El objetivo de hacer teología
18 agosto, 2021La teología y la vida diaria
19 agosto, 2021Cinco puntos principales de doctrina
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El Sínodo de Dort
El año de nuestro Señor 2018-2019 marca el cuarto centenario de la reunión del Sínodo de Dort en Dordrecht, Países Bajos. El sínodo se convocó para zanjar la controversia existente en las iglesias holandesas en torno a la enseñanza de Jacobo Arminio y sus seguidores sobre el tema de la elección. El documento elaborado por el sínodo, los Cánones de Dort, afirmaba cinco puntos principales de doctrina en respuesta a los errores de los arminianos. Estos cinco puntos se describen a menudo hoy como «las doctrinas de la gracia». También se asocian frecuentemente con el acrónimo TULIP (por las iniciales en inglés de depravación total, elección incondicional, expiación limitada, gracia irresistible y perseverancia de los santos), aunque este acrónimo altera la secuencia de los puntos adoptados y, en algunos casos, pudiera dar una impresión equivocada de la verdadera enseñanza que los cánones exponen.
Este artículo seguirá la secuencia de los cánones. Aunque a menudo se olvida, esta secuencia ya estaba establecida cuando se reunió el Sínodo de Dort en 1618. Antes de la reunión del sínodo, los arminianos habían presentado su enseñanza en forma de cinco opiniones. Los cinco puntos de los Cánones de Dort fueron escritos, por tanto, como una respuesta directa a los errores de Arminio y sus seguidores. No se escribieron para ofrecer una declaración completa de la fe reformada, sino para resolver la controversia sobre la soteriología calvinista provocada por la enseñanza de Arminio.
En el curso de sus deliberaciones, el Sínodo de Dort juzgó que los cinco artículos arminianos eran contrarios a la Palabra de Dios. Contra las enseñanzas arminianas de la elección divina basada en la fe prevista, la expiación universal, la gracia resistible o ineficaz, y la posibilidad de una caída de la gracia, los cánones exponen las doctrinas bíblicas de la elección incondicional, la expiación definida o redención particular, la depravación radical, la gracia eficaz y la perseverancia de los santos. Sobre cada uno de estos puntos, los cánones presentan primero una declaración positiva de la enseñanza bíblica y luego concluyen con un rechazo de los correspondientes errores arminianos.
PRIMER PUNTO: ELECCIÓN INCONDICIONAL
En los artículos iniciales del primer punto principal de doctrina, los cánones resumen los aspectos más importantes del evangelio bíblico. Estos incluyen el hecho de que «todos los hombres han pecado en Adán y se han hecho reos de maldición y muerte eterna» (Artículo 1), que Dios ha manifestado Su amor al enviar a Su Hijo unigénito (Artículo 2), y que la ira de Dios está sobre los que no creen en el evangelio de Jesucristo (Artículo 4). En el marco de estas verdades, los cánones abordan la cuestión fundamental a la que se dirige la doctrina bíblica de la elección: ¿Por qué algunos creen y se arrepienten ante la predicación del evangelio, pero otros permanecen en sus pecados y bajo la condenación justa de Dios? La respuesta a esta pregunta en su nivel más profundo es la elección incondicional de Dios en Cristo de algunas personas para salvación:
Que algunos reciban el don de la fe de Dios y otros no lo reciban, procede del decreto eterno de Dios, “que hace saber todo esto desde tiempos antiguos” (Hechos 15:18; Efesios 1:11). Según tal decreto ablanda, por pura gracia, los corazones de los elegidos, por obstinados que sean, y les inclina a creer, pero según Su justo juicio abandona a su maldad y obstinación a quienes no son elegidos. Y es aquí donde, estando los hombres en similar condición de perdición, se nos revela esa profunda, misericordiosa e igualmente justa distinción de personas (Artículo 6).
Dado que el propósito soberano y misericordioso de la elección de Dios es la fuente de la fe, los cánones continúan afirmando que, consecuentemente, esta elección no puede estar basada en la fe. Dios no elige para salvación a nadie «en virtud de previsión de la fe, la obediencia de la fe, la santidad ni ninguna otra buena cualidad o disposición, como causa o condición, previamente requeridas en el hombre que habría de ser elegido» (Artículo 9). La fe no es una obra meritoria, sino que es en sí misma un don de gracia que Dios concede a aquellos a los que llama según Su propósito (Hch 13:48; Ef 2:8-9; Flp 1:29).
