Hasta los confines de la tierra
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29 diciembre, 2022Inmutabilidad
Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Atributos de Dios mal entendidos
La frase «la inmutabilidad de Dios» significa que Dios es inmutable e inalterable (Nm 23:19; 1 S 15:29; Sal 102:26-27; Mal 3:6; He 6:13-20; Confesión de Fe de Westminster 2.1; Catecismo Mayor de Westminster 7; Catecismo Menor de Westminster 4). Esto es cierto de las tres personas —Padre, Hijo y Espíritu Santo—, ya que Dios es indivisiblemente uno e idéntico a Sus atributos. Esto es necesariamente así y no puede ser de otra manera, debido a Su propia naturaleza.
La inmutabilidad está relacionada con la simplicidad (Dios no es divisible en partes) y la impasibilidad (no está limitado por fuerzas externas). Dado que ninguna fuerza o entidad creada puede limitar a Dios, Él sigue siendo quien es eternamente. Si Dios cambiara, eso supondría un paso hacia algo mejor o desde algo mejor, lo que implicaría que en algún momento se encuentra en un estado inferior al óptimo. También podría suponer que una fuerza o entidad externa tiene poder sobre Él. Ninguna de esas sugerencias puede ser válida.
CRÍTICAS
1. Algunos sostienen que la inmutabilidad supone que Dios es estático, como un bloque de hormigón. Desde la época de G.W.F. Hegel (1770-1831) en adelante, una corriente de opinión creciente, ha afirmado que Dios está en un estado de devenir, que es dinámico y está sujeto a cambios. En la práctica, Dios y la creación son codependientes y se dejan llevar juntos en un proceso cósmico. Esto es ajeno a la Escritura y oscurece o borra la distinción entre el Creador y la criatura.
Además, la inmutabilidad de Dios no incluye ni requiere esa concepción estática. Dentro de la Trinidad, la generación eterna del Hijo y la procesión del Espíritu Santo demuestran que Dios es la vida misma, que es inmutablemente dinámico. La inmutabilidad simplemente afirma que Dios es eternamente fiel a Sí mismo. Él es la vida misma, y lo es eternamente. Herman Bavinck lo expresó bien: «La naturaleza [de Dios] es ser generador y fructífero».
2. Se ha expresado malestar por el uso que Tomás de Aquino hace de la idea aristotélica del primer motor inmóvil. Sin embargo, Tomás se refiere a ella para afirmar que todos los entes creados son movidos por la acción de otro ente. No obstante, Dios actúa sobre todos los entes como su creador y sustentador, pero no está sujeto a fuerzas o restricciones externas creadas. Él no es movido. Esto está relacionado con Su omnipotencia y soberanía, y también con la creación ex nihilo, ya que todos los demás entes son creados y contingentes (podrían no haber sido; dependen totalmente de Su voluntad; Él puede ponerles fin). Un observador señaló que esta objeción supone que Dios es un primer motor con mucha movilidad.
3. Varias afirmaciones bíblicas dicen que Dios cambia de opinión o expresa emociones como el arrepentimiento (p. ej., Gn 6:6; 1 S 15:11, 35; Jon 3:10; 4:2). Pero en todos estos casos, argumenta Steven J. Duby, «es apropiado decir que Dios no cambia en relación con Sus criaturas, sino que Sus criaturas cambian en relación con Él». Estas son expresiones en lenguaje antropomórfico, adaptado a nuestra comprensión.
4. Los teístas «evangélicos» abiertos sostenían que la idea de un Dios cambiante propicia una relación emocionante y recíproca en la oración, pues podemos intervenir en las decisiones de Dios. Sin embargo, esas afirmaciones implican la posibilidad de que los propósitos eternos de Dios sean frustrados por entidades que Él ha creado mientras Él es un espectador débil e indefenso. Una vez más, eso es contrario a la Escritura.
FACTORES BÍBLICOS Y TEOLÓGICOS
Dios es el Dios vivo, la vida misma. El don de la vida finita y contingente para Sus criaturas es una decisión libre y soberana fundamentada en Su naturaleza inmutable. Como escribió Bavinck, si el Padre no pudiera engendrar al Hijo o espirar al Espíritu Santo (junto al Hijo), habría sido incapaz de darle vida libremente a la creación. Estas procesiones eternas no implican que Dios cambie; así es Él eternamente, y no por alguna fuerza externa, pues no existía ninguna.
La inmutabilidad significa que Dios es inmutablemente fiel a Sí mismo y, por lo tanto, también a Sus propósitos y promesas (Mal 3:6). Es soberano y no está sujeto a agentes ni fuerzas externas. Por esta razón, Su carácter no cambia ni puede cambiar. Este es el fundamento de todas Sus obras externas de creación, providencia y gracia. Es la base de nuestra fe y seguridad (He 6:13-20).
Algunos han sugerido que la encarnación fue algo nuevo para Dios. Implicó que el Hijo, un miembro de la Trinidad, asumiera, en unión personal, permanente y sempiterna, una naturaleza humana, que en ese acto se convirtió en Su naturaleza humana. Desde el punto de vista histórico, este fue un acontecimiento real en nuestro mundo que recién ocurrió hace poco más de dos mil años. Antes, no había ocurrido; después de ese momento, sí ocurrió.
Sin embargo, la decisión original de Dios era encarnarse en Jesucristo a partir de entonces y para siempre, a fin de que ese fuera el fundamento de nuestra elección y unión con Él (Ef 1:4). Además, en la encarnación, Dios no cambió. El Hijo no se hizo hombre en el sentido de transformarse en hombre. No se potenció ni añadió nada a lo que siempre ha sido y es. Eso no sería una encarnación, sino una metamorfosis