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Transcripción
En esta sesión continuaremos con el panorama general del fruto del Espíritu, y veremos ahora lo relacionado a la bondad y la fe. Antes de eso, comencemos con una oración. Padre, sabemos que toda bondad reside en Ti y que sin Ti no tenemos capacidad alguna de bondad; pero te damos gracias porque a través de ese amor que se ha derramado en nuestros corazones, tenemos ante nosotros una nueva posibilidad de vida, un nuevo poder para hacer el bien, un nuevo aprecio por todas las cosas buenas y todas las cosas verdaderas y todas las cosas bellas, y te damos gracias por el don y el regalo de la fe, en la cual estamos y por la cual vivimos. Porque oramos en el nombre de Cristo, amén.
Ciertamente, una de las declaraciones más radicales que encontramos en el Nuevo Testamento, de la pluma del apóstol Pablo, es en realidad una cita de los Salmos cuando escribe en el tercer capítulo de Romanos sobre el alcance de la caída del hombre y el alcance de nuestra corrupción, es ese pasaje con el que seguro están familiarizados, que: «No hay justo, ni aun uno… no hay quien haga» –¿qué? — «lo bueno». Es decir, ¡piensa en eso por un minuto! La afirmación, suena a primera vista como algo indignante, –que nadie hace lo bueno.
Recordemos ese diálogo entre Jesús y el joven rico, cuando el joven rico dijo: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» y Jesús dijo: «¿Por qué me llamas bueno?» Solo Dios es bueno. El hombre ciertamente no reconoció a Jesús en ese momento por la plenitud de la deidad que estaba de pie frente a él, pero, ¿debemos tomar eso literalmente? «Nadie hace lo bueno». Pablo estaba describiendo al hombre caído.
Nos desconcierta, a veces, el hecho de que por todas las apariencias externas, parece, en muchos casos, que las personas que no son cristianas, que no afirman una profesión cristiana, en muchos sentidos superan a los cristianos profesantes con respecto a los actos externos, al menos, de bondad: grandes actos heroicos de sacrificio, de honestidad, de diligencia, y otros, la práctica de la virtud que avergüenza a muchos de nosotros, y decimos: «¿Cómo puede la Biblia decir: “Nadie hace lo bueno?” ¿No es eso una hipérbole?».
Bueno, por supuesto, parte del problema con el que estamos lidiando es que la «bondad» como palabra es un término relativo, no es que la ética sea relativa en última instancia, sino que el término «bondad» o «bueno» tiene que determinarse según un estándar; y también entendemos desde una perspectiva bíblica que cuando Dios evalúa la virtud, cuando Dios evalúa el desempeño, no solo se preocupa por la conformidad con las demandas externas de la ley, sino que también se preocupa mucho por la motivación interna.
Entonces, teológicamente, definimos una buena acción como una acción que por fuera, externamente se ajusta a las exigencias de la ley de Dios, pero que internamente está motivada por un deseo genuino de agradar a Dios. Ahora, el hombre caído, la persona incrédula que está alejada de Dios, puede hacer actos que Calvino llamó «virtud cívica, justicia civil, conformidad externa a la ley», pero lo está haciendo por su propio interés o sus propios valores humanitarios sin ningún deseo particular de agradar a su Creador. Por lo tanto, la falta de motivación interna, la falta de disposición del corazón es lo que vicia el veredicto final de la bondad.
Entonces, podemos entender, si definimos lo bueno como aquello que es definido por bueno como Dios lo define: considerando lo interno y lo externo, por qué Pablo dice: «Nadie hace lo bueno». Si seguimos eso hasta su conclusión lógica, tendríamos que decir que ninguna persona caída hace nunca una sola buena acción genuina, considerando todas las cosas. Somos moralmente incapaces de hacer el bien en este sentido último. Pero, ¿no es asombroso que ahora, como fruto del Espíritu, la bondad esté en la lista?
Algunos teólogos señalan esto, que como resultado de nuestra regeneración, la morada del Espíritu Santo, debido al poder de Dios obrando en nosotros y cambiando la disposición del corazón, que uno de los cambios más dramáticos que se producen a través de la conversión es que ahora tenemos una posibilidad radicalmente nueva para lo bueno, para hacer lo bueno, porque ahora sí tenemos la posibilidad de desear agradar a Dios. Entonces, en primera instancia, nuestra comprensión de la bondad como parte del fruto es la comprensión de esta nueva capacidad de realizar actos de justicia y obediencia a partir de una nueva disposición de nuestro corazón.
