El sufrimiento y la gloria de Dios
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Si tienes o has tenido hijos pequeños, es probable que estés muy familiarizado con el siguiente escenario.Tu hijo con la gorra de papá puesta está a punto de chocar contra una pared que no puede ver. Tu hija tambaleándose en los zapatos de mamá. Es lindo y conmovedor ver sus intentos de imitarte a ti o a tu cónyuge, pero sus esfuerzos son aún más sorprendentes por una razón que a menudo no recordamos. Nuestros hijos, sobre la base tanto de la naturaleza como de la educación, están destinados a crecer para verse y actuar como nosotros. Sin embargo, nos ven y quieren hacer todo lo posible para ser como nosotros ahora mismo, incluyendo sombreros y calzado. Están ansiosos por crecer. Simplemente no pueden esperar.
Hay una dinámica similar en 1 Juan 3:3: «Y todo el que tiene esta esperanza puesta en Él, se purifica, así como Él es puro». Aquí, Juan escribe a los cristianos acerca de la relación entre ser verdaderos hijos de Dios y la vida ética o moral de cada uno como tal. Comprender lo que Juan expresa aquí es clave para nosotros mientras buscamos vivir a la luz de quién es Cristo y quiénes somos ahora (así como quiénes aún no llegamos a ser) en Él. Para hacer esto, necesitamos observar de cerca la naturaleza y el contenido de la esperanza que se dice que todos los verdaderos hijos de Dios poseen en Cristo. Esto ayudará a clarificar qué significa decir que todos los hijos de Dios se purifican y qué conexión tiene esto con el hecho de que Cristo es puro.
Para comenzar, Juan identifica de manera clara a los verdaderos hijos de Dios como poseedores de «esta» esperanza. Quiere que recordemos la promesa específica de la cual acaba de hablar en el contexto anterior. Desde el inicio mismo de la carta, se ha dirigido a sus lectores cristianos como «hijos». Más que un simple título de afecto, este término lleva a la gran expresión en 3:1: «Mirad cuán gran amor nos ha otorgado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; y eso somos». Esto habla de la adopción por parte de Dios de nosotros a través de nuestra unión con Cristo, Su Hijo amado y unigénito. Todos los beneficios y bendiciones que Jesús recibió como Hijo de Dios con respecto a Su humanidad, ahora son compartidos y retenidos por todos aquellos que han sido puestos en Él y unidos a Él por medio de la fe. Como dice Pablo: «y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo» (Rom 8:17).
No obstante, si somos coherederos con Cristo y comenzamos a gobernar con Él cuando ascendió al Padre, ¿por qué seguimos sufriendo la oposición del mundo? ¿Por qué algunos en la iglesia incluso terminan abandonándola por las promesas del mundo? Nuestra experiencia a menudo no parece reflejar los hechos de la redención. Juan comienza a explicar esto en los versículos 1-2 del capítulo 3. Primero, si el mundo se opone a Dios y rehúsa reconocer Su majestad, podemos esperar el mismo trato para Sus hijos, y los comentarios anteriores de Juan en el capítulo 2 (vv. 18-19) nos recuerdan que aquellos que han apostatado siempre estuvieron alineados con el mundo y nunca verdaderamente con Él.
En segundo lugar, Juan enfatiza la naturaleza del «ya pero todavía no» de nuestra adopción en Cristo. Reitera lo que acaba de decir anteriormente, que en verdad ya somos hijos de Dios, pero luego también agrega que lo que seremos todavía no ha sido manifestado. Esto genera dos preguntas obvias: ¿cuándo, entonces, se manifestará esto, y qué será cierto sobre nosotros en el futuro que no sea cierto sobre nosotros ahora como hijos de Dios? Juan responde ambas preguntas de manera convincente. Señala que será cuando Cristo se manifieste, es decir, en Su segunda venida, que seremos semejantes a Él, y que será así porque lo veremos tal como Él es (1 Jn 3:2).
Aunque Jesús, como el Hijo davídico de Dios, recibió un reino eterno y comenzó a gobernar sobre una nueva creación inaugurada comenzando con la iglesia, aparte de Su resurrección y ascensión, este nuevo reino creacional se ejerce en gran medida de manera interna e invisible. Solo cuando Cristo regrese para consumar Su gobierno y traer nuevos cielos y nueva tierra, la redención de Dios de todo el orden creado será completa, totalmente pública y visible. Será cuando veamos a Cristo reinando como Rey sobre la nueva creación irreversible que nosotros también, como hijos e hijas adoptivos de Dios, coherederos en Cristo, seremos resucitados, completamente purificados y dotados de manera tan gloriosa para gobernar total y finalmente con Él sobre el mundo entero. Esta es la «esperanza» en Cristo que todos los hijos de Dios poseen ante la oposición del mundo y la apostasía de los falsos hermanos.
Entonces, ¿qué significa que todos aquellos que tienen esta particular expectativa escatológica (final, postrera, de los últimos días) se purifiquen, así como Cristo es puro? El verbo purificar se emplea a menudo en el Nuevo Testamento y en las traducciones griegas del Antiguo Testamento para describir la limpieza que hace que algo o alguien sea aceptable para ser utilizado en la presencia de Dios y en el templo (p. ej., Ex 19:10; Nm 8:21; Jn 11:55; Hch 21:24, 26; 24:18). Aquí en 1 Juan 3:3, como en otros pasajes (Stg 4:8; 1 Pe 1:22), se utiliza con una connotación ética que describe la pureza moral. Aquellos que tienen la esperanza cierta de ser resucitados y glorificados para unirse al Hijo en Su gobierno eterno, viven una vida de cooperación ética con el Espíritu Santo para ser purificados y equipados como Jesús para el santo uso del Padre.
Ahora somos hijos de Dios y por eso vivimos interiormente como nuevas criaturas. Sin embargo, sabemos que nuestra herencia completa es ser como Jesús resucitado en Su pureza glorificada. Podemos comparar esto, entonces, con nuestro escenario de apertura. Así como los hijos que se visten como sus padres, los creyentes que tienen esta esperanza se purifican así como Cristo es puro. Persiguen la santidad incluso ahora porque saben quiénes son y a quién se parecerán. Están ansiosos por crecer. Simplemente no pueden esperar.