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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Doctrinas mal entendidas
Un repaso rápido de la historia de la Iglesia revela que lo único que es más frecuente que el abuso del poder eclesiástico es la falta de voluntad del pueblo de Dios para someterse a una adecuada administración del mismo. El problema es que pocos cristianos en la actualidad entienden cómo el poder y la autoridad deben ser ejercidos a través del ministerio de la iglesia. Entendido bíblicamente, el poder de la iglesia es «ministerial y declarativo», una expresión que subraya la naturaleza no legislativa de la iglesia. En otras palabras, los oficiales eclesiásticos no establecen leyes, estatutos y promesas sino que declaran las leyes, estatutos y promesas de la inspirada y autoritativa Palabra de Dios. Estar claro en esto es esencial para la salud de la iglesia.
La Iglesia católica romana, con sus papas, obispos y concilios, históricamente se ha visto a sí misma como magisterial, imperial y legislativa. Las autoridades católicas romanas creen que se les ha investido con poder para atar las conciencias de acuerdo a dogmas derivados de fuentes distintas a la Escritura sola. Por ejemplo, la doctrina de la transubstanciación fue afirmada en el IV Concilio de Letrán (1415), la doctrina del purgatorio fue adoptada en el Segundo Concilio de Lyon (1274) y la Inmaculada Concepción de María se convirtió en dogma a través de la así llamada interpretación infalible del Papa Pío IX (1854). Así mismo, el trato de la Iglesia medieval de los «herejes» mediante del uso de la tortura y de la ejecución demuestra una perspectiva del poder eclesiástico que va mucho más allá del terreno de la Santa Escritura.
Las iglesias protestantes también son culpables de ejercer autoridad eclesiástica más allá de los límites bíblicos. En tiempos recientes, hemos visto este abuso de poder cuando las iglesias o ministros demandan que sus miembros voten por un candidato político particular, exigen una manera particular de educar a sus hijos, o requieren el don de lenguas para la membresía de la iglesia. En cada uno de esos casos, sean católicos romanos o protestantes, se ha legislado una doctrina no bíblica y el liderazgo erróneamente ha atado la conciencia de sus miembros para creer y actuar en base a ella. Este tipo de abusos del poder eclesiástico producen una confusión generalizada y desvían la atención de la iglesia de la autoritativa Palabra de Dios. Además, distraen a la iglesia de su misión: ir por todo el mundo como embajadores de Cristo y hacer discípulos a través de los medios ordinarios de la Palabra, los sacramentos y la oración (Mt 28:18-20; Hch 2:42; 2 Co 5:18-20).
Adicional al abuso de poder por parte del liderazgo, a menudo existe una falta de disposición de los cristianos para someterse al fiel ejercicio de la autoridad de la iglesia. Sin duda, Cristo es la cabeza de la Iglesia. Se le ha otorgado toda autoridad en el cielo y en la tierra. No obstante, Cristo ha investido a oficiales calificados y legalmente ordenados de la iglesia con la autoridad para proclamar Su Palabra, pastorear Su rebaño y disciplinar Sus ovejas. Los ancianos de la iglesia son autorizados por Cristo para atar las conciencias de los creyentes a todo lo que esté claramente establecido en Su Palabra o pueda ser deducido de ella por una buena y necesaria consecuencia. El apóstol Pablo encarga a los ministros a que «[prediquen] la Palabra… a tiempo y fuera de tiempo» (2 Tim 4:2). Por lo tanto, al pueblo de Dios se le requiere que escuche y obedezca la Palabra de Dios. Pedro exhorta a los ancianos, diciendo: «anciano como ellos y testigo de los padecimientos de Cristo… pastoread el rebaño de Dios entre vosotros, velando por él, no por obligación, sino voluntariamente, como quiere Dios… demostrando ser ejemplos del rebaño» (1 Pe 5:1-3). Por lo tanto, somos exhortados a humildemente someternos a nuestros líderes que pastorean nuestras almas en el nombre de Cristo (Heb 13:7). La Escritura también nos enseña que la iglesia ha sido investida con el poder y la autoridad de disciplinar a sus miembros (Mt 18:15-20; 1 Co 5:5, 11-13; Tit 3:9-11). Por lo tanto, el pueblo de Dios debe responder a la disciplina bíblica como si Cristo mismo la estuviera aplicando en persona.
Hace muchos años, estuve al tanto de dos casos de disciplina eclesiástica idénticos, pero no relacionados, dentro de la misma congregación. Ambas situaciones eran sencillas y requirieron la intervención de los ancianos. En un caso, la respuesta a la sesión de confrontación amorosa fue de ira y contumacia (rechazo a someterse a la autoridad). En el otro caso, la respuesta fue de una profunda humildad y sumisión al liderazgo de los ancianos. El resultado fue un proceso hermoso de restauración bíblica a la comunión del cuerpo. Esto subraya el punto importante de que cuando la iglesia ejerce poder y autoridad conforme a la Escritura es para bendición espiritual del creyente y no para su daño. El Cristo crucificado, resucitado y ascendido pastorea Su rebaño a través del ministerio de los ancianos (Hch 20:28).
James Bannerman, en su clásica obra del siglo XIX, La Iglesia de Cristo, explica de manera útil por qué todo cristiano debe someterse al ejercicio de autoridad bíblica de la iglesia:
Cuando el poder de la iglesia es empleado ministerialmente para declarar la verdad de Dios en una cuestión de fe, o ministerialmente para juzgar en un asunto de gobierno o disciplina, la declaración de doctrina y la decisión de la ley deben recibirse y someterse por dos motivos: primero y principalmente, porque están de acuerdo con la Palabra de Dios; pero segundo y en un sentido subordinado, porque son emitidos por la iglesia, como una ordenanza de Dios instituida para ese mismo propósito.
Cristo ama a Su esposa, la Iglesia. El dio Su preciosa vida por ella en el madero maldito del Calvario y continúa cuidando de ella a través del fiel ministerio de la iglesia (Ef 5:25; 1 Tim 3:1-13). Por lo tanto, si ustedes son ancianos ordenados, recuerden que su oficio es ministerial y declarativo. Ustedes son miembros de tribunales eclesiásticos, no de cuerpos legislativos. De hecho, no establecen las reglas ni las regulaciones para la adoración, el discipulado, la misión y la disciplina. No, su llamado es a declarar y ejercer en una manera estrictamente espiritual lo que Cristo mismo ha establecido en Su Palabra. Además, todos estamos llamados a vivir en una gozosa sumisión al fiel cuidado y supervisión pastoral de nuestros ancianos, «porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta» (Heb 13:17).