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Transcripción
Estamos en una revolución, y creo que todo el que es consciente está al tanto de ese hecho; no es una revolución sangrienta; no es una revolución armada, pero al fin y al cabo es una revolución, una que es en extremo real, y que toca la vida de cada cristiano. Los medios lo llaman una revolución moral. Y, como cristianos, nos importan mucho los asuntos morales, y vemos que la ética, como ciencia, no surge simplemente en el esquema de las cosas evolutivas, en el curso de la historia, sino que la ética viene propiamente como un subtítulo debajo de la disciplina de la teología.
Creo que parte del problema de nuestra cultura hoy en día, tiene que ver con la confusión de la relación entre la ética y la moralidad, y quisiera dedicar algo de tiempo para venir a la pizarra y esbozar algunas cosas sobre la palabra «ética» y la palabra «moralidad», cosas que a menudo son pasadas por alto por el público cristiano. Creo que encontrarán en su vocabulario, cuando escuchan con sus oídos lo que habla la gente en las calles, que la mayoría de las personas usan las palabras ética y moralidad indistintamente, como si fueran sinónimos idénticos y exactos. Pero histórica y tradicionalmente, ese no ha sido el caso.
La palabra «ética» y las palabras «moral» y «moralidad» provienen de una fuente distinta, se derivan de una palabra diferente, y los derivados de estos dos términos tienen una diferencia que es muy importante que el cristiano la entienda. Veamos eso por un minuto. La palabra «ética» proviene de la palabra griega ethos. La palabra «moral» o «moralidad» proviene de la palabra mores.
¿Cuál es la diferencia? El «ethos» de una sociedad o una cultura lidia con su filosofía fundamental elemental, su concepto de valores, su manera de entender cómo encaja el mundo, de modo que hay un sistema de valores filosófico que es el ethos de toda cultura que la sociedad adopta. Mores, por el otro lado, tiene que ver con las costumbres y los hábitos y las formas normales de comportamiento que se encuentran dentro de una determinada cultura o sociedad.
Veamos aún más la diferencia entre la ética y la moralidad, entre ethos y mores. En primera instancia, la ética es llamada una ciencia normativa; es el estudio de las normas, de los estándares por los cuales las cosas se miden o evalúan. La moral, en cambio, es lo que llamaríamos una ciencia descriptiva. Una ciencia descriptiva es, como su nombre indica, una ciencia cuya tarea es simplemente describir la manera en la cual las cosas operan o se comportan.
Si descendemos un poco más en nuestra columna, veremos que la ética se ocupa del imperativo y la moralidad se ocupa del indicativo. ¿Qué queremos decir con eso? Bueno, vamos a dar un paso más para aclararlo. La ética se ocupa de lo que debe ser, la moralidad se ocupa de lo que es. Miren el gráfico de nuevo, la ética, o ethos, es normativa, imperativa, se ocupa de lo que «debe ser». La moralidad proviene de mores, que es descriptiva y se ocupa de lo indicativo o lo que decimos que «es».
Es decir, que la moralidad describe lo que la gente realmente hace, pero el estudio de la ética, tradicional e históricamente, no se ocupa tanto de lo que realmente hacemos, sino más bien de lo que deberíamos estar haciendo. Es una diferencia muy significativa, en especial según lo entendemos a la luz de nuestra fe cristiana, y también a la luz de que los dos conceptos se confunden, se fusionan y se mezclan en nuestra cultura contemporánea. Lo que ha surgido de la confusión de la ética y la moral es lo que llamo el surgimiento de la moralidad estadística, donde lo normal se convierte en normativo.
¿Qué quiero decir con eso, que lo normal se convierte en normativo? Así es como funciona: para saber lo que es normal, hacemos una encuesta estadística, encuestamos, contamos cabezas, averiguamos lo que la gente realmente hace; y supongamos por ejemplo, que descubrimos que la mayoría de los adolescentes están consumiendo marihuana, y decimos que en este momento de la historia, es normal que un adolescente en la sociedad estadounidense disfrute, en cierta medida, el uso de la marihuana. Y como por estadística la mayoría lo hace, entonces concluimos que es normal, y si es normal, ¿qué pasa entonces? Está bien. Es humano y, a fin de cuentas, lo que queremos es ser humanos.
