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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo IX
En medio de las agitadas controversias del siglo IX, surgió una potente voz a favor de la gracia soberana: la de un desconocido monje alemán llamado Gottschalk de Orbais (Godescalco por su nombre en latín), quien vivió alrededor del 804 al 869. Al igual que Agustín antes de él, y que Lutero y Calvino luego de él, Godescalco tenía una conciencia viva de la soberanía de Dios en la salvación, y aplicó eso a su turbulenta generación. Fue en esta sombría hora de la historia que este teólogo medieval se puso en la brecha para sostener el estandarte de las doctrinas de la gracia.
Nacido en lo que hoy es Maguncia, Alemania, Godescalco era hijo de un noble respetado, el conde Berno de Sajonia. Debido a la insistencia de su padre, hizo un voto monástico para toda la vida cuando aún era niño, pero al llegar a la madurez, Godescalco intentó librarse de este compromiso y dejar el monasterio. Sin embargo, la Iglesia no quiso liberarlo y así surgió una larga rivalidad entre ambos.


A modo de concesión, a Godescalco se le permitió trasladarse al monasterio de Orbais, al noreste de Francia, donde ocurrió algo inesperado. Godescalco se volvió un ávido lector de Agustín (354-430), el maestro más influyente de la Iglesia temprana en Occidente. Con el obispo de Hipona como su mentor teológico, Godescalco vio claramente la verdad bíblica de la relación inseparable entre la depravación humana, la elección incondicional y la regeneración monergista. De inmediato, estas grandiosas verdades cual rayo golpearon su alma e inflamaron su corazón con una ardiente pasión por Dios. Lejos de ser un mero ejercicio intelectual, estas doctrinas que exaltan a Dios transformaron su vida y le infundieron un celo santo.
Godescalco comenzó a viajar a muchos lugares predicando estas doctrinas dondequiera que iba. Pronto otros monjes fueron convencidos de adoptarlas. Las doctrinas de la gracia soberana ahora tenían un nuevo héroe, que emprendió una peregrinación a Roma y difundió las enseñanzas agustinas por Italia, los Balcanes y Bulgaria, aunque no sin conflictos.
Citado a comparecer ante el Sínodo de Maguncia (848), Godescalco tuvo que responder por sus audaces enseñanzas sobre las doctrinas de la gracia. Ante el rey y los oficiales eclesiásticos, confesó su férrea creencia en la soberanía de Dios en la salvación. Afirmó que su doctrina era fiel a las Escrituras y consistente con Agustín. Sin embargo, el sínodo resolvió en contra de Godescalco y lo entregó a la custodia del obispo más poderoso de Francia, el arzobispo de Reims, llamado Hincmaro (aprox. 806-882).
Hincmaro ordenó que Godescalco se presentara ante el Sínodo de Chiersy (849), donde fue acusado de herejía. En específico, se le acusó de gemina pradestinatio, doble predestinación, punto en el que él fue incluso más allá que su maestro Agustín. Dios no solo predestinó eternamente a Sus elegidos para vida eterna; Godescalco también sostuvo que preordenó a todos los réprobos para muerte eterna. Cuando Godescalco se negó a retractarse, el sínodo lo condenó como hereje y lo azotó casi hasta matarlo. Sus libros fueron quemados públicamente y él fue encarcelado en Hautvillers.
Algunos líderes eclesiásticos importantes se mostraron indignados por este trato injusto. ¿Acaso Godescalco no había simplemente enseñado la misma teología esencial que Agustín? Varios le ofrecieron su apoyo, entre ellos figuras notables como Remigio, arzobispo de Lyon (m. 875), Floro de Lyon (m. 860), Prudencio de Troyes (m. 861) y Ratramno de Corbie. Estos hombres afirmaron que Godescalco no era el único que creía las doctrinas de la gracia soberana que tanto exaltan a Dios. Estuvieron con él, aunque Floro le aconsejó que les predicara el evangelio, no la elección, a los perdidos.
Con tales líderes eclesiásticos respetables adoptando esta actitud firme, la controversia se puso al rojo vivo. Por la insistencia del rey de Francia, se convocó el Sínodo de Chiersy (849) para resolver este dilema teológico. Lamentablemente, esta reunión mal guiada adoptó una posición semipelagiana y Godescalco fue mantenido en prisión por las siguientes dos décadas.
Aun en un tiempo en que hacerlo era mal visto, Godescalco se aferró a las doctrinas de la gracia. El centro de gravedad de su pensamiento era la creencia fundamental en la autoridad suprema de Dios para gobernar cada área de la creación y la vida, incluyendo la salvación. Nadie iba a poder sacarlo de ese refugio. Las siguientes líneas representan su enseñanza:
Depravación total
Al igual que Agustín antes de él, Godescalco estaba convencido de que toda la humanidad estaba en Adán y de que, cuando el primer hombre pecó, toda la humanidad cayó con él en la muerte. En su estado pecaminoso, el hombre, creía él, hereda una «depravación total de la voluntad y la mente… [y es] incapaz de desear el bien a menos que sea eficazmente capacitado por la gracia divina. Solo es capaz de pecar y no de hacer lo bueno». Godescalco añadió: «Luego de que el primer hombre cayó por su libre albedrío, ninguno de nosotros puede usar el libre albedrío para hacer el bien, sino solo para hacer el mal». Es decir, el albedrío del hombre es libre, pero no tiene el deseo de hacer el bien porque está corrompido por el pecado.
