sus artículos de revistas, haciendo guiños como acostumbran.
En el siglo II, la Iglesia cristiana aún no había derrocado el sistema pagano existente, sin embargo, la confianza de estos cristianos era asombrosa. Ellos sabían que algo había sucedido en el siglo anterior que había alterado la historia humana. No había sido mucho tiempo atrás; todavía era algo vívido para ellos. Incluso a mediados del siglo, año 150 d. C., había hombres y mujeres que aún recordaban la forma en que el apóstol Juan solía enseñarles. Recordaban las historias que les contaba sobre la manera en que el Señor Jesús vivió y cómo enseñó. Pero por encima de todo, recordaban el testimonio de Juan sobre cómo una mañana corrió hacia una tumba vacía. La ropa de sepultura estaba allí, pero nada más. Luego, Juan salió afuera con Pedro a un mundo nuevo. Tomó algún tiempo para que ese mundo se diera cuenta, pero ya nada volvería a ser lo mismo.

Para el siguiente siglo, la novedad de la nueva creación aún no se había borrado de la mente de los cristianos. Para poner esto en perspectiva, a inicios del siglo II, la resurrección del Señor tenía la misma relación histórica para ellos (en términos del tiempo transcurrido) que la que tiene el asesinato de John F. Kennedy para los estadounidenses. El recuerdo de Poncio Pilato como gobernador regional todavía estaba vivo en la memoria de la gente; no era un nombre histórico aislado perdido en los libros de una biblioteca.
Pero la razón por la que hemos perdido esta perspectiva no es el mero resultado del paso del tiempo. Nuestro problema se debe a que nos hemos adaptado a los prejuicios de la Ilustración, que son simplemente una forma revivida de gnosticismo, el gran enemigo de la Iglesia en el siglo II. En otras palabras, los antiguos cristianos defendían ferozmente ciertas realidades históricas contra aquellos que querían una religión de proposiciones, verdades y principios religiosos eternos. La fe cristiana enseñó que la Verdad última tenía un rostro y dos manos, y trabajaba en un taller de carpintería. Si los teléfonos se hubieran inventado en aquel entonces, Su nombre habría estado en la guía telefónica bajo la «H» de «Hijo de David».
El gnosticismo sostenía que había una fuerte división entre lo espiritual y lo material, y que lo espiritual era puro y etéreo, mientras que lo material era corrupto y burdo. Sin embargo, si el mundo material era tan malo, ¿cómo era posible que alguien aquí abajo, como los gnósticos, tuviera una idea precisa de lo que estaba pasando? La respuesta gnóstica fue que unos pocos privilegiados tenían una chispa divina dentro de ellos, una gnosis secreta, un conocimiento, que los guiaba.
Ahora, una de las razones por la que gran parte del mundo cristiano de hoy está espiritualmente moribundo es porque hemos dejado de luchar contra las formas de Ilustración contemporáneas del gnosticismo. El reino espiritual puro está formado por proposiciones abstractas en nuestras declaraciones de fe y sabemos que estas son verdaderas debido a esa gnosis en nuestros corazones a la que ahora nos deleitamos en llamarle una relación personal con Jesús.
Al decir esto, es importante explicar de inmediato lo que no quiero decir. No me refiero a alguna forma de incredulidad en las proposiciones confesionales correctamente entendidas. Más bien me opongo a esa incredulidad en las proposiciones, esa que se logra mediante una artimaña mental muy sutil. Jesús dijo que los líderes judíos escudriñaban las Escrituras porque pensaban que en ellas tenían la vida. Pero esas Escrituras, dijo Jesús, daban testimonio de Él.
La verdad proposicional, ya sea que se encuentre en el libro de Romanos o en La confesión de fe de Westminster, debe entenderse como una ventana a través de la cual miramos. Todo enunciado verdadero, correctamente manejado, es una ventana a través de la cual un hombre puede ver. Pero todo enunciado verdadero también puede convertirse en un mural, en el que un hombre muy «conservador» puede mirar ciegamente. Y si alguien le señala que los objetos en ese mural están vivos, hasta lo acusa en un tribunal.
Y claro que existe tal cosa como una verdadera relación con Jesucristo, Él es el Esposo y nosotros somos Su novia pactual. Dios será nuestro Dios y nosotros seremos Su pueblo. Y esta relación es mucho más gloriosa que una chispa gnóstica escondida en el rincón del corazón de un hombre.
Los cristianos del siglo II sabían por fe que todas estas cosas habían sucedido apenas ayer. Nuestro deber es creer de la misma manera, porque Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y por siempre.