La demencia de Lutero

Cuarta parte de la serie de enseñanza del Dr. R.C. Sproul "La santidad de Dios".
En este mensaje, el Dr. Sproul considera porqué para algunos Lutero en realidad estaba loco.

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Transcripción

Quiero empezar esta sesión con una pregunta de historia de la Iglesia. Vean si pueden identificar al famoso teólogo, que fue alguna vez descrito por un contemporáneo, que tenía más autoridad que él, como un cerdo salvaje. Ahora mismo, es obvio, que ya el nombre está en sus mentes. Me estoy refiriendo, por supuesto, a Martín Lutero y el que se refirió a él como un cerdo salvaje fue el Papa León.

En la bula papal con la que se excomulgó a Lutero, el nombre de la bula era Exsurge Dominae, la cual se tomó de las primeras líneas de la siguiente declaración papal que fue enviada desde el Vaticano y el texto empieza con lo siguiente: “Levántense, oh señores. Defiendan su causa, pues,” como continúa el Papa diciendo, “hay un jabalí suelto que anda en la viña.” Según la leyenda, el Papa León tenía mucho que decir de Lutero después que éste publicara sus noventa y cinco tesis, las que habían creado tanto revuelo por toda Alemania; y tal controversia que se extendió por Europa y que llegó al Vaticano en Roma. Cuando León se dio cuenta, él dijo: “¡Ah, es un alemán borracho! Va a cambiar de opinión cuando esté sobrio.” Y les digo esto para resaltar el hecho de que en el Siglo XVI era aceptable que en las disputas teológicas no se discutiera los asuntos en un tono gentil o muy educado, sino más bien en una forma bastante mordaz de debate polémico. Así que, si leen los escritos del siglo XVI, en ambos lados de la controversia, pareciera como si estas personas son implacables en sus ataques unos a otros. Pero aún en medio de tal multitud de polemistas despiadados, Martín Lutero era único en su especie. Era tan intransigente, tan rimbombante, a veces tan grosero, que algunos han sugerido que él sufría de un problema mental. Eso es lo que me gustaría tratar en esta sesión.

El juicio desde la perspectiva de psicoanálisis del siglo XX es, o se ha establecido, que Martín Lutero estaba, de hecho, demente y si ustedes son protestantes y ese veredicto es cierto, eso significa que las raíces de su propia persuasión religiosa podrían originarse en un loco. Ahora, es un tanto fascinante ver cómo los historiadores pueden pensar que pueden volver al pasado y ver crecer la hierba desde la perspectiva de dos mil años después. Bueno no hay límites para el optimismo de ciertos psicoanalistas que piensan que pueden volver atrás en las páginas de la historia y desde una gran distancia ser capaces de diagnosticar el estado psicológico de alguien que vivió hace 400 o 500 años atrás, o los que sean. Y están aquellos, quienes han llegado a la conclusión de que Martín Lutero estaba loco, que estaba demente. Pero lo que quiero preguntar es: ¿Por qué? ¿Qué vería la gente en Lutero, que les provocaría pensar que quizás el hombre estaba fuera de sí? Ya les he mencionado esa extraordinaria intransigencia de Lutero. Leemos, por ejemplo, su famosa obra sobre la esclavitud de la voluntad, que es una respuesta al sofisticado, erudito humanista Erasmo de Rotterdam, donde Erasmo había escrito una obra en contra de Lutero titulado “La Diatriba”. Y cuando Lutero le respondió a Erasmo, le diría cosas como estas: “Erasmo, eres tan tonto, un estúpido idiota.” Él decía: “¿Por qué tendré que tomarme el tiempo de escuchar tus endebles argumentos?” Él dijo:” Oh, tú, tú eres elocuente. Tu pluma es maravillosa”. Él dijo: “Pero leer el material que has escrito,” le dijo, “es como ver a alguien caminando por la calle llevando platos de oro y de plata pero que están llenos de estiércol”. Así es como Lutero iniciaba un debate teológico. No voy a traducir esas palabras a la lengua vernácula, pero creo que se entiende la idea. Lutero no sólo era intransigente en su discurso, sino que era claramente neurótico, en especial con su salud. Era hipocondríaco. Toda su vida sufrió de ansiedad nerviosa y un estómago delicado, toda su vida. me identifico con eso. Tenía cálculos renales. Sé qué es eso. Predijo su muerte seis o siete veces. Cada vez que Lutero tenía un dolor de estómago, él estaba seguro de que era algo mortal y siempre estaba chequeando a su alrededor, por si el Ángel de la Muerte estaba por caerle de sorpresa y lo visitaba con algún tipo de juicio.

