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Transcripción
Mencioné en uno de nuestros grupos de discusión de los que no pueden participar, los que solo ven estas sesiones por video, que es muy fácil para nosotros, como cristianos, preocuparnos por los dones del Espíritu Santo y descuidar, a veces, el fruto del Espíritu Santo. Y tenemos que ser cuidadosos en un intento de restaurar el equilibrio bíblico adecuado en eso, que no nos equivoquemos en la otra dirección al enfatizar demasiado los frutos, pero sí quiero enfocar nuestra atención en este tiempo, no tanto en los dones sino en los frutos, por la sencilla razón de que parece ser que es el fruto, en este momento presente en la historia de la iglesia, al que se le está restando énfasis y son los dones lo que son enfatizados.
Tenemos que saber desde el principio que tanto los dones como el fruto proceden de Dios el Espíritu Santo. Ambos son el resultado de la actividad del Espíritu, y no debemos, por supuesto, despreciar de ninguna manera a ninguno de ellos. También estamos seguros de que Dios el Espíritu Santo ha dotado a su iglesia y, como Pablo nos dice en Corintios, que cada cristiano ha sido dotado por el Espíritu. No todos recibimos el mismo don, pero todos podemos estar seguros de que tenemos algún don, alguna capacitación, algún poder de Dios el Espíritu Santo para llevar a cabo la vocación, o el llamado que Dios ha hecho a nuestras vidas. Pero creo que una de las razones por las que hoy en día tenemos un desequilibrio entre los dones y el fruto es uno muy natural.
Los dones tienen que ver con manifestaciones de talentos y poder. Tienden a ser más glamorosos que el fruto. El fruto tiende a ser, cuando hablamos de cosas como el amor, la paz, la paciencia y la bondad, estas cosas son abstractas. No son concretas. No pueden ser tan tangibles, aunque de hecho se manifiestan en obras tangibles y actividades tangibles. Son un poco más inalcanzables. Es como dijo un teólogo: «Que el estudio de la obra del Espíritu Santo es uno de los más difíciles de todos los esfuerzos de la teología porque el Espíritu Santo no ha dejado huella». Él es el Espíritu Santo, y Su misma esencia es lo que es intangible.
Entonces, somos atraídos, de forma más natural, a ver y observar el desempeño de los dones y talentos en detrimento del fruto. Y como les he dicho, no quisiera confundirlos indicando que los dones no son importantes, y que el fruto es lo más importante, eso sería una distorsión, pero sí hay un énfasis que se puede detectar en la Escritura, me parecería que el énfasis recae en el desarrollo del fruto del Espíritu por la sencilla razón de que es posible que los dones extraordinarios de Dios el Espíritu Santo sean vistos incluso en los incrédulos.
No hay ninguna pista en el Nuevo Testamento de que cuando Jesús dispensó el poder de hacer milagros a sus discípulos, Judas, por ejemplo, fue excluido de ese grupo. Sabemos que, básicamente, Balaam en el Antiguo Testamento es censurado por Dios y no es representado como una persona devota y creyente; sin embargo, Dios, por un momento en la historia, por un propósito particular y por un tiempo particular, dotó a aquel que ni siquiera era creyente de un don extraordinario para manifestarse.
Ahora, no creo que eso sea algo común. Creo que normalmente es el caso de que los dones del Espíritu se derraman sobre los creyentes, pero no es garantía si uno tiene estos dones, como vemos en las declaraciones de apertura de la enseñanza clásica sobre el don principal, o el fruto primario del Espíritu, que es el amor que leemos en 1 Corintios 13. Esta es una declaración muy fuerte del Apóstol.
Recuerda que cuando Pablo nos da esta lección sobre el amor en 1 Corintios 13, ese capítulo trece no es una unidad independiente de las Escrituras, sino que es parte de un discurso más amplio sobre, ¿qué? No sobre el fruto del Espíritu, sino sobre el charismata. Pablo introduce esta sección diciendo: «Amados, no quiero que sean ignorantes sobre los dones espirituales», y mientras enseña de los dones, está diciendo que la manifestación de los dones, aparte de la presencia del amor, viene a ser nada. De modo que la sine qua non de la vida cristiana, lo más fundamental, lo más primordial, es la presencia del amor en el corazón.
