Nota del editor: Este es el décimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El temor.
¿Alguna vez te has detenido a pensar en que vivimos en una época donde existen tecnologías que te permiten monitorear, registrar y evaluar casi todo lo que sucede en el transcurso de tu día? Hasta cierto punto, toda esta tecnología y abundancia de información nos da un sentido de control. Y el control es algo que muchos buscamos, especialmente cuando tenemos temor. El temor y el control parecen tener una relación recíproca. Mientras más tememos, más queremos controlar. Mientras más intentamos controlar, más tememos. Y el ciclo continúa. Estamos viviendo en una época en la que somos tentados a temer excesivamente en casi todas las esferas de la vida: espiritual, política, social y familiar. No solo le tenemos miedo a lo desconocido, sino que nos da miedo que nosotros mismos podamos fracasar al tratar de vivir fielmente en cada una de estas esferas. Los miedos tienen consecuencias reales que, en un esfuerzo por ejercer control, nos pueden llevar a tener expectativas no saludables y potencialmente destructivas de nosotros mismos y de otros.
¿Te despiertas cada mañana con la expectativa de que todo lo que dirás, harás y pensarás saldrá perfecto? Si es así, y si eres honesto contigo mismo, te darás cuenta rápidamente de que eso es imposible en este mundo caído (Rom 3:10). Sin embargo, ese anhelo que siguen teniendo muchos por la perfección se debe en parte al temor al fracaso. El temor al fracaso es bastante común. Los esposos no quieren fracasar cuando se trata de proveer para sus familias. Las madres, en particular, no quieren fracasar en la crianza de sus hijos. Los estudiantes no quieren decepcionar a sus profesores o padres en su desempeño académico. En un sentido, estos temores son buenos y saludables. Nos motivan a trabajar duro por aquellos a quienes amamos y respetamos. Pero en otro sentido, cuando el temor al fracaso nos lleva a tener expectativas poco realistas de nosotros mismos, a cultivar hábitos de trabajo o de estudio que no son saludables, o a vivir con una paranoia pensando que nunca vamos dar la talla a los ojos de los demás, podemos caer fácilmente en desesperación, preocupación y pecado.
A menudo, Dios nos enseña lecciones importantes a través de nuestros fracasos y decepciones para mantenernos dependientes de Él.
A Satanás le encanta desviar nuestra mirada de Jesús. Él quiere que miremos hacia abajo y hacia adentro —hacia nosotros mismos— tentándonos a pensar que, al igual que Dios, tenemos el poder para controlar todas las cosas (incluso las percepciones que los demás tienen de nosotros). En medio de las amenazas del enemigo, necesitamos recordar que «mayor es el que está en vosotros que el que está en el mundo» (1 Jn 4:4). Dios está en control; por lo tanto, no debemos temer (Is 43:1). Solo Él es perfecto y solo Él hace todo bien. Eso significa que podemos confiar en Él y descansar en Él, reconociendo que no somos perfectos y que ninguna de nuestras obras son justas, y que solo Él es perfecto y solo Sus obras son justas. Nuestra meta diaria como Sus discípulos debe ser apuntar a las personas a Sus perfecciones, Su justicia y Su gloria, no las nuestras.
La batalla constante contra el mundo, la carne y el diablo requiere que los cristianos evalúen regularmente las expectativas que tienen de sí mismos y de otros para ver si honran a Dios. Nuestro punto de partida siempre debe ser la verdad de Dios, donde aprendemos que el hombre es un ser caído e imperfecto. Sé que esto es obvio, pero hay que decirlo: No eres perfecto. Yo no soy perfecto. Tu cónyuge no es perfecto. Tus pastores no son perfectos. Pero Dios sí es perfecto (Sal 18:30). Esto debería darte una sensación de alivio. En medio de tus temores y fracasos, puedes descansar en Su perfección, bondad, verdad y amor (Dt 32:4). Él nunca te fallará.
A menudo, Dios nos enseña lecciones importantes a través de nuestros fracasos y decepciones para mantenernos dependientes de Él. El Salmo 118:8 nos recuerda: «Es mejor refugiarse en el Señor que confiar en el hombre». Otra lección que Él nos enseña es que incluso a través de nuestros fracasos y errores (o los de otros), Dios está obrando soberanamente para lograr Sus propósitos. Dios no solo decreta los propósitos, sino que también decreta los medios que conducen a dichos propósitos. De forma misteriosa, Dios incluso hace que nuestros temores y fracasos obren para bien (Rom 8:28). Él también nos enseña que aunque hayamos fracasado, no debemos rendirnos sino perseverar y procurar la excelencia donde Dios nos haya llamado a servir (Gal 6:9; Flp 3:13-14).
No sabemos qué traerá el mañana en términos de éxitos o fracasos. A pesar del control que podríamos pensar que tenemos sobre nuestra rutina diaria y sus resultados, debemos recordar y reconocer que somos completamente dependientes de la diaria misericordia y la gracia de Dios. No temamos al fracaso ni busquemos consuelo en nosotros mismos o en otros; más bien, descansemos únicamente en Dios, el Creador y Sustentador de todas las cosas. Él es, como dice un himno popular: «Nuestra esperanza y protección y nuestro eterno hogar has sido, eres y serás tan solo Tú, Señor».
El Rev. Kevin Struyk es un pastor asociado en Saint Andrew’s Chapel [Capilla de San Andrés] en Sanford, FL y un graduado del Reformed Theological Seminary en Orlando, Fla.
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