Entonces, al contar cabezas, mediante la encuesta estadística, descubrimos las tendencias actuales y las prácticas de comportamiento actuales de una sociedad, e instamos al resto de la gente a alinearse y participar, a hacerse eco de los estándares aceptables de una determinada sociedad. Y así, con esa palabra «aceptable» — voy a volver a la pizarra por un momento y decir que la ética se ocupa en última instancia de lo que es correcto; la moralidad se refiere a lo que es aceptado. Obviamente, si algo es aceptado, por lo tanto, es juzgado como correcto por una sociedad o una cultura en particular. Sin embargo, la preocupación principal son los estándares actuales de una sociedad en curso.
Como digo, esto provoca una crisis para el cristiano, porque cuando lo normal se convierte en lo normativo, cuando lo que «es» determina lo que «debe ser», estamos en una situación completamente inversa a la ética bíblica a la que estamos llamados. El lema, el eslogan de la moral estadística, es una extraña e insólita combinación de lo indicativo y lo imperativo. Estoy seguro de que todos ustedes han escuchado la declaración: «Sé lo que tú eres». ¿Ves la combinación ahí? Sé lo que tú eres. Eso es imperativo, el «sé» está en imperativo, «lo que tú eres» es el indicativo.
Hemos fusionado la ética y la moral. Eso estaría bien si viviéramos en una sociedad en la que cada ser humano fuera moral y éticamente perfecto. Solo entonces, como sucede en el cielo, consideraría apropiado escuchar la voz de Dios dirigiéndose a los habitantes del cielo y decir simplemente: «Sean lo que ya son», porque allí estaremos en un estado de glorificación. Pero vivimos, según las Escrituras, en un mundo caído, en un mundo que ha sido corrompido por la intrusión del mal en él.
Debemos resistir, fervientemente, la tentación de aceptar el statu quo, de ser lo que somos, porque hasta que cada uno de nosotros haya llegado a la plenitud de la medida de Cristo en conformidad con Su imagen, si seguimos siendo lo que somos, seguimos siendo menos de lo que Dios quiere que seamos. Entonces, para nosotros, hay una diferencia entre lo que «es» y lo que «debería ser». Por lo tanto, el concepto cristiano de la ética va camino a una colisión con mucho de lo que se expresa como moralidad en nuestra sociedad contemporánea porque no determinamos lo que está bien o lo que está mal sobre la base de lo que todos los demás hacen.
Si por ejemplo, observamos las estadísticas, veremos que todos los hombres en un momento u otro practican la deshonestidad. Encuesten a los niños en la escuela primaria y vean cuántos han hecho trampa alguna vez en un examen. Eso es tan común, tan generalizado, que la Biblia misma dice que todos los hombres son mentirosos. Eso no significa que todos los hombres mientan todo el tiempo, sino que todos los hombres han incurrido en la deshonestidad en algún momento u otro.
Si vemos eso estadísticamente, diríamos que el cien por ciento de las personas son deshonestas, y dado que es universal, estadísticamente abrumador, deberíamos llegar a la conclusión de que es perfectamente normal que los seres humanos mientan, no solo es normal sino perfectamente humano, y si queremos ser completamente humanos, entonces debemos animarnos en la dirección de la deshonestidad. Por supuesto, eso es lo que llamamos un argumento de reductio ad absurdum, donde llevamos algo a su conclusión lógica y mostramos la locura de ello. Pero eso no es lo que suele ocurrir en la sociedad. Ese tipo de problemas obvios con el desarrollo de una moralidad estadística a menudo se pasan por alto.
La Biblia dice que, como personas caídas, todos tendemos a la deshonestidad. Sin embargo, estamos llamados a un plano superior, y somos llamados a vivir bajo el principio de la santidad de la verdad tal como Dios nos presenta en Su Palabra. Tengan eso en mente a medida que avanzamos en este curso: que hay una desconexión en nuestra sociedad entre vivir conforme a lo que es aceptable, o conveniente, o lo que es pragmáticamente importante para la aceptación de los demás, o vivir según los principios.
