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Transcripción
En nuestra última sesión vimos los cuatro grupos de personas con respecto a la seguridad de la salvación: aquellos que no eran salvos y sabían que no eran salvos, aquellos que son salvos y saben que son salvos, aquellos que son salvos y no saben que son salvos, y luego el que lo confunde todo: aquellos que no son salvos y están seguros de que son salvos. Vimos, en el tiempo que tuvimos, algunas de las razones por las que las personas pueden llegar a un falso sentido de seguridad sobre su estado de gracia. Lo que queremos hacer en esta sesión es continuar un poco ese análisis y luego también dirigir nuestra atención a lo positivo y decir por qué las personas están realmente en un estado de gracia pero tienen dudas al respecto y cómo pueden superar esas dudas y resolverlas.
Pero oremos primero. Padre, sabemos desde su inicio la salvación es tuya y que sin Ti no podemos hacer nada. Danos ese impulso interior y espíritu por los cuales procuremos con vigor nuestra seguridad según avanzamos hacia el reino, y si es necesario, seamos como aquellos a quienes Jesús describió como los violentos que conquistan el reino por la fuerza. Pero Padre, no nos des un momento de paz o un momento de descanso hasta que haya certeza en nuestras almas de saber con seguridad que te pertenecemos. Porque entendemos que no hay pregunta bajo el cielo más importante para nosotros que saber cuál es nuestra posición ante Ti. Sé con nosotros, te lo suplicamos. En la presencia de Cristo, amén.
La última vez hablamos de algunos de los falsos sentidos de seguridad que muestran las personas, y cuando el tiempo se nos acababa, no tuve la oportunidad de explayarme sobre un punto que quiero elaborar, y es que aquellos que llegan a la convicción de que están en un estado de salvación se basan en una evaluación de su propia justicia con la suposición de que de hecho son lo suficientemente buenos para merecer la entrada en el reino de Dios. Ahora, ese tipo de personas se pueden dividir en dos grupos. Hay quienes tienen algo de entendimiento de lo que requiere la ley de Dios, pero creen honestamente que han sido totalmente obedientes a todos los asuntos relacionados con la justicia de Dios.
Ha habido un movimiento a lo largo de la historia de la iglesia que todavía está muy vivo en nuestros días, llamado el «Movimiento Perfeccionista», el «Movimiento de Santidad», donde la gente está convencida de que por una obra especial de gracia a través de lo que se llama «el bautismo del Espíritu Santo» (no hay que confundirlo con la doctrina neopentecostal del mismo), una persona puede tener una obra especial de santificación que la lleva a un estado de perfección moral actual.
Una vez hablé con un muchacho de dieciocho años que estaba convencido de que había experimentado esta segunda bendición, este segundo bautismo, y ahora estaba seguro de que no solo estaba justificado, sino que había sido santificado, plena y completamente, que no tenía ningún pecado que permaneciera en su vida. Me sorprendió conocer a alguien que realmente lo creía, pero así fue; e inmediatamente me dirigí al texto clásico de Romanos 7, donde Pablo expresa su propia lucha y desconcierto después de su conversión, y no trató de darme el argumento de que Pablo se estaba refiriendo a un tiempo antes de su conversión.
Él reconoció que sí, Pablo el apóstol, estaba hablando de su estado actual de lucha, su estado actual de angustia, su estado actual de estar desprovisto de justicia, y yo dije: «¿Me estás diciendo a mí, que a los dieciocho años de edad ahora estás en un nivel más alto de santificación que el apóstol Pablo cuando escribió el libro de Romanos?». Antes de decirles lo que él contestó, permítanme decirles esto: reconozco que esa es una posibilidad hipotética. Es una posibilidad hipotética que un muchacho de dieciocho años, con un año como cristiano, pudiera ser tan celoso, estuviera tan comprometido, tan cooperativo con los medios de la gracia que realmente superara al apóstol Pablo.
