Cómo resolver bíblicamente los conflictos

Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia
Cuando la gente acude a mi oficina para recibir consejería, generalmente llega por uno de estos tres motivos: (1) están buscando sabiduría o aliento en su sufrimiento o en su prueba, (2) están luchando con un pecado dominante y quieren aprender a mortificarlo o (3) están involucrados en un conflicto y están buscando ayuda.
¿Las Escrituras tienen algo que decir sobre la resolución de los conflictos? Mil veces sí. La Escritura está llena de ilustraciones de conflictos y contiene múltiples principios sobre cómo debemos comportarnos cuando estamos enemistados con otro cristiano.

Uno de los pasajes más comunes sobre resolución de conflictos a los que aludimos los cristianos es Mateo 18:15-20. Ese pasaje es una guía que nos muestra paso a paso cómo avanzar en el proceso desde el principio hasta el final. Antes de analizarlo, consideremos algunos principios preliminares.
PRINCIPIOS PRELIMINARES
Primero, todos los creyentes tenemos la obligación de buscar la paz con los demás. Pablo escribe en Romanos 12:18: «Si es posible, en cuanto de ustedes dependa, estén en paz con todos los hombres» (ver también He 12:14). Huir o esconderse del conflicto no es una opción válida para el cristiano. Piensa bien en esto. Si te encuentras en un conflicto con otro cristiano, Dios te ordena que trates de resolver ese conflicto de una manera piadosa. De hecho, la Escritura nos dice que debemos actuar para resolver el conflicto antes de asistir a la iglesia (ver Mt 5:23-24).
Resolver los conflictos es crítico para la paz de la iglesia porque contribuye a mantener una vida justa entre sus miembros. Si analizamos los versículos que contienen las palabras «paz» y «justicia», veremos que hay una clara relación entre ambas cosas.
Confrontar a alguien con su pecado requiere valentía y debemos hacer esto con mucho cuidado. Observa la cautela de Gálatas 6:1: «Hermanos, aun si alguien es sorprendido en alguna falta, ustedes que son espirituales, restáurenlo en un espíritu de mansedumbre, mirándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado».
Segundo, podemos resolver algunos conflictos si simplemente los pasamos por alto. Pedro escribe: «Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por los otros, pues el amor cubre multitud de pecados» (1 P 4:8). No hay que lidiar con todas las ofensas. Entonces, ¿cómo sabemos si hay que abordar una ofensa o no? Si tu comunión con la otra persona está rota y el problema sigue siendo una barrera entre ustedes, es necesario que, en amor, inicies una conversación con la otra parte involucrada y que con una actitud de oración y humildad busques la paz y la reconciliación.
Tercero, saca la viga de tu ojo. Estudia lo que quiso decir Jesús durante el Sermón del monte en Mateo 7:1-5 antes de confrontar a la otra persona. La tendencia natural (y pecaminosa) de todos nosotros es agrandar los pecados cometidos contra nosotros y restar importancia a nuestros propios pecados. Ver nuestro propio pecado requiere humildad y sabiduría, tal vez incluso la ayuda de un amigo de confianza o de un pastor que nos hable con verdad y franqueza.
Cuarto, recuerda cuál es el objetivo de confrontar a un hermano o a una hermana. Recuerda lo que no es confrontar a alguien más. El fin no es impresionar a la parte ofensora con lo mucho que te hirió su pecado; no es que el otro sienta tanto dolor como tú; no es hacer pública tu historia ni conseguir que los demás sean hostiles hacia esa hermana; no es lograr que la expulsen de la iglesia.
Entonces, ¿cuál es el propósito? Hay varios. Confrontamos al que peca contra nosotros para darle la oportunidad de arrepentirse y ser liberado de su culpa. Confrontamos con el propósito de restaurar la relación. Confrontamos para restaurar la paz y la justicia en la iglesia.
CONFRONTAR EN AMOR
Cuando ya has determinado que es necesario conversar y que tu corazón es recto delante de Dios, puedes seguir los pasos dados por Jesús en Mateo 18:15-20. Veámoslos en orden.
Paso 1: Confrontación uno a uno. Jesús les enseñó a Sus discípulos que la persona que ha sido ofendida debe acercarse en privado a la persona que ha cometido la ofensa. Nota que esto es contrario a nuestra intuición; por lo general, pensamos: «Bueno, él me ofendió; él tiene que acercarse a mí». Sin embargo, eso no es lo que Jesús enseña: si estás ofendido, tú debes acercarte, especialmente porque es posible que el otro ni siquiera sepa que te ofendió. Y cuando te acerques, repasa en tu mente los muchos versículos que hablan de lo importante que es decir la verdad (noveno mandamiento), hablar la verdad en amor (Ef 4:15) y no dar lugar a la ira ni a la venganza (Ro 12:19).