Elección soberana
Godescalco también sostuvo la doctrina de la elección incondicional. Creía que Dios ha «elegido a un mundo de entre el mundo». Escribió: «Antes de todos los mundos y antes de todo lo que Dios hizo en el comienzo, Él preordenó a los que Él quiso para el Reino». Dios no puede alterar y no alterará Su decreto de salvación. «Dios el Inmutable predestinó inmutablemente antes de la fundación del mundo a todos Sus elegidos para vida eterna por Su libre gracia».
Expiación definida
Sin embargo, a diferencia de Agustín, Godescalco enseñó la muerte específica de Cristo por los elegidos: «Nuestro Dios y Maestro Jesucristo [fue] crucificado solo por los elegidos». Se ha dicho que Godescalco esbozó la primera articulación y defensa clara de la redención particular en la historia de la Iglesia. Aunque otros antes de él habían realizado afirmaciones sólidas sobre los aspectos básicos de esta doctrina, Godescalco fue el primero en demostrar la estrecha relación entre la predestinación y la extensión de la expiación. Escribió que «Cristo murió solo por los elegidos», afirmando así que Cristo murió exclusiva y triunfantemente por los pecados de Su pueblo.
Llamamiento irresistible
Godescalco estaba convencido de que el nuevo nacimiento es por completo obra de Dios. El Espíritu Santo debe llevar al pecador a la fe en Cristo. Escribió: «Corremos en una dirección que es beneficiosa para nuestra salvación cuando somos traídos por Dios». Creía que el Espíritu Santo les da vida a los pecadores espiritualmente muertos, les otorga fe salvífica a los elegidos y recrea las almas elegidas. En un himno, Godescalco escribió: «Oh, Santo Espíritu, Tú les das vida instantánea a aquellos en los que soplas… Junto al Padre y al Hijo, Tú vuelves a crear a Tus almas elegidas, y cuando son recreadas, Tú también las glorificas».
Gracia perseverante
Godescalco afirmaba que todos a los que Dios elige están seguros por la eternidad y nunca pierden su salvación. «Aquellos que han sido preordenados para el Reino no pueden perecer». En esta doctrina, Godescalco era consistente con Agustín.
Sin embargo, el punto más notable en el que Godescalco fue más allá que su mentor Agustín fue la doctrina de la reprobación. Si bien Agustín creía en la predestinación simple, que Dios elige a Sus elegidos y simplemente pasa por alto a los no elegidos, Godescalco enseñó de manera explícita que «la predestinación es doble, ya sea de los elegidos para la paz o de los réprobos a la muerte». Es decir, Dios preordena a los no elegidos para reprobación, no como una condenación justa, sino porque Dios así quiso hacerlo. Él creía que el decreto de reprobación se encontraba en Dios: «El número preciso de los no elegidos está especificado por un decreto eterno de Dios, una predestinación para muerte que es paralela al decreto de elección para vida».
Godescalco promovió la posición infralapsaria al sostener que el decreto de elección de Dios sucedió a Su decreto de permitir la caída y no que lo precedió (supralapsarianismo). Es decir, la maldad de la humanidad en la caída fue la razón de la reprobación: «Dios mismo por Su justo juicio predestinó inmutablemente a muerte eterna a todos los réprobos, que en el día del juicio serán condenados en conformidad a sus propias malas obras». Dicho de otro modo, Dios predestinó a algunos para reprobación porque Él sabía que eran pecadores. Sin embargo, se debe aclarar que Godescalco no creía que Dios predestinara a alguno a pecar. Todas las transgresiones son exclusiva responsabilidad del hombre, no de Dios.
Según Godescalco, la reprobación no era un decreto específico, como considera el supralapsarianismo, sino un tema de preconocimiento. En sus propias palabras, Godescalco aseveró: «Creo y confieso que Dios preconoció y preordenó a los santos ángeles y a los hombres elegidos a una vida eterna inmerecida, pero igualmente que Él preordenó al diablo con todas sus huestes y con todos los hombre réprobos, a causa de sus preconocidas futuras malas obras, en un justo juicio, para una merecida muerte eterna».
Godescalco murió el 30 de octubre del año 869 luego de pasar los últimos veinte años de su vida en prisión y haber sufrido «azotes asesinos». Se dice que, lamentablemente, se volvió loco poco antes de morir. Despreciado por la clase religiosa dominante, a Godescalco se le negó una sepultura cristiana y fue enterrado en suelo profano.
Hasta el final, Godescalco mantuvo una profunda convicción de la soberanía de Dios. Las verdades de la gracia soberana fueron tanto la causa de sus sufrimientos como su consuelo en ellos. Muchos se unieron a Godescalco para dar testimonio de esas verdades, pero solo él fue perseguido como maestro hereje, ya que la oposición sentía que solo él era peligroso para su sistema de iglesia. Sin embargo, a pesar de que sus enemigos lo asediaron, Godescalco ha sido vindicado por los héroes de la fe como un mártir de la verdad.
Oremos para que Dios cause un resurgimiento de tal doctrina centrada en Dios en Su Iglesia una vez más. Esta sigue siendo nuestra mayor necesidad.