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Martín Lutero fue un gigante en la historia. Algunos creen que fue la figura europea más relevante en el segundo milenio. Fue el precursor de la Reforma, el que Dios usó por primera vez para comenzar una transformación del cristianismo y del mundo occidental. Fue el líder indiscutible de la Reforma alemana. En un tiempo de corrupciones eclesiásticas y apostasías, él fue un valiente campeón de la verdad; su poderosa predicación y pluma ayudaron a restaurar el evangelio puro. Se han escrito más libros sobre él que de cualquier otro personaje de la historia, a excepción de Jesucristo y posiblemente Agustín.
Lutero provenía de un pueblo obrero. Nació en la pequeña localidad de Eisleben, Alemania, el 10 de noviembre de 1483. Su padre, Hans, era un minero del cobre que con el tiempo ganó algo de riqueza gracias a un interés compartido en minas, fundiciones y otras empresas comerciales. Su madre era muy devota pero religiosamente supersticiosa. Lutero fue educado bajo las estrictas disciplinas de la Iglesia católica romana y fue preparado por su padre trabajador para ser un exitoso abogado. Con este fin, siguió una educación en Eisenach (1498-1501) y posteriormente en la Universidad de Erfurt en filosofía. En esta última, completó el grado de licenciatura en 1502, y el grado de maestría en 1505.


La vida de Lutero dio un giro inesperado en julio de 1505, cuando tenía veintiún años. Fue atrapado en una fuerte tormenta y cayó al suelo debido a la caída de un rayo cercano a él. Aterrado, gritó a la protectora católica de los mineros: «Santa Ana, ¡ayúdame y me convertiré en monje!». Lutero sobrevivió a la tormenta y cumplió su dramático juramento. Dos semanas después, ingresó al monasterio agustino de Erfurt. Su padre estaba furioso por la educación aparentemente desperdiciada de Lutero, pero él estaba determinado a cumplir su promesa.
Perdido en la justicia propia
En el monasterio, Lutero se vio impulsado a encontrar la aceptación de Dios mediante obras. Él escribió: «Me torturé con oración, ayuno, vigilias e intenso frío; solamente la helada podría haberme matado… ¿Qué más buscaba al hacer esto sino a Dios, quien se suponía que debía notar mi observancia estricta de la orden monástica y mi vida austera? Caminaba constantemente en sueños y vivía en una verdadera idolatría, porque no creía en Cristo: lo consideraba solo como un Juez severo y terrible retratado como sentado sobre un arcoiris». En otra parte, él recordó: «Cuando era monje, me cansé mucho durante casi quince años con el sacrificio diario, me torturaba con ayunos, vigilias, oraciones y otras obras muy rigurosas. Pensé seriamente en obtener la justicia por mis obras».
En 1507, Lutero fue ordenado sacerdote. Cuando celebró su primera misa, mientras sostenía el pan y la copa por primera vez, estaba tan asombrado ante la idea de la transubstanciación que casi se desmaya. «Estaba completamente atónito y aterrorizado», confesó. «Pensé, ¿quién soy yo para que levante mis ojos o alce mis manos a la divina majestad? Pues soy polvo y ceniza, estoy lleno de pecado, y le hablo al Dios vivo, eterno y verdadero». El temor solo agravó su lucha personal por ser aceptado por Dios.
En 1510, Lutero fue enviado a Roma, donde fue testigo de la corrupción de la Iglesia romana. Subió a la Scala Sancta («la escalera santa»), supuestamente la misma escalera que subió Jesús cuando se presentó ante Pilato. Según las fábulas, los escalones se habían trasladado de Jerusalén a Roma, y los sacerdotes afirmaban que Dios perdonaba los pecados de quienes subían las escaleras de rodillas. Lutero lo hizo, repitiendo el padrenuestro, besando cada escalón y buscando la paz con Dios. Pero cuando llegó al último escalón, miró hacia atrás y pensó: «¿Quién sabe si esto es cierto?». No se sentía más cercano a Dios.
Lutero recibió su título de doctor en teología de la Universidad de Wittenberg en 1512 y allí fue nombrado profesor de Biblia. Increíblemente, Lutero mantuvo este puesto de profesor durante los siguientes treinta y cuatro años, hasta su muerte en 1546. Una pregunta lo consumió: ¿Cómo un hombre pecador puede ser justificado ante un Dios santo?
En 1517, un dominicano itinerante llamado Johann Tetzel comenzó a vender indulgencias cerca de Wittenberg con la oferta del perdón de los pecados. Esta práctica grosera había sido inaugurada durante las Cruzadas para recaudar fondos para la iglesia. Los plebeyos podían comprar en la iglesia una carta que supuestamente liberaba a un ser querido fallecido del purgatorio. Roma se benefició enormemente de esta farsa. En este caso, las ganancias estaban destinadas a ayudar al papa León X a financiar una nueva Basílica de San Pedro en Roma.