Sus fobias eran muchas y legendarias. Tenía un miedo tal a la ira de Dios, que al inicio de su ministerio alguien le hizo esta pregunta: “Hermano Martín, ¿Tú amas a Dios?” ¿Saben lo que dijo? Él dijo: “¿Amar a Dios? ¿Me preguntas si amo a Dios? ¿Amo a Dios? A veces odio a Dios. Veo a Cristo como un juez destructor que solo me mira para evaluarme y hacer caer aflicciones sobre mí.” Imagínense a un joven preparándose para el ministerio que declara que pasa por períodos de odio a Dios y que ese odio estaba muy relacionado con este miedo paralizante que Lutero expresó que tenía para con Dios. Sabemos que cuando Lutero era joven, su padre tenía planes para que fuera un distinguido abogado y el viejo Hans Lutero, un minero de carbón en Alemania, ahorró dinero para hacer posible que su hijo vaya a la mejor escuela de derecho en el continente y cuando Lutero llegó a ser estudiante de derecho, se distinguió rápidamente como una de las mentes jóvenes más brillantes en el campo de la jurisprudencia en toda Europa. Pero en medio de esa experiencia, una tarde él estaba regresando a casa, montando a caballo, cuando de repente una tormenta surgió de la nada y Lutero se encontró atrapado en el camino y en medio de una violenta tormenta eléctrica. Y los rayos eran brillantes y los truenos estallaban, cuando de repente un rayo cayó tan, tan cerca de su caballo que Lutero fue arrojado del caballo al suelo y llegó al punto que tuvo tocar su cuerpo para ver si todavía estaba vivo. Allí lo que hizo en medio de ese encuentro tan cercano con la muerte fue clamar: “Santa Ana, ¡Ayúdame! Me convertiré en un monje.” Él tomó esta experiencia dramática como un presagio divino en su vida y como un llamado al ministerio. Así que, para la total decepción de su padre, Lutero abandonó la escuela de derecho y se incorporó a un monasterio donde empezó su entrenamiento para ser un sacerdote.

Ahora, no hay muchas personas que tengan ese tipo de reacción luego de un encuentro cercano con un rayo. Recuerdo hace unos años que en un torneo de golf, en Chicago, tres destacados miembros del tour profesional de Golf resultaron heridos por el impacto de un rayo cercano, incluyendo a Lee Trevino.

Todos sobrevivieron a esta difícil experiencia y poco después Trevino apareció en un programa de entrevistas ,un show donde el anfitrión le dijo: “Señor Trevino, ¿Qué ha aprendido de la experiencia de casi morir por el impacto de un rayo?” Y Trevino sonrió y dijo:” Aprendí que cuando el Todopoderoso quiere ocupar mi turno, es mejor cederle mi lugar”. Y Trevino siguió diciendo: “También he aprendido a tomar precauciones cada vez que esté cerca una tormenta eléctrica.” El anfitrión dijo: “Y, ¿Qué es lo que haría?” Dijo: “Si veo un rayo, inmediatamente saco mi palo Hierro 1 y camino por el campo sosteniéndolo en el aire.” Y él dijo: “¿Por qué tendría que alzar un palo en el aire? Es como un pararrayos.” “No, no, no. Es que ni siquiera Dios podría darle a ese palo”. Trevino respondió a su experiencia cercana con la muerte, con una jocosidad típica y ligera, en cambio Lutero fue movido a cambiar toda su vida, entrar en el monasterio y a renunciar a su carrera y todo esto no por amor a Dios, sino por una preocupación fóbica por la ira de Dios. Entonces, cuando el día finalmente llegó en que Lutero sería ordenado y celebraría su primera misa y finalmente su padre y su familia habían hecho algo de paz con la decisión precipitada de su hijo, hasta Hans Lutero decidió ir y asistir a la celebración de la primera misa que su hijo iba a realizar. Y como saben, Martin Lutero se había distinguido en la escuela como un destacado erudito y como un orador excepcional, así que la gente estaba esperando con gran expectativa por su presentación y el desarrollo de su primera misa.