Lo concedo como una posibilidad hipotética, al igual que concedo que hay una posibilidad hipotética de que pueda haber hombrecitos verdes viviendo al otro lado de la luna. Es hipotético, y eso es todo lo que es. No puedo concebir, realmente, a un muchacho de dieciocho años superando al mismo apóstol, pero le dije: «¿Me dices que estás ahora en un estado más avanzado de justicia que el que tuvo Pablo cuando escribió Romanos?». Y él dijo: «Sí», y pensé para mis adentros: «¿Cómo es posible? Solo puede significar para mí una de dos cosas: o no comprende la dimensión completa de las exigencias de la ley de Dios, o se ha engañado completamente a sí mismo sobre su propio comportamiento».
Y pensé inmediatamente en el joven rico que vino a Jesús con el mismo tipo de visión casual y arrogante de la ley de Dios, y vino haciendo la pregunta que estamos haciendo. «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». ¿Y qué dijo Jesús? «Bueno, primero debes hacer esto, lo segundo es hacer aquello». No. Él responde a la pregunta con una pregunta: «¿Por qué me llamas bueno?». Los críticos del cristianismo han reaccionado a esa declaración de Jesús y dicen: «Jesús dice: “¿Por qué me llamas bueno? Solo Dios es bueno”», y dicen: “Bueno, aquí tenemos a Jesús repudiando claramente cualquier afirmación de deidad cuando Él se desvincula de esta clase de adulación en los labios del joven rico”.
Pero ese no era el punto. Jesús entendió que a los ojos de ese hombre, ese hombre no tenía ninguna idea de quién era Jesús, excepto que Él era un maestro, un rabino, tal vez incluso un profeta, y él viene lanzando esta palabra «bueno» de manera muy vaga, diciendo: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?». Jesús ahora se compromete a enseñarle a este hombre de lo que se trata la ley, y Él dijo: «Bien, tú sabes los mandamientos: “No mates, no robes, no cometas adulterio”». ¿Qué dijo el joven? – ¿Eso es todo? «Todo esto lo he guardado desde mi juventud». Entonces, ¿qué dice Jesús? No le dice: «Oh, no, no lo has hecho. Te has engañado a ti mismo».
Jesús era mucho más astuto que eso. Es mucho más profundo. Llegó al meollo del asunto. Le dijo al joven: «Está bien, si crees que has cumplido la ley, está bien. Una cosa te falta, sólo una pequeña cosa: “Ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, toma tu cruz y sígueme”». «Y el joven se alejó muy triste, meneando la cabeza, porque tenía muchos bienes». Ahora, ¿cómo es que Jesús pasó de la vida eterna y de la exposición de la ley a algo como el dinero?
El punto de nuestro Señor allí no es enseñar que es obligatorio para cada cristiano, si quiere entrar en el reino de Dios, renunciar a todos sus bienes terrenales. ¿Qué estaba haciendo Jesús allí? El hombre acababa de decir: «He guardado la ley desde que era un niño», así que Jesús comienza con el número uno: «No tendrás dioses ajenos delante de mí». «Veamos si cumples la ley. Tu dinero es un dios. Deshazte de él». No pudo hacerlo. Reprobó el primer punto de la prueba, y Jesús le enseñó a ese hombre algo sobre lo que la santidad de Dios requiere.
Saben, esta es otra cosa que la gente malinterpreta sobre Martín Lutero. Lutero, en cierto sentido –tengo un sermón al respecto, (he hablado mucho de eso en otro lugar; ahora no lo voy a profundizar), que lo llamo la «locura de Lutero», porque Lutero ha sido juzgado como loco por personas del psicoanálisis, y hay algo de razón para eso porque algunas de sus reacciones fueron realmente extrañas, una de ella fue su reacción al tormento del miedo al infierno. Estaba fuera de control. Era neurótico. No podía dormir. Pasaba tres o cuatro horas en el confesionario todos los días, confesando sus pecados.
¿Cuántos problemas podía tener en el monasterio? Díganme. ¿Por qué? Podemos decir porque estaba loco, o podemos mirar otra dimensión de la personalidad de Lutero. La gente no sabe esto de Lutero, pero antes de que entrara al monasterio ya se había distinguido como uno de los jóvenes eruditos más brillantes de Europa en el campo de la jurisprudencia. Él era un maestro de la ley, y con esa inteligencia examinó la ley del Antiguo Testamento, y luego lo que hizo fue medirse a sí mismo por la ley de Dios, y eso lo estaba volviendo loco. Ahora, a ti no te vuelve loco, a ti no te vuelve loco, y a ti no te vuelve loco. ¿Sabes por qué? Porque has aprendido el proceso más rudimentario de autodefensa para sobrevivir, psicológicamente.