Como cristianos, el carácter de Dios suministra nuestro ethos supremo, el marco o fundamento definitivo por el cual discernimos y descubrimos lo que es correcto, lo que es bueno y lo que le agrada a Él. Ahora, en este breve curso sobre los principios de la ética cristiana, vamos a tratar de entender algunos de esos principios que van más allá de los tabúes contemporáneos o de las mores contemporáneas o patrones de comportamiento, que son aceptables o no aceptables, para buscar esos principios que trascienden lo relativo de la cultura, para buscar esos principios que, como dije hace un momento, en última instancia descansan sobre el carácter de Dios mismo, porque el cristiano está llamado a vivir por principios, no por conveniencia. Eso es parte de lo que significa ser un discípulo de Cristo.
Cuando se trata de la búsqueda de la justicia, que es el deber de todo cristiano, hay fundamentalmente solo dos problemas. Esos dos problemas son muy importantes y de gran peso, y la solución a esos problemas no es nada fácil, pero podemos simplificarlo al menos de entrada, diciendo que hay dos problemas fundamentales para el cristiano cuando lucha con los principios éticos. El primer problema es simplemente saber qué es el bien, entender con la mente qué es lo que Dios requiere, qué es lo que a Él le agrada. Esta es una de las dos preguntas básicas que como cristianos debemos responder.
Pero supongamos por un segundo que tenemos un entendimiento claro y agudo de los principios divinos, y sabemos con certeza lo que Dios requiere de nosotros. Eso ciertamente traspasa toda la ansiedad que a menudo experimentamos cuando no estamos seguros de qué es lo correcto. Pero eso es solo la mitad de la batalla. El segundo problema que enfrentamos como cristianos, buscando vivir la vida según la justicia y según los estándares éticos, es tener el poder moral y/o la valentía ética para hacer lo que sabemos que es verdad.
Permítanme hacerles una pregunta muy práctica. ¿Siempre hacen lo que saben que es correcto hacer? No tienen que responder porque yo sé la respuesta antes de que la digan. Si eres un ser humano, y eres parte de la misma especie de humano que yo, entonces sé que ninguno de nosotros, siempre y de manera consistente, hace lo que sabemos que se supone que debemos hacer. Así que hay dos problemas básicos, conocer el bien, y luego, habiendo conocido el bien, tener la valentía moral para hacer lo correcto.
Ahora, cuando miramos la primera parte de ese problema, —y aquí es donde principalmente nos vamos a enfocar en este curso— en tratar de entender qué es lo que debemos estar haciendo… entendiendo esa mitad del problema, entendiendo la justicia de Dios, sabiendo cuáles son los principios que Dios aprueba y ordena para Su pueblo.
A menudo nos encontramos con personas, que ven estos temas de ética de una manera muy simplista, y han oído decir —tal vez ustedes mismos lo han dicho— sobre cierta persona, que esa persona «siempre piensa en términos de blanco y negro y no hay tal cosa como el gris para esa persona», y por lo general, el individuo en cuestión es uno que se considera superficial, rígido e inflexible en su enfoque moralista de las cosas. Y lo que es más importante, una persona así, que se describe como mirando todo en blanco o negro sin niveles de gris, generalmente se considera alguien que es simplista y, de hecho, ese es a menudo el caso.
Pero con nuestra impaciencia y con nuestra incomodidad con aquellos que nos parecen tan frágiles y nos parecen tan rígidos y tan críticos, que todo tiene que ser blanco o negro, que a veces queremos hacer juicio, de cualquiera que piense aguda y claramente sobre los principios éticos y casi bautizamos y celebramos la confusión de lo gris. Permítanme ilustrar esto por un minuto.
He traído conmigo una pequeña cartulina. No es exactamente del estilo gráfico de Plaza Sésamo, pero es lo suficientemente simple que podrán notar que tengo una forma rectangular aquí en este pedazo de papel azul y en este extremo, vemos este último cuadrado oscuro; y el cuadrado del extremo derecho es claro, es blanco, es brillante; y en el medio, tengo líneas dibujadas por aquí que sombrean esta área, de modo que tengo tres cuadrados a lo largo de esta línea.