Ahora deben entender esto: que en la Iglesia Romana, en la celebración de la misa, la creencia de la Iglesia Romana es que en medio de esta observación, un milagro divino, sobrenatural e inmediato se lleva a cabo cuando, durante la oración de consagración, que solo puede ser ofrecida por aquel que ha pasado por la santa ordenación y ha sido consagrado como sacerdote. Durante la oración de consagración, un milagro se lleva a cabo: el milagro conocido como la transubstanciación, donde a pesar de la apariencia del pan y el vino sigue siendo el mismo y nadie puede reconocer ningún cambio observable en estos elementos. Sin embargo, Roma cree que hay un cambio sustantivo, un cambio esencial en esos elementos, que ellos llaman transubstanciación. Es decir, que la sustancia del pan y del vino se cambian a la sustancia del mismo cuerpo y sangre de Cristo, aunque los accidentes, es decir, las cualidades externas, perceptibles del pan y vino siguen siendo las mismas.

Este es el milagro y Lutero se había preparado en su entrenamiento para este momento en que iba a hacer esa oración sobre los elementos y el misterio divino se llevaría a cabo de manera que después que la consagración ocurriera, en las manos del hijo de un minero, ya no serían pan ni vino, no los elementos comunes de la tierra, sino nada menos que el santo cuerpo y la sangre de Jesucristo. Y así llegó el momento en la misa en que se pronunciaría la oración y todos esperaban que Lutero dijera las palabras de la consagración. Y llegó al punto de la misa y este hombre, que era tan arrogante, sumamente capaz para hablar en público, se acercó a ese momento y de repente quedó paralizado. Comenzó a temblar, su boca abierta, sus labios moviéndose pero no salieron palabras. Y es como si la gente sentada en la congregación tratara de sacarle las palabras de su boca y su padre escondió la cara de vergüenza al ver que su hijo no podía ni siquiera podía realizar la simple celebración de la misa que él había aprendido de memoria una y mil veces. Todo el mundo pensó que simplemente se olvidó de las líneas. Él no se olvidó de las líneas. Finalmente, sólo las murmuró y rápidamente completó la misa y dejó el altar con una profunda vergüenza, pero explicó más tarde que no fue un lapsus mental, sino que comenzó a vislumbrar la idea de que este hombre, un ser humano pecador se atrevería a tener la audacia de tener en sus manos sucias el precioso cuerpo y sangre de Cristo. Y Lutero estaba tan sobrecogido con su indignidad que quedó paralizado en ese momento.

Hay otras historias acerca de Lutero que indican el carácter extraordinario de su comportamiento. Recordamos que después de que la Reforma había empezado y surgió una disputa entre los calvinistas y los luteranos acerca de la celebración de la Cena del Señor y había todo el deseo para alcanzar un acuerdo entre estas dos grandes fuerzas del protestantismo y se encontraron en un muy importante simposio donde discutieron sus diferencias, Lutero insistió en la presencia corporal del cuerpo de Cristo en la celebración de la Cena del Señor y él simplemente apretó el puño y comenzó a golpear la mesa una y otra vez. “Hoc est corpus meum. Hoc est corpus meum”, así como Nikita Khrushchev lo hizo, en las Naciones Unidas, hace décadas, cuando tomó su zapato y comenzó a golpear la mesa para llamar la atención. Lutero no debatiría; él no discutiría. Solo siguió diciendo una y otra vez: “Este es mi cuerpo”. Era un tipo extraño. Dicen que, quizás, lo que más indicaría su demencia es el aparente compromiso con la megalomanía.

