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Transcripción
Continuamos ahora con nuestro estudio de la serie de los «Yo soy» pronunciados por Jesús durante Su ministerio terrenal. Recordamos que estos «Yo soy» están todos precedidos por la construcción griega inusual ego eimi, que es la misma combinación de palabras que se usó en la traducción griega del Antiguo Testamento para el nombre sagrado de Dios, Yahvé, «Yo soy el que soy». Debido a eso estamos viendo la importancia específica de estos dichos tal como aparecen en el Evangelio de Juan. Hoy llegamos al capítulo 15 del Evangelio de Juan, donde tenemos el séptimo de esta serie, el «Yo soy» en el que Jesús dice: «Yo soy la vid verdadera».
Así que veamos por un momento el texto. Jesús dice en el versículo 1: «Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en Mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto. Ustedes ya están limpios por la palabra que les he hablado. Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer». Luego continúa desde allí. Pero noten que en el versículo 5 Él dice: «Yo soy la vid, ustedes los sarmientos».
Esto es ligeramente diferente de lo que Él dice en el primer versículo donde Él se llama a sí mismo no solo la vid, sino que dijo: «Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el viñador». Así que hay dos cosas que podemos ver aquí en esta declaración del «Yo soy» que es muy importante. El segundo tiene que ver con nuestra productividad como cristianos de dar el fruto que Dios nos llama a dar en virtud de permanecer estrechamente conectados a Cristo como los sarmientos están conectados a la vid. Ese es un elemento muy importante de este texto que veremos en un momento. Pero la primera parte del texto que a menudo se pasa por alto es la primera declaración que Jesús hace cuando dice: «Yo soy la vid verdadera».
Ahora, por lo general, cuando alguien hace una declaración como esa, está haciendo una declaración que contrasta con algo más. En este caso sería la vid falsa o la vid corrupta. Y obviamente, los oyentes de Jesús reconocerían la alusión que Él estaba haciendo en esta ocasión cuando se llama a sí mismo la vid verdadera, porque la metáfora de la vid no era algo nuevo para Sus oyentes, nuevo para los oídos del pueblo judío, porque era una metáfora importante que se usó en el Antiguo Testamento para describir la relación entre Dios e Israel, entre Dios y Su pueblo, donde Dios era el viñador e Israel era la vid. Pero echemos un vistazo, de forma breve a algunas de las referencias del Antiguo Testamento que hablan de esa relación entre Dios e Israel.
En el Salmo 80, permítanme dar algunos de los antecedentes del uso de la imagen. En primer lugar, el Salmo 80 comienza con estas palabras: «Presta oído, oh Pastor de Israel». ¿No es interesante que aquí el salmista se refiere a Dios como el pastor, así como Jesús se había llamado a sí mismo el buen pastor? Él dijo: «Tú que guías a José como un rebaño; Tú que estás sentado más alto que los querubines», refiriéndose al arca del pacto que está adornada con las figuras de los querubines a ambos lados, «¡resplandece! Delante de Efraín, de Benjamín y de Manasés, despierta Tu poder y ven a salvarnos. Restáuranos, oh Dios, y haz resplandecer Tu rostro sobre nosotros, y seremos salvos. Oh Señor, Dios de los ejércitos, ¿Hasta cuándo estarás enojado contra la oración de Tu pueblo? Les has dado a comer pan de lágrimas, y les has hecho beber lágrimas en gran abundancia. Nos haces objeto de burla para nuestros vecinos, y nuestros enemigos se ríen entre sí».
Vean que el salmista en este punto está lamentándose. Está llorando ante Dios porque Israel está experimentando la ira de Dios y el juicio de Dios sobre la nación y Él dice: «Nos has dado lágrimas para beber. Nuestros rostros están llenos de lágrimas, porque Tu mano ha sido dura con nosotros. ¿Hasta cuándo, oh Dios, vas a tenernos en oscuridad y darnos la espalda? Por favor, déjanos ver el brillo de Tu rostro de nuevo. Deja que la luz de Tu rostro brille sobre nosotros, y seremos salvos». Una vez más, da el mismo estribillo en el versículo 7, «Oh Dios de los ejércitos, restáuranos; haz resplandecer Tu rostro sobre nosotros, y seremos salvos».
Ahora, en el versículo 8, empieza la imagen que nos interesa donde el salmista dijo: «Tú removiste una vid de Egipto; expulsaste las naciones y plantaste la vid. Limpiaste el terreno delante de ella; echó profundas raíces y llenó la tierra». ¿Ves la imagen, la imagen que se refiere al Éxodo? Trajiste a este pueblo, al que ahora el salmista se refiere como a una vid. Dios sacó esta vid fuera de Egipto, preparó un lugar, la tierra prometida, con mucho espacio, suficiente espacio para que la vid fuera plantada y plantada profundamente y así hubiera espacio para expansión, para que la vid pudiera extenderse a través de la tierra santa.