Lo que este pequeño gráfico representa, es lo que yo llamo el continuum ético, el continuum ético, y podemos hablar, en el extremo izquierdo del espectro aquí, que esta área oscura representa aquello que es malo, lo que es injusto, impío, lo que es pecado, lo que Dios prohíbe. Y dejaremos que el extremo derecho del continuum indique justicia, piedad y bondad. Y el cuadrado central, lo he sombreado para indicar lo que llamamos las áreas grises de la ética. Aquí tenemos lo oscuro, lo blanco y lo gris.
Ahora, hay diferentes formas de hablar sobre las zonas grises en la ética. Por un lado, el gris puede representar lo que la Biblia llama asuntos de comportamiento que son una adiáfora, adiáfora, y este comportamiento tiene que ver con cosas externas que, en sí mismas, no tienen ningún peso ético particular, lo que llamaríamos asuntos moralmente neutrales.
Hay mucho debate sobre esto en los círculos cristianos y entre los teólogos. Una escuela de pensamiento dice que hay muchas cosas de las cuales la Biblia no dice nada, y ciertamente deberían dejarse a la libertad de conciencia que todo cristiano disfruta en la práctica de su libertad; que existe tal cosa como la libertad cristiana, donde tenemos aspectos de nuestra sociedad de los cuales la Biblia no habla y que somos libres de tomar o dejar.
Por otra parte, están los que argumentan muy enérgicamente que no hay nada neutral bajo el sol, que todo lo que hacemos, dice la Biblia, debemos hacerlo para la gloria de Dios, de modo que cada uno de mis pensamientos, cada una de mis acciones deben ser llevados cautivas a Cristo, de modo que nada de lo que hago carece de sentido ético. ¿Hay algún sentido en el que ambas posiciones pudieran ser ciertas? Bueno, ciertamente no totalmente, pero creo que hasta cierto punto sí. Ciertamente simpatizo con ese lado del debate teológico que dice enérgicamente que todo lo que hacemos debe hacerse para la gloria de Dios.
La Biblia es clara al establecer eso como un principio para nosotros, pero por otro lado, la Biblia también nos dice que ciertas cosas, en sí mismas, son una adiáfora: la carne ofrecida a los ídolos, en sí misma, no tiene ningún significado ético, pero lo que hacemos con la carne ofrecida a los ídolos es lo que a Dios le interesa.
Jugar ping-pong no está prohibido ni ordenado por las Sagradas Escrituras, y jugar ping-pong, en sí mismo, es básicamente moralmente neutral, pero una persona podría volverse adicta al juego de ping-pong hasta el punto de descuidar todas sus responsabilidades diarias porque siempre está en la mesa de ping-pong. En ese momento, en la vida de esa persona, el ping-pong es un problema; ahora ha pasado de adiáfora a pecado. Y así, el gris cubre aquellas áreas que la Biblia ni afirma ni niega. En sí misma son neutrales.
Pero lo que es más importante para nosotros, esa zona gris representa lo que yo llamo la zona de la ignorancia, o la zona de confusión que existe en nuestras mentes sobre los principios éticos y sobre lo que está bien y lo que está mal. Escucho las quejas sobre las personas para quienes todo es blanco o negro, pero cuando se trata de juicios éticos, estoy completamente convencido de que en la mente de Dios no hay confusión.
No existen zonas grises con respecto a los asuntos morales, y que todo lo que hago de naturaleza moral —aparte de la adiáfora, la mención que ya he excluido—, todo lo que hago de carácter ético o agrada a Dios o no agrada a Dios. Ahora, la razón por la que tengo un área gris es porque no siempre estoy seguro de dónde es que esa línea precisa de demarcación ocurre. Esta línea que he dibujado en el centro del gráfico, esa línea divide la justicia de la injusticia, la piedad de la impiedad, el bien del mal.
Cuando digo que estamos lidiando con un continuum ético, lo que quiero sugerir es esto: que hay muchos problemas éticos a los que nos enfrentamos todos los días que no son fáciles de encasillar. Sabemos, por ejemplo, que robar, según la Biblia, es claramente malo. También sabemos que la caridad, la entrega voluntaria de nuestras donaciones a los pobres, es obviamente buena. Así que ambas actividades implican una transferencia de propiedad, una redistribución de la riqueza, y cuando los cristianos se reúnen, si le preguntas a un cristiano, si le preguntas a diez cristianos: «¿Es bueno robar?», en términos generales, ¿van a decir qué? «No, por supuesto que no. Eso es claramente pecado».