De qué otra manera se explicaría que alguien esté dispuesta a desafiar cada estructura de autoridad mundial y quedarse completamente solo siendo un sacerdote joven contra todas las autoridades de la Iglesia, contra el Papa, el consejo de iglesias, en contra de los mejores teólogos de la tierra. Bueno, él paso a través de todos esos debates en Leipzig. Tuvo un debate con Martin Eck. Él debatió con el cardenal Cayetano. Fue y se metió en problemas con el Papa y ahora, finalmente, toda la discusión llega a su clímax cuando Lutero es invitado a la Dieta Imperial de Worms y en Worms Lutero fue llevado a juicio y se le pedirá que se retracte de sus escritos. Y sería juzgado no sólo ante las autoridades eclesiásticas, sino también ante las autoridades seculares y se le concedió un salvoconducto para llegar a esta ocasión trascendental, para su juicio; y antes de llegar allí de manera típica le preguntan, “Bueno, ¿Qué vas a decir, cuando llegues a Worms?” Y dijo esto: “Anteriormente solía hablar del Papa como el vicario de Cristo, pero ahora voy a decir que el Papa es el adversario de Cristo, el vicario de Satanás”. Es decir, este es el tipo de declaraciones que él hacía nada de tacto ni diplomacia. El mundo estaba viendo cuando se preparaba el escenario para la Dieta Imperial de Worms y Lutero entró en la sala. Y Hollywood lo hubiera presentado de esta manera: que Lutero entró en la sala del juicio y él se quedó allí solo como el centro de atención de la galería, la multitud, los príncipes de la Iglesia y los príncipes del estado lo miraron desde sus asientos altos y el inquisidor se levantó y leyó los cargos y señaló los libros que estaban en la mesa junto a Lutero y le dijeron: “Martín Lutero, ¿te retractarás de estos escritos?” Y la versión de Hollywood es esta: que Lutero miró a la galería y vio a los representantes del emperador, del Sacro Imperio Romano y vio los príncipes de Alemania y miró a los obispos y a los representantes de la Curia en Roma y ​​dijo: “A menos que sea convencido con la Sagrada Escritura o con razón evidente, ¡No voy a retractarme! Pues mi conciencia está cautiva por la Palabra de Dios y actuar en contra de la conciencia no es ni justo ni seguro. Aquí estoy. Que Dios me ayude, no puedo hacer otra cosa”. ¡Boom! Y así se inició la Reforma. Así no fue como pasó. En ese momento de la historia de la iglesia, cuando se le hizo la pregunta a Martín Lutero, “Martín Lutero, ¿Va a retractarse?” ¿Saben lo que dijo? Él contestó la pregunta y nadie en la sala pudo oír lo que él había dicho. Ellos dijeron: “¿Qué dijo? ¿Qué dijo? ¡Habla, Lutero? ¿Qué es lo que dijiste? ¿Vas a retractarse de estos escritos?” Y él miró a las autoridades y dijo: “¿Puedo tener veinticuatro horas para pensarlo?” No sabía si estaba en lo correcto y se le concedió el tiempo adicional y se retiró a su celda a orar en privado y meditar; y escribió una oración esa noche, que ha sobrevivido hasta hoy. Y me gustaría leerles una porción de esa oración para que puedan tener una idea de la angustia del alma que Martin Lutero soportó la noche antes del veredicto final.

