Aislamiento. División. Es evidente que nuestro momento cultural está dominado por estas dos características. Los estudios demuestran que las personas se sienten cada vez más hambrientas de relaciones reales y están divididas en casi todos los temas. En un mundo hostil, muchos se quedan luchando con sentimientos de inutilidad.
¿Dónde hay esperanza? La Escritura nos invita a ver la Iglesia como el bálsamo para aquellos quebrantados por el aislamiento y la división, particularmente a través de las fascinantes metáforas corporales que encontramos al recorrer todas las cartas de Pablo. En más de una docena de pasajes, Pablo pinta un retrato de la Iglesia como siendo el «cuerpo de Cristo»: todos los cristianos son partes unidas en un solo cuerpo integrado que encarna a Cristo en la tierra, con Cristo mismo como la cabeza del cuerpo. Analicemos cuatro implicaciones de esta rica metáfora. En el camino, será útil comparar las metáforas corporales con las metáforas arquitectónicas (que vimos en otro artículo de esta serie), ya que Pablo a veces las combina (Ef 4:12, 16).
Unidos a Cristo
Las metáforas corporales expresan cómo cada cristiano individual está espiritualmente unido a Cristo en la salvación como un «miembro» (una extremidad o un órgano) de Su cuerpo (1 Co 6:15; Ef 5:30). Mientras que las metáforas de edificios presentan a la Iglesia como llena por el Espíritu (1 Co 3:16), las metáforas corporales enfatizan cómo estamos espiritualmente conectados con Cristo mismo (10:16). La vida de cada cristiano es presionada dentro un molde de Cristo de una manera más profunda de lo que podemos imaginar.
Estamos unidos no solo a Cristo, sino también los unos a los otros de una manera que ninguna otra organización terrenal, club o equipo puede ofrecer.
Cristo como Cabeza
Pablo extiende las metáforas corporales para describir a Jesús como «cabeza» de la Iglesia / «cuerpo» (Ef 1:22-23; Col 1:18). Para un cuerpo literal, el razonamiento y la voluntad de la cabeza deben ser obedecidos por las partes del cuerpo, y sus funciones neurológicas coordinan los sistemas del cuerpo para producir crecimiento. Pablo aplica esto a Cristo: como Cabeza, Él es la máxima autoridad sobre la Iglesia (Ef 5:23-24), y una iglesia crece más saludable no por medio de trucos, sino al someterse a Cristo, quien es el que da el crecimiento (Col 2:19). Pero Pablo complementa esta imagen de autoridad con el amor de Cristo: así como las personas aman y cuidan de sus propios cuerpos, así también, pero en mucho mayor grado, Cristo ama a Su Iglesia / «cuerpo» y cuida de cada miembro de este (Ef 5:29-30). En resumen, mientras que la metáfora de un edificio presenta a Jesús como la piedra angular de la Iglesia una vez y para siempre (2:20), la metáfora de un cuerpo proporciona el consuelo de que tenemos una autoridad benevolente que diariamente nos cuida con amor. Aunque la noche del alma puede ser larga en ocasiones, un cristiano nunca puede ser separado de la Cabeza, Jesucristo.
Diversidad en el cuerpo
De forma similar a la metáfora del edificio (1 Pe 2:4-5), las metáforas corporales capturan en gran medida cómo los cristianos individuales constituyen una entidad (Col 3:15). Sin embargo, hay una diferencia importante. En un edificio, todos somos piedras idénticas, pero un cuerpo por definición está compuesto de diversas partes. Pablo enfatiza dos dimensiones de esta diversidad esencial dentro del cuerpo. La primera se refiere a los dones espirituales dados a cada miembro del cuerpo (1 Co 12:4-11). Las diferencias en los dones no pretenden causar una competencia divisiva, sino todo lo contrario. Así como un cuerpo humano debe tener diferentes partes para funcionar, así también la Iglesia debe tener diferentes partes para funcionar (Rom 12:4). Un cuerpo con solo hígados moriría rápidamente. Del mismo modo, la mano no puede pelear con el ojo o el oído, o de lo contrario el cuerpo no podría ver ni oír (1 Co 12:12-19). El uso de las metáforas corporales por parte de Pablo es increíblemente valioso para ayudarnos a vislumbrar la belleza de cómo nuestros dones diversos —nuestras «muchas partes»— son necesarias (y no un obstáculo) para hacernos «un cuerpo» que funcione de manera saludable (v. 20).
