


Bienaventurados los pobres en espíritu
21 junio, 2021


Bienaventurados los que lloran
23 junio, 2021La salvación es del Señor


Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Por qué somos reformados
La verdad central de la gracia salvadora de Dios se expone brevemente en la afirmación: «La salvación es del Señor». Esta declaración rotunda significa que cada aspecto de la salvación del hombre procede de Dios y depende totalmente de Él. Nuestra única contribución es el pecado que fue echado sobre Jesucristo en la cruz. El apóstol Pablo lo afirmó cuando escribió: «De Él, por Él y para Él son todas las cosas» (Rom 11:36). Es decir, la salvación está determinada por Dios, comprada por Dios, aplicada por Dios y asegurada por Dios. De principio a fin, la salvación es solo del Señor.
Esta verdad se resume mejor en las doctrinas de la gracia, que son la depravación total, la elección incondicional, la expiación definitiva, el llamamiento eficaz y la gracia preservadora. Estas verdades presentan al Dios trino como autor de nuestra salvación de principio a fin. Cada miembro de la Divinidad —Padre, Hijo y Espíritu— tiene un papel en la redención y trabajan juntos como un solo Dios para rescatar a los que perecen bajo la ira divina. En perfecta unidad, las tres personas divinas realizan el trabajo que los pecadores condenados al infierno, totalmente incapaces de salvarse a sí mismos, no pueden hacer.
DEPRAVACIÓN TOTAL
El primer hombre, Adán, pecó, y su transgresión y culpabilidad se imputaron inmediatamente a toda la humanidad (excepto a Cristo). Por este único acto de desobediencia, quedó moralmente contaminado en cada parte de su ser: mente, afectos, cuerpo y voluntad. Por este pecado, la muerte entró en el mundo y la comunión de Adán con Dios se rompió.
La culpa y la corrupción de Adán se transmitieron a su descendencia natural en el momento de la concepción. A su vez, cada uno de los hijos de sus hijos heredó esta misma caída radical. Posteriormente, se ha transmitido a cada generación hasta el día de hoy. La naturaleza perversa de Adán se ha extendido a toda la persona. Sin la gracia, nuestras mentes están oscurecidas por el pecado, incapaces de comprender la verdad. Nuestros corazones están contaminados, son incapaces de amar la verdad. Nuestros cuerpos están moribundos, avanzando hacia la muerte física. Nuestras voluntades están muertas, incapaces de elegir el bien. La incapacidad moral para agradar a Dios plaga a toda persona desde su entrada en el mundo. En su estado no regenerado, nadie busca a Dios. Nadie es capaz de hacer el bien. Todos están bajo la maldición de la ley, que es la muerte eterna.
ELECCIÓN INCONDICIONAL
Mucho antes de que Adán pecara, Dios ya había decretado y determinado la salvación para pecadores. En la eternidad pasada, el Padre eligió en Cristo a un pueblo que sería salvo. Antes de que comenzara el tiempo, Dios eligió a muchos de entre la humanidad a los que se propuso salvar de Su ira. Esta selección no se basó en ninguna fe que había visto previamente en aquellos que Él eligió. Tampoco fue impulsada por la bondad inherente de ellos. En cambio, según Su infinito amor e inescrutable sabiduría, Dios puso Su afecto en Sus elegidos.
El Padre entregó a los elegidos a Su Hijo para que fueran Su esposa. Cada uno de los elegidos fue predestinado por el Padre para ser conformado a la imagen de Su Hijo y cantar Sus alabanzas por siempre. El Padre encargó a Su Hijo que entrara a este mundo y entregara Su vida para salvar a estos mismos elegidos. Asimismo, el Padre encargó al Espíritu que llevara a estos mismos elegidos a la fe en Cristo. El Hijo y el Espíritu convinieron libremente en todas estas decisiones, haciendo que la salvación sea la obra indivisa del Dios trino.
EXPIACIÓN DEFINITIVA
En la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a Su Hijo para que entrara en este mundo caído con la misión de redimir a Su pueblo. Nació de una virgen, sin naturaleza pecaminosa, para vivir una vida sin pecado. Jesús nació bajo la ley divina para obedecerla plenamente en nombre de los pecadores desobedientes que la han infringido repetidamente. Esta obediencia activa de Cristo satisfizo todas las justas exigencias de la ley. Al cumplir la ley, el Hijo de Dios alcanzó una justicia perfecta, que se atribuye a los pecadores creyentes de manera que son declarados justos, o justificados, ante Dios.
