Las nuevas aventuras de las antiguas herejías trinitarias
1 marzo, 2021La predestinación y las acciones humanas
3 marzo, 2021Apoyando a los misioneros
En la primavera de 1982, unos meses después de que mi vida fuera ganada para Cristo, dos misioneros visitaron mi iglesia. Cautivaron mi corazón mientras compartían historias de su ministerio en el remoto interior de Papúa Nueva Guinea, contando de manera tanto chistosa como desgarradora las dificultades que enfrentaron, el fruto que vieron y la gracia redentora del Señor en todo. También animaron a nuestra iglesia a unirse a ellos en el apoyo a las misiones a través de dos medios simples: dar e ir. Y aunque fue un desafío sencillo, cambió mi vida.
EL DIOS DE LAS MISIONES
Este enfoque sencillo de las misiones no debería sorprendernos. Cuando consideramos las misiones a través del lente de la Escritura, encontramos que estos roles gemelos de dar e ir reflejan el enfoque del Señor, y este enfoque antecede incluso a la creación del mundo. Esto se revela claramente en la oración de Sumo Sacerdote de Jesús. En estas palabras íntimas del Hijo al Padre en vísperas de la crucifixión, descubrimos tres verdades importantes que afectan nuestra comprensión y apoyo a las misiones.
Primero, aprendemos que el Padre ha amado eternamente al Hijo (Jn 17:24). Es asombroso que la imagen más detallada que tenemos de la eternidad pasada es la del Padre amando gloriosamente al Hijo. En segundo lugar, aprendemos del amor especial de Dios por Su pueblo. Jesús ora «para que el mundo sepa que… los amaste tal como me has amado a mí» (v. 23). Lo que Cristo insinúa aquí se revela plenamente en la carta de Pablo a los Efesios: nuestro Padre celestial «nos escogió en [Cristo] antes de la fundación del mundo… En amor nos predestinó para adopción como hijos para sí mediante Jesucristo» (Ef 1:4-5). En otras palabras, el Padre no solo amaba eternamente al Hijo en la eternidad pasada, sino que también nos amaba eternamente a nosotros en el Hijo. En tercer lugar, aprendemos que este amor de Dios mueve al Padre a enviar al Hijo y al Hijo, a ir fielmente. Es difícil pasar por alto este punto porque Jesús lo menciona seis veces en Su oración. Por lo tanto, para nosotros el apoyo a las misiones comienza de manera devocional: amamos al Señor, quien nos ha amado eternamente y es el arquitecto y constructor de las misiones.
Pero no solo apoyamos las misiones amando al Dios de las misiones, sino también amando las misiones en sí mismas y participando fielmente en ellas. Jesús ora: «Como tú me enviaste al mundo, yo también los he enviado al mundo» (Jn 17:18). Estas palabras de nuestro Salvador orientan nuestras vidas y nos recuerdan que tenemos un llamado divino en este mundo.
EL APOYO A LAS MISIONES
¿Cómo podemos involucrarnos fielmente en nuestro llamado a las misiones? El apóstol Pablo hace eco del plan del Señor: «Porque: Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo… ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?» (Rom 10:13-15). Podemos participar en las misiones ya sea enviando o yendo. Pero, en la práctica, ¿cómo puede la iglesia local ser fiel en el envío de misioneros? Aquí hay algunas sugerencias (aunque no son exhaustivas).
Primero, desarrolla una visión y estrategia de misiones clara. Las iglesias más entusiastas que envían tienen un plan claro para presentarle a su gente la perdición del mundo, la madurez de la mies y la necesidad de obreros. Estos planes también detallan el modo en que la iglesia evaluará y priorizará las oportunidades a medida que surjan.
En segundo lugar, inicia ministerios en la iglesia que cultiven la pasión y la visión por las misiones. Mi propio ardor por las misiones se encendió al experimentarlas primero en una gran conferencia nacional y luego en un viaje misionero de varias semanas. Ya sean estas oportunidades organizadas por la iglesia local o presentadas en asociación con otras agencias, los efectos transformadores de estos eventos son innegables.
Tercero, mantén las misiones continuamente frente a la congregación. Esto incluye momentos de énfasis especial (como conferencias) y oración regular por los misioneros desde el púlpito y en grupos pequeños. Considera la posibilidad de que los grupos pequeños de tu iglesia «adopten» a los diferentes misioneros que apoyan. Mi familia y yo pasamos muchos años en el campo misionero apoyados por iglesias comprometidas e involucradas. En una ocasión, una familia que conocía mi amor por el fútbol americano nos envió un «Super Bowl en caja». Grabaron el gran partido y nos lo enviaron por correo junto con nachos y salsa. Ese fue un regalo especial para nosotros, y nos comunicó que no solo éramos misioneros: éramos sus misioneros.
Cuarto, apoya económicamente a los misioneros de manera significativa. Mi recomendación es apoyar a menos misioneros, pero en un grado mayor. Esto es mejor para el misionero y también ayuda a la iglesia local a desarrollar relaciones más personales con aquellos a quienes envía. Una de las iglesias que nos apoyaba no solo contribuyó a cubrir nuestras necesidades financieras mensuales, sino que también nos proporcionó el capital inicial que nos permitió traducir y publicar más de cuarenta libros. Esta relación hizo que las palabras del apóstol Pablo cobraran vida para nosotros: «Doy gracias a mi Dios siempre que me acuerdo de vosotros… por vuestra participación en el evangelio desde el primer día hasta ahora» (Flp 1:3, 5; ver 4:15).
Hay muchas otras maneras creativas en que los fondos para las misiones pueden apoyarlas. Por ejemplo, en una de las iglesias que pastoreé, comenzamos pasantías misioneras pagadas donde los estudiantes universitarios podían trabajar todo un verano en misiones sin perder la oportunidad de ganar dinero para financiar sus estudios. De esta y otras formas, vemos la vital importancia de la participación financiera generosa de la iglesia que envía.
A principios de este año, después de apoyar o servir en misiones durante treinta y cinco años, tuve el privilegio de poner el pie en la misma isla de la que había oído hablar a esos misioneros hace tantos años. Visité algunos de los lugares más remotos de la tierra mientras conocía a la nueva generación de misioneros. A pesar de las circunstancias increíblemente difíciles, los vi proclamar a Cristo con amor y fidelidad, dependiendo todo el tiempo por completo del Señor y de la asociación perenne con la iglesia que los envió. Que todos seamos fieles en nuestro papel de «enviar» e «ir» para la gloria de Dios.