Para Lutero, este fue un Getsemaní privado y oró así: “Oh, Dios, Todopoderoso Dios y Eterno, cuán espantoso es el mundo. Mira cómo su boca se abre para tragarme y cuán pequeña es mi fe en Ti. Oh la debilidad de la carne y el poder de Satanás. Si tengo que depender de cualquier fortaleza de este mundo, todo ha terminado. Las campanas han sonado; la sentencia ha sido promulgada. Oh, Dios, oh Dios, oh Tú, Dios mío, ayúdame contra toda la sabiduría de este mundo. Hazlo, te lo suplico. Tú deberías hacer esto, con tu gran poder. Porque la labor no es mía, sino tuya. Yo no tengo nada que hacer. No tengo nada por lo cual contender con estos grandes hombres del mundo. Yo gustosamente pasaría mis días en felicidad y paz, pero la causa es tuya y es justa y eterna, oh Señor. Ayuda, oh fiel e inmutable Dios. No me apoyo en hombre, sería vano. Todo lo que es del hombre se tambalea. Todo que procede del hombre debe fallar. ¡Dios mío, Dios mío!, acaso ¿No me oyes? Dios mío, acaso ¿No vives más? No, tú no puedes morir; Tú no haces más que esconderte. Tú me has elegido para esta labor; yo lo sé. Por tanto, oh Dios, cumple tu propia voluntad y no me abandones por amor de tu amado Hijo, Jesucristo, mi defensa, mi escudo, mi fortaleza.” Y continúa de la misma manera. A la mañana siguiente, cuando Lutero regresó a la sala en la Dieta de Worms y de nuevo el inquisidor le hizo la pregunta, él dijo: “Hermano Martin, ¿se retractará ahora de estas enseñanzas?” Y de nuevo Lutero dudó por un momento y dijo: “A no ser que sea convencido por la Sagrada Escritura, o por razón evidente, ¿No ven que no puedo retractarme? Mi conciencia está cautiva por la Palabra de Dios y actuar en contra de la conciencia no es justo ni seguro. Aquí estoy. No puedo hacer nada más. Dios, ayúdame.” ¿Megalomanía? ¿Visiones de grandeza? Tal vez.

Otro punto de hecho, el aspecto de la vida de Lutero que realmente hace que se piense que estaba loco. Se remonta a sus años en el monasterio. Era la ocupación y la práctica de cada sacerdote joven en el monasterio cumplir la orden y la regla del monasterio de ir a confesarse a diario con su padre confesor y como una cuestión de rutina, los otros hermanos entraban en el confesionario y decían: “Padre, he pecado y escuche mi confesión.” Él decía: “Bueno, ¿Qué hiciste?” “Bueno anoche después de apagar las luces usé una vela y leí unos tres capítulos adicionales de los Salmos, cuando no debía.” O: “Ayer por la tarde codicié la pierna de pollo del Hermano Emanuel durante el almuerzo.” ¿En cuántos problemas puedes meterte en un monasterio? Estos chicos iban a confesarse y el confesor les decía: “Diga tantos ‘Ave Marías’ y haga estas penitencias” y los enviaba de vuelta a sus labores como monjes. Y entonces Lutero venía al confesionario. Él diría: “Padre, perdóname porque he pecado. Han pasado veinticuatro horas desde mi última confesión ” y él comenzaría a recitar los pecados que había cometido en las últimas veinticuatro horas. Y eso le tomaría no cinco minutos ni diez minutos, ni media hora o una hora, sino que había días donde Lutero podía pasar en el confesionario recitando sus pecados del día anterior y le podía tomar dos horas o tres horas o cuatro horas, hasta el punto volver locos a sus superiores en el monasterio. Y ellos se quejaron con él. Ellos dijeron: “Hermano Martín, deja esta preocupación por pecadillos. Si vas a confesar algo, que sea por un verdadero pecado.” Pero todo lo que Lutero hacía eran esas cosas pequeñas, que más bien empezó a verse como que le gustaba holgazanear. Ellos dijeron: “¿Qué es esto? ¿Te gusta pasar tiempo en el confesionario? ¿No quieres hacer las tareas que se te asignan como sacerdote?” Pero su confesor entendió que en Lutero no había otra cosa, sino que era honesto con eso y Lutero reveló más tarde que salía del confesionario después de tres o cuatro maratónicas horas y él oiría las palabras del sacerdote diciendo: “Tus pecados te son perdonados” y él se sentía tranquilo y alegre mientras regresaba a su celda hasta que de repente, se acordaba de un pecado que había cometido que se le olvidó confesar. Y todo el gozo y la paz se esfumaba.

