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Cuando vimos la doctrina de la creación divina, notamos que cuando Dios hizo el mundo y todo lo que hay en él, cuando terminó con cada etapa de la obra de la creación, al igual que un pintor, retrocedería para admirar su obra; así Dios miró la obra de sus manos y pronunció su bendición diciendo: «que era bueno». Pero cuando vemos la naturaleza hoy, desde nuestra perspectiva, no vemos la misma bondad que se extiende por todo el universo tal como Dios vio luego de la obra inmediata de la creación, porque el mundo que observamos hoy es un mundo caído. Y de hecho lo observamos a través de los ojos de personas que también han caído. Y sabemos que hay cosas que están desesperadamente mal en el mundo en que vivimos.
Recuerdo muchos, muchos años, cuando Billy Graham estaba en el apogeo de su ministerio público, frecuentemente hacía referencia al pecado y decía una y otra vez en sus sermones: «El problema que enfrentamos en la vida es el pecado, PE-CA-DO» y luego él decía «¡Y viene de aquí!» Así que recuerdo haber oído, cuando era joven, y decía que eso le da justo en el clavo, que muchos de los problemas que encontramos en este mundo son el resultado directo de la caída de la humanidad.
De hecho, creo que es raro que contemplemos la medida –la medida completa– del alcance del impacto del pecado en el mundo porque cuando vemos las Escrituras, las Escrituras nos dicen que el pecado no es simplemente un problema humano o un problema aislado o un problema que se limita a nuestras relaciones interpersonales, sino que el pecado ha dado lugar a una agitación cósmica. Como dicen las Escrituras, el mundo o el universo, el cosmos, gime a una a la espera de la redención de los hijos de los hombres. Y la razón de eso, si recordamos de nuevo nuestro estudio de la creación, que cuando Dios hizo a Adán y Eva, Él los colocó en el papel de dominio sobre el resto de la tierra.
Y así, cuando se corrompieron, su corrupción afectó a todo lo que había dentro de los límites de su dominio. Notamos que cuando Dios puso su maldición sobre Adán y Eva después de la caída, que esa maldición afectó la tierra, afectó la experiencia del cultivo de los productos en la industria agrícola porque el mundo en sí ahora se volvería resistente a las manos de esta criatura caída que llamamos hombre.
Entonces, ¿que sucede en esta agitación cósmica?, en una palabra, es «alienación». O si podemos elegir otra palabra de la misma clase, sería “distanciamiento”. Y estas dos palabras son muy importantes para la comprensión bíblica de la salvación porque la salvación se articula bíblicamente en términos de reconciliación. Y para que la reconciliación sea necesaria, primero debe haber algún tipo de distanciamiento o alienación que haga necesaria la reconciliación.
Entonces, gran parte de los capítulos iniciales del Antiguo Testamento está dedicada a contarnos de las raíces históricas de este problema de alienación y distanciamiento.
Y vemos que, como resultado de la caída del hombre, en primer lugar, hay distanciamiento o alienación entre el hombre y la naturaleza como lo mencioné hace un momento, que todo el orden creado se ha visto afectado por el pecado.
En segundo lugar, tenemos esta alienación entre el hombre y Dios. Justo el otro día estaba dando una entrevista en la radio en Boston y el director del estudio me pidió que diera una breve declaración del significado de la salvación, y le recordé un mensaje que di hace varios años en la Asociación Cristiana de Librerías que sorprendió a algunas personas cuando dije que en última instancia de lo que somos salvos es de Dios porque el problema inmediato que la salvación aborda es nuestro distanciamiento y alienación de Dios que es justo, que es santo y que ha decretado que juzgará al mundo y derramará su ira sobre aquellos que permanecen sin arrepentirse hasta el fin.