«Echó profundas raíces y llenó la tierra. Los montes fueron cubiertos con su sombra, y los cedros de Dios con sus ramas. Extendía sus ramas hasta el mar y sus renuevos hasta el río. ¿Por qué has derribado sus vallados, de modo que la vendimian todos los que pasan de camino? El puerco montés la devora, y de ella se alimenta todo lo que se mueve en el campo». Lo que el salmista está diciendo es: Dios, Tú fuiste el que plantó esta vid. Tú eres el viñador, pero ahora te has alejado de esa vid. No estabas cuidando la vid. No estás protegiendo la vid. Todas las naciones ahora la están atacando y las bestias salvajes, el jabalí, vienen y comen la fruta. Es decir, estas personas salvajes están viniendo y saquean a Israel.
«Oh Dios de los ejércitos, vuelve ahora, te rogamos; mira y ve desde el cielo, y cuida esta vid, la cepa que Tu diestra ha plantado y el hijo que para Ti has fortalecido. Está quemada con fuego, y cortada; ante el reproche de Tu rostro perecen. Sea Tu mano sobre el hombre de Tu diestra, sobre el hijo de hombre que para Ti fortaleciste. Entonces no nos apartaremos de Ti; avívanos, e invocaremos Tu nombre. Oh Señor, Dios de los ejércitos, restáuranos; haz resplandecer Tu rostro sobre nosotros y seremos salvos. La frase, «Sea Tu mano sobre el hombre de Tu diestra, sobre el hijo de hombre que para Ti fortaleciste», podría referirse en primera instancia simplemente a la nación de Israel o a David o, en última instancia, al Mesías que aparece más tarde en la historia bajo el título del Hijo del Hombre.
Así que la súplica en esta oración es que Dios regrese a la viña, para salvar la viña que Él había plantado. Vemos una canción similar de celebración o lamento en el capítulo 5 del libro del profeta Isaías. Veámoslo por un momento. Isaías capítulo 5 empieza con el versículo 1 que dice: «Cantaré ahora a mi amado, el canto de mi amado acerca de Su viña. Mi bien amado tenía una viña en una fértil colina. La cavó por todas partes, quitó sus piedras, y la plantó de vides escogidas. Edificó una torre en medio de ella, y también excavó en ella un lagar. Esperaba que produjera uvas buenas, pero solo produjo uvas silvestres. Y ahora, moradores de Jerusalén y hombres de Judá, juzguen entre Mí y Mi viña. ¿Qué más se puede hacer por Mi viña, que Yo no haya hecho en ella? ¿Por qué, cuando esperaba que produjera uvas buenas, produjo uvas silvestres? Ahora pues, dejen que les diga lo que Yo he de hacer a Mi viña: “Quitaré su vallado –el vallado protege la viña– y será consumida; derribaré su muro y será pisoteada. Y haré que quede desolada. No será podada ni labrada, y crecerán zarzas y espinos. También mandaré a las nubes que no derramen lluvia sobre ella”. Ciertamente, la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel, y los hombres de Judá Su plantío delicioso. Él esperaba equidad, pero hubo derramamiento de sangre; justicia, pero hubo clamor».
Así que vemos tanto en el salmo como en este pasaje del profeta Isaías que Dios está expresando Su ira contra la nación que Él llevó, que Él sacó de la esclavitud, que Él plantó y que alimentó, que regó, que cultivó. Ahora, Él esperaba fruto. En cambio, obtiene uvas silvestres. Así Israel se convierte en la vid corrupta y Jesús viene ahora y les dice a Sus contemporáneos: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador». Lo radical sobre todo esto es que Jesús está diciendo que Él es la encarnación de Israel. Podemos ver esto con frecuencia insinuado en el Nuevo Testamento, en las alusiones de los eventos del Antiguo Testamento que luego se aplican a Jesús.
Recordamos que cuando Jesús nació y Herodes trató de quitarle la vida, José fue advertido en un sueño, por lo que tomó a María y al bebé, y huyeron a Egipto. Luego, después de que Herodes murió y fue seguro, se le dijo que trajera de regreso al niño, de Egipto regresando a la tierra prometida. Y dice: «Para que se cumpliera la Escritura dice: “De Egipto llamé a mi Hijo”». Es una referencia en clave para decir que el niño Jesús viene a ser la personificación y encarnación de todo lo que tiene lugar en el Antiguo Testamento con respecto a la nación de Israel. Representa a Su pueblo de tal manera, como el Mesías, que, en un sentido real, es Israel. Así como cuando Juan introduce su Evangelio con respecto al logos, la palabra que se encarna, «El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros». O estableció Su tienda; Él estableció Su tabernáculo.