Podríamos continuar y verlo más en detalle y hablar sobre el grado en que, incluso en hombres redimidos, nuestras mejores obras están manchadas por ese kilo de carne que arrastramos de la vieja vida; pero dejemos eso de lado por ahora y solo les recuerdo que ahora, como fruto del Espíritu, tenemos una capacidad en aumento para lo bueno, lo cual carecíamos en términos de poder moral antes de poseer el Espíritu de Dios. Ahora, como vimos con las otras partes del fruto, la bondad no debe entenderse simplemente como una relación abstracta con Dios y con la ley de Dios, etc., sino que hay otra dimensión.
Edwards, por ejemplo, señala que la virtud de la bondad lleva consigo una nueva capacidad de apreciar la excelencia, que está contenida en el concepto más amplio de bondad en la Biblia. Por supuesto, pocos términos de la Biblia son más abstractos que la palabra agathos o «bondad» porque la bondad cubre muchas, muchas cosas, y tenemos el mismo problema con esta virtud, tal como la tuvimos con algunas de las otras y eso es tratar de ver si hay alguna dimensión específica de bondad que aquí esté a la vista con respecto al fruto del Espíritu, o si debemos sondear todo el significado general de la «bondad». Pero una de las dimensiones de la bondad en términos bíblicos es, como decía, la capacidad de apreciar la excelencia.
En la oración de inicio, mencioné en esa oración que hemos nacido de nuevo a la capacidad de apreciar lo bueno, lo verdadero y lo bello. Mencioné eso porque creo que parte de nuestro crecimiento en la santificación es la capacidad de apreciar la excelencia dondequiera que se manifieste, que tenemos la capacidad de apreciar la belleza por lo que significa para nosotros, ya que, en cierto sentido, evidencia y refleja el orden y la armonía del carácter de Dios mismo. Creo que una de las cosas que lamentablemente falta en la comunidad cristiana de hoy es un gran y profundo aprecio por la estética.
Si nos remontamos, por ejemplo, y pensamos en cómo Dios ordenó la construcción de Su tabernáculo y cómo hombres y mujeres eran artesanos que fueron dotados carismáticamente por el Espíritu Santo para la obra de arte que era parte del edificio y de la construcción del tabernáculo y más tarde del templo. Que aunque esto fuera, que aunque este tabernáculo fuera algo edificado con las escasas posesiones de un pueblo peregrino que acababa de salir de la esclavitud, era algo majestuoso y hermoso, cuyo arquitecto fue Dios mismo, quien puso en la Sagrada Escritura instrucciones exactas, precisas y detalladas para su construcción; y por supuesto, parte de la construcción del tabernáculo era comunicar simbólica y gráficamente la verdad, pero también había una dimensión de lo bello.
Piensa en los Salmos y en la calidad de su poesía lírica, el carácter majestuoso de la música de adoración que caracterizaba a Israel era, de nuevo, un aprecio por lo bello. Creo que, en términos de nuestra propia historia eclesiástica, hubo un tiempo en el pasado en el que la iglesia realmente le dio importancia al uso de formas hermosas para comunicar la excelencia de Dios. No sé, la Iglesia se degeneró hasta llegar a un formalismo frío y muerto, a una liturgia vacía que provocó una revuelta y, de hecho, una reforma, y la reforma implicó también una reforma arquitectónica y litúrgica, para evitar quedar atrapado en la liturgia, tanto que el protestantismo hoy tiende a ser muy insípido desde una perspectiva estética, litúrgica, arquitectónica.
No sé cómo ustedes se sienten, pero a mí todavía me encanta entrar a una catedral católica romana por la sensación de trascendencia que experimento solo por la conciencia y la atmósfera que se comunica en la arquitectura gótica. Entro y automáticamente me pongo en un estado de ánimo pensativo, un estado contemplativo, por el carácter exaltado de Dios. Bueno quizás estoy loco, pero realmente lo disfruto; y disfruto la música coral de Händel, Mendellssohn y Bach, quienes practicaron el arte más fino para la gloria de Dios.
No todo el mundo reconoce que Bach, por ejemplo, vivió durante el apogeo de la ilustración europea, y uno de los temas principales de la ilustración fue la afirmación arrogante de que el hombre moderno ya no necesitaba la hipótesis de Dios para dar sentido a sí mismo y a su mundo, y Bach, se opuso con desesperación a la ilustración, y concibió conscientemente su música como una apología para el cristianismo. ¿Sabías eso? Él estaba tratando de decir algo en su música sobre el orden, la armonía y la forma que está enraizada y fundamentada en el carácter de Dios. Su música es cualquier cosa menos caótica, y eso es bueno.
Creo que podemos remontarnos a los comienzos mismos de la creación, donde Dios hace un juicio estético así como un juicio moral sobre las obras de sus propias manos, cuando después de crear la tierra y su plenitud y los mares y las colinas y el mundo animal y la vegetación, cada etapa de la creación termina con la bendición divina: «Y Dios vio y dijo que era bueno».