Esta vida sin pecado de Jesús le capacitó aún más para ir a la cruz y morir en lugar de los pecadores culpables y condenados al infierno. En la cruz, Jesús cargó con toda la ira del Padre por los pecados de Su pueblo. En esta muerte vicaria, el Padre transfirió a Su Hijo los pecados de todos los que creyeran en Él. Como sacrificio por el pecado, Jesús sufrió una muerte sustitutiva en lugar de los elegidos de Dios. En la cruz, propició la justa ira de Dios hacia los elegidos. Mediante la sangre de la cruz, Jesús reconcilió al Dios santo con el hombre pecador, estableciendo la paz entre ambas partes. En Su muerte redentora, compró a Su esposa —Su pueblo elegido— para quitar de ella la esclavitud del pecado y liberarla.
La muerte de Jesús no se limitó a hacer a toda la humanidad potencialmente salvable, ni se limitó a conseguir un beneficio hipotético que puede ser aceptado o no. Su muerte tampoco se limitó a hacer redimible a toda la humanidad. En cambio, Jesús efectivamente redimió a un pueblo concreto mediante Su muerte, asegurando y garantizando su salvación. Ni una gota de la sangre de Jesús fue derramada en vano. Ciertamente salvó a todos por los que murió. Esta doctrina de la expiación definitiva se denomina a veces expiación limitada.
LLAMAMIENTO EFICAZ
Con un mismo propósito, el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo al mundo para aplicar esta salvación a los elegidos y redimidos. El Espíritu vino para convencer a los elegidos de pecado, justicia y juicio y para convertir al Hijo a todos los que el Padre le entregó. En el momento divinamente señalado, el Espíritu quita a cada elegido su corazón incrédulo de piedra, endurecido y muerto en el pecado, y lo sustituye por un corazón creyente de carne, receptivo y vivo para Dios. El Espíritu da la vida eterna al alma espiritualmente muerta. Concede a los hombres y mujeres elegidos los dones del arrepentimiento y la fe, capacitándolos para creer que Jesucristo es el Señor.
De repente, todas las cosas son hechas nuevas. La nueva vida del Espíritu produce un nuevo amor por Dios. Los nuevos deseos de obedecer la Palabra de Dios producen una nueva búsqueda de la santidad. Hay una nueva dirección de vida, vivida con una nueva pasión por Dios. Estos nacidos de nuevo dan pruebas de su elección por medio del fruto de justicia.
Este llamado del Espíritu es eficaz, lo que significa que los elegidos ciertamente responderán cuando les sea hecho. No se resistirán a él hasta el final. Por ello, la doctrina del llamamiento eficaz a veces es llamada como la doctrina de la gracia irresistible.
GRACIA PRESERVADORA
Una vez convertido, todo creyente es guardado eternamente por las tres personas de la Trinidad. A todos los que Dios conoció y predestinó en la eternidad pasada, los glorificará en la eternidad futura. Ningún creyente abandonará o caerá definitivamente. Todo creyente está firmemente sujeto por las manos soberanas del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para que nunca se pierda. Ninguna de las ovejas de Jesús, por las que Él dio Su vida, perecerá. El Espíritu Santo sella permanentemente en Cristo a todos los que atrae a la fe. Una vez nacido de nuevo, ninguno puede volverse no nacido de nuevo. Una vez que se es creyente, nadie puede convertirse en incrédulo. Una vez salvado, ninguno podrá dejar de serlo jamás. Dios los preservará en la fe para siempre, y perseverarán hasta el final. Por ello, la doctrina de la gracia preservadora suele llamarse doctrina de la perseverancia de los santos.
De principio a fin, la salvación es del Señor. En realidad, estas cinco doctrinas de la gracia forman un cuerpo global de verdades acerca de la salvación. Están inseparablemente conectadas y, por tanto, se mantienen o caen juntas. Abrazar una de las cinco requiere abrazar las cinco. Negar una es negar las demás y fracturar la Trinidad, poniendo a las tres personas en conflicto. Estas doctrinas hablan juntas a una sola voz para dar la mayor gloria a Dios. Esta teología elevada produce una doxología elevada. Cuando se entiende correctamente que solo Dios —Padre, Hijo y Espíritu— salva a los pecadores, toda la gloria es para Él.