De modo que toda la experiencia del tabernáculo del Antiguo Testamento apunta a algo más lejano, hacia aquel que vendría y encarnaría todo lo que estaba simbolizado en esa tienda de reunión, que sería Dios con nosotros, Emanuel. Así que Jesús empieza este discurso diciendo a Sus oyentes: «Yo soy Israel». Yo soy el verdadero Hijo del Padre, pero soy el que produce el fruto, no las uvas silvestres. Entonces, sigamos y veamos lo que dice sobre eso en este discurso. «Yo soy la vid verdadera, y Mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en Mí no da fruto, lo quita; y todo el que da fruto, lo poda para que dé más fruto». Ahora, si permiten que una vid tan solo crezca, y si es exuberante y crece y crece y crece, y obtienen un crecimiento increíble en términos de ramas, minimizarán su cosecha.
Para tener la producción óptima de fruto en un viñedo, es muy importante que las vides se poden regularmente, incluso las ramas que dan frutos, especialmente las ramas que dan frutos deben podarse para aumentar el flujo de la savia y demás, para aumentar su productividad. Pero toda vid tiene ramas que mueren y el viñador viene y corta esas ramas muertas. ¿Para qué se utilizan? Toman estos pedazos muertos de madera. No los llevan al taller del carpintero y se los dan a un ebanista y le piden: por qué no me haces un hermoso mueble o algo de esta madera. No sirve para nada. No es útil. Lo único para lo que sirven es para encender un fuego. Entonces las ramas muertas son removidas de la vid y lo que estamos viendo aquí es que Jesús ahora está haciendo una ilustración de la iglesia. Recuerden que Él dice que la iglesia está formada por las ovejas y las cabras. Se compone de la cizaña y el trigo. Siempre hay en cada iglesia, tal como lo hubo en Israel, personas que hacen una profesión externa de fe. Se unen al cuerpo de Cristo exteriormente, pero su profesión de fe no es verdadera.
Realmente son como animales que no son parte de las ovejas. Son intrusos. Son invasores en el cuerpo de Cristo. Son cizaña que crecen junto con el trigo y depende del Señor, quien cuida de Su campo, venir y arrancar la cizaña. La advertencia también está ahí, que habrá personas creciendo lado a lado en la iglesia con verdaderos cristianos, pero son madera muerta. No tienen fruto. Hacen una profesión de fe, pero son como nubes que están vacías de agua. Tienen la apariencia externa del fruto, pero no dan ningún fruto. No estamos describiendo aquí a los cristianos que no dan fruto, porque no existe algo como un cristiano que no da fruto alguno, al menos en primera instancia.
Ahora, para empezar, si no tienes ni un fruto, eso es una indicación clara de que no eres un creyente, que eres madera muerta tratando de adherirte a la vid verdadera. Eso no va a funcionar. Dios te va a cortar. Esa es la advertencia, tal como lo hizo en Israel. Tomó la madera muerta de Israel, la sacó, la arrojó al fuego. Pero hay un juego de palabras aquí en el griego que simplemente no se puede traducir al español donde dice que Él quita el fruto, poda el fruto para que pueda dar más fruto. Ya estás limpio por la palabra que te he hablado. Tenemos la palabra «quitar» y luego está la palabra que se agrega a ella, la idea de limpiar y podar. Es cautheri. De ahí sale la palabra catarsis. Jesús está diciendo a Sus discípulos: «Yo ya los he limpiado». Él no estaba hablando de los verdaderos discípulos, ellos ya han sido podados a causa de la palabra que Él les había hablado.
Él dice: «Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid». Si no tienes ramas, no obtienes ningún fruto de la vid. Pero si cortas la rama, la colocas en una maceta, la riegas todos los días, no vas a obtener uvas, porque la rama tiene que estar conectada a la vid para que la fruta crezca y sea útil. Lo que Jesús está diciendo es: Miren, Yo soy la vid. Tienen que permanecer en Mí. Yo tengo que permanecer en ti. Tienen que permanecer cerca de Mí si quieren ser productivos como cristianos. Ya los he limpiado. Tú ya estás en Mí y Yo estoy en ti, pero tu grado de productividad como cristiano será directamente proporcional a cuán cerca permanezcas de Cristo, de cuánto se alimenten de Su palabra, de cuán íntima sea tu relación con Él, porque si apenas estás a su lado, no podrás ser productivo.
«Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer. Si alguien no permanece en Mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los recogen, los echan en el fuego y se queman. Si permanecen en Mí, y Mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y les será hecho. En esto es glorificado Mi Padre, en que den mucho fruto, y así prueben que son Mis discípulos». A menudo escucho entre los cristianos protestantes un menosprecio de las buenas obras. Dado que ya peleamos la batalla de la Reforma de que nuestra salvación no se basa en nuestras obras; de que se basa en las obras de Cristo y que somos salvos por la fe sola, algunos creen que eso significa que: una vez que estoy en Cristo no importa si soy productivo o no productivo.
Si estudiamos la enseñanza de Jesús en el Nuevo Testamento, Él está constantemente llamando a Su pueblo a dar fruto, a manifestar la fe que tienen a través de sus obras. Es el cristiano que permanece cerca de Cristo, que recibe su alimento de Él, la disciplina que Él nos trae, el que es productivo y da los frutos del reino, porque en la iglesia del Nuevo Testamento Dios no quiere uvas silvestres. Él quiere fruto.