Este horrible abuso enfureció a Lutero. Decidió que debía haber un debate público sobre el asunto. El 31 de octubre de 1517, clavó una lista de noventa y cinco tesis sobre las indulgencias en la puerta principal de la iglesia del castillo en Wittenberg. Clavar esas tesis en la puerta de la iglesia era una práctica común en los debates académicos de la época. Lutero esperaba provocar un diálogo tranquilo en la facultad, no una revolución popular. Pero una copia cayó en manos de un impresor, que se aseguró de que las noventa y cinco tesis fueran impresas y se difundieran a lo largo de Alemania y Europa en unas pocas semanas. Lutero se convirtió en un héroe de la noche a la mañana. Con eso, esencialmente nació la Reforma.
La experiencia en la torre
Es posible que Lutero todavía no fuera convertido. En medio de sus luchas espirituales, Lutero se había obsesionado con Romanos 1:17: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe; como está escrito: «más el justo por la fe vivirá». Lutero había entendido que la justicia de Dios significa Su justicia activa, Su justicia vengativa, por la cual Él castiga el pecado. En esos términos, admitió que odiaba la justicia de Dios. Pero mientras estaba sentado en la torre de la iglesia del castillo en Wittenberg, Lutero meditó sobre este texto y luchó con su significado. Él escribe:
Aunque viví como monje sin reproche, sentí que era un pecador ante Dios con una conciencia extremadamente perturbada. No podía creer que mi satisfacción lo apaciguara. Yo no amaba, sí, odiaba al Dios justo que castiga a los pecadores, y en secreto, si no de manera blasfema, ciertamente murmurando mucho, estaba enojado con Dios, y dije: «¡Como si, de hecho, no fuera suficiente, que los miserables pecadores perdidos eternamente debido al pecado original, sean quebrantados por toda clase de calamidades por la ley del Decálogo, sin necesidad Dios agrega dolor al dolor con el evangelio y también con el evangelio nos amenaza con Su justicia e ira!». Así que me enfurecí con una conciencia feroz y turbada. Sin embargo, golpeé importunamente a Pablo en ese lugar, deseando ardientemente saber lo que quería san Pablo.
Por fin, por la misericordia de Dios, meditando día y noche, presté atención al contexto de las palabras, específicamente: «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela… como está escrito:
«más el justo por la fe vivirá». Allí comencé a comprender que la justicia de Dios es aquello por lo cual el justo vive por un don de Dios, es decir, por la fe. Y este es el significado: la justicia de Dios es revelada por el evangelio, es decir, la justicia pasiva con la que el Dios misericordioso nos justifica por la fe, como está escrito: «más el justo por la fe vivirá». Aquí sentí que había nacido de nuevo y que había entrado en el mismo paraíso por las puertas abiertas. Allí se me mostró una cara totalmente diferente de toda la Escritura. Entonces repasé la Escritura de memoria. También encontré en otros términos una analogía, como la obra de Dios, es decir, lo que Dios hace en nosotros, el poder de Dios, con el que nos fortalece, la sabiduría de Dios, con el que nos hace sabios, la fuerza de Dios, la salvación de Dios, la gloria de Dios.
Se discute el momento de la conversión de Lutero. Algunos piensan que tuvo lugar ya en 1508, pero el propio Lutero escribió que ocurrió en 1519, dos años después de haber publicado sus noventa y cinco tesis. Más importante es la realidad de su conversión. Lutero se dio cuenta de que la salvación era un regalo para el culpable, no una recompensa para el justo. El hombre no es salvo por sus buenas obras, sino confiando en la obra consumada de Cristo. Por lo tanto, la justificación por la fe sola se convirtió en el principio central de la Reforma.
Atacando la autoridad papal
La justificación por la fe sola chocó con la enseñanza de Roma sobre la justificación por la fe y las obras. Así, el papa denunció a Lutero por predicar «doctrinas peligrosas» y lo convocó a Roma. Cuando Lutero se negó, fue llamado a Leipzig en 1519 para un debate público con John Eck, un prominente teólogo católico. En esta disputa, Lutero afirmó que un concilio de la iglesia podía equivocarse, un punto que había sido señalado por John Wycliffe y Jan Hus.
Lutero continuó diciendo que la autoridad del papa era una invención moderna. Esa superstición religiosa, exclamó, se oponía al Concilio de Nicea y a la historia de la iglesia. Peor aún, contradecía la Escritura. Al adoptar esta postura, Lutero irritó el principal nervio de Roma: la autoridad papal.
En el verano de 1520, el papa emitió una bula, un edicto sellado con una estampa o sello rojo. El documento comenzaba diciendo: «Levántate, oh, Señor, y juzga Tu causa. Un cerdo salvaje ha invadido tu viña». Con estas palabras, el papa se refería a Lutero como un animal desenfrenado que causaba estragos. Cuarenta y una de las enseñanzas de Lutero fueron consideradas heréticas, escandalosas o falsas.
Con eso, Lutero tuvo sesenta días para arrepentirse o sufrir la excomunión. Él respondió quemando públicamente la bula papal. Esto fue nada menos que un desafío abierto. Thomas Lindsay escribe: «Es casi imposible para nosotros en el siglo XX imaginar la sensación que recorrió Alemania, y de hecho por toda Europa, cuando fue difundida la noticia de que un pobre monje había quemado la bula del papa». Pero, aunque fue aclamado por muchos, Lutero era un hombre marcado a los ojos de la iglesia.