No podemos soportar el sentimiento opresivo de culpa. Te enferma el estómago, pero hemos aprendido a aislarnos del dolor que produce, ¿no es así? La primera vez que perdí mi inocencia siendo un jovencito, en un encuentro sexual, tenía 12 años, y nunca olvidaré lo que me sucedió. Llegué a casa y vomité. Yo no era un cristiano desgarrado por el remordimiento por mi pecado, pero conocía el dolor de la culpa. Incluso como un extraño para Cristo, sabía que lo que había hecho estaba mal, y me desagradaba a mí mismo. Pero, ¿saben qué? A los 15 años ya tenía un callo en mi alma, y ya no me molestaba más, porque entre los 12 y 15 años tomé mis estándares y mis ideales, y los ajusté hasta donde me encontraba. Y no soy la única persona que lo ha hecho. Todos lo hacemos.
Lutero era demasiado inteligente. Vio eso. Vio que te estás engañando a ti mismo. Dios es santo, y exige santidad a sus criaturas; y si una persona realmente piensa que ha alcanzado esa santidad, está en la peor de todas las clases de forma de autoengaño. La única forma de hacerlo, como digo, es bajar los estándares, y eso es exactamente lo que hacemos. Es decir la mayoría de las personas todavía no andan por este mundo pensando que están libres de pecado. Hasta el pagano más pagano no duda en admitir: «Ey, nadie es perfecto. Soy un pecador, por supuesto que soy un pecador. Lo sé. Todo el mundo peca, pero ¿cuál es el problema? Claro que robo, cometo adulterio, hago estas cosas, pero al menos soy honesto al respecto».
Y cuando digo eso, lo que estoy diciendo es: «Mira la balanza de la justicia. Sí, reconozco que tengo faltas, y me quedo corto, he pecado, soy culpable y todo eso, pero tengo estas virtudes redentoras. Soy honesto. No soy un hipócrita», como si el único pecado que pudiera enviar a una persona al infierno fuera la hipocresía. Lo que esa persona está asumiendo es que Dios califica por promedio o curva, que mientras pueda concebirme a mí mismo siendo peor de lo que soy, voy a caer. Eso es mortal, basar tu confianza en ese tipo de situación.
¿O qué pasa con esa persona que viene a la iglesia y que asume que ser miembro de la iglesia es su boleto al cielo? Oigan, hay personas así por montones, que realmente equiparan la membresía de la iglesia con la entrada al reino de Dios. ¿Alguna vez te has preguntado por qué tenemos el fenómeno de la cultura estadounidense del aumento de asistencia los domingos por la mañana del Domingo de Resurrección o Navidad, y bromeamos sobre ese porcentaje particular de la membresía de la iglesia que viene como reloj, ya sea que lo necesiten o no, a la iglesia, dos veces al año? Y esa es la única vez que están allí.
¿Alguna vez te has hecho la pregunta de por qué hacen eso? ¿Por qué tomarse la molestia solo dos veces de las 52 semanas? ¿Por qué la gente hace eso? Es decir, considerémoslo por un instante. Permítanme hacer esta afirmación hipotéticamente, tal como dije hace un momento sobre el muchacho de dieciocho años. Creo que es hipotéticamente posible que un cristiano verdaderamente regenerado caiga en tal descuido en su crecimiento espiritual que descuide los medios de gracia, que descuide la reunión de los santos, y que realmente se meta en un sistema en el que no viene a la iglesia excepto dos veces al año.
Eso es concebible, y es posible que si tú te encuentras entre esas personas que solo vienen a la iglesia una o dos veces al año, que seas, de hecho, un cristiano. Pero queridos amigos, las probabilidades de que eso sea así son astronómicas. Fue Agustín quien dijo: «El que no tiene a la iglesia por madre, no tiene a Dios por Padre». Cuando Cristo redime a una persona, la coloca en su cuerpo, la iglesia, e impone una nueva obligación: unirse en comunión con la comunidad cristiana. Ese es uno de los medios más importantes de todos los medios de gracia, es la participación en el cuerpo de Cristo.