Ahora, un par de cosas que quiero decir sobre eso para analizar esto con un poco más profundidad. El amor se describe en el Nuevo Testamento como un don y como un fruto, y cuando el don del amor se compara o contrasta con los otros dones del Espíritu, este se ve como el que tiene preeminencia, de modo que el amor es el don supremo del Espíritu. Como dice el Apóstol aquí: «Deseen ardientemente los dones espirituales, y el mayor de ellos, ¿cuál es? El amor. Y cuando vemos lo planteado en Gálatas sobre el fruto del Espíritu, ¿cuál viene primero en el orden en que son expuestos? El amor. Es al amor a lo que Jesús señala como la suma de la ley, el núcleo de la obediencia, el punto más fundamental del crecimiento y acción cristianos.
Ahora, yo sé que todos los que han sido cristianos por seis meses han escuchado al menos un sermón sobre los diferentes tipos de amor de los que habla el Nuevo Testamento. Las tres palabras griegas: phileo, que generalmente se refiere al amor fraternal, la camaradería, el compañerismo, ese tipo de cosas; eros, que a veces tiene un énfasis en el amor romántico o el amor erótico, que es como pasa al idioma español; y luego ese tipo especial de amor que viene a través de la palabra griega agape. Estamos hablando de agape. Eso es lo que Pablo está discutiendo aquí en 1 Corintios 13, y que es el punto central de los dones y del fruto del Espíritu más adelante. Antes de entrar en esa exposición de la naturaleza del amor, permítanme decir una cosa más sobre la relación entre los dones y los frutos.
Sabemos que en 1910 la tasa de divorcios en los Estados Unidos de América era 10%. En 1948 era 25%, y en los últimos 30 años casi se ha duplicado. Así que hay un cambio medible en todo el proceso del matrimonio y demás. ¿A qué se debe? Bueno, hay muchos factores, y no quiero entrar en análisis, pero el factor que sin duda contribuye es el ejemplo que se da en nuestra cultura por parte de personas que son enaltecidas como ídolos o modelos, y uno de los impactos que describen los sociólogos es el impacto del estilo de vida de Hollywood. Se dice: «A medida que avanza el estilo de vida de California, así va la nación», que lo que sucede en California tiende a extenderse y expandirse por todo Estados Unidos, y casi se puede predecir los cambios culturales en todo Estados Unidos cuando observamos lo que está pasando actualmente en California.
El movimiento por la libertad de expresión, por ejemplo, nació en Berkeley, y así una generación de personas creció leyendo sobre sus estrellas y sus héroes y heroínas que adoptaban un estilo de vida radicalmente diferente, y estaba bien que hicieran eso, ¿por qué? Porque un principio muy sutil se estaba asentando en la tierra, y el principio es este (y no voy a analizarlo): que el desempeño excusa la inmoralidad. Si alguien es un fantástico jugador de fútbol o un gran actor o actriz, entonces está bien lo que haga en su vida privada porque lo que realmente nos importa es la manifestación de sus dones y talentos. Solo señalo eso por esta razón: nosotros estamos en peligro dentro de la comunidad cristiana de hacer eso mismo.
Nuestros ídolos en el mundo cristiano tienden a ser aquellos que son extraordinariamente dotados, como predicadores, como evangelistas, como maestros, muchos de los cuales nos decepcionan con su manifestación personal de piedad. No tendemos a celebrar las vidas de los líderes cristianos que tienen manifestaciones extraordinarias del fruto, y sin embargo, es por el fruto del Espíritu que seremos finalmente evaluados como cristianos.
Entonces lo que vamos a hacer ahora es ver el fruto del Espíritu, comenzando con el primer fruto, que es el amor. Ahora, mencioné que tenemos este concepto específico y único del amor en el Nuevo Testamento que se conoce con el nombre de agape, y en primer lugar quiero decir que el amor se describe en el Nuevo Testamento no solo como un sentimiento (es decir, agape), ni siquiera solo como una actividad. El amor bíblico (agape) se define mucho más a menudo en términos activos que en términos pasivos, lo que lo diferencia de inmediato de cómo se habla del amor en nuestra cultura secular.
