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Transcripción
Continuamos ahora con nuestro estudio de Moisés y la zarza ardiente que encontramos en el capítulo 3 de Éxodo. Y voy a continuar en esta sesión viendo la manifestación de la gloria de Dios en la Shekinah que vimos brevemente en nuestro último encuentro. Antes de hacer eso, voy a contarles algo que me sucedió cuando era estudiante de segundo año en la universidad. Era un estudiante de filosofía y mi profesor de filosofía me invitó a ir a Filadelfia para asistir a una conferencia filosófica sobre un filósofo holandés llamado Herman Dooyeweerd en el Seminario Teológico de Westminster.
Esto fue hace mucho tiempo, cuando la facultad inicial que salió de Princeton para empezar esa escuela estaba completa. La reforma ya había muerto, pero Cornelius Van Til, John Murray, E.J. Young, Ned Stonehouse y otras grandes estrellas de esa facultad estuvieron en esa conferencia. Y, cuando fui y escuché la primera sesión de la mañana, todo estaba muy por encima de mi cabeza y no entendía lo que estaba pasando. No quería – me sentía muy tonto— y no quería abrir la boca y revelar lo tonto que era en realidad, así que mantuve la boca cerrada.
Luego tuvimos un descanso para almorzar y yo estaba sentado frente al profesor de filosofía del seminario. Yo estaba tomando una sopa y él me dijo: «Joven, ¿crees que Dios es trascendente o inmanente?». Literalmente escupí la sopa de mi boca, porque no sabía lo que significaba la palabra «trascendente» y no sabía lo que significaba la palabra «inmanente» con respecto a las cosas de Dios. Así que, mi ignorancia quedó completamente expuesta ante este profesor docto.
Y, él tuvo piedad de mí y empezó a responder la pregunta por mí. Él dijo: «Bueno, la respuesta a la pregunta es “sí”. ¿Es Dios trascendente o inmanente? Sí, porque es tanto trascendente como inmanente. Su trascendencia se refiere a ese sentido en el que Dios está por encima y más allá del orden creado. Se refiere a su majestad exaltada, la forma en que es «otro» o «diferente» de todas las cosas que crea. Y, sin embargo, al mismo tiempo, Dios no es solo esta deidad remota que existe en algún lugar al este del sol y al oeste de la luna, fuera de nuestra comprensión, sino que Dios también se hace presente con nosotros.
También es inmanente. Él es inmanente en su creación, en virtud de su omnipresencia. Él es inmanente históricamente a través de la persona de Cristo. Y, también es inmanente a través de su visitación a este planeta en la historia redentora. Y, vemos esta combinación de trascendencia e inmanencia en la zarza ardiente, porque la gloria, el fuego, era una manifestación del Dios trascendente, del creador, que normalmente no encuentras en los arbustos. Pero aquí, se está dando a conocer al manifestar su presencia en este mundo, visitando a Moisés en este encuentro en el desierto.
Ahora, en nuestra última sesión, hablamos sobre la teofanía. Y, quiero explorar un poco más de eso yendo más allá de la amplia categoría de la teofanía a otro término que hemos llamado «cristofanía». La cristofanía se refiere a una manifestación pre-encarnada de Cristo. Es decir, aborda la pregunta: «¿Encontramos a Cristo o a la segunda persona de la trinidad, en algún lugar manifestado en el Antiguo Testamento?». Y, hay varios pasajes en el Antiguo Testamento que los estudiosos bíblicos creen, y yo ciertamente creo, que indican la presencia de una cristofanía.
Permítanme volver por un momento a Génesis. Esta vez a Génesis 14 donde leemos este breve encuentro que Abraham tuvo con esta persona misteriosa cuyo nombre era Melquisedec. Leemos en el versículo 18 del capítulo 14: «Entonces Melquisedec, rey de Salem, sacó pan y vino; él era sacerdote del Dios Altísimo. Y lo bendijo, diciendo: Bendito sea Abram del Dios Altísimo, creador del cielo y de la tierra; y bendito sea el Dios Altísimo que entregó a tus enemigos en tu mano. Y le dio Abram el diezmo de todo».
Ahora, esta misteriosa figura es muy importante para el autor de Hebreos en el Nuevo Testamento. ¿Por qué? Porque la Biblia enseña que Jesús no solo es nuestro Rey según la línea de David, sino que ahora está en el lugar santísimo celestial como nuestro gran Sumo Sacerdote. Así que la gente pregunta, ¿cómo puede ser rey y sacerdote? El Rey Davídico tiene que venir de la tribu de Judá. Jesús vino de la tribu de Judá, pero los sacerdotes vinieron ¿de qué tribu? La tribu de Leví y Aarón.
