La piedad personal del reino
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20 marzo, 2024El reino celestial y el reino terrenal
Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: El Sermón del monte
Mateo 7:1-12 forma parte del «Manual para vivir en el reino», también llamado el Sermón del monte (Mt 5-7), que en realidad parece ser una muestra de las enseñanzas de Jesús sobre el reino impartidas a lo largo de un período de tiempo (ver Mt 4:17, 23). El reino de Dios o de los cielos es la nueva creación que se consumará cuando Cristo regrese. La primera creación o reino del mundo (Ap 11:15) está dominada por el pecado y la muerte para sus súbditos, mientras que los que confiamos en Cristo recibimos el don gratuito de la ciudadanía del reino de la nueva creación, aunque ahora tengamos que sufrir un poco hasta la consumación (Mt 5:3, 10-12; ver 1 P 1:6; 5:10).
La enseñanza de Jesús aclara que los herederos de la vida del reino de los cielos viven de este lado de la gloria, en la vieja creación, y por tanto, a la vista de los que son del mundo. Nosotros no somos del mundo, pero estamos en él y debemos actuar como emisarios de sal y luz para el reino terrenal, incluso cuando compartimos temporalmente sus aflicciones (Jn 15:16-19; 2 Co 4:16-5:5, 17; Fil 3:19-21). Para nosotros, las aflicciones nos santifican, no son actos de juicio divino (Ro 8:1; Stg 1:2-4), y sabemos que nuestro testimonio de Cristo en esta época forma parte de la paciencia de Dios mientras concede tiempo para que los perdidos se arrepientan (Hch 17:30-31; Ro 2:4; 2 P 3:9-10).
Nuestro pasaje, Mateo 7:1-12, consta de cuatro secciones: versículos 1-5, 6, 7-11 y 12. Una de las principales cuestiones a las que nos enfrentaremos es cómo se relacionan estas secciones entre sí, lo cual abordaremos al examinar cada una en orden.
Mateo 7:1-5 (ver Lc 6:41-42) es relativamente fácil de interpretar por sí solo. Irónicamente, es una advertencia severa y a la vez humorística contra la severidad hipócrita en el pueblo de Dios. El rigor de la afirmación del Señor está enfatizado por Su reprimenda: «¡Hipócrita!» (Mt 7:5; ver Pr 3:11 para conocer la sabiduría y prestar atención a la reprensión del Señor). En otros lugares, Jesús habla de los que están afuera como hipócritas (p. ej., Mt 6:2, 5, 16; 15:7; 22:18) y sobre los que pronuncia «ayes» (ver Mt 23:13, 15, 23, 25, 27; 24:51). Pero aquí, la censura del hipócrita excesivamente crítico llama nuestra atención y exige una reflexión sobria sobre nuestras propias vidas y actitudes.
El humor de Mateo 7:1-5 consiste en el contraste de una «viga» (de las usadas para sostener el tejado) en el ojo del hipócrita, con una «mota» (o partícula de serrín) en el ojo de su hermano. Un erudito ha señalado la «extravagancia» de la enseñanza de Jesús en lugares como este con el propósito de captar la atención de Su audiencia y, en este caso, de acentuar lo absurdo del hipócrita hipercrítico. En última instancia, la hipocresía no puede tener cabida entre los ciudadanos del reino de los cielos y es especialmente atroz porque deshonra a Dios (ver Ro 2:23 en su contexto). Por el contrario, nuestras vidas deben ajustarse a la realidad de que somos una obra divina de nueva creación por medio del Espíritu (Ro 6:4; Ef 2:10). El corolario ético de Mateo 7:1-5 es la pureza del amor y la misericordia hacia los demás en obediencia a un Rey que muestra una amable compasión hacia todos (p. ej., Mt 11:28-29).
Al pasar a Mateo 7:6, Jesús utiliza una metáfora que hace referencia a los perros, que en la antigua cultura judía eran animales viles por excelencia (p. ej., Éx 22:31; 2 R 8:13; Ap 22:15) comparables a los necios (Pr 26:11) o a los falsos maestros en medio de una congregación (Fil 3:2; 2 P 2:1-22). También los cerdos eran bestias proverbialmente impuras (2 P 2:22), tanto así que la humillación del hijo pródigo se ejemplifica al tener que alimentar a los cerdos e incluso anhelar su alimento incomestible (Lc 15:15-16). Las perlas eran particularmente valiosas en el mundo antiguo (p. ej., Mt 13:46; Ap 21:21), aunque obviamente son menos que inútiles para los cerdos. Estos perros que no tienen ningún interés en las cosas sagradas que se les arrojan eran perros salvajes que vagaban por las ciudades en manadas (Sal 59:6, 14), no perros domésticos que pudieran comer las sobras de debajo de la mesa (p. ej., Mt 15:27).