¿Cómo podría un cristiano sobrevivir sin eso? ¿Cómo podría un cristiano que verdaderamente ama a Cristo y está en comunión con los santos ausentarse persistente y repetidamente de eso? Suelo decir a la gente: «Si estás tratando de saber cuál es el estado de tu alma, esto debes considerar. Si faltas seguido a la iglesia, eso puede ser una clara indicación de que, de hecho, estás fuera de la gracia». No es algo absolutamente cierto el que estés fuera de la gracia. Es posible estar en la gracia, como dije, pero es poco probable. ¿OK?
¿Por qué vienen dos veces al año? Es casi como mantener sus nombres en la lista; decir: «Pagué mi cuota. Me presenté para mantener mi membresía activa. Así que puedo decir: “Soy cristiano. Estoy en el reino de Dios”». Si confías en eso, estás en problemas, en uno muy serio. Pero, ¿si ese no es tu caso? ¿Qué pasa si estás allí todos los domingos y te aseguras de que van a marcar tu boleto todas las semanas? Incluso eso no es garantía de salvación porque la participación en la iglesia no es la base de la salvación. La iglesia no puede salvarte. Necesitas desesperadamente a la iglesia. Sabes, no creo que puedas ser santificado sin la iglesia, pero la iglesia no puede salvarte. La iglesia no murió en la cruz por ti. La iglesia no es tu mediador. La iglesia no es tu redentor.
La iglesia es sierva del Mediador. La iglesia es el cuerpo del Mediador, pero no es Cristo, y solo Cristo puede salvarte. La pregunta es, ¿confías en Él, o estás confiando en tu asistencia a la iglesia? De nuevo, vayamos a san Agustín, quien formuló la doctrina en primer lugar, quien dijo que la iglesia, la iglesia visible, es siempre un corpus permixtum, un cuerpo mixto, como nos dijo nuestro Señor mismo. Es una red con diferentes tipos de peces. Tiene trigo y cizaña creciendo uno al lado del otro, que estas personas pueden honrar a Cristo con sus labios mientras sus corazones están lejos de Él; y aquí estoy hablando de la seguridad de la salvación, y algunos de ustedes se están volviendo cada vez más y más inseguros.
Entonces, el objetivo de esta clase es darnos formas en las que podamos crecer espiritualmente, y estoy diciendo que no habrá ningún progreso hasta no estar claros con la seguridad, sin embargo todo lo que hablo es del falso sentido de seguridad. Hago eso porque debemos tener claro en nuestras mentes dónde está nuestra salvación, y de dónde es que viene. Entonces, en este momento, les estoy diciendo todas las cosas en las que no deben confiar, porque hay muchas, muchas razones para identificarse con la iglesia, fuera de un amor genuino por Cristo.
He hablado muchas veces a favor del liderazgo de la organización Young Life, que, en mi opinión, es la organización cristiana más efectiva que he visto con un ministerio especial para los jóvenes. De hecho, como la mayoría de las organizaciones, su verdadera fortaleza es su debilidad. Young Life es tan eficaz en la comunicación con los muchachos de secundaria que la iglesia apenas puede competir con ella, porque los líderes de Young Life son expertos en cómo hacerse amigos de los muchachos, acercarse a los muchachos, ser sensibles al dolor que los muchachos están sintiendo, y saben cómo llegar a los muchachos. Saben divertir a los muchachos.
Organizan campamentos que son fantásticos y, de hecho, son tan buenos en eso que es muy posible que se conviertan a Young Life personas que nunca se convertirán a Jesús, no porque ese sea el objetivo de Young Life. Es decir, Young Life es muy sensible a eso, pero son tan efectivos, tan fascinante, tan atractivos que las personas pueden venir y unirse y sumergirse en esa organización por el puro placer de la diversión y el compañerismo con otras personas, y el hecho de que allí están siendo amados, están siendo tratados con aceptación, están siendo tratados amablemente, y es emocionante, y es divertido y todo lo demás, y nunca tratan con Jesús. ¿OK?