Eso es una locura si, en términos psiquiátricos modernos, entendemos que se tiene mecanismos de defensa internos y normales, para defenderse de las propias aflicciones culposas. Somos muy, muy adeptos a negar la culpa o justificar la culpa como seres humanos. Dicen que, a veces, hay una delgada línea entre la locura y el genio y que aquellos que son genios a veces cruzan de un lado a otro la línea. Y yo sospecho que, tal vez, eso es lo que pasó con Lutero porque la cosa que los psiquiatras pasan por alto sobre este hombre es esto: que antes que Lutero haya estudiado teología, él ya se había distinguido con brillantez como estudiante de leyes y él tomó esa mente aguda, esa mente entrenada en derecho y lo aplicó a la ley de Dios; entonces miraría a la ley de Dios y sus demandas la plenitud de las demandas de la perfección y se analizó a sí mismo a la luz de la santa ley de Dios y no podía soportar los resultados. Continuó evaluándose, no comparándose a sí mismo con los demás seres humanos, sino mirando el estándar del carácter de Dios, de la justicia de Dios. Al verse a sí mismo tan horrible en comparación con la justicia de Dios, hizo que después de un tiempo comenzara a odiar toda idea de la justicia de Dios. Entonces, una noche, mientras preparaba una conferencia, como doctor en teología, para enseñar a sus alumnos de la Universidad de Wittenberg sobre las doctrinas y las enseñanzas del apóstol Pablo en el libro de Romanos, mientras estaba leyendo el primer capítulo y leyendo también los comentarios y también un pasaje que Agustín había escrito siglos después, llegó a Romanos uno y leyó estas palabras: “Porque la justicia de Dios se revela por fe y el justo vivirá por la fe”. Y de repente el concepto brotó en su cabeza. Lo que este pasaje estaba enseñando en Romanos es que se está discutiendo la justicia de Dios no esa justicia por la que Dios mismo es justo, sino que estaba describiendo la justicia de Dios, que Dios provee para ti y para mí por pura gracia, libremente a cualquier persona que pone su confianza en Cristo. Cualquiera que pone su confianza en Cristo recibe el abrigo y el amparo de la justicia de Cristo. Y Lutero dijo: “Esto entró en mi mente y me di cuenta por primera vez que mi justificación, que mi posición delante de Dios no se establece sobre la base de mi propia justicia desnuda, la que nunca estará a la altura de las demandas de Dios, sino que descansa, única y completamente, en la justicia de Jesucristo, a la que debo aferrarme en una fe confiada”.

Él dijo: “Y cuando comprendí que, por primera vez en mi vida había entendido el evangelio y miré y vi que las puertas del Paraíso se abrieron y yo las atravesé.” Y es como Lutero le dijo al mundo que, de ese día en adelante, a los papas y a los consejos, a dietas y a reyes: “el justo vivirá por la fe la justificación por la fe sola. Dios es santo y yo no, ese es el artículo sobre el cual la iglesia se mantiene o cae y no lo negocio con nadie porque es el evangelio”. ¿Es esto locura? Damas y caballeros, si eso es una locura, yo oro para que Dios envíe un ejército de personas dementes como esas a este mundo, que el evangelio no pueda ser eclipsado, que podamos entender que en la presencia de un Dios santo que cómo nosotros, que somos injustos podemos ser justificados, es por el hecho de que Dios, en Su santidad, sin negociar su santidad, nos ha ofrecido la santidad de su Hijo como el amparo por nuestro pecado, que todo el que crea en él no se pierda, mas tenga vida eterna. Ese es el evangelio por el que Lutero estaba preparado para morir.

Padre te damos gracias por el testimonio de este demente, que entendió con cuanta desesperación necesitamos una justicia que no es la nuestra para cubrir nuestra propia falta de justicia. Padre te damos gracias porque no nos pusiste al borde del abismo del infierno como lo hiciste con Lutero, que no nos has llevado al punto de la desesperación antes de que hayamos sido capaces de ver la dulzura y la gloria de Cristo; pero si eso es necesario para que cualquier persona que escuche este mensaje lo abrace, entonces ruego, oh Dios, que el Ángel de la Muerte sea enviado a la conciencia de todos los que se rechazan esa gracia hasta que, como Lutero, estén listos para saltar de alegría al entender que su justicia está en Cristo y sólo en Cristo. Amén.