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Este artículo forma parte de la colección 5 cosas que debes saber.
Si buscas una definición concisa de la doctrina bíblica de la santificación, te resultará difícil encontrar una mejor que la del Catecismo Menor de Westminster. En la respuesta a la pregunta 35, los teólogos de Westminster escribieron: «La santificación es la obra de la libre gracia de Dios, por medio de la cual somos renovados en la totalidad de nuestro ser según la imagen de Dios, y somos capacitados más y más para morir al pecado y vivir para la justicia». Aunque esta es una definición precisa de la naturaleza progresiva de la santificación, la Escritura expone varios otros aspectos importantes de la santificación que son necesarios para que adquiramos una comprensión completa de este beneficio de la redención. Considera las siguientes cinco cosas:
1. Cristo es la fuente de la santificación.
Los creyentes son santificados en virtud de su unión con Cristo. Él es la fuente única de santificación y suministra a Su pueblo todo lo que necesita para crecer espiritualmente mientras permanece en Él por la fe. Como escribió el apóstol Pablo: «Están ustedes en Cristo Jesús, el cual se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, santificación y redención» (1 Co 1:30, énfasis añadido). Para convertirse en la fuente de santificación de Su pueblo, Jesús tuvo que santificarse a Sí mismo en la obra de la redención (Jn 17:19). Aunque no tuvo pecado (2 Co 5:21), se consagró por Su pueblo obedeciendo perfectamente la ley de Dios, así como los mandamientos mediadores de Dios (Jn 10:17-18). Geerhardus Vos explicó: «Esto… no debe entenderse como un cambio en el Salvador, como si esta santificación presupusiera una falta previa de santidad, sino como la consagración de Su vida en obediencia mediadora (pasiva y activa) a Dios». Además de Su vida obediente, Cristo fue santificado por nosotros cuando murió en la cruz. Puesto que los pecados de los creyentes han sido imputados a Cristo y Él los llevó en Su cuerpo sobre el madero, fueron purgados judicialmente cuando cayó bajo la ardiente ira de Dios.
2. La regeneración es la fuente de la santificación.
Puesto que la justificación es un beneficio legal de la redención (es decir, un acto que se realiza una vez para siempre), la santificación fluye más propiamente de la bendición transformadora de la regeneración. La implantación de una nueva naturaleza (es decir, la regeneración) en la vida de los creyentes al principio de su vida cristiana inicia el proceso de santificación. Como afirma la Confesión de Fe de Westminster: «Los que son… regenerados, al tener un nuevo corazón y un nuevo espíritu creado en ellos, son además santificados real y personalmente… [y] la parte regenerada vence mediante el continuo suministro de la fuerza del Espíritu santificador de Cristo; de manera que los santos crecen en gracia, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (CFW 13:1, 3).
3. La santificación tiene un aspecto definitivo.
John Murray, antiguo profesor de teología sistemática en el Westminster Theological Seminary de Filadelfia, distinguió acertadamente entre santificación definitiva y santificación progresiva. En relación con los pasajes del Nuevo Testamento que hablan de que los creyentes han sido santificados (por ejemplo, 1 Co 1:2; 6:11; He 10:10), Murray escribió: «En el Nuevo Testamento, los términos más característicos utilizados con referencia a la santificación no se refieren a un proceso, sino a un acto definitivo hecho de una vez para siempre… sería, por tanto, una desviación de los patrones bíblicos del lenguaje… pensar en la santificación exclusivamente en términos de una obra progresiva».
La santificación definitiva implica una ruptura radical con el poder del pecado en la vida de los creyentes. Esta ruptura con el poder del pecado ocurrió cuando Jesús murió al pecado en la cruz (Ro 6:10). Como explicó Murray:
Cristo, en Su muerte y resurrección, quebrantó el poder del pecado, triunfó sobre el dios de este mundo, el príncipe de las tinieblas, ejecutó el juicio sobre el mundo y su gobernante, y mediante esa victoria liberó del poder de las tinieblas a todos los que estaban unidos a Él y los trasladó a Su propio reino. Tan íntima es la unión entre Cristo y Su pueblo que sus miembros participaron con Él en todos estos logros triunfales y, por tanto, murieron al pecado y resucitaron con Cristo en el poder de Su resurrección.
Cuando un creyente es unido salvíficamente con Cristo en el tiempo, este aspecto de la obra de la redención es hecha realidad en su experiencia cristiana.
4. La fe y el amor son los instrumentos duales de la santificación.
Mientras que la justificación de los creyentes (es decir, su aceptación como justos ante Dios) se produce por la fe sola, el proceso de santificación tiene lugar en la vida de los creyentes por «la fe que obra por amor» (Gá 5:6). Los creyentes son santificados por la misma fe en Cristo por la que fueron justificados. Sin embargo, en la experiencia de los creyentes, la fe actúa activamente junto con el amor para que crezca la gracia. Existe una armonía entre lo que Dios está haciendo en la vida de Su pueblo y lo que este está llamado a hacer en respuesta. El apóstol Pablo capta estas operaciones conjuntas cuando escribe: «Ocúpense en su salvación con temor y temblor. Porque Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención» (Fil 2:12-13).
5. Dios ha designado ciertos medios para ayudar a los creyentes a avanzar en la santificación progresiva.
Aunque la santificación se basa en lo que Cristo logró en Su muerte y resurrección y se experimenta en la vida de los creyentes por el poder del Espíritu Santo, Dios ha designado ciertos medios para ayudar a los creyentes en su búsqueda del crecimiento en la gracia. La santificación progresiva del creyente será proporcional a su empleo de los medios de gracia. Los medios centrales que Dios ha designado para la santificación de Su pueblo son la Palabra, los sacramentos y la oración. En Su oración sumosacerdotal, Jesús oró: «Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad» (Jn 17:17). El apóstol Pablo se refirió a la gracia de la Cena del Señor cuando habló de «la copa de bendición» (1 Co 10:16). El ministerio de la Palabra, los sacramentos y la oración son los elementos centrales de la adoración corporativa. Por tanto, estar reunidos en el culto del día del Señor con los santos es vital para nuestra santificación progresiva.