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Este artículo forma parte de la colección 3 cosas que debes saber.
El profundo anhelo de Habacuc por una justicia que honre a Dios y su fuerte reacción negativa ante la ausencia de esta hacen que su libro sea muy relevante para los lectores contemporáneos. Inundados como estamos con noticias e imágenes perturbadoras de todo el mundo, la magnitud del problema parecerá abrumadora si no lo vemos a la luz del evangelio. Además, la conciencia de Habacuc sobre sus propias deficiencias morales y las de sus compatriotas demuestra que el problema del pecado está profundamente arraigado en la naturaleza humana y, por lo tanto, nos incluye a todos. Pero a pesar de la gravedad de la situación en Judá y más allá de sus fronteras, las respuestas de Dios a las oraciones exasperadas del profeta lo llevan de un estado de duda y desesperación a uno de fe firme y gozo, incluso antes de que algo haya cambiado en Judá o en el extranjero.
Tres elementos de este breve libro destacan tanto por su contribución a la reorientación espiritual del profeta como por su potencial para guiar nuestras actitudes, acciones y expectativas en un mundo que parece tan desquiciado y autodestructivo como el antiguo Medio Oriente a finales del siglo VII a. C.
1. Dios no es indiferente a la injusticia en Judá.
Esta verdad constituye una refutación directa de lo que parece ser la suposición de Habacuc al inicio del libro. Él no llega al extremo de acusar a Dios de injusticia, pero a menos que Dios haga algo, esa conclusión parece ser inevitable (Hab 1:2-4). La respuesta de Dios al profeta es paciente e instructiva. Su compromiso de traer juicio contra la pecaminosa Judá (la preocupación inicial de Habacuc) muestra que Su compromiso de pacto con Su pueblo no garantiza su inmunidad a las consecuencias del pecado. Dios no es indiferente a la injusticia.
Pero cuando Dios le revela al profeta que usará a los babilonios para castigar a Judá, Habacuc queda nuevamente desconcertado. Al presumir que Judá es «más justo» que Babilonia (Hab 1:13), él insinúa que si Dios permitiera esto, también sería una forma de tolerar el mal (Hab 1:13).
2. Dios no es indiferente a la injusticia en Babilonia.
La extensa respuesta de Dios a la acusación de Habacuc en el capítulo 2 demuestra que el Señor está plenamente consciente de la culpa de Babilonia, incluso antes de que ataque a Judá. Dios detalla con precisión el profundo orgullo, la violencia y la autoglorificación que impulsaron a Babilonia como imperio a dominar la mayor parte del antiguo Cercano Oriente. Resumido en Habacuc 2:5, el imperio es condenado por saquear violentamente a otras naciones para enriquecerse (Hab 2:6-13) y por usar todos los medios a su alcance para tomar lo que quería de otras naciones (Hab 2:15-17), todo mientras atribuía su éxito a dioses falsos (Hab 2:18-19).
En contraste con el proyecto de dominación global de Babilonia, el Señor afirma que un juicio asombroso está a punto de caer sobre el imperio. Pero la intervención de Dios hará más que simplemente retribuir a Babilonia por sus pecados, abordando así la segunda preocupación de Habacuc. Dios promete nada menos que establecer Su gobierno salvador en todo el mundo, de modo que la tierra se llene del conocimiento de Él (Hab 2:14). Esto nos lleva al tercer elemento de la respuesta de Dios a Habacuc.
3. La fe en Dios trae paz y conduce a la vida.
Incluso antes de que Dios desarrolle la promesa de Habacuc 2:14 en particular en el capítulo 3, mostrando que Su justicia perfecta y Su sorprendente gracia castigarán a los pecadores y eliminarán el pecado de una vez por todas (Hab 3:3-15), Su promesa de justicia plena y salvación ya ha comenzado a reorientar al profeta (Hab 3:2). Esta reorientación se completa con la audaz visión de la llegada de Dios para salvar y juzgar, que se desarrolla a continuación en el texto.
Dos resultados del mensaje de que Dios juzgará plenamente el pecado y salvará completamente a Su pueblo son particularmente relevantes para Habacuc y sus lectores. Primero, esta verdad llega al corazón mismo de Habacuc y provoca una transformación completa en su perspectiva. Su exasperación y duda son reemplazadas por una serena confianza que cree sin reservas en la Palabra de Dios y ve, por fe, la purificación y perfección de toda la creación. En este nuevo estado del corazón y la mente, el profeta puede esperar pacientemente a que Dios cumpla Sus promesas de la manera y en el tiempo que Él ha determinado soberanamente.
En segundo lugar, la justicia salvadora y redentora que Dios traerá a aquellos que confían en Sus promesas llenas de gracia (Hab 2:4) conduce, en última instancia, a la vida. El lenguaje elevado del capítulo 3 presenta la intervención salvadora de Dios como un segundo éxodo que libera al pueblo de Dios, no tanto de las garras de Babilonia, sino de la condenación y servidumbre que son el resultado de su pecado. Esto solo es posible a través del Mesías (Hab 3:13), a quien Dios envió para sufrir en lugar de Su pueblo y exaltó al resucitarlo de entre los muertos (Hch 17:3).
El mensaje de Habacuc es una respuesta definitiva al problema del pecado que tanto inquietaba al profeta. La vida, muerte y resurrección de Jesucristo revelan tanto la certeza de la victoria final de Dios sobre el mal como la posibilidad de salvación a través de Su Mesías. A la luz de estas verdades, podemos celebrar la paciencia de Dios al retener el juicio y podemos hacer todo lo posible por llevar el evangelio hasta los confines de la tierra hasta Su regreso (2 P 3:9).