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Transcripción
En la última sesión de esta serie vamos a ver «Creciendo hacia la madurez en nuestra vida cristiana». Empecemos con una oración: Padre, te damos gracias porque nos has dado el privilegio inefable por el cual podemos dirigirnos a Ti como «Padre» al habernos adoptado en Tu familia y al darnos Tu Espíritu Santo por el cual clamamos: «Abba». Sabemos que somos niños y, sin embargo, sabemos que Tú nos has llamado a crecer hasta ser adultos en el reino. Ayúdanos ahora que consideramos lo que significa ser maduro. Te pedimos estas cosas en el nombre de Cristo. Amén.
Hemos visto a lo largo de esta serie una estrecha conexión entre la enseñanza de Pablo del fruto del Espíritu en su epístola a los Gálatas y su exposición de las ramificaciones del amor, del ágape, en el capítulo del gran amor en 1 Corintios 13. Comenzamos considerando un poco 1 Corintios 13, y luego pasamos a un examen de la lista del fruto del Espíritu en Gálatas, y ahora en esta sesión me gustaría regresar a 1 Corintios 13 por un momento, a la última porción del pasaje.
Permítanme refrescarles la memoria de lo que dice allí, empezando en el versículo 8 del capítulo trece de 1 Corintios: «El amor nunca deja de ser. Pero si hay dones de profecía, se acabarán; si hay lenguas, cesarán; si hay conocimiento, se acabará. Porque en parte conocemos, y en parte profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, lo incompleto se acabará. Esta porción del texto indica que nos estamos moviendo en la dirección de nuestra esperanza escatológica final, donde el fruto del Espíritu alcanzará su punto de cumplimiento.
Somos justificados, como hemos visto, y la justificación es seguida por el proceso de la santificación, la cual ha estado en el centro del escenario en estas clases; pero la santificación tiene un punto final en una obra consumada de gracia que llamamos ¿qué? Glorificación, cuando todo pecado será erradicado de nuestro ser, y viviremos vidas total y completamente en conformidad con la voluntad de Dios en perfecta justicia. Nosotros, en nuestra redención, nunca esperamos ser deificados, aunque sí esperamos ser completa y finalmente santificados, no en esta vida, sino en el cielo.
La culminación de este proceso tendrá lugar cuando Dios nos purifique. ¿Recuerdan que dije al principio la declaración de Juan en sus epístolas: Amados, «Miren cuán gran amor nos ha otorgado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios… y aún no se ha manifestado lo que habremos de ser». Pero, ¿qué sabemos? Que «seremos semejantes a Él, porque lo veremos como Él es». He hablado sobre la relación entre mirar a Cristo y a Dios y el prerrequisito para eso es la pureza. Ningún hombre verá a Dios en este mundo. ¿Por qué? Debido a que Dios es tan puro, ni siquiera puede mirar nuestro pecado, pero se nos promete la visión beatífica.
Se nos promete la gloria suprema de mirar a Dios cara a cara, verlo tal como Él es. No es interesante que esa experiencia del cumplimiento de la gloria en nosotros esté vinculada a un momento de purificación, y no estoy seguro sobre el huevo y la gallina aquí, si nuestra glorificación es llevada a cabo por Dios para que entonces podamos mirar Su rostro (y ese parece ser el patrón que encontramos allí), o es de alguna manera que cuando lo veamos, la pureza misma de verlo a Él será esa dosis final de santificación. El solo hecho de estar allí disfrutando de la gloria de Cristo y de Dios hará la limpieza final de nuestras almas.
Pero mientras tanto, el apóstol nos dice que sabemos en parte y que ciertos procesos a lo largo del camino pasarán. «En parte conocemos, y en parte profetizamos; pero cuando venga lo perfecto, lo incompleto se acabará». Luego, en el versículo 11, leemos la declaración clásica: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niño». Miren, pensar como un niño, entender como un niño, actuar como un niño es perfectamente apropiado para los niños.
Esta mañana, antes de venir a grabar la clase, mi nieta se acercó a la mesa del desayuno y me dijo: «Abuelo», y extendió la mano. Me dijo: «Acompáñame a tu estudio porque quiero que veas con quién estoy hablando». Pregunté: «¿Quién es?» Y ella dijo: «Santa Claus», respondí: «¿Santa Claus está en mi estudio esta mañana?» Me dijo: «Sí, ven a ver». Así que me tomó de la mano y me llevó por el pasillo hasta mi estudio, y allí estaba el sofá junto al librero, y no había nadie en el sofá. Pero mi nieta dijo: «¿Ves?, aquí está Santa Claus», y empezó a entablar una conversación muy muy seria con él.