La respuesta simple para la seguridad es, nuestra seguridad solo puede venir cuando confiamos en Cristo y en Cristo solo para nuestra justificación. Pero permítanme ampliar eso y darles algunas malas noticias. Es muy simple: tengo que preguntarte: «¿En qué confías para la vida eterna?» Si estás confiando en la iglesia, estás en problemas. Es un falso sentido de seguridad. Si confías en tu propia justicia, estás en problemas. Ese es un falso sentido de seguridad. ¿Qué tal si dices: «Bueno, en lo que realmente confío es en la gracia»? Ten cuidado. «¿Por qué? ¿No es el boleto de entrada? ¿La respuesta no es que debo descansar en última instancia solo en la gracia de Dios?» Sí, pero ten cuidado de cómo entiendes la gracia.
Tenemos una cultura que tiene una comprensión distorsionada de la gracia. Dice: «Sí, solo puedo entrar al cielo por la gracia de Dios sola. Lo sé. Soy un pecador. Solo la gracia me salvará, pero si Dios es realmente misericordioso, ciertamente me incluirá. Él me lo debe. En el fondo, estoy realmente convencido, ya sabes, de que si Dios es justo, Él será misericordioso conmigo, y he confundido la justicia y la gracia en ese momento». Entonces, ten cuidado de cómo la entiendes. La gracia es cuando obtienes algo que no mereces.
Ahora, de nuevo, digo, es muy simple, la salvación viene por confiar en Cristo y en Cristo solo, pero la siguiente pregunta hay que hacerla. ¿Cuál Cristo? ¿En cuál Cristo confías? ¿Sabes quién es Cristo? Porque podemos adentrarnos en esa cultura y encontrar 50 posturas diferentes y, en muchos casos, mutuamente excluyentes de la identidad de Jesús. Prácticamente todos los sistemas filosóficos de los últimos 500 años han tratado de abrazar a Jesús como su portavoz.
¿Es Jesús un revolucionario político? ¿Es Jesús un héroe existencial auténtico? ¿Es Jesús un maestro de juicios de valor? Son las cosas puntuales que encontramos de cultura en cultura, de teología en teología. El único Cristo que puede redimirte es el que realmente existe, y el único Cristo en el que la fe te redimirá es el Cristo bíblico. Entonces, esa es la pregunta que debes hacerte a ti mismo, y en términos muy simples, no conozco una manera más sencilla de obtener la seguridad de salvación que esta: ir al meollo de las Sagradas Escrituras, entrar en contacto con ese Jesús bíblico, y preguntarte a ti mismo con tanta honestidad como sea posible: «¿Cuál es mi postura ante Él? ¿Dónde me ubico con este Jesús?».
Ahora, permítanme explicar eso un poco. Cuando miro mi pecado, mi confianza en mi redención se tambalea por esta simple razón —una razón lógica—, la lógica aquí creo que es impecable, tengo que admitir que cada vez que cometo un pecado, sea cual sea, en el momento en que cometo ese pecado, que sé que es pecado, en ese momento deseo ese pecado más de lo que deseo agradar a Cristo. Ahora, ¿no es eso simple? Es decir, ¿por qué más lo harías? Preferirías pecar antes que obedecer. No es porque simplemente estás tirando tu justicia por la borda al elegir pecar por alguna razón loca. Pecas porque quieres pecar. Peco porque quiero pecar, y quiero pecar más de lo que quiero obedecer a Jesús en ese momento.
Ahora, si solo me enfoco en ese pecado, ¿cuál será la conclusión sobre mi salvación? Estoy tan lejos del reino de Dios como es posible, porque estoy diciendo: «Cómo puede ser que una persona que ha nacido del Espíritu Santo, que ha sido redimida por el Salvador, prefiera pecar antes que obedecer a aquel que murió por él». Eso me desconcierta. Ese es el misterio de la iniquidad, ese pecado que todavía está vivo en mis miembros y que aborrezco dentro de mí mismo en mis momentos más cuerdos. Pero, sin embargo, yo soy el que peca. Ese pecado está en mí, y lo estoy cometiendo.