En nuestra cultura secular, el amor es algo pasivo. Algo que nos pasa. «¡Bum bum!» late nuestro corazón. No puedo decidir amar, o no puedo prender y apagar el amor con un botón. Pero el amor bíblico, el agape, incluye actividad. Incluye sentimientos y todo eso, pero en primera instancia es un poder y una posesión que está reservada para la persona regenerada.
Lo que estoy diciendo, y no quiero sonar muy radical, pero lo que digo sobre esto es que si pudiéramos hacer una perfecta autopsia, o un perfecto análisis de la composición y hechura real del ser de un cristiano y del ser de un no cristiano, nosotros, con nuestro bisturí, si finalmente está afilado lo suficiente, deberíamos ser capaces -si pudiera penetrar en lo invisible y en lo intangible- deberíamos ser capaces de encontrar, ontológicamente, si se quiere, composicionalmente dentro de la estructura del ser de un cristiano, una realidad llamada agape que simplemente no está presente en el no creyente.
Puedes decir que te suena extraño, pero sabemos esto: que el Espíritu Santo, cuando regenera a una persona, cuando Él hace que una persona sea vivificada de la muerte y la trae a la vida, cuando Él hace que esa persona nazca de nuevo, el Espíritu no solo actúa sobre la persona y cambia la disposición del corazón, lo cual ciertamente hace, sino que también mora en el creyente. Cuando el Espíritu de Dios, si puedo decirlo de manera muy simple, comienza a entrar realmente dentro de ti, con Su presencia trae el agape. Si no tienes el Espíritu Santo que mora en ti, no tienes agape. Si tienes el Espíritu Santo que mora en ti, tienes agape.
Jonathan Edwards lo ha dicho, de esta manera: «El Espíritu de Dios es un espíritu de amor, y cuando el primero entra en el alma, el amor también entra allí». Como ves, el amor es un regalo. Es un poder. Es una presencia, y es ese poder fundacional que es la «buena tierra», por así decirlo, en la que el resto del fruto del Espíritu se nutre, se alimenta y se cultiva. Voy a usar un término técnico por un segundo – no quiero asustarlos con eso, pero es uno que deben saber – que la morada del Espíritu Santo en agape es lo que llamamos técnicamente un habitus: H-A-B-I-T-U-S. El amor es un habitus. Yo uso esa palabra técnica deliberadamente porque por lo general no se sabe en la iglesia popular cuán crucial es ese pequeño término latino, habitus, para la historia de la controversia en la cristiandad.
Ya me he referido a la controversia del siglo XVI sobre la justificación, y uno de los temas centrales de la justificación es ¿cómo nos lleva la gracia a un estado de redención? ¿Cómo entendemos la obra de la gracia de Dios en la justificación? La Iglesia católica romana ha enseñado tradicional y clásicamente, y sigue enseñando, que la gracia justificadora se produce a través de la infusión, un derramamiento de gracia salvadora en el corazón, y es esa gracia justificadora la que da el poder para que una persona llegue a ser lo suficientemente justa como para merecer la justificación. Sin esa gracia justificadora, infusa morando en nosotros, una persona nunca puede ser justificada. Pero esa gracia que mora en nosotros debe ser aceptada y cooperada hasta el punto de que lleguemos a un lugar de justicia, y entonces, sobre la base de esa verdadera justicia, se nos declara justos.
Ahora, no quiero confundirlos, pero fue en ese momento que surgió el debate vital. Lo que los reformadores protestantes decían es que la gracia justificadora no es una gracia infusa. Es gracia imputada, y toda la controversia depende de estas dos palabras: infusa versus imputada. Ahora, si estudias tu teología, te darás cuenta de que lo que los reformadores estaban diciendo es que el mérito de Cristo no se derrama en mí haciéndome justo y que luego se me declara justo, sino que se carga a mi cuenta, se me cuenta, se me imputa, se transfiere, desde la perspectiva de Dios, a mi cuenta.
Tan grande fue la protesta protestante contra la gracia infusa que muchos protestantes hoy han cometido el error de suponer que cuando somos justificados no hay infusión; pero el protestantismo clásico sostiene con la Biblia y con la Iglesia católica romana que en la regeneración, sí hay una infusión. Es la infusión de amor en el alma, la morada del Espíritu Santo. Se convierte en un habitus, y esa palabra no significa «hábito» en el sentido de esos patrones repetidos de comportamiento que nos cuesta romper, sino que la palabra habitus tiene más que ver con el concepto de habitación. Habita dentro de nosotros, en poder.