Así que hablamos del sacerdocio levítico o del sacerdocio aarónico y dado que Jesús no vino de esa línea, surgieron preguntas sobre cómo podría ser legítimamente llamado el gran Sumo Sacerdote de su pueblo. Bueno, como saben, el autor de Hebreos responde a esa pregunta mostrando que Jesús no es un sacerdote del orden levítico, ni del sacerdocio aarónico, sino un sacerdote según el orden de Melquisedec, refiriéndose al pasaje que acabo de leerles.
Este Melquisedec no tiene padres, ni genealogía y eso plantea la pregunta de si era un personaje histórico real de carne y hueso o algo más estaba sucediendo aquí. Su nombre, Melquisedec, significa rey (tzedeká) de justicia y se le llama el rey de Salem, que significa paz. Así que esta persona misteriosa es conocida en el Antiguo Testamento como el rey de la justicia y como el rey de la paz, atributos que el Nuevo Testamento, por supuesto, aplica a Jesús.
Abraham se encuentra con este misterioso sacerdote del Dios Altísimo y paga un diezmo a Melquisedec y recibe una bendición de Melquisedec. Así que el autor de Hebreos dice mucho de esto. Él dice «Espera un minuto. El mayor bendice al menor y el menor paga el diezmo al mayor. Así que, en las categorías hebreas, es muy claro que Melquisedec es más grande que Abraham». En las categorías hebreas, el padre es mayor que el hijo, el hijo es mayor que el nieto y así sigue la línea. Por lo tanto, la manera en que Hebreos lo explica es: «Leví es menor que Abraham, menor que Isaac, menor que Jacob.
Si Leví está subordinado a Abraham y Abraham está subordinado a Melquisedec, ¿qué significa eso? Es obvio. Leví está subordinado a Melquisedec, por lo que Melquisedec es un sacerdocio mayor». Pero nuevamente, hay quienes piensan que lo que tenemos aquí en esta extraña aparición de Melquisedec en el Antiguo Testamento, es que se trata de una manifestación pre-encarnada de Cristo, de la segunda persona de la trinidad.
Luego tenemos en el libro de Josué otro extraño encuentro que se llevó a cabo, cuando leemos en Josué 5 lo siguiente en el versículo 13: «Y sucedió que cuando Josué estaba cerca de Jericó, levantó los ojos y miró, y he aquí, un hombre…” (algunas versiones en inglés tienen “hombre” con mayúscula) …y he aquí, un hombre estaba frente a él con una espada desenvainada en la mano, y Josué fue hacia él y le dijo: ¿Eres de los nuestros o de nuestros enemigos?».
Es decir, de repente, aquí está lo que parece ser un guerrero poderoso que Josué no conoce. Nunca lo había visto antes. No tenía conocimiento militar de un guerrero como este, que viniera a luchar por las fuerzas enemigas. Y, cuando ve a este…. guerrero, dice: «¿Quién eres? ¿Estás con nosotros o con nuestros enemigos?». Y ustedes ven cómo viene la respuesta: «No». ¿No? Espera un minuto. ¿Tienes que estar de nuestro lado o de ellos? ¿Quién eres? – «No. No estoy a favor de ninguno de ustedes, sino más bien como el comandante del Ejército del Señor o capitán del Señor de los Ejércitos, he venido. Soy de Dios, Josué».
¿Y qué hizo Josué?: «Josué se postró en tierra, le hizo reverencia y dijo: ¿Qué dice mi señor a su siervo? Entonces el capitán del ejército del Señor dijo a Josué: Quítate las sandalias de los pies, porque el lugar donde estás parado es tierra santa». Las mismas instrucciones que se le habían dado a Moisés en la zarza ardiente: «Quítate los zapatos de tus pies porque la tierra donde estás parado es tierra santa». Y vemos esto como una cristofanía, la segunda persona de la trinidad que aparece en la historia antes de la conquista de la Tierra Prometida.
Vayamos un poco más adelante, al libro de Daniel, capítulo 3, versículo 19: «Entonces Nabucodonosor se llenó de furor, y demudó su semblante contra Sadrac, Mesac y Abed-nego. Respondió ordenando que se calentara el horno siete veces más de lo que se acostumbraba calentar. Y mandó que algunos valientes guerreros de su ejército ataran a Sadrac, Mesac y Abed-nego y los echaran en el horno de fuego ardiente. Entonces estos hombres fueron atados y arrojados con sus mantos, sus túnicas, sus gorros y sus otras ropas en el horno de fuego ardiente.