Después de articular la enseñanza bíblica de la elección incondicional, los cánones afirman que esta elección soberana y de gracia para la salvación de un número determinado de personas significa que algunos pecadores han sido «pasados por alto» y «abandonados» en sus pecados (Artículo 15). Aquellos a los que Dios no elige para salvarlos en Cristo pertenecen a la compañía de todos los pecadores caídos que «por su propia culpa» se han sumado voluntariamente en una «común miseria». En el caso de los elegidos, Dios elige, con misericordia y gracia, concederles la salvación en y por medio de la obra de Cristo (Ef 1:3-7). En el caso de los réprobos, Dios demuestra Su justicia al decidir retener Su gracia y condenarlos finalmente por sus pecados e incredulidad (Rom 9:22-24).
SEGUNDO PUNTO: LA EXPIACIÓN DEFINITIVA
De los cinco puntos de doctrina resumidos en los cánones, el segundo es el que recibe un tratamiento más breve. En los primeros artículos de este segundo punto, los cánones afirman que la única forma posible de que los seres humanos pecadores escapen de la condena y la muerte que merecen sus pecados reside en la obra expiatoria de Jesucristo a su favor (Artículo 2). La obra expiatoria sustitutiva de Cristo es la única forma de satisfacer la justicia de Dios y de restaurar Su favor a los pecadores caídos. Tras subrayar la necesidad de la obra expiatoria de Cristo en la cruz, los cánones afirman el valor y la dignidad infinitos de la satisfacción de Cristo. El sacrificio expiatorio de Cristo «es el sacrificio y la satisfacción única y perfecta por los pecados» y es «de valor y dignidad infinitas, y abundantemente suficiente como para expiar los pecados del mundo entero». Por tanto, la Iglesia debe proclamar el evangelio de la salvación por medio de Cristo «a todos los pueblos y personas a los que Dios, según Su beneplácito, envía Su evangelio». La Iglesia está llamada a proclamar «sin distinción» que todos los que crean en el Cristo crucificado y se aparten de sus pecados no se perderán, sino que tendrán vida eterna.
Tras establecer la necesidad de la obra expiatoria de Cristo y afirmar su valor y suficiencia infinitos, los autores de los cánones exponen la tesis central del segundo punto de la doctrina. La obra expiatoria de Cristo fue, por designio e intención de Dios, provista para los elegidos en particular:
Porque este fue el consejo absolutamente libre, la voluntad misericordiosa y el propósito de Dios Padre: que la eficacia vivificadora y salvadora de la preciosa muerte de Su Hijo se extendiese a todos los elegidos para dotarlos únicamente a ellos de la fe que justifica, y por esto mismo llevarlos infaliblemente a la salvación; es decir: Dios quiso que Cristo, por la sangre de Su cruz (con la que Él corroboró el Nuevo Pacto), salvase eficazmente, de entre todos los pueblos, tribus, linajes y lenguas, a todos aquellos, y únicamente a aquellos, que desde la eternidad fueron elegidos para salvación, y que le fueron dados por el Padre; los dotase de la fe, como asimismo de los otros dones salvadores del Espíritu Santo, que Él les adquirió por Su muerte; los limpiase por medio de Su sangre de todos sus pecados, tanto los originales o connaturales como los actuales (Artículo 8).
TERCER Y CUARTO PUNTOS: LA DEPRAVACIÓN RADICAL Y LA GRACIA EFICAZ
En los tercer y cuarto puntos principales de la doctrina, los cánones exponen la enseñanza bíblica sobre la depravación radical de los pecadores caídos y la obra eficaz del Espíritu de Cristo en la regeneración y conversión.
La posición de los cánones sobre la difícil situación del hombre pecador queda retratada con crudeza en los cinco primeros artículos de esta sección de los cánones. En los artículos primero y tercero se establece un fuerte contraste entre el estado original de integridad del hombre, tal como fue creado por Dios, y su estado pecaminoso o de depravación radical tras la caída.