Ahora, lo que estoy diciendo es esto: O lo tienes o no lo tienes, y esto te lleva de vuelta a nuestra última consideración en nuestra última sesión sobre la seguridad de salvación. Si eres verdaderamente salvo, tienes el agape obrando en tu vida. Tienes la presencia y el poder del Espíritu Santo morando en ti. Tienes lo necesario para que nazca fruto en tu caminar cristiano. Puedes contar con eso porque el amor de Dios ha sido derramado en tu corazón por el Espíritu Santo.
Ahora, hay algo capcioso aquí. Ese habitus, ese agape que mora en ti, ese poder de amor que el Espíritu pone en ti, su fuerza puede ser aumentada o disminuida. Aquellos de ustedes que se especializan en música saben exactamente de lo que estoy hablando cuando digo aumentar y disminuir. Se puede aumentar. Puede florecer. Se puede fortalecer. Puede dar frutos cada vez más abundantes. O si se descuida, puede disminuir. Puede debilitarse. Puede atrofiarse, dando virtualmente, ya saben, frutos dispersos y menudos.
Ahora, ¿qué tipo de manifestaciones externas, qué tipo de cosas debemos buscar en nuestras vidas como evidencia de que el amor está operando y que el amor está siendo aumentado y que el amor está haciendo la obra santificadora que está llamada a hacer? Voy a dar otra clase sobre el amor, pero permítanme terminar esta enumerando algunos indicadores, algunos signos de la presencia de un poder de amor saludable, activo morando en nosotros.
En primer lugar, lo que hace el amor es que nos dispone. Cambia la inclinación de nuestros corazones en la dirección de honrar a Dios. Vivifica un deseo en nuestros corazones para la adoración. ¿Disfrutas de la adoración de Dios en oración, o tu vida de oración es simplemente peticiones y solicitudes interminables? Una de las señales de una santificación creciente es un énfasis creciente en la adoración en nuestras oraciones, porque el amor nos dispone al deseo de honrar a Dios, de ser cautivados por Su majestad, de gozar de Su adoración, lo cual no es natural a nosotros.
En una palabra, queridos amigos, lo que hace el amor es movernos, y nos mueve y nos inclina a la adoración. Creo que si hay alguna crisis en el cristianismo evangélico hoy en día, es en el punto de la adoración. La gente tiene grandes dificultades para adorar. Parte de ello tiene sus raíces en la ignorancia. ¿Cómo puedes adorar lo que no conoces? A menos que entendamos y hayamos predicado claramente ante nosotros el carácter de Dios, en Su grandeza, en Su majestad, en Su honorabilidad, ¿por qué estaríamos dispuestos a honrarlo? Pero el amor nos empuja, nos mueve, nos inclina a un creciente aprecio por la adoración. No creo que tengamos tiempo para repasar todo esto, pero mencionaré algunos y veremos el resto en nuestra próxima clase.
La segunda cosa es que el amor da crédito a la Palabra de Dios. El amor no opera con un espíritu de sospecha con respecto a la confiabilidad y veracidad de la Palabra de Dios. Como dijeron los padres: «Cuando amamos a las personas, somos más propensos a confiar en sus palabras», incluso en el mundo natural. Sin ser ingenuo, todavía quiero creer en aquellos a quienes amo. Hay un espíritu de crítica en la iglesia sobre las Escrituras, algunas de las cuales nacen de una perplejidad genuina y problemas académicos reales, pero hay una mentalidad presente que parece disfrutar y deleitarse encontrando problemas en las Escrituras y, en cierto sentido, neutralizando la autoridad de la Palabra de Dios. Eso no es una manifestación del agape.
Mencionaré una más antes de que terminemos, y es que el amor en el corazón reconoce el derecho de Dios a gobernar, y no simplemente a gobernar el universo en Su providencia, sino a gobernarme a mí. Por lo tanto, derrite la arrogancia que es parte de nuestra naturaleza caída y reconoce sin quejarse, y de hecho se deleita en la autoridad de Dios.