Y luego yo estaba, ya saben, casi sobrando en esa conversación; estaba tan embelesada con ese diálogo con Santa Claus que decidí sentarme. Me senté y ella se molestó mucho y gritó: «¡Muévete!» Pregunté: «¿Qué pasa?». Dijo: «Acabas de sentarte sobre Santa». El mundo de fantasías de un niño. No me alarmé como para llamar al psiquiatra. Su comportamiento era apropiado, pero si tú vienes a mi casa y te comportas así, habría tenido serias dudas sobre tu cordura porque eso no es nada apropiado para un adulto.
Pablo dice lo mismo: «Cuando yo era niño, hablaba como niño, pensaba como niño, razonaba como niño; pero cuando llegué a ser hombre, dejé las cosas de niños». Ahora, hay un grave malentendido que está en todo el mundo cristiano respecto a este punto. Encontramos personas que tienen una alergia innata al estudio profundo, serio y diligente de la Palabra de Dios, y la excusa continua es: «No necesito estudiar seriamente la Palabra de Dios porque quiero preservar un espíritu como el de un niño, una fe como la de un niño. Quiero mantenerlo simple». Esa no es una expresión de madurez cristiana, pero ¿de dónde viene el malentendido?
La Biblia nos llama a ser como niños. Debemos llegar a ser como niños si queremos entrar en el reino de Dios. ¿Recuerdan cuando los discípulos tuvieron una disputa sobre quién era el mayor en el reino de Dios y quién se iba a sentar a la derecha y quién se iba a sentar a la izquierda? Y Jesús los asombró, tomando un niño y poniéndolo en medio de ellos, y dijo: «Si no se hacen como niños, no entrarán en el reino de los cielos». Y somos llamados una y otra vez a este espíritu de niño.
Pero queridos amigos, hay una diferencia muy, muy importante entre ser infantil y ser como un niño. El Espíritu Santo no es infantil. Ser como un niño significa que en ciertos puntos estamos llamados a parecernos a los niños, de la misma manera que el niño pequeño tiene una confianza y una fe casi absoluta y ciega en sus padres, lo que Agustín llamaba una fides implicita, una confianza implícita en lo que digan sus padres. Si el padre dice que el dinero no crece en los árboles, entonces el hijo lo cree. Ahora, eso no sucede por mucho tiempo. Llega un período inevitable en que los niños no creen nada de lo que sus padres les dicen. Pero en la infancia temprana hay una sensación de asombro que los niños revelan hacia la autoridad de sus padres.
Piensa en las cosas, las formas, en las que el niño depende de los padres. El niño no sabe que el fuego arde hasta que pone las manos en la llama, y las llamas son tan ondeantes y atractivas para el niño, y su padre, dice: «No», y el niño no lo cree del todo, y toca el fuego, se quema la mano, y de repente el padre tiene credibilidad y dicen: «¡Guau!». Puedo recordar cuando mi hijo tenía como cinco años, y fue a la escuela dominical, y la maestra les dijo a los niños: «¿Quién escribió la Biblia?». Mi hijo levantó la mano y entonces le preguntaron: «¿Está bien? ¿Quién escribió la Biblia?», y él dijo: «Mi papá». Eso sí que es mucha fe. Eso no es solo fe, eso es credulidad.
Ahora, cuando somos llamados a tener una fe como la de un niño, no significa que se supone que debemos tener una fe simplista o una fe desinformada o una fe ininteligible, sino que lo que significa es que debo tener el mismo tipo de confianza en mi Padre celestial, que confío en Él implícitamente. Eso no es descabellado. Eso no es supersticioso. De hecho, cuanto más madura sea tu comprensión intelectual de Dios, mayor debería ser tu aceptación como niño de Su autoridad, porque cuanto más entiendas el carácter de Dios, sería totalmente inconsistente con el pensamiento racional que Dios te llegue a engañar, porque Su historial es perfectamente consistente.
La razón por la que los hijos pierden la confianza en sus padres es que comienzan a ver realmente que sus padres cometen errores, pero ¿cuándo has aprendido eso de tu Padre celestial? Cuanto más profunda sea tu comprensión de las cosas de Dios, más como niño será tu sentido de asombro y aprecio por la veracidad de Dios y por la integridad de Dios y por la benevolencia de Dios. Y así, en ese sentido, estamos llamados a ser como niños, pero no solo en ese sentido.
Hay otro sentido en el que la Biblia nos llama a ser como niños, a ser niños en cuanto a la malicia. Es una especie de transigencia, ¿no?, porque la Biblia reconoce que los niños nacen con el pecado original y que los niños no son inocentes de maldad, pero la capacidad destructiva del pecado de un niño de dos años no es digna de ser comparada con la capacidad destructiva del pecado de una persona de treinta y dos años.
