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15 junio, 2023¿Cuál es la mayor de todas las “herejías” protestantes?

Comencemos con una pregunta de examen de historia de la iglesia. El cardenal Roberto Belarmino (1542-1621) es una figura que no debe tomarse a la ligera. Fue el teólogo personal del papa Clemente VIII y una de las figuras más capaces del movimiento de la Contrarreforma dentro del catolicismo romano del siglo XVI. En una ocasión escribió: «La mayor de todas las herejías protestantes es _______». Completa, explica y discute sobre la afirmación de Belarmino.
¿Qué responderías? ¿Cuál es la mayor de todas las herejías protestantes? ¿Quizás la justificación por la fe? ¿Quizás la sola Escritura o alguna de las otras consignas de la Reforma?
Esas respuestas tienen sentido lógico. Pero ninguna de ellas completa la frase de Belarmino. Lo que él escribió fue: «La mayor de todas las herejías protestantes es la seguridad».
Un momento de reflexión nos explica por qué. Si la justificación no es por la fe sola, solo en Cristo, por la gracia sola; si la fe necesita ser completada por obras; si la obra de Cristo tiene que repetirse de alguna manera; si la gracia no es libre y soberana, entonces siempre será necesario hacer algo, «añadir» algo para que la justificación final sea nuestra. Ese es exactamente el problema. Si la justificación final depende de algo que tenemos que completar, no es posible disfrutar de la seguridad de la salvación. Entonces, teológicamente, la justificación final viene a ser contingente e incierta, y es imposible para alguien (aparte de la revelación especial, según Roma lo admitió) tener la seguridad de salvación. Pero si Cristo lo ha hecho todo, si la justificación es por gracia, sin obras que contribuyan; si se recibe con las manos vacías de la fe, entonces la seguridad, incluso la «plena seguridad», es posible para todo creyente.
¡No es de extrañar que Belarmino pensara que la gracia plena, libre y sin restricciones era peligrosa! ¡No es de extrañar que los reformadores amaran la carta a los Hebreos!
Esta es la razón por la que, cuando el autor de Hebreos hace una pausa para respirar en el clímax de su exposición sobre la obra de Cristo (Heb 10:18), continúa su argumento con un «entonces» (o «por tanto») al estilo de Pablo (Heb 10:19). Luego nos exhorta a acercarnos «en plena certidumbre de fe» (Heb 10:22). No necesitamos releer toda la carta para ver la fuerza lógica de su «entonces». Cristo es nuestro Sumo Sacerdote; nuestros corazones han sido rociados y limpiados de una mala conciencia, así como nuestros cuerpos han sido lavados con agua pura (v. 22).
Cristo se ha convertido de una vez por todas en el sacrificio por nuestros pecados, y ha sido resucitado y vindicado en el poder de una vida indestructible como nuestro sacerdote representante. Por la fe en Él, somos tan justos ante el trono de Dios como lo es Él. Debido a que somos justificados en Su justicia, ¡Su justificación es nuestra! Y no podemos perder esta justificación como tampoco Él puede caer del cielo. Por lo tanto, ¡nuestra justificación no necesita ser completada más que la de Cristo!
Con esto en mente, el autor dice que «por una ofrenda Él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados» (Heb 10:14). La razón por la que podemos presentarnos ante Dios con plena seguridad es porque ahora tenemos un «corazón purificado de mala conciencia y nuestro cuerpo lavado con agua pura» (Heb 10:22).
«Ah», replicó el cardenal Belarmino de Roma, «enseña esto y los que lo crean vivirán en la licencia y el antinomianismo». Pero escucha más bien la lógica de Hebreos. Disfrutar de esta seguridad conduce a cuatro cosas: Primero, a una fidelidad inquebrantable a nuestra confesión de fe en solo Jesucristo como nuestra esperanza (v. 23); segundo, a una consideración cuidadosa de cómo podemos exhortarnos unos a otros al «amor y a las buenas obras» (v. 24); tercero, a una comunión continua con otros cristianos en el culto y en todos los aspectos de nuestra comunión (v. 25a); y cuarto, a una vida en la que nos exhortamos unos a otros a seguir mirando a Cristo y a serle fieles, a medida que se acerca el tiempo de Su regreso (v. 25b).
Es el árbol bueno el que produce frutos buenos, no al revés. No somos salvos por obras; somos salvos para obras. De hecho, somos la obra de Dios en acción (Ef 2:9-10). Así, en lugar de llevarnos a una vida de indiferencia moral y espiritual, la obra de Jesucristo hecha una vez y para siempre, así como la fe con plena seguridad que esto produce, proporciona a los creyentes el impulso más poderoso para vivir para la gloria y el agrado de Dios. Más aún, esta plena certeza está fundamentada en el hecho de que Dios mismo ha hecho todo esto por nosotros. Nos ha revelado Su corazón en Cristo. El Padre no exige la muerte de Cristo para ser persuadido a amarnos. Cristo murió porque el Padre nos ama (Jn 3:16). No nos acecha detrás de Su Hijo con intenciones siniestras deseando hacernos mal si no fuera por el sacrificio que hizo Su Hijo. No, ¡mil veces no! El Padre mismo nos ama en el amor del Hijo y en el amor del Espíritu.
Quienes disfrutan de tal seguridad no acuden a los santos ni a María. Aquellos que solo miran a Jesús no necesitan mirar a ninguna otra parte. En Él disfrutamos de plena seguridad de salvación. ¿La mayor de todas las herejías? Si es herejía, ¡déjame disfrutar de la más bendita de las «herejías», pues es la verdad y la gracia de Dios!