Como la orden del rey era apremiante y el horno había sido calentado excesivamente, la llama del fuego mató a los que habían alzado a Sadrac, Mesac y Abed-nego –a aquellos que los echaron al fuego. Pero estos tres hombres, Sadrac, Mesac y Abed-nego cayeron, atados, en medio del horno de fuego ardiente. Entonces el rey Nabucodonosor se espantó y levantándose apresuradamente preguntó a sus altos oficiales: ¿No eran tres los hombres que echamos atados en medio del fuego? Ellos respondieron y dijeron al rey: Ciertamente, oh rey. El rey respondió y dijo: ¡Mirad! Veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno, y el aspecto del cuarto es semejante al de un hijo de los dioses».
Cristofanía, así lo creo. La segunda persona de la trinidad entró en el fuego… por sus siervos, Sadrac, Mesac y Abednego y los protegió… de todo… daño. En el Antiguo Testamento, la gloria Shekinah y el fuego ardiente que se manifestó no solo en la cristofanía, sino también en la teofanía, ocurre también en el episodio del traslado de Elías al cielo. ¿Recuerdan… cuando su siervo, Eliseo, fue con él, rogando por una doble porción del espíritu que había estado sobre él? Él dijo: «Bueno, ¿vienes conmigo? Si me ves partir, entonces sabes que eso te sucederá».
Al final de su viaje, he aquí un carro de fuego que apareció en los cielos. Eliseo lo miró y le dijo a Elías: «Padre mío, padre mío. El carro de Dios». Otra vez, ese carro de fuego manifestó la gloria divina. Esta fue otra manifestación de Shekinah que rodeó la presencia de Dios. Una vez más, el carro de fuego era el trono móvil de Dios. Su trono no fue visto inerte, fijo y estacionario en algún rincón del cielo. Su trono podía ir a donde quisiera que fuera y dondequiera que fuera su trono, su gloria iba. Y su gloria estalló en este resplandor de luz y fuego.
Veamos una última. El primer capítulo de Ezequiel, uno de los capítulos más enigmáticos de toda la Biblia, donde Ezequiel habla de su visión de Dios. «Sucedió que en el año treinta, al quinto día del cuarto mes, estando yo entre los desterrados junto al río Quebar, …los cielos se abrieron y vi visiones de Dios». Versículo 4: «Miré, y he aquí que un viento huracanado venía del norte, una gran nube con fuego fulgurante y un resplandor a su alrededor, y en su centro, algo como metal refulgente en medio del fuego». La obra asombrosa del torbellino. Las ruedas dentro de las ruedas de Ezequiel. De nuevo, una visión de ese trono, carro de Dios rodeado del esplendor de su gloria.
La zarza ardiente donde Moisés vislumbra por primera vez la Shekinah no es el último episodio. A lo largo del libro de Éxodo, Dios aparece una y otra vez mientras guía al pueblo de Israel por el desierto o la columna de nubes…. de día o la columna de fuego…. de noche. El libro de Éxodo termina después de que el tabernáculo ha sido construido y establecido, antes de que comience a ser utilizado para la adoración. Primero, la gloria de Dios viene y desciende al tabernáculo. Así que cuando la Shekinah está allí, Moisés sabe que Dios está allí y es hora de que la gente se consagre para la adoración.
Pero aquí está la pregunta que quiero hacerles. Hablamos de esta refulgencia, esta luz brillante, radiante y cegadora que es tan intensa, la magnitud de la luz es tan brillante que ciega a las personas y hace que el miedo y el temblor se apoderen de ellas. Mi pregunta es esta: ¿qué causa esta luz? Dije antes que la gloria de Dios viene de su ser interior. La Shekinah es la manifestación externa de la majestad interior de Dios, pero ¿de dónde viene la luz? ¿Qué le da su matiz? Su trascendente y majestuosa refulgencia.
¿De dónde viene? El autor de Hebreos responde a esa pregunta cuando habla de Cristo. Donde describe a Cristo como el resplandor de su gloria. Cristo es la manifestación visible de la gloria eterna de Dios. Cristo en su naturaleza divina es la Shekinah. Él es el que enciende la luz, el que da el fuego y la llama a la gloria de Dios. Eso es algo increíble. Puedes pensar en eso por el resto de tus días y nunca empezar a llegar al fondo de las profundidades de eso: que Cristo es el brillo de su gloria. Es decir, la conclusión lógica sería que, si no hay Cristo, si no hay una segunda persona de la trinidad, entonces solo hay oscuridad en Dios.
Un último punto, rápidamente. El filósofo helénico y judío, Filón de Alejandría, hizo una conexión, no desde un punto de vista cristiano sino desde un punto de vista filosófico, entre el concepto griego de la idea del logos. El logos fue este principio trascendente que dio orden, significado y propósito al universo en la filosofía griega. Filón vincula el concepto del logos a la Shekinah. Luego llegas al Nuevo Testamento y al evangelio de Juan, «En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios». El logos es la divinidad de Dios, el resplandor mismo de su gloria.