Los pecados de los infantes son pecados poco sofisticados. Son pecados ingenuos. Son pecados, pero son, en términos relativos, mucho menos dañinos que los pecados del adulto. No hay muchos niños de dos años que cometan asesinatos. No conozco a muchos ladrones de bancos de dos años o violadores de dos años o malversadores de dos años. Pero el punto es que a pesar de que continuamos pecando como cristianos, y no es que Dios nos esté diciendo que continuemos pecando, sino que dijo: «Sean niños en la malicia», es decir, no seamos pecadores sofisticados.
Mucha gente solía pensar, incluso en el siglo XIX, que fue quizás la época más optimista de la civilización occidental, que el verdadero problema del hombre era la falta de educación y con el cambio radical y la explosión de conocimiento que vino con la Revolución Industrial y el avance en el mundo moderno, hubo estudiosos entre los estudiosos del siglo XIX que realmente creían que el mal podía ser desterrado de este mundo cuando el hombre evolucionara a un plano superior de virtud por medio de la educación.
Piensa en cuántos colegios y universidades se han creado en los últimos 150 años, nacidos de este espíritu optimista de que todo lo que tenemos que hacer para que el hombre acabe con las guerras, acabe con el sufrimiento, y acabe con el mal, es educarlos. Incluso Sócrates creía que el pecado, en última instancia, era simplemente un asunto de ignorancia, de conocimiento erróneo, y de ahí este espíritu de optimismo desenfrenado. Incluso al llegar la Primera Guerra Mundial, ¿se llamaba qué? «La guerra para acabar todas las guerras»: que ahora el hombre ha madurado y está aprendiendo a lidiar con su entorno para no destruirse a sí mismo.
Ese espíritu de optimismo se ha derrumbado porque lo que hemos descubierto es que cuanto más educamos a las personas, a menos que el fruto del Espíritu Santo esté echando raíces en sus vidas, todo lo que estamos haciendo es producir pecadores más sofisticados. Ahora podemos matarnos unos a otros con bombas nucleares en lugar de arcos y flechas. Estamos educados, pero no reformados. Estamos llamados a ser niños en la malicia «pero», dice el apóstol, «en la manera de pensar sean maduros». Para que el fruto del Espíritu crezca hasta su plenitud, hasta la madurez, se requiere una comprensión madura de las cosas de Dios.
Cuando era niño me comportaba como un niño, hablaba como un niño, pensaba como un niño, entendía como un niño; pero ya no soy un niño, y no estoy llamado a un entendimiento infantil de la mente de Cristo o de la Palabra de Dios. Una de las muestras de sabiduría más desconcertantes que se me comunicaron como estudiante de seminario fue en una clase de homilética, una clase que nos instruye sobre cómo predicar, y nos dijeron: si eres el pastor de una congregación donde la persona promedio de tu congregación tiene educación universitaria, y si quieres tener un ministerio efectivo con ellos, nunca, nunca prediques por encima de un nivel teológico de octavo grado o los perderás.
Recuerdo que al escuchar eso quedé destrozado, dije: «¡Un momento! Eso no puede ser. Eso no debe ser así». Es posible que ahí es donde está el nivel educativo teológico porque la mayoría de gente no ha tenido la oportunidad de ser entrenada en teología en la universidad o en el seminario y la mayoría de las personas, aunque son muy inteligentes y muy conocedoras en otros asuntos, no están particularmente versadas en teología porque su formación terminó en la escuela dominical; y tal vez sea cierto que los estudios muestran que la persona promedio con educación universitaria en la iglesia está en un nivel teológico de octavo grado, pero no podemos aceptar eso.
No debemos aceptar eso. No es de extrañar que la comunidad cristiana no tenga ningún impacto si estamos compitiendo con un mundo sofisticado desde un nivel de competencia de octavo grado. Estamos llamados a crecer en la plenitud de Cristo, a obtener la mente de Cristo para que el fruto pueda nacer como un poder redentor en el mundo. Pablo continúa y dice: «Porque ahora vemos por un espejo, veladamente, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré plenamente, como he sido conocido».
Él está poniendo ante nosotros una meta futura. Sí, no seremos capaces de entender todos los misterios de Dios en este mundo, pero no debemos contentarnos con la ignorancia. «Mis amados hermanos, no quiero que sean ignorantes» –agnosis– sin conocimiento. La Palabra de Dios – Dios el Espíritu Santo es el maestro. Él es el maestro de la verdad, y Él nos ha sido dado para que sepamos estas cosas, para que conozcamos la verdad y para que la verdad nos haga libres. La verdad alimenta el alma.