¿Cuál es, entonces, el propósito de Jesús al hacer la memorable afirmación de Mateo 7:6? La mejor respuesta la relaciona con los versículos 1-5, donde Jesús acaba de advertir del peligro de juzgar hipócritamente al «hermano» de uno, lo que identifica a la otra persona como compañero de la iglesia, ya sea hermano o hermana. Pero entonces Jesús termina con la expectativa de que estamos obligados a ayudarnos unos a otros, incluso si ello implica exhortación y reprensión: «Saca primero la viga de tu ojo, y entonces verás con claridad para sacar la mota del ojo de tu hermano» (Mt 7:5). Muchos lugares del Nuevo Testamento confirman esta responsabilidad que tenemos los unos para con los otros (p. ej., Mt 18:15-17; Gá 6:1; 1 Ts 5:14; He 3:13), y un ejemplo claro de esto es la reprimenda de Pablo a Pedro en Antioquía (Gá 2:11-14).
Lo que Jesús está diciendo en Mateo 7:6, entonces, es que uno debe tener cuidado al amonestar a un hermano o hermana en la iglesia. Se requiere sabiduría y discernimiento en la forma de hacerlo y a quién se hace. La reprensión por nuestra parte a quienes están fuera de la fe —y no por parte del Señor— está llena de posibilidades de fracasar, como lo ilustra tan dramáticamente la parábola en el versículo 6 (ver Judas). Pero la restauración de un hermano o hermana es siempre de gran importancia y «cubrirá multitud de pecados» (Stg 5:19-20).
También encontramos que la siguiente sección (Mt 7:7-11) no es difícil de entender en general, pero sí de conectar con las afirmaciones que la rodean. Los versículos se abren con la seguridad de que la oración a nuestro Padre será contestada debido a Su bondad paternal, de modo que Él se deleita en suplir lo necesario para Sus hijos. «Busquen» aquí (v. 7) es una reminiscencia de la enseñanza de Jesús en Mateo 6:25-34 sobre la abundante provisión del Señor para nosotros, aliviándonos de la ansiedad por el mañana.
Pero ¿cómo encajan en el contexto los versículos 7-11? La respuesta se encuentra en el pasaje paralelo de Lucas (Lc 11:9-13), que presenta al final una diferencia clave respecto al relato de Mateo. En Mateo, el Padre proporciona «buenas dádivas» a los que piden y buscan (Mt 7:11), mientras que en Lucas 11:13 Jesús dice: «¿Cuánto más su Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?». El Espíritu Santo es el don bueno por excelencia dado a los hijos de Dios, porque en Él tenemos todas las cosas para el crecimiento en la piedad en esta vida y para la vida de resurrección en el siglo venidero.
Ahora vemos la conexión de Mateo 7:7-11 con su contexto. Es nuestro privilegio intervenir unos por otros cuando se necesita la restauración y el arrepentimiento de un hermano o hermana (Mt 7:5-6). «Si alguien ve a su hermano cometiendo un pecado que no lleva a la muerte, pedirá, y por él Dios dará vida a los que cometen pecado que no lleva a la muerte» (1 Jn 5:16). En algunos casos, dicha intercesión se concede incluso a los que están fuera (por ejemplo, Mt 18:15; 1 Co 7:16; 1 P 3:1). La vida eterna por medio del Espíritu Santo es el don supremo que el Padre puede concedernos, por lo que debemos orar por los demás con mayor celo a la luz de lo que enseña Jesús en Mateo 7:7-11.
El último versículo del pasaje (Mt 7:12) también parece desconectado del contexto, pero parece claro que la regla de oro articulada aquí conecta especialmente con los versículos 1-5 y los versículos que se desprenden de él. ¿Quién quiere que un crítico severo con una viga en el ojo intente quitarnos una mota del ojo? Al crítico, Jesús le dice que trate a los demás como le gustaría ser tratado. Y como consecuencia de esto, califica tus acciones hacia los demás con sabiduría y discernimiento (Mt 7:6) y especialmente con oración amorosa por ellos (Mt 7:7-11). ¿Quién no desea la oración de nuestros hermanos y hermanas? Por eso oramos por ellos y cumplimos la enseñanza bíblica («la ley y los profetas») actuando con amor en nuestros deberes hacia los demás (Lv 19:18; Mt 19:19; 22:37-40).
Pero si en Mateo 7:1-11 nos hemos centrado en nuestro trato con los conciudadanos del reino de Dios, ahora el versículo 12 lo amplía también a nuestras acciones hacia los súbditos de este mundo («los demás»; ver Lc 10:29-37). Jesús enseña aquí esencialmente lo que expone con más detalle en otros lugares: somos sal y luz en el mundo como emisarios del reino de los cielos. Sin la embajada del reino, el mundo es insípido, ciego y anda a tientas en la oscuridad más absoluta (ver Hch 17:27). Pero la forma en que tratamos a los demás, dentro y fuera de la iglesia, es un claro testimonio de la obra de la nueva creación que está teniendo lugar en nosotros: «En esto conocerán todos que son Mis discípulos, si se tienen amor los unos a los otros» (Jn 13:35). Este pasaje de Juan es un buen resumen de la enseñanza de nuestro Rey en Mateo 7:1-12.