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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: El Espíritu Santo
Hay un poema para niños escrito por Christina G. Rossetti que capta algo de la maravilla del viento y al mismo tiempo de lo concreto de su obra:
¿Quién ha visto el viento?
Ni tú ni yo.
Pero cuando los árboles inclinan la cabeza
El viento pasa.
Al viento nunca se le ve, pero se le conoce claramente por su obra.
Jesús comparó la voluntad del viento con la obra del Espíritu de Dios (Jn 3:8). Quienes han visto Su obra conocen Su realidad. Sin embargo, hoy en día, muy poco de la obra del Espíritu es reconocido apropiadamente por el pueblo de Dios. Como consecuencia, se hace demasiado énfasis en la experiencia subjetiva del Espíritu en lugar de las dimensiones más amplias de Su realidad. Consideremos primero la obra objetiva del Espíritu y luego Su obra subjetiva.
La maravillosa obra del Espíritu Santo fuera del creyente
Primero, el Espíritu Santo creó y sostiene toda la vida. Al igual que el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es la fuente de este universo y de todo lo que hay en él. En Génesis, el relato de la creación nos informa que «el Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las aguas». Así como el águila se posa sobre su nido para dar vida, el Espíritu de Dios fue el agente que infundió vida en la creación (Gn 1:2; Dt 32:11). Cuando el salmista habla de la tierra que «rebosa… con todas tus criaturas» y del mar «que abunda en animales», declara: «Envías tu Espíritu, son creados, / Y así renuevas la faz de la tierra» (Sal 104:24-25, 30 NVI). Las moléculas, los átomos que constituyen todo lo que hay en esta tierra, y las fuerzas gravitatorias que unen al mundo, todo deriva su poder de funcionamiento del Espíritu soberano, creador y sustentador.
No solo en la creación, sino también en el cumplimiento de la redención, el Espíritu de Dios desempeña un papel primordial. Sin Su obra maravillosa y misteriosa, el Hijo de Dios no se habría encarnado. Fue el Espíritu quien causó la concepción de Jesús en el vientre de la virgen. Lucas 1:35 relata que el Espíritu Santo vino sobre la virgen María y que el poder del Altísimo la cubrió con Su sombra. Sin el Espíritu, no habría habido un Salvador encarnado.
La obra objetiva del Espíritu Santo en la creación y la redención merece cuidadosa atención. Este gran Dios Espíritu, esta persona todopoderosa de la Divinidad, debe ser apreciado por todo lo que es y lo que hace. Él no es un ser débil e indeciso que aparece como una idea divina de última hora en el progreso de la redención. Desde la creación hasta la consumación, Él es el Gran Ser que continuamente realiza maravillas.
La obra maravillosa del Espíritu Santo en el creyente
Del mismo modo, el alcance de la obra del Espíritu en la vida de los redimidos debe apreciarse en toda su plenitud. Nota siete obras del Espíritu entre los elegidos, los favorecidos del Señor:
En primer lugar, el Espíritu regenera. ¡Cuán a menudo se han malinterpretado las claras palabras de Jesús! De forma general, las personas reescriben: «El que no nace de nuevo», como: «El que no se nace a sí mismo». Esta interpretación errónea no solo carece de sentido gramatical (un verbo intransitivo no tiene objeto), sino que además convierte en un sinsentido una profunda verdad espiritual. Así como no hicimos nada para nacer en este mundo caído, tampoco podemos hacer absolutamente nada para entrar en el mundo divinamente renovado de la redención. Debemos nacer «del Espíritu» (Jn 3:5, 8). No podemos coaccionar al Espíritu de Dios para que efectúe nuestra regeneración. El viento sopla por donde quiere, y es la voluntad del Espíritu, no la nuestra, la que hace que una persona sea nacida de lo alto (v. 8). En efecto, si nuestra voluntad es renovada por la regeneración del Espíritu, clamaremos a Dios por salvación, así como un bebé clama desde que nace. Pero da al Espíritu divino la gloria que se merece. El clamor por la salvación viene como consecuencia del nuevo nacimiento y nunca es la causa de la regeneración. El Espíritu mismo es quien realiza soberanamente esta gran obra de renovación total.
En segundo lugar, el Espíritu asegura. Seguimos pecando incluso después de haber nacido de nuevo, ¿verdad? Entonces, ¿cómo podemos estar tan seguros de que somos hijos de Dios?
Podemos estar completamente seguros gracias a la seguridad que da el Espíritu. En esta obra tan maravillosa, «el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Ro 8:16). Nada menos que la obra constante del Espíritu podría mantener al pecador seguro de su salvación. Después de todo, ¿quién se atrevería a contradecir el testimonio del propio Espíritu de Dios? Gracias a Su testimonio personal en nuestro propio espíritu, podemos tener paz. Ten la seguridad: si Su testimonio está ahí, eres hijo de Dios.
En tercer lugar, el Espíritu sella. Los sellos engomados que utilizamos hoy en las cartas no nos impresionan. Se pueden ignorar y romper fácilmente. Pero en los tiempos antiguos, la cera puesta sobre el papel con una estampa oficial del rey hacía que romper dicho sello fuera algo peligroso.
De la misma manera, el Espíritu regio sella a todo creyente en la posesión de todas las bendiciones de la redención. En este caso, es el sello del Rey de reyes el que no puede romperse. Más allá de asegurarnos en el momento presente que hemos sido redimidos, el Espíritu Santo nos sella en la posesión permanente de nuestra salvación, porque «habiendo creído, fueron sellados en Él con el Espíritu Santo de la promesa, que nos es dado como garantía de nuestra herencia» hasta el día del regreso de Cristo (Ef 1:13-14). Es un hecho establecido. Su obra selladora no puede deshacerse, y esto es «para alabanza de Su gloria» (v. 14).
En cuarto lugar, el Espíritu santifica. El apóstol Pablo utiliza una extraña comparación y contraste para describir esta obra del Espíritu: «No se embriaguen con vino […] sino sean llenos del Espíritu» (5:18). ¿Qué ocurre cuando una persona se embriaga? El alcohol de las bebidas «espirituosas» entra en su torrente sanguíneo e impregna cada parte de su persona. Camina y habla de forma diferente, y ve, oye y actúa de forma diferente. Así es la experiencia de todo el que está «lleno» del Espíritu. La santidad de Dios, la santidad del Espíritu Santo, impregna cada parte de su persona. Acude con alegría a lugares de adoración, alabanza y oración; lugares a los que de otro modo no iría. Habla con valentía de Jesús el Cristo. A los abusos, responde con amor.
Esta experiencia de estar lleno del Espíritu no es algo que sucede una vez y luego se acaba. La frase dice literalmente: «Sean llenos del Espíritu». Pablo nos llama constante, continua y cada vez más extensamente a ser impregnados en todo lo que pensamos, decimos y hacemos por la influencia permanente del Espíritu divino. Es la mayor experiencia de vida posible.
En quinto lugar, el Espíritu produce fruto en la vida de cada creyente. ¡Y qué frutos produce! En Gálatas 5:22-23 se enumeran nada menos que nueve productos específicos del Espíritu. Incluso por los tres primeros de estos frutos el mundo lo daría todo: «Amor, gozo, paz». Pero el mundo no sabe que solo el Espíritu Santo de Dios, que mora en el creyente, es capaz de producir gozo, amor y paz verdaderos en el corazón de los pecadores. Él hace y hará lo que nadie ni nada puede hacer.
En sexto lugar, el Espíritu reparte dones. Ningún creyente ha recibido jamás todos los dones, pero cada creyente ha recibido algún don para ministrar a los demás (1 Co 12:7-11). Algunas personas afirman que un creyente no ha sido bautizado por el Espíritu a menos que haya manifestado el don de «hablar en lenguas». Pero Pablo lo deja muy claro: no todos los creyentes han recibido el don de hablar en lenguas, pero todos han sido bautizados por un mismo Espíritu en el cuerpo único de Cristo (1 Co 12:13, 29-30). Durante la época de los apóstoles, Dios concedió dones reveladores, como las lenguas y la profecía, que fueron necesarios para proporcionar una base sólida de verdad revelada que estableciera una guía infalible para la vida de la iglesia a lo largo de los siglos (Ef 2:19-20). Estos dones fueron esenciales para cimentar la iglesia sobre una verdad revelada sólida e inquebrantable. Pero como este fundamento no necesita volver a colocarse en cada nueva generación, estos dones específicos relacionados con la nueva revelación no se han manifestado desde los días de los apóstoles.
Sin embargo, a cada uno de los miembros del cuerpo de Cristo, el Espíritu les otorga capacidades espirituales para ministrar a los demás. Para algunos, es el don de predicar o enseñar la Palabra de Dios (Ef 4:11). Para otros, es el don de exhortar (Ro 12:8). Para otros, puede ser el don de dirigir (v. 8). No hay mayor sentido de cumplimiento en la vida que cuando utilizamos al máximo nuestros dones espirituales. Si somos una bendición para los demás, sabremos que hemos sido bendecidos plenamente. Y esta experiencia, la más satisfactoria de todas, solo se producirá mediante la puesta en práctica de los dones de Dios, que nos han sido otorgados por Su Espíritu.
En séptimo lugar, el Espíritu capacita para dar testimonio al mundo. El Cristo resucitado lo prometió: «Recibirán poder cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes; y serán Mis testigos» ante el mundo (Hch 1:8). El Espíritu vino el día de Pentecostés, y Su poder para dar testimonio al mundo ha estado presente desde entonces. Durante más de dos mil años, el evangelio cristiano se ha seguido extendiendo por todos los continentes y naciones.
Gracias a la venida del Espíritu de Dios a nuestras vidas, tenemos el poder de dar testimonio al mundo, así como de dar un testimonio local, al orar, testificar, dar e ir. Qué gran privilegio es ser un instrumento de testimonio para todo el mundo por el poder del Espíritu de Cristo.
Ciertamente, el Espíritu realiza una gran obra, tanto exterior como interior. Una apreciación apropiada de Sus poderosos hechos debería suscitar un espíritu de sumisión y alabanza, pues Él hace mucho más que inspirar expresiones espontáneas en algunas reuniones de creyentes. La creación, la redención y la consumación son parte de la maravillosa obra del Espíritu Santo.