En los pocos minutos que me quedan, permítanme concluir diciendo esto: que para la plenitud del fruto debe haber cuidado, y se necesita tiempo para que el fruto alcance la madurez. Si alguna vez has cultivado una fruta, lo sabes. El año pasado compré cuatro árboles frutales y los puse en mi jardín, y los he estado alimentando y fertilizando y todo; y tengo dos durazneros, o dos perales, que no dan señales de frutos, y probablemente pasarán dos o tres años más antes de ver algún fruto en ese árbol.
Mi único manzano ha crecido hasta medir unos 4,5 mt de altura, pero no hay una sola manzana en ese árbol. El otro manzano sólo mide 2,5 mt, y fui el otro día, y conté catorce manzanas pequeñas en ese árbol. Y me emocioné porque había fruta, pero también reconocí que esas manzanas serán pequeñas. No van a ser realmente sabrosas. No van a madurar bien. Realmente no van a ser comestibles este año, pero ver el progreso, ver la presencia de frutos que comienzan a aparecer en el árbol fue emocionante.
Pero vaya que se necesita paciencia y nutrientes. Requiere cuidado, y como hemos dicho en el período de discusión, parece que todos están buscando un atajo para acelerar el proceso, para tener un crecimiento instantáneo, una gratificación instantánea: cinco lecciones fáciles para ser un cristiano que da frutos. Pero no hay sustituto para el método clásico y tradicional de crecimiento en el Espíritu Santo. Hay cristianos que creen que si van y alguien les impone las manos, instantáneamente serán transformados en cristianos maduros. No funciona.
Cuando me uní a la iglesia por primera vez, tuve que hacer un voto, y uno de los votos en nuestra iglesia era que prometíamos ante Dios hacer un uso diligente de los medios de gracia. Han escuchado esa frase: el uso diligente de los medios, no solo el uso de los medios de gracia, el uso diligente de los medios de gracia. Si descuidas los medios de gracia, el fruto será incompleto en el mejor de los casos. Puedo dejar esos árboles en paz y tal vez después de una temporada aparezcan algunas manzanas distorsionadas, deformes, comidas por los gusanos; pero si quiero fruta sana, fruta comestible, fruta sabrosa, tengo que prestar atención a esos árboles todos los días. Uso diligente de los medios de gracia.
¿Cuáles son los medios de gracia? Cuando hablamos de «medios», estamos hablando de formas o métodos o, en este caso, instrumentos o, una palabra aún más simple, son herramientas. Piensa en lo importante que son las herramientas ahorrando mano de obra. Le hablé a mi hijo sobre los principios elementales de la economía. Le dije: «Cuando se trata de tener que realizar un trabajo, estamos hablando de tiempo, energía o dinero. Esas son tus elecciones». Él dijo: «¿Qué quieres decir, papá?» Le dije: «Bueno, aquí tenemos un césped que hay que cuidar. Ahora, la forma más barata de hacerlo es salir con un par de tijeras y cortar cada hebra una a la vez. El problema es que te cuesta un montón de tiempo y energía, ¿de acuerdo?
La forma más fácil en términos de tiempo y energía es contratar a alguien para que lo haga. Cuesta dinero, pero no tiempo, ni energía. Por lo general, optamos por algo intermedio. Salimos y compramos una cortadora de césped donde minimizamos los costos financieros, los costos temporales y minimizamos los costos de energía, y así llegamos a una solución intermedia. Pero en cada decisión como esa estás lidiando con esos factores». Y yo dije: «Ahora el punto es que las herramientas facilitan. Las herramientas facilitan los trabajos. Es por eso que las usamos. Es por eso que se inventaron», y las herramientas para el crecimiento espiritual son los medios de la gracia.
Si quieres conocer la forma fácil de crecer, entonces consigue las herramientas y usa las herramientas. ¿Y cuáles son? Ustedes saben cuáles son: la oración, el estudio de la Biblia, los sacramentos, la comunión. Sabes que si plantas un manzano, no vas a obtener ninguna manzana. ¿Recuerdas que dije que planté cuatro árboles? Dos perales y dos manzanos. Debía tenerlos porque si solo tienes un hombre o una mujer no vas a tener hijos. Tienes que tener dos. Ustedes deben tener compañerismo si quieren tener fruto. No se puede hacer esto de forma aislada.
Necesitas el cuerpo de Cristo. Necesitas la disciplina de la iglesia, y necesitas la herramienta del servicio. Servir a Dios es un medio de gracia. Dar testimonio ayuda a dar fruto. Estar involucrado en la obra de Cristo produce fruto, no solo fruto para el reino de Dios, sino fruto en tu propia alma, y por eso concluyo con esta exhortación final y palabra de aliento: No descuides los medios de gracia. Haz uso diligente de estas cosas para que el fruto de Cristo pueda ser perfeccionado en tu vida.