¿Alguna vez has creado algo? ¿Has pintado un cuadro o construido un modelo de algo o lo que sea, y lo miras, y ves todos los defectos, y alguien podría decir: «Oh, eso se ve bien», pero tú dices: “Bueno, ¿qué dices de este error que cometí aquí?»». ¿No te ha pasado, que cuando has pintado un cuadro o armado algún objeto o fabricado algo con tus manos, sea carpintería o lo que sea, y que cuando terminas, lo miras y dices: «¡Oye! ¡Eso es bueno!» Qué tremenda sensación es poder realizar eso. Creo que esto es parte del fruto del Espíritu: que podemos aprender a apreciar la bondad.
Pero en términos de relaciones interpersonales, los comentaristas suelen decir: ¿Pero qué tiene que ver la bondad aquí, hablando en términos de relaciones horizontales, con la integridad humana básica y con un espíritu de generosidad?». Hablamos de personas que son generosas y que tienen un sentido de escrúpulo moral, como si fueran buenas personas. Ciertamente, tenemos que relativizar un poco esa evaluación, pero creo que de lo que estamos hablando intuitivamente, es que hay ciertas personas que tienen la capacidad de resistir los más bajos y más perversos impulsos con los que todos tenemos que luchar, personas que tienen una especie de sentido de integridad, casi ingenuo y puro, y creo que eso es una manifestación de la virtud de la bondad.
Veamos la próxima, ¿qué decimos de la fe? Una vez más, la fe se determina tanto como don y como parte del fruto, y aquí nos encontramos de nuevo ante una de esas palabras que es de gran alcance. Existe esa fe por la cual somos justificados y por la cual somos llevados a una relación salvífica con Cristo, pero el significado básico de la fe, bíblicamente, el significado básico del verbo griego «creer» significa «confiar», y creo que una de las partes del fruto del Espíritu tiene que ver con nuestra relación con Dios, que tenemos una confianza creciente en Dios.
Ahora, a menudo he hecho esta distinción: una cosa es creer en Dios. Otra cosa es creer a Dios. Puede hacer toda la diferencia del mundo, y te das cuenta de que en nuestra lucha con el pecado, hay un sentido muy cierto, muy real, en el que uno de nuestros problemas más profundos es que fundamentalmente no creemos a Dios. Permítanme decirlo de nuevo. Básicamente, en nuestra naturaleza primaria y de raíz, no creemos a Dios. Podemos creer en Dios, pero no creemos a Dios, porque si creyéramos a Dios, si realmente creyéramos a Dios, ¿por qué pecaríamos?
¿Qué tiene el pecado que nos induce a arriesgarnos a disgustar a Dios, a actuar contra Dios al elegir eso? Tú dirás: «Es que lo deseamos, y tenemos tal deseo por el pecado que quedamos atrapados en ese deseo, y por lo tanto elegimos el pecado». Pero, ¿por qué lo deseamos? ¿Por qué el pecado nos atrae tanto? Porque creemos que si cometemos el pecado seremos más felices que si no cometemos ese pecado. Así de simple, ¿no?, cuando llegamos y tocamos fondo Pecamos porque queremos, queremos porque estamos buscando un aumento en nuestra felicidad, y pensamos: «Si lo hago de la manera que Dios dice, de alguna manera voy a ser defraudado o privado de la felicidad personal».
¿Recuerdan lo que dije cuando vimos aquella pregunta del Catecismo, que el fin principal del hombre es glorificar a Dios y disfrutar de Él para siempre? Es muy difícil para nosotros conseguir la glorificación de Dios y el disfrute juntos. Entonces, cuando pienso que el pecado me hará feliz, en ese momento simplemente no creo en lo que Dios dice al respecto porque la ley de Dios procede de al menos dos dimensiones del carácter de Dios.
En primer lugar, la ley de Dios refleja la propia santidad de Dios. No debería decir dos, sino tres. Que la ley de Dios refleja Su propio carácter de santidad y justicia. Su ley es buena, pero no solo refleja Su bondad, sino que también refleja Su benevolencia. Dios, siendo bueno, se preocupa por el bienestar de Sus criaturas, y Su ley está diseñada para evitar que nos autodestruyamos, para protegernos del daño. La ley debe ser una luz para nuestros pies y para nuestro camino, no sea que tropecemos y caigamos y seamos magullados y heridos, y así esa ley surge de la preocupación paternal y benévola de Dios por Su pueblo. Y hay un sentido en el que la ley de Dios refleja el amor de Dios. Pero el tercer punto es que la ley de Dios refleja la sabiduría trascendente y consumada de Dios.