Desde el principio, el hombre fue creado a imagen de Dios, y su mente adornada con conocimiento verdadero y salvífico de su Creador y de las cosas espirituales; con rectitud en su voluntad y en su corazón, con pureza en todos sus afectos; y por lo tanto, totalmente santo. Pero rechazó a Dios por insinuación del diablo y de su voluntad libre, se privó a sí mismo de estos excelentes dones, y a cambio ha atraído sobre sí, en lugar de aquellos dones, ceguera, oscuridad horrible, vanidad y perversión de juicio en su mente; maldad, rebeldía y dureza en su voluntad y en su corazón; así como también impureza en todos sus afectos (Artículo 1).
Por lo tanto, todos los hombres son concebidos en pecado y por nacimiento hijos de ira, incapaces de ningún bien salvífico, e inclinados al mal, muertos en pecados y esclavos del pecado; y no quieren ni pueden volver a Dios, ni corregir su naturaleza depravada, ni pueden ellos mismos disponerse a corregirla (Sal 51:5; Jn 3:5-7; Ef 2:1-3; Rom 8:7, 8; 1 Co 2:14) (Artículo 3).
Los cánones comienzan su tratamiento de la obra del Espíritu en la aplicación de la redención subrayando que el evangelio debe ser publicado a todas las naciones. En esta publicación del evangelio, Dios
con toda seriedad… muestra formal y verdaderamente en Su Palabra lo que a Él le agrada, a saber: que sin duda los llamados acudan a Él. Además, a todos los que vienen a Él y creen, les promete también la paz del alma y la vida eterna (Artículo 8).
Esto significa que la culpa no es de Cristo ni del evangelio cuando los pecadores se niegan a creer y a arrepentirse cuando se les llama por medio del evangelio. Dios llama sinceramente a todos a través del evangelio para que crean, prometiendo, sin distinción, la salvación a todos que respondan a este llamado mediante la fe y el arrepentimiento. Por tanto, la culpa de la incredulidad e impenitencia de muchos es enteramente suya.
¿Qué pasa con los que creen y se arrepienten —aquellos que se convierten— ante la predicación del evangelio? ¿Se les debe acreditar su fe y su arrepentimiento como si fueran sus propios logros? Los autores de los cánones responden a esta pregunta, en primer lugar, negando que esa fe y ese arrepentimiento deban acreditarse al creyente y, en segundo lugar, afirmando que la fe y el arrepentimiento son el fruto de la obra del Espíritu por medio del evangelio. La conversión del que es llamado por medio del ministerio del evangelio no debe serle acreditada «como si él por su libre voluntad se distinguiese de los otros que son provistos de igual o suficiente gracia (como sostiene la orgullosa herejía de Pelagio)» (Artículo 10). En absoluto. Pues, así como Dios desde la eternidad eligió a los suyos en Cristo,
así también llama a estos mismos en el tiempo, los dota de la fe y de la conversión y, salvándolos del poder de las tinieblas, los traslada al reino de Su Hijo a fin de que anuncien las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a Su luz admirable, y esto a fin de que no se gloríen en sí mismos, sino en el Señor. Pues esto es lo que testifican los escritos apostólicos en distintas partes.
En los siguientes artículos de los puntos tercero y cuarto, los cánones ofrecen un relato bíblico de la forma de actuar del Espíritu en el corazón y la vida del creyente. Hablando de la obra del Espíritu en la aplicación del evangelio, los cánones afirman que Dios, por medio del Espíritu, ilumina poderosamente la mente de los creyentes «a fin de que lleguen a comprender y distinguir rectamente las cosas que son del Espíritu de Dios» (Artículo 11). Además, por «la eficacia regeneradora de este mismo Espíritu», Dios también «abre el corazón que está cerrado; Él quebranta lo que está endurecido; Él circuncida lo que es incircunciso». Esta obra del Espíritu incluye: dar a la voluntad del pecador, de otro modo cautiva del pecado, la disposición a hacer el bien; hacer que la voluntad, de otro modo muerta y sin vida para las cosas de Dios, empiece a vivir y ser receptiva al llamado del evangelio; hacer que la voluntad, de otro modo reacia por incapaz, empiece a desear lo correcto; y activar y avivar la voluntad, de otro modo inactiva y sin vida, para que produzca los buenos frutos que provienen de un árbol que ha sido hecho bueno. Al hacerlo, el Espíritu de Dios capacita efectivamente al pecador, por naturaleza espiritualmente muerto y esclavizado al pecado, para que se vuelva voluntariamente en arrepentimiento y fe hacia Dios:
de modo que todos aquellos en cuyo corazón obra Dios de esta manera milagrosa, son regenerados cierta, infalible y eficazmente, y de hecho creen. Con lo cual, la voluntad, siendo entonces renovada, no solo es movida y conducida por Dios, sino que, siendo movida por Dios, obra también ella misma. En consecuencia, con razón se dice que el hombre mismo cree y se convierte por medio de la gracia que ha recibido (Artículo 12).