La Dieta de Worms: la postura de Lutero
En 1521, el joven emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos V, convocó a Lutero para que se presentara en la Dieta de Worms en Worms, Alemania, para retractarse oficialmente. Al monje renegado le mostraron sus libros en una mesa a la vista de todos. Luego le preguntaron a Lutero si se retractaría de las enseñanzas de los libros. Al día siguiente, Lutero respondió con sus ahora famosas palabras: «A menos que esté convencido mediante el testimonio de la Escritura o por una razón clara (porque no confío ni en el papa ni en los concilios, ya que es bien sabido que ellos muchas veces se han equivocado y se han contradicho), quedo sujeto a los pasajes de la Escritura que he citado y mi conciencia está cautiva de la Palabra de Dios. No puedo ni me retractaré de nada, ya que no es prudente ni correcto ir en contra de la conciencia. No puedo hacer otra cosa, aquí estoy. Que Dios me ayude, amén». Estas palabras desafiantes se convirtieron en un grito de batalla de la Reforma.
Carlos V condenó a Lutero por hereje y le puso un precio alto a su cabeza. Cuando Lutero dejó Worms, disponía de veintiún días para un pasaje seguro a Wittenberg antes de que cayera la sentencia. Mientras estaba en la ruta, algunos de sus seguidores, temiendo por su vida, lo secuestraron y llevaron al castillo de Wartburg. Allí estuvo oculto a la vista del público durante ocho meses. Durante este tiempo de encierro, Lutero comenzó a traducir la Biblia al alemán, el idioma de los plebeyos. A través de este trabajo, las llamas de la Reforma se extenderían aún más rápido.
El 10 de marzo de 1522, Lutero explicó el éxito creciente de la Reforma en un sermón. Con gran confianza en la Palabra de Dios, declaró: «Simplemente enseñé, prediqué y escribí la Palabra de Dios; por otro lado, yo no hice nada. Y mientras dormía… la Palabra debilitó tanto al papado que ningún príncipe o emperador le infligió tales pérdidas. Yo no hice nada, la Palabra lo hizo todo». Lutero vio que Dios lo había usado como portavoz de la verdad. La Reforma no se basó en él y en sus enseñanzas, sino en la base inquebrantable de la Escritura sola.
En 1525, Lutero se casó con Catalina de Bora. Esta mujer asombrosa fue una monja fugitiva comprometida con la causa de la Reforma. Los dos repudiaron sus votos monásticos para poder casarse. Lutero tenía cuarenta y dos años y Catalina veintiséis años. Su unión tuvo seis hijos. Lutero tuvo una vida familiar extremadamente feliz, lo que alivió las demandas de su ministerio.
Hasta el final de su vida, Lutero mantuvo una gran carga laboral al realizar conferencias, predicar, enseñar, escribir y debatir. Este trabajo para la Reforma tuvo un alto precio físico y emocional. Cada batalla extraía algo de él y lo dejaba más débil. Pronto estuvo sujeto a enfermedades. En 1537, se enfermó tanto que sus amigos temieron que pudiera morir. En 1541, volvió a enfermarse gravemente, y esta vez él mismo pensó que pasaría de este mundo. Se recuperó una vez más, pero estuvo plagado de varias dolencias a lo largo de sus últimos catorce años. Entre otras enfermedades, sufrió cálculos biliares e incluso perdió la vista en un ojo.
Fiel hasta el final
A principios de 1546, Lutero viajó a Eisleben, su ciudad natal. Predicó allí y luego viajó a Mansfeld. Dos hermanos, los condes de Mansfeld, le habían pedido que arbitrara una disputa familiar. Lutero tuvo la gran satisfacción de ver a los dos reconciliados.
Esa noche, Lutero se enfermó. A medida que pasaba la noche, los tres hijos de Lutero —Jonas, Martín y Pablo— y algunos amigos estaban a su lado. Inquirieron: «Reverendo padre, ¿estás de acuerdo con Cristo y la doctrina que has predicado?». El reformador respondió con un claro «sí». Murió en la madrugada del 18 de febrero de 1546, a la vista de la fuente donde fue bautizado cuando era infante.
El cuerpo de Lutero fue llevado a Wittenberg mientras miles de personas en duelo se alineaban en la ruta y sonaban las campanas de la iglesia. Lutero fue enterrado frente al púlpito de la iglesia del castillo de Wittenberg, la misma iglesia donde, veintinueve años antes, había clavado sus famosas noventa y cinco tesis en la puerta.
Sobre la muerte de él, su esposa, Catalina, escribió sobre su influencia duradera y su impacto monumental sobre la cristiandad: «Porque, ¿quién no estaría triste y afligido por la pérdida de un hombre tan precioso como lo fue mi querido señor? Hizo grandes cosas no solo por una ciudad o un solo país, sino para el mundo entero». Ella tenía razón. La voz de Lutero resonó en todo el continente europeo en su propia época y ha resonado en todo el mundo a lo largo de los siglos desde entonces.