Bueno, ¿es bueno dar limosna a los pobres? Bueno, sí, eso es caridad, eso es algo maravilloso. Y, ¿qué pasa con el pago de impuestos a la renta, donde el gobierno toma dinero de un grupo de personas y lo distribuye a otro grupo de personas? Aquí tenemos una transferencia de riqueza a la fuerza de un grupo a otro grupo. ¿Es eso bueno o malo? Ahí es cuando empezamos a rascarnos la cabeza. Ahí es cuando comenzamos a preguntarnos, oh, tal vez no sea tan fácil discernir si tal práctica es correcta, moviéndose en la dirección de la caridad, o es incorrecta, moviéndose en la dirección del robo.
Veámoslo de otra manera. Notamos muy a menudo que el mal es nada más y nada menos que cosas que fueron creadas para el bien y se dañaron. A menudo participamos en seminarios que tratan sobre las relaciones laborales y gerenciales en el mundo industrial, en términos relacionados con un programa llamado «El valor de la persona», y cuando hablo con los empresarios, a menudo los escucho usar esta metáfora particular para describir su vida diaria en el lugar de trabajo: dicen que el mundo corporativo es como una jungla. Y cuando escucho eso, se me suben las antenas y digo: «Espera un momento, es una jungla».
El ambiente original en el que Dios colocó a Sus criaturas, hombre y mujer, el lugar de trabajo original y el ambiente original para la productividad y para la industria, no era una jungla sino un huerto, un huerto del paraíso. Y yo digo Dios hizo al hombre, lo puso en un huerto, lo puso a trabajar en un huerto, y ahora la gente está diciendo que no están trabajando en un huerto, sino en una jungla. Así que pregunto, ¿cuál es la diferencia? ¿Cuál es la diferencia entre un huerto y una jungla? Ambas tienen vegetación. Es un lugar donde las cosas crecen.
La diferencia básica es que una jungla es un huerto descontrolado, un huerto desenfrenado, un huerto en caos, algo bueno que se ha movido a lo largo de la línea y ha cruzado la frontera hacia el mal. Friedrich Nietzsche, el filósofo, dijo que el aspecto más fundamental de la naturaleza humana es lo que describió como el deseo intrínseco e inherente del hombre por el poder: que el hombre tiene un deseo de conquista, y si vamos a entender a la humanidad, tenemos que medir las acciones del hombre en términos de ese impulso primordial, fundamental, apasionado y consumidor, de conquistar a otras personas. Y esto explica la violencia, el derramamiento de sangre y la guerra que ha empañado las páginas de la historia de la civilización: la sed de poder.
Sabemos que el deseo de dominar y la sed de poder son pecado, y sin embargo, si examinamos el concepto bíblico del hombre, vemos que Dios puso en el hombre un deseo natural de ser relevante, el impulso interno y el deseo de una existencia significativa y eso es bueno. Pero tomas eso que es bueno y lo dejas que se distorsione, entonces cruza la línea. Como ves, una vez que cruza la línea y llega al extremo opuesto del mal, es claro para nosotros y es obvio que eso está mal. Pero es cuando se encuentra en esta área intermedia que nos causa confusión.
John Murray el gran maestro de ética dijo esta frase y me gustaría dejarles en esta ocasión con este concepto para que lo mediten en los próximos días. Murray dijo esto, que a fin de cuentas, la diferencia entre lo correcto y lo incorrecto rara vez es un abismo insondable, sino más bien, es el filo de una navaja. ¿Ven? A menos que tengamos las herramientas de la revelación divina, los múltiples principios que Dios nos da, ¿cómo vamos a poder discernir esa diminuta línea fina que separa la justicia y la maldad?
Como pueden ver, la Biblia no solo nos da un principio o dos principios, sino muchos principios, y cuantos más principios aprendamos, mejor será nuestra comprensión de la ética, y más se disipará el área de confusión de nuestras mentes a medida que buscamos aplicar los principios de Dios a nuestras vidas.





