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Junto con el gran teólogo y filósofo Anselmo de Canterbury hacemos la pregunta: Cur deus homos? [¿Por qué el Dios-hombre?]. Cuando observamos la respuesta bíblica a esa interrogante, vemos que el propósito de la encarnación de Cristo es completar Su obra como el Mediador designado por Dios. 1 Timoteo 2:5 dice: «Porque hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre, quien se dio a Sí mismo…». Ahora bien, la Biblia habla de muchos mediadores con «m» minúscula. Un mediador es un agente que se coloca entre dos partes que están enemistadas y que necesitan reconciliarse. Sin embargo, cuando Pablo le escribe a Timoteo acerca de un solo Mediador, un único Mediador, con «M» mayúscula, se está refiriendo al Mediador que es el Intercesor supremo entre Dios y la humanidad caída. Este Mediador, Jesucristo, es verdaderamente Dios-hombre.
Es importante que entendamos que la naturaleza divina de Cristo es completamente divina, y que Su naturaleza humana es completamente humana.
Durante los primeros siglos de la Iglesia, teniendo en cuenta el oficio de mediador y el ministerio de la reconciliación, la Iglesia tuvo que hacer frente a movimientos heréticos que perturbaban el equilibrio de este carácter mediador de Cristo. Nuestro único Mediador, que es el agente para reconciliar a Dios y al hombre, es Aquel que participa tanto en la deidad como en la humanidad. En el Evangelio de Juan, leemos que fue el Logos eterno, el Verbo, el que se hizo carne y habitó entre nosotros. Fue la segunda persona de la Trinidad la que asumió una naturaleza humana para llevar a cabo nuestra redención. En el siglo V, en el Concilio de Calcedonia del año 451, la Iglesia tuvo que luchar contra una doctrina siniestra denominada la herejía monofisita. El término monofisita se deriva del prefijo mono, que significa «una», y la raíz phusis, que significa «naturaleza» o «esencia». El hereje Eutiquio enseñó que Cristo, en la encarnación, tenía una sola naturaleza, a la que denominó «naturaleza teantrópica». Esta naturaleza teantrópica (que combina las palabras theos, que significa «Dios», y anthropos, que significa «hombre») nos ofrece a un Salvador híbrido, pero si lo examinamos cuidadosamente, no es ni Dios ni tampoco hombre. La herejía monofisita oscurece la distinción entre Dios y el hombre, y nos presenta o bien a un humano deificado o a una deidad humanizada. Fue en el contexto de esta herejía que el Credo Calcedonio insistió en que Cristo posee dos naturalezas distintas: una divina y una humana. Él es vere homo (verdaderamente humano) y vere Deus (verdaderamente divino o verdaderamente Dios). Estas dos naturalezas están unidas en el misterio de la encarnación, pero para la ortodoxia cristiana es importante que entendamos que la naturaleza divina de Cristo es completamente divina, y que Su naturaleza humana es completamente humana. De modo que esta única persona con dos naturalezas, una divina y una humana, es perfectamente idónea para ser nuestro Mediador entre Dios y los hombres. Un concilio eclesiástico previo, el Concilio de Nicea del año 325, había declarado que Cristo vino «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación». Es decir, Su misión fue reconciliar la enemistad que existía entre Dios y la humanidad.
Es importante notar que a fin de que Cristo fuera nuestro Mediador perfecto, la encarnación no fue una unión entre Dios y un ángel, o entre Dios y una bestia como un elefante o un chimpancé. La reconciliación que se necesitaba era entre Dios y los seres humanos. En Su rol como Mediador y el Dios-hombre, Jesús asumió el oficio del segundo Adán, o lo que la Biblia denomina el último Adán. Él entró en una solidaridad corporativa hacia nuestra humanidad, siendo un representante como Adán lo fue. Por ejemplo, Pablo en su carta a los Romanos presenta el contraste entre el Adán original y Jesús como el segundo Adán. En Romanos 5:15, dice: «Porque si por la transgresión de uno murieron los muchos, mucho más, la gracia de Dios y el don por la gracia de un hombre, Jesucristo, abundaron para los muchos». Aquí observamos el contraste entre la calamidad que vino sobre la raza humana por la desobediencia del Adán original y la gloria que viene sobre los creyentes por la obediencia de Cristo. Pablo añade en el versículo 19: «Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno los muchos serán constituidos justos». Adán operó en el rol de mediador y fracasó miserablemente en su tarea. Ese fracaso fue rectificado por el éxito absoluto de Cristo, el Dios-hombre. Más adelante, en la carta de Pablo a los Corintios, leemos estas palabras: «Así también está escrito: «El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente». El último Adán, espíritu que da vida. Sin embargo, el espiritual no es primero, sino el natural; luego el espiritual. El primer hombre es de la tierra, terrenal; el segundo hombre es del cielo. Como es el terrenal, así son también los que son terrenales; y como es el celestial, así son también los que son celestiales. Y tal como hemos traído la imagen del terrenal, traeremos también la imagen del celestial» (1 Co 15:45-49).
Vemos, entonces, el propósito de la primera venida de Cristo. El Logos asumió una naturaleza humana, el Verbo se hizo carne para efectuar nuestra redención cumpliendo el rol del perfecto Mediador entre Dios y el hombre. El nuevo Adán es nuestro campeón, nuestro representante, que satisface las demandas de la ley de Dios por nosotros y obtiene para nosotros la bendición que Dios prometió a Sus criaturas si obedecemos Su ley. Al igual que Adán, nosotros no obedecimos la ley, pero el nuevo Adán, nuestro Mediador, ha cumplido la ley perfectamente por nosotros y ha ganado la corona de la redención para nosotros. Ese es el fundamento del gozo de la Navidad.