Así que no puedo preguntarme a mí mismo, si quiero estar seguro de la salvación, no puedo preguntarme: «¿Peco alguna vez?» Me consuela el hecho de que Pablo pecó y Pedro pecó y todos los demás pecaron, y todavía tenían la seguridad de su salvación. Así que la Biblia al menos me da este consuelo desde el principio: que sé que es posible pecar y seguir siendo cristiano, simul justus et peccator. Estoy al tanto del peccator. Es el justus lo que me vuelve loco. ¿Ven? Así que, no tengo que preguntarme: «¿Amo a Cristo perfectamente?», sino que quiero hacerme esta pregunta: «¿Lo amo de verdad? ¿Deseo yo el triunfo de Cristo? ¿Espero con gozo su venida?».
Es imposible que el hombre natural tenga un afecto religioso auténtico por Jesús. El hombre natural está en enemistad con Dios. Ahora, él puede estar enamorado de un Jesús falso, un Jesús de plástico, un Jesús que no existe. Hay personas que dicen: «Sí, amo a Dios», y luego definen a Dios como puro amor y misericordia que nunca les demanda nada. Les digo: «¿Amas la santidad de Dios? O cada vez que hablamos de la santidad de Dios, ¿te enojas? ¿Amas la soberanía de Dios? O eso hace que te alejes de Él? ¿Amas la rectitud de Jesús? ¿Reconoces el hecho de que Él es completamente digno de que le amemos? ¿Quieres amarlo más?».
Ves, tú no podrías tener ese deseo, en verdad, a menos que el amor de Dios ya estuviera derramado en tu corazón, a menos que tú ya estés vivificado por Dios el Espíritu Santo. Así que no miramos a nuestro propio éxito o a nuestro propio logro, sino que miramos a Cristo, quien es el Autor y el Consumador de nuestra fe. En ese sentido, podemos, en nuestro pecado constante, pecar con valor, no es que debamos pecar con arrogancia, pero ¿qué era lo que Lutero estaba diciendo? Lo mismo que Pablo está diciendo en Romanos cuando dice: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Es Dios quien justifica; sí, es Cristo que murió por ti», porque Satanás viene a acusar al cristiano y a robarle su paz, deben recordar que la batalla es contra el mundo, la carne y el diablo.
Aquí el diablo es un experto en la vida del cristiano: no como el tentador, sino como el acusador, que día tras día te dice: «Mira ese pecado. Mira lo que hiciste. ¿Cómo puedes ser cristiano y hacer eso?». Y te robaría la paz de Dios que, a su vez, es la primicia de vuestra justificación. Es cuando Satanás viene en ese momento, que tú dices con el apóstol Pablo: «¿Quién acusará a los escogidos de Dios? ¡No te metas, Satanás! ¡Fuera de aquí! Mi justicia está en Cristo, y solamente en Cristo».
Estoy buscando mi santificación, pero no voy a buscar mi santificación paralizado por la ansiedad. No voy a buscar mi santificación en un estado de histeria moral, sino que voy a buscar la santificación por un espíritu de gratitud a un Cristo que ya ha asegurado mi salvación. Yo le creo. Me arrepiento. Él me perdona, y me dice: «Vete. Guarda mis mandamientos». Entonces caminamos con la seguridad de que la paz que Dios nos ha dado no es una tregua frágil donde la próxima vez que me equivoque Él va a empezar a agitar la espada contra mí de nuevo. Nosotros, habiendo sido justificados, tenemos paz con Dios. La batalla ha terminado. Somos perdonados. Somos limpiados. Estamos justificados, y eso es lo que la Biblia quiere decir y a lo que Lutero se refería.
Pablo lo cita tres veces del Antiguo Testamento, del libro de Habacuc: «El justo vivirá por la fe», no es simplemente que el justo sea justificado por la fe, sino que el justo viva por la fe. La santificación es tanto por la fe como lo es la justificación, ¿lo cual significa qué? Confianza. De ahí es de donde viene nuestra seguridad, no de una autoevaluación arrogante, sino que confío en que Cristo me guardará, me preservará, me ayudará, me sostendrá, me salvará. Así que esa es la pregunta: ¿En qué estás confiando? Solo la confianza en Él puede traer la seguridad que debemos tener si vamos a crecer en Su reino.