Preguntas frecuentes acerca de «La declaración Ligonier sobre Cristología»
14 enero, 2025La iglesia es una, santa, católica y apostólica
Este es el primer artículo de la colección de artículos: La iglesia es una, santa, católica y apostólica
«Una nación, bajo Dios, indivisible, con libertad…», es parte del juramento que los estadounidenses hacen a su país. Esta frase, en especial la parte que dice «bajo Dios», ha sido objeto de debate. Pero ¿es verdad? ¿En realidad, qué tan unidos están los Estados Unidos? La «unión más perfecta» que buscaba Lincoln está lejos de ser perfecta en términos de armonía. Se puede ver que Estados Unidos es una nación profundamente dividida en lo moral, filosófico y religioso. Sin embargo, aún permanece el cascarón exterior de una unidad formal y organizacional. Se tiene unión sin unidad.
Lo mismo que sucede con los Estados «Unidos», ocurre con la unidad de la iglesia cristiana. La «unicidad» de la iglesia es uno de los cuatro términos descriptivos clásicos para definir la iglesia. Según el concilio de Nicea (325 d. C.), la iglesia es una, santa, católica y apostólica.
Hoy en día, pocas iglesias le dan mucha importancia a ser apostólicas. Aún menos parecen preocuparse por la dimensión de lo santo. Cuando estas dos cualidades se vuelven irrelevantes en las mentes de las personas de la iglesia, hablar de catolicidad y unidad se convierte en una simple quimera.
La iglesia, organizativamente, está fragmentada sin remedio. Desde el nacimiento del «movimiento ecuménico», la iglesia ha visto más divisiones que fusiones. Al momento de escribir esto, la crisis de desunión está en las primeras páginas tras la decisión de la iglesia episcopal de consagrar como obispo a un homosexual practicante e impenitente.
¿Es la unidad una falsa esperanza? ¿Es, en sus expresiones históricas, simplemente una ilusión?
Para responder a estas preguntas debemos considerar la naturaleza de la unidad de la iglesia.
En primera instancia, la unidad más profunda y significativa de la iglesia es su unidad espiritual. Aunque nunca podamos separar lo formal de lo material en la unidad de la iglesia, sí podemos y debemos distinguirlos.
Fue Agustín quien enseñó más profundamente sobre la distinción entre la iglesia visible y la iglesia invisible. Con esta distinción clásica, Agustín no imaginaba dos cuerpos eclesiásticos separados, uno aparente a simple vista y otro más allá del alcance de la percepción visual. Ahora bien, ¿imaginó Agustín una iglesia «subterránea» y otra sobre la tierra, a plena vista?
No, él estaba describiendo una iglesia dentro de una iglesia. Agustín tomó su ejemplo de la enseñanza de nuestro Señor de que hasta que Él purifique Su iglesia en gloria, esta continuará en este mundo como un cuerpo que incluirá la «cizaña» junto con el «trigo». Las cizañas son malas hierbas que crecen en el jardín de Cristo junto con las flores.
Debido a la presencia simultánea del trigo y la cizaña en la iglesia, sabemos que los creyentes coexisten con los no creyentes, los regenerados junto a los no regenerados. Fue esta situación la que impulsó a Agustín a describir la iglesia como un «cuerpo mixto» (corpus permixtum). La iglesia invisible está compuesta por verdaderos creyentes. Es la iglesia compuesta por los regenerados, o como dijo Agustín, los «elegidos».
Jesús dejó claro que hay algunos, de hecho muchos, que profesan fe pero no la poseen. Su advertencia penetrante es el clímax del Sermón del monte:
No todo el que me dice: «Señor, Señor», entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: «Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?». Entonces les declararé: «Jamás los conocí; APÁRTENSE DE MÍ, LOS QUE PRACTICAN LA INIQUIDAD» (Mt 7:21-23).
En otra ocasión, Jesús señaló que algunas personas le honraban con sus labios mientras sus corazones estaban lejos de Él. Los labios de la cizaña proclaman que trabajan para Cristo, pero Jesús los rechazará. Él les pedirá (mejor dicho, les ordenará) que se vayan. Él declarará que nunca, en ningún momento, fueron parte de Su verdadera iglesia. «Jamás los conocí». Estas no son ovejas que se convirtieron en cabras. Son los hijos e hijas de Judas, incrédulos desde el principio.
También vemos que Jesús dijo que el número de tales autoproclamados creyentes —que en verdad no están regenerados— es «muchos». Esto debería llevarnos a ser prudentes en nuestras suposiciones sobre el éxito de nuestros métodos y técnicas de evangelismo. Tendemos a ser bastante optimistas con nuestras «estadísticas evangelísticas» cuando asumimos la conversión de todos los que responden a un llamado al altar, toman una «decisión por Cristo» o recitan la «oración del pecador». Estas herramientas pueden ayudar a medir profesiones externas, pero no nos permiten ver el corazón. Todo lo que podemos discernir de la profesión de una persona es su fruto, y aun este puede ser engañoso. Dios, y solo Dios, puede leer el corazón humano. Nuestra mirada no puede penetrar más allá de la apariencia externa.
Agustín también sostuvo que la iglesia invisible existe sustancialmente dentro de la iglesia visible. Puede haber raras circunstancias en las que un verdadero creyente no esté conectado con una iglesia visible, por ejemplo, si está providencialmente impedido. El ladrón en la cruz nunca tuvo la oportunidad de asistir a clases para nuevos miembros en una iglesia local.
Sin embargo, en su mayoría, los verdaderos miembros de la iglesia invisible de Cristo se encuentran dentro de la iglesia visible. Aunque la iglesia visible a la que puede pertenecer una persona verdaderamente regenerada difiera de la iglesia a la que pertenece otra persona regenerada, ambos creyentes están verdaderamente unidos en la única verdadera iglesia invisible.
La unión de los creyentes se basa en la unión mística de Cristo y Su iglesia. La Biblia habla de una transacción bidireccional que ocurre cuando una persona es regenerada. Cada persona convertida pasa a estar «en Cristo» al mismo tiempo que Cristo entra en el creyente. Si estoy en Cristo y tú estás en Cristo, y si Él está en nosotros, entonces tú y yo tenemos una profunda unidad en Cristo.
La oración sumo sacerdotal de Jesús en Juan 17 a favor de la unidad de Sus seguidores no fue un fracaso ni una súplica incumplida. Dios se ha complacido en asegurar una unidad entre los creyentes que, aunque invisible, es real. Es un vínculo común basado en un Señor, una fe y un bautismo.