QUINTO PUNTO: LA PERSEVERANCIA DE LOS SANTOS
Los artículos iniciales del quinto punto principal reconocen que los creyentes luchan continuamente con el pecado y la tentación, e incluso en ocasiones caen en pecados graves (p. ej. la negación de Pedro). En el marco de esta visión bíblicamente realista de la lucha continua con el pecado remanente, los cánones afirman la preservación misericordiosa de los verdaderos creyentes por parte del Dios trino. Si se les dejara a sus expensas, los creyentes «no podrían perseverar firmemente en esa gracia» ni por un momento (Artículo 3). Solo en la medida en que Dios, fiel y misericordioso, les fortalece y capacita, los creyentes son capaces de continuar en ese estado al que Dios los ha llevado mediante la comunión con Cristo. La buena noticia del evangelio no es solo que Dios ha proporcionado una expiación por medio de Cristo y nos ha llevado por el Espíritu a través del evangelio a la comunión con Cristo. El evangelio también promete que Dios se mostrará fiel y misericordioso preservando a Su pueblo en esa comunión.
Pues Dios, que es rico en misericordia, según el propósito inmutable de la elección, no aparta totalmente el Espíritu Santo de los suyos, incluso en las caídas más lamentables, ni los deja recaer hasta el punto de que pierdan la gracia de la adopción ni el estado de justificación, ni que cometan el pecado de muerte o contra el Espíritu Santo, ni que se precipiten en la condenación eterna al ser totalmente abandonados por Dios (Jn 10:27-30; 17:11-12; Rom 8:35-39; Flp 1:6) (Artículo 6).
LA GLORIA DE DIOS Y EL CONSUELO DEL CREYENTE
Hace unos años, J. I. Packer resumió de forma memorable estos cinco puntos, las doctrinas de la gracia, en una declaración concisa: «Dios salva a los pecadores». La enseñanza bíblica de la elección preserva la verdad de que la salvación es obra de Dios de principio a fin. En contra de la visión arminiana, que en última instancia basa la salvación de los pecadores en su elección de creer y perseverar en la fe, la Biblia enseña que el Dios trino salva concediendo a los creyentes lo que se requiere para su salvación. De acuerdo con Su propósito de elección, el Padre da al Hijo, cuyo sacrificio expiatorio procura efectivamente la salvación de aquellos por los que murió. Mediante el ministerio eficaz del Espíritu Santo, a los creyentes se les concede indefectiblemente el don de la fe y el arrepentimiento por el que son unidos a Cristo y se convierten en beneficiarios de Su obra a su favor. Por esta razón, aquellos a quienes Dios salva soberanamente y por gracia pueden hacerse eco de las palabras del apóstol Pablo en 1 Corintios 4:7: «¿Qué tienes que no recibiste? Y si lo recibiste, ¿por qué te jactas como si no lo hubieras recibido?».
Dado que solo Dios salva a los pecadores, todos aquellos que Él salva pueden con propiedad atribuirle a Dios toda la alabanza por su salvación. Al mismo tiempo, pueden creer con confianza que Cristo los salvará para siempre (Heb 7:25). En las conmovedoras palabras de los cánones, pueden confesar que un cambio en el plan de Dios
no puede suceder de ninguna manera, por cuanto ni Su consejo puede ser alterado, ni falla Su promesa, ni puede ser revocado Su llamamiento conforme a Su propósito, ni invalidados el mérito, la intercesión y la protección de Cristo, ni borrado o frustrado el sello del Espíritu Santo (Artículo 8).