Advertencia: hay situaciones en que no sería sabio que la víctima confronte al ofensor. Pienso en el caso de un niño que ha sido victimizado por un adulto y podríamos añadir más situaciones. Basta con decir que es necesario ejercer sabiduría. Si no estás seguro, habla con tu pastor.
Paso 2: Lleva a otra persona contigo. Pero ¿y qué si la persona no escucha? ¿Qué pasa si no responde o si niega su pecado? Jesús se anticipó a esa posibilidad y les dijo a los discípulos que involucraran a otro hermano o hermana para que confronte en amor al ofensor con su pecado.
¿A quién debes llevar contigo? A un hermano o hermana con madurez y sabiduría. Tal vez sea mejor que no lleves al pastor ni a un anciano. ¿Por qué? Porque los ancianos y el pastor pueden terminar involucrándose en la disciplina oficial de la iglesia más adelante. Sin embargo, si el pastor o un anciano es tu única alternativa, lo mejor es que entienda claramente que todavía no está involucrado en virtud de su oficio, sino como un hermano que contribuye a la reconciliación.
La esperanza es que el «peso» de un testigo adicional haga que el hermano o la hermana que ha pecado reconozca, confiese y se arrepienta de su mal, de modo que la parte ofendida pueda perdonarlo y se restaure la comunión cristiana. Sin embargo, las cosas no siempre funcionan así. En realidad, muchas veces la gente endurece su resistencia, su negación o las dos cosas y es entonces que el creyente recurre a la iglesia en busca de ayuda.
Paso 3: Dilo a la iglesia. En Mateo 18:17, leemos: «Y si rehúsa escucharlos, dilo a la iglesia». Aquí, la iglesia se refiere a sus ancianos, que están llamados a pastorear espiritualmente el rebaño (1 P 5:1-5). Los ancianos están llamados a gobernar en la iglesia (He 13:7) y parte de ese gobierno consiste en promover la paz entre los hermanos. Los ancianos deben considerar oficialmente los cargos contra el hermano o la hermana en falta y volver a aplicar la Escritura de forma sabia y cautelosa en un esfuerzo por llevarlo al arrepentimiento.
Según como sean las políticas de tu iglesia, es posible que los ancianos, en algunas circunstancias, también pidan que los miembros de la iglesia tomen acciones con la esperanza de un último impulso al arrepentimiento. La congregación debe orar por la persona descarriada y darle aliento a nivel personal para que sea restaurada, pues ayudar a restaurar a una oveja descarriada es una obra realmente buena (Stg 5:20).
Si tu hermano se arrepiente, vuelve a recibirlo en la comunión. Si hay problemas materiales (o financieros) que deban abordarse, los ancianos tendrán que dar consejos sabios sobre el mejor modo de llegar a una solución justa. Si hay más personas involucradas en el conflicto, la parte que pecó debe hablar con todas ellas de modo que se restauren todas las relaciones.
No pienses que es imposible que eso pase. Lo hemos visto en nuestra iglesia y en muchas otras. Con frecuencia Dios bendice a Su pueblo con una restauración sana y ese es un momento de alegría para la congregación. No obstante, si eso no ocurre…
Paso 4: Trátalo como un incrédulo. Si finalmente el miembro no se arrepiente, los ancianos tienen el deber de declarar que su falta de arrepentimiento, que es una evidencia de incredulidad, los ha forzado a declarar oficialmente que el individuo en cuestión ha dejado de ser miembro de la iglesia de Jesucristo (Mt 18:17: «Sea para ti como el gentil y el recaudador de impuestos»). Este proceso también se conoce como excomunión. Consiste en quitarle los privilegios de la Cena del Señor y del cuidado, la provisión y la protección de la iglesia.
¿Qué pasa después? Si el individuo de verdad es creyente, Dios usará su tiempo fuera de la iglesia para forzarlo a regresar. Pero si no es así, su excomunión será perpetua a menos que se arrepienta.
Finalmente, recordemos que aunque este proceso es difícil, seguirlo es amar. La confrontación cristiana es totalmente distinta al mundo, que rechaza a todos los que violan la ideología de turno y rara vez vuelve a recibirlos sin hacerlos pagar un gran precio y humillarlos públicamente. Podemos agradecer al Señor por Su plan perfecto para restaurar a los que tienen oídos para oír.