Y así, nos encontramos, por naturaleza, como dicen las Escrituras, en enemistad con Dios. Que esa caída que ha tenido lugar ha provocado un distanciamiento entre los seres humanos y su Creador. Y eso a menudo se pasa por alto en nuestra sociedad con la visión un tanto de color de rosa que tenemos de la relación – la relación natural de Dios – con el mundo. Escuchamos a la gente decir que Dios ama a todo el mundo incondicionalmente y cuando la gente oye que se dice: «Bueno, no tengo nada que temer de un Creador que me ama incondicionalmente». Y eso tiende a ignorar el peligro claro y presente de la realidad de este distanciamiento. De hecho, gran parte de todo el alcance de la Escritura se dedica a revelarnos los pasos que Dios ha dado por su iniciativa de curar este problema.
De esto se trata la redención, de esto es lo que la salvación se trata, de lograr la reconciliación de las partes alejadas. Pero si esas partes no se reconcilian, permanecen distanciadas, y de nuevo, por naturaleza nacemos en un estado de alienación y distanciamiento de Dios; entonces, vemos la alienación que el hombre tiene del hombre. Y estoy usando la palabra aquí intencionalmente, genéricamente cuando uso la palabra ‘hombre’. No me refiero sólo a los hombres porque hay un distanciamiento y una alienación que hay entre los sexos. Existe la batalla de los sexos, la guerra entre los sexos con la que todos estamos familiarizados, pero también vemos el odio y la violencia que tiene lugar entre los seres humanos, no sólo a nivel personal e individual de relaciones rotas, sino también, de nuevo, a gran escala donde vemos a las naciones levantándose contra las naciones y cosas así.
Y así, antes de ir más lejos, permítanme decir que ya vemos el impacto radical del pecado en el mundo. Afecta la naturaleza, afecta nuestras relaciones con Dios y afecta nuestras relaciones entre nosotros. Cuando pecamos, no sólo desobedecemos a Dios y deshonramos a Dios, sino que nos transgredimos unos a otros. Y en esta dimensión vemos todos los pecados amontonados por los cuales los seres humanos son heridos por otros seres humanos. Los obvios, como el asesinato y el robo y el adulterio y cosas de esa naturaleza, pero también cuando nos calumniamos unos a otros, cuando nos odiamos unos a otros, cuando envidiamos las posesiones del otro y así por el estilo, toda la gama del pecado es – describe la manera en que transgredimos a otros y lastimamos a otros seres humanos y somos heridos por otros seres humanos.
Finalmente, vemos en esta alienación y en este distanciamiento la alienación del hombre de sí mismo. Y hoy se escribe mucho sobre la autoestima y la dignidad humana y el deseo en el sistema escolar de evitar medidas punitivas por las malas acciones y cosas así porque no queremos herir los frágiles egos de los niños y destruir su autoestima. Y esto ha ido, creo, a un extremo. Pero detrás de todo este movimiento por la autoestima hay una comprensión de que los seres humanos tienen un problema con la autoestima. Y la razón es porque con el pecado, nos alienamos no sólo de otras personas, sino de nosotros mismos.
Y escuchamos la declaración muchas veces de los labios de la gente cuando dicen: «Me odio a mí mismo» o «Me aborrezco a mí mismo» «Me desprecio a mí mismo», porque es muy difícil mentirnos a nosotros mismos de manera tan convincente que negamos completamente y borramos la maldad que encontramos no sólo en los demás, sino también en nosotros mismos. Así que podría añadir a esto, entre paréntesis, que Karl Marx, no hablando desde un punto de vista cristiano, sino desde su punto de vista, él vio que uno de los mayores problemas con la raza humana era el distanciamiento o alienación de la gente de su trabajo, donde hay tanto dolor y lucha involucrados en el trabajo de nuestras vidas en la industria y cualquier vocación que suceda.
Y de nuevo, podemos rastrear las raíces de eso hasta el Jardín del Edén, donde la maldición de Dios vino sobre el hombre en su labor. El trabajo en sí no era una maldición, el hombre fue puesto a trabajar antes de la caída. Y Dios trabaja y encuentra la realización y la bendición en su propio trabajo, y esa fue la intención para nosotros en nuestro trabajo. Y en Edén nadie dijo, «Gracias a Dios es viernes» porque hubo una realización real que la gente tenía en el trabajo de sus manos. Pero debido a que el pecado ahora está en el mundo laboral, el pecado va al lugar de trabajo.