La lucha del padre con el hijo ocurre repetidamente cuando el padre le dice al hijo, cuando el hijo quiere hacer algo, y el padre dice: «No, hijo. No puedo dejar que lo hagas, y te digo “no” por tu propio bien». Para un niño eso es muy difícil de creer; magnifica eso mil veces, y ese es el problema que tenemos con nuestro Padre celestial. Realmente pensamos que sabemos mejor que Dios lo que es bueno… para nosotros.
Te diré que cuando tengo personas que vienen a mi estudio, tomo un ejemplo muy clásico. He tenido mujeres que han venido a mí, que quieren divorciarse de sus esposos porque sus esposos las menosprecian y las degradan y todas esas cosas espantosas, y veo bíblicamente que no tienen motivos para divorciarse, y si la decisión dependiera de mí, si fuera el juez final del cielo y la tierra, le diría a esa persona: «Ve y divórciate de tu esposo ya que no veo cómo podrías ser feliz a menos que lo hagas», y hay muchos ministros que hacen eso, que cuestionan a Dios. ¿Cierto?
Pero si realmente es la ley de Dios, que no deben hacer eso, entonces tengo que creer que aconsejar a las personas a que actúen en contra de la ley de Dios es aconsejarles a la infelicidad en lugar de a la felicidad, porque estoy convencido de este principio: que es imposible que el pecado traiga felicidad. Nunca lo ha hecho, nunca lo hace y nunca lo hará. Sólo trae ruina, destrucción y miseria a la raza humana.
A la gente no le gusta que los predicadores hablen sobre el pecado, pero ¿qué es lo que hace que el pecado sea tan malo, aparte del hecho de que lo que hace el pecado es vulnerar a las personas? Va en detrimento del bienestar de la humanidad. Me duele cuando pecas contra mí. Parte de mi realización humana como persona la están robando, y no solo eso, sino que la persona que peca contra otra persona se lastima a sí misma.
Tenía un director de escuela que solía volvernos locos con sermones severos. Cuando nos metíamos en problemas y nos enviaban a la dirección, él nos daba el mismo sermón siempre, y yo escuchaba hasta que no daba más. La primera parte era: «Estás apuñalando a tu madre por la espalda», y la segunda frase que venía, o que decía, hasta la saciedad era: «Solo te estás lastimando a ti mismo», y solíamos burlarnos de ese tipo. Lo llamábamos «cara de perro». Decíamos: «Cara de Perro nos dijo que solo nos hacemos daño».
Puede que haya estado repitiendo clichés, pero estaba diciendo la verdad porque el pecado daña a quien lo comete. ¿Ok? Vulnera la persona. Bueno, si eso es cierto, ¿entonces dónde está el atractivo ahí? Algo que creo que es importante que reconozcamos, recuerden que hacer teología es hacer muchas distinciones, y una de las distinciones más importantes que podemos comprender, creo, es la distinción entre el placer y la felicidad.
El pecado es placentero. El pecado trae placer, pero no trae felicidad. Trae el sentimiento inmediato de bondad, diversión, o emoción, o entusiasmo, pero no puede traer lo que la Biblia quiere decir con felicidad y la satisfacción, y paz y el contentamiento de una vida recta. Miren sus propias vidas y vean cuánta infelicidad ha traído el pecado a sus vidas. Ahora, lo que sucede cuando el crecimiento espiritual tiene lugar en el alma y la fe se vuelve fructífera es que tenemos una mayor capacidad de creer a Dios, y eso tiene un impacto directo en nuestra lucha con el pecado.
En el minuto que más o menos me queda, permítanme agregar a eso otra dimensión, y eso tiene que ver con la virtud de la fe en las relaciones interpersonales, la disposición de la fe es una de confianza. He dicho que el Espíritu Santo no es gruñón, el Espíritu Santo no es de mecha corta, y permítanme citar a Lutero otra vez, en este punto del fruto del Espíritu, «El Espíritu Santo no es un escéptico». El Espíritu Santo no nos da un espíritu de cinismo. El Espíritu Santo nos da una disposición de confianza con las personas.
A veces, puede ser ingenuidad, pero la disposición básica de nuestros corazones hacia otras personas es, como dije antes con respecto al amor, querer dar el beneficio de la duda, querer confiar y ser digno de confianza porque parte del significado de la fe es la fidelidad, y como toda la virtud de la fe se amplía en nosotros, no solo podemos confiar más en otras personas, sino que también nos volvemos más confiables para que seamos fieles a nuestros votos, a nuestras promesas, a nuestros compromisos y a nuestra palabra. Esa es la virtud de la fe.
En nuestra próxima sesión veremos las dos últimas partes del fruto del Espíritu: la mansedumbre y el dominio propio.