La segunda dimensión de la diversidad dentro del cuerpo trata acerca de la diversidad de grupos de personas. Pablo esboza cómo la obra salvadora de Cristo ha acabado con toda hostilidad a lo largo de las líneas socioétnicas y ha unido a los grupos antiguamente separados en un solo cuerpo de una vez para siempre (Ef 2:14-16; 3:6). Ya sea que estemos hablando de la división judío-gentil de los días de Pablo o de las divisiones raciales/étnicas de hoy (en los Estados Unidos, Malasia, China, Europa Oriental o en cualquier otro lugar), la gloria del evangelio es esta: dado que la salvación es solo por la fe (no por ADN ni nada externo), la Iglesia trae unidad entre grupos de personas al mismo tiempo que celebra las ricas bendiciones que cada uno, de manera particular, aporta al cuerpo. El cuerpo unificado prospera, no a pesar de su diversidad, sino por causa de esta.
Unidos el uno al otro
Hay una última diferencia iluminadora entre las metáforas arquitectónicas y corporales: la primera nos coloca uno al lado del otro como ladrillos en una pared, mientras que la segunda transmite la forma viva en que somos «miembros los unos de los otros» (Rom 12:4; Ef 4:25). Estamos unidos no solo a Cristo, sino también los unos a los otros de una manera que ninguna otra organización terrenal, club o equipo puede ofrecer. Al igual que las partes del cuerpo que comparten la misma sangre, las vías neuronales, etc., los cristianos nos pertenecemos unos a otros, de hecho, nos necesitamos unos a otros de una manera que apenas comprendemos. Por esta razón, Pablo nos exhorta a cuidar con ternura a los miembros más débiles entre nosotros, no ignorarlos ni despreciarlos, extrayendo una analogía de los cuerpos físicos en los que se ofrece más cuidado a las partes vulnerables del cuerpo, no menos (1 Co 12:21-25). Si somos miembros los unos de los otros en el cuerpo de Cristo, la salud de uno nos afecta a todos (v. 26).
Si todo esto es cierto, la metáfora del «cuerpo de Cristo» arroja una visión impresionante de lo que la iglesia puede ser. Ninguna iglesia es perfecta, pero en sus mejores días, una iglesia debe ser un lugar donde no haya aislamiento, porque somos llamados a vivir en relación con otros miembros del cuerpo y con Cristo nuestra Cabeza. Ningún verdadero creyente es amputado del cuerpo de Cristo. La iglesia también debe ser un lugar donde las diferencias en los dones o grupos de personas no conduzcan a un tribalismo divisivo, sino a una unidad forjada a partir de la diversidad, la cual el mundo nunca podrá lograr. Y en medio de todo esto, la iglesia debe ser un lugar donde las personas lastimadas, agobiadas por el sufrimiento y el pecado, puedan ser cuidadas hasta recuperar la salud y tratadas con la máxima dignidad y valía, no abandonadas. Que las metáforas corporales de la vida de la iglesia nos llamen continuamente a tal visión.
El Dr. Greg Lanier es profesor asistente de Nuevo Testamento en el Reformed Theological Seminary de Orlando, Florida, y pastor asistente en River Oaks Church (PCA) en Lake Mary, Florida. Es autor de varios libros, incluyendo How We Got the Bible [Cómo nos llegó la Biblia] y Old Testament Conceptual Metaphors and the Christology of Luke's Gospel [Metáforas conceptuales del Antiguo Testamento y la cristología del Evangelio de Lucas].
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