Una vez más, la maldición de nuestro trabajo nos ha traído aún más alienación. Así que simplemente esbozo esto en breve para que nosotros– pudiéramos continuar con cada uno de ellos en mayor detalle. Sólo estoy tratando de dar el panorama general aquí para ver que el pecado es un asunto muy serio y tiene efectos devastadores sobre nosotros. Pero pasemos algún tiempo haciendo la pregunta, «¿Qué es el pecado?» «¿Qué es esta cosa que llamamos pecado?»
Ahora, en las Escrituras, en el Nuevo Testamento, la palabra griega que se traduce para la palabra en español ‘pecado’ es la palabra ‘harmartia’, y en el idioma original esa palabra se utilizó en el campo del tiro con arco que describe la situación cuando el arquero perdía el blanco – el punto del objetivo. Pablo nos dice, por ejemplo, en Romanos 3: «Todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.» De nuevo, esa expresión allí de “no alcanzan” – de quedarse corto sería esa metáfora extraída del tiro con arco donde alguien apunta su flecha a un objetivo distante, pero la puntería está torcida por lo que la flecha se queda corta de la marca prevista. No logra llegar al objetivo en el lugar correcto.
Ahora, en cierto sentido, el objetivo se convierte en el estándar o la norma de medición de la precisión, y así cuando perdemos la marca lo que significa bíblicamente es que no alcanzamos un estándar o violamos una norma. Y, por supuesto, la norma por la cual la Escritura mide la rectitud y su opuesto, el pecado, es la norma de la ley de Dios. Así que, es cuando nos quedamos cortos de la ley de Dios, cuando no alcanzamos la marca de la ley de Dios, cuando violamos la norma o el estándar de la ley de Dios, eso es lo que define el pecado para nosotros. El Catecismo define el pecado de esta manera, que el pecado es toda falta de conformidad con la ley de Dios o, la transgresión de la misma.
Ahora, si observamos esa definición en términos de falta de conformidad por un lado y transgresión por otro, vemos una de estas palabras (la palabra ‘falta’) se expresa en términos negativos, y ‘transgresión’ está en términos activos o positivos. Recuerdo cuando fui a la universidad en Holanda que estaba inmerso en una cultura extranjera y no podía creer el gran número de leyes particulares que definían todos los aspectos de la vida. En ese momento, si rompías una ventana en tu casa, en un pueblo a las afueras de Ámsterdam, no podías reparar ese solo vidrio de tu casa sin obtener el permiso por escrito del gobierno central de La Haya.
Como uno nacido y criado en un ambiente de libre empresa, me pareció muy, muy sofocante. Y, por supuesto, ahora es lo mismo en este país, casi lo mismo. Pero en aquellos días el modismo, la expresión que escuché una y otra vez en Holanda fue «Meniere je hebt de wet overschreden«. «Usted ha transgredido la ley.» Y las leyes estaban por todas partes.
Dondequiera que te volteabas te topabas con una ley y era muy difícil no caer en una porque había muchas de ellas. Pero esa es la idea de la transgresión, donde cruzas una línea. Pasas por encima de un límite. Y el límite de nuevo está definido por la ley.
Ahora, ese es el sentido positivo de una transgresión. Dios dice que no hagas algo, detente aquí en esa línea y tú caminas por encima de la línea, violas esa ley, has pecado contra Dios. Es una infracción. ¿No es interesante que en nuestra nomenclatura equiparemos la palabra ‘pecado’ con una infracción y, sin embargo, fuera de la iglesia se pueden ver señales en varios sitios de construcción y similares donde el letrero dice ‘la infracción será penada’? Y señalan que en el letrero no dice ‘No Pecar’. No hay una equivalencia allí, pero vemos que el vínculo entre una infracción y un pecado significa cruzar un límite ilícitamente. Y la falta de conformidad llama la atención sobre una falta o un fracaso. A veces hacemos una distinción entre los pecados de comisión y los pecados de omisión. El pecado de comisión es cuando hacemos algo que no se nos permite hacer y un pecado de omisión es cuando no hacemos algo que somos responsables de hacer. Y así, en cuanto a esto, vemos que el pecado tiene una dimensión negativa y positiva.
Ahora, esto puede estar vinculado a la especulación teológica y filosófica histórica hasta cierto punto sobre la naturaleza del mal en sí. Y esa es, por supuesto, tal vez la pregunta más difícil que enfrentamos como cristianos filosóficamente. Se ha dicho que el origen del mal es el talón de Aquiles del judeocristianismo porque la pregunta obvia que enfrentamos es ‘¿Cómo puede un Dios que es totalmente justo y totalmente bueno hacer existir un mundo que ahora ha caído?’ ¿Cómo puede Dios, si es el creador de todas las cosas, coexistir con un mundo que tiene pecado presente?» ¿Lo causó Él? ¿Lo hizo Él? ¿Lo usó para sus propósitos? Y la pregunta finalmente se convierte en ‘¿Hay algo malo con Dios mismo?’ porque obviamente hay algo malo con el mundo que hizo.
Bueno, en las especulaciones sobre esto, históricamente, los filósofos y teólogos han utilizado dos palabras para definir la naturaleza del mal que son importantes para esta discusión. Ambos, felices o por desgracia dependiendo de su perspectiva, provienen del latín. Una de las palabras es ‘privatio’. Y la otra es la palabra ‘negatio’. Y, por supuesto, el latín ‘privatio’ es en el español la palabra ‘privación’ y la palabra ‘negatio’ llega al español con la palabra ‘negación’. Así que, tenemos una privación y una negación.
De nuevo, el pecado se define principalmente en términos bíblicos en categorías negativas. Una privación es la falta de algo. Una privación es una carencia de algo. Falta algo cuando hay privación. Hemos oído el término «privación» y la palabra para ser privado. Bueno, de lo que se nos priva en nuestra actual condición caída es de la santidad y la rectitud. Lo que falta en nuestras almas es rectitud perfecta. Nacemos en una condición corrupta con la falta de la justicia original que Adán y Eva poseían. Y así, hablamos del pecado en términos de falta de cierto nivel de rectitud o bondad que debemos tener pero que actualmente no tenemos.
La negación significa que el pecado o el mal se definen contra el polo opuesto de la justicia o el bien. El mal es lo opuesto o la negación del bien. Fíjense cómo la Biblia habla tan a menudo sobre el mal y sobre el pecado. Utiliza palabras como «impiedad» o «injusticia» o «irreverencia» o «el anticristo» a fin de que estas palabras «injusticia» e «impiedad», son definidos, estos pecados son definidos contra la norma positiva por la que son medidos. Realmente no puedes entender lo que es la falta de Dios o la impiedad a menos que primero tengas una comprensión de la piedad. No puedes entender la injusticia a menos que primero tengas un entendimiento claro de la norma de la justicia. El término «anticristo» no tiene sentido si no entiendes primero el significado del término ‘Cristo’.
Así que, hay un sentido en el que el mal depende de la existencia previa del bien para su propia definición. El mal en este sentido es como una sanguijuela. Es como un depredador que vive de su anfitrión y depende de su anfitrión y como dijo Agustín, nos cuesta explicar el origen del mal, pero sólo porque tenemos una comprensión previa del bien. Y aquellos que niegan la existencia de Dios tienen que explicar tanto el bien como el mal. Ellos incluso no tienen una norma por la que pueden quejarse sobre el problema del bien. Así que a pesar de que no resolvemos este problema en última instancia, al menos mejora al darse cuenta de que ni siquiera se puede hablar del problema del mal sin afirmar primero la existencia del bien.
Ahora, el único peligro en definir el pecado puramente en términos negativos es que podría llevarnos a la conclusión de que por lo tanto es una ilusión. No, no, no. Es por eso que los Reformadores añadieron otra palabra ‘actuosa’ – que el pecado es, o el mal es, privatio actuosa. Está activo. Es real. Y aunque pueda ser misterioso, sin embargo, todos entendemos que hay una realidad en el mal en la que participamos y que el mal no es sólo algo que nos invade desde fuera, sino que es algo en lo que estamos profundamente, íntimamente y personalmente involucrados en nuestros propios corazones y en nuestras propias almas.