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Nota del editor: Este es el último capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia
Nuestro mayor enemigo en los conflictos no son nuestros oponentes, sino nuestros propios egos. Los desacuerdos sobre políticas, decisiones de liderazgo o incluso puntos de doctrina o práctica, se convierten muy rápidamente en algo personal. Nos ofendemos con demasiada facilidad, incluso cuando no se nos ofende. Las ofensas imaginarias nos llevan a cuestionar los motivos. Los sentimientos heridos nos tientan a responder de la misma manera, y pronto, después de intercambiar golpes verbales y albergar resentimientos cada vez más profundos, lo que comenzó como una legítima diferencia de opinión se convierte en una causa de división casi insuperable. Y el pozo envenenado del que procede toda esta lucha innecesaria es el pecado del orgullo.
Al exponer este patrón, no estamos sugiriendo que la solución sea evitar todo conflicto. Lamentablemente, los desacuerdos a veces son necesarios. Cuando la controversia sucede y es tratada adecuadamente por amor a la verdad, honra a Dios. Pero los más propensos a ofenderse deberían ser los últimos en entrar en la contienda. Los impulsivos rara vez triunfan en un conflicto sin dejar rastro de pérdidas a su paso.
Recordemos que el Señor Jesús a menudo se vio envuelto en conflictos. Durante Su ministerio público, fue un controvertido abierto, siempre opuesto por la clase religiosa dominante. Es importante notar que Él no rehuyó ese conflicto. No se negó a defender la verdad. Respondía a las preguntas, a veces dándole un giro para asombro de los que trataban de atraparle, utilizaba el humor para exponer Su punto de vista y estaba dispuesto a adoptar las posturas necesarias aunque sabía que solo provocarían más indignación. Pero lo más notable de la forma en que Jesús abordó la controversia es cuán sereno y tranquilo siempre estuvo durante todo el proceso. Sus oponentes nunca lograron irritarlo. Ni una sola vez perdió los estribos. Ni una sola vez escuchamos en sus cuidadosas respuestas el habitual veneno que brota de nuestros propios egos heridos.
En Romanos 12:14-21, Pablo nos enseña cómo afrontar los conflictos. Pero también pudo haber estado describiendo a Cristo el controversista. Lee cada elemento de la exhortación de Pablo. ¿No vemos en ella una representación de Jesús? Aquello que debemos aprender a hacer, fue lo que Él siempre hizo.
Bendigan a los que los persiguen. Bendigan, y no maldigan. Gócense con los que se gozan y lloren con los que lloran. Tengan el mismo sentir unos con otros. No sean altivos en su pensar, sino condescendiendo con los humildes. No sean sabios en su propia opinión.
Nunca paguen a nadie mal por mal. Respeten lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres. Amados, nunca tomen venganza ustedes mismos, sino den lugar a la ira de Dios, porque escrito está: «MÍA ES LA VENGANZA, YO PAGARÉ», dice el Señor. «PERO SI TU ENEMIGO TIENE HAMBRE, DALE DE COMER; Y SI TIENE SED, DALE DE BEBER, PORQUE HACIENDO ESTO, CARBONES ENCENDIDOS AMONTONARÁS SOBRE SU CABEZA». No seas vencido por el mal, sino vence el mal con el bien.
La amabilidad, no la venganza; la búsqueda de la paz en cuanto dependa de nosotros; el estar dispuesto a asociarse con los más pequeños en lugar de buscar los aplausos y las alabanzas de los demás: esto es la humildad en acción. Fue como Jesús lo hizo y proporciona las reglas cristianas de la humildad para abordar el conflicto cada vez que se presente.
Aquí es importante notar que Pablo repite un principio central de la conducta cristiana en medio del conflicto, aunque en forma ligeramente diferente, tres veces en este pasaje: debemos bendecir a los que nos persiguen (v. 14); no debemos pagar mal por mal (v. 17); no debemos dejarnos vencer por el mal, sino vencer el mal con el bien (v. 21). Y eso, admitamos con sinceridad, es más fácil decirlo que hacerlo. Pero el versículo 17 ayuda. Pablo nos llama a hacer lo que rara vez recordamos hacer en medio del conflicto. En lugar de devolver mal por mal, debemos «[respetar] lo bueno delante de todos los hombres». En otras palabras, la humildad en medio del conflicto requiere intencionalidad y cuidado. Necesitamos planificar con anticipación cuando vayamos a esa reunión difícil o nos enfrentemos a esa persona contraria, y preguntarnos: «¿Cuál es la buena manera de ser y hablar y pensar y actuar en esta situación?». La humildad nunca se produce por sí sola. Requiere reflexión, trabajo y determinación.
Estamos llamados a «no [hacer] nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante» que a nosotros mismos y a «no [buscar] cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás» (Fil 2:3-4). Esta es la «actitud» que debe haber en nosotros, «que hubo también en Cristo Jesús» (v. 5). La obtenemos de Él. Así que mientras procuramos la humildad en el conflicto, por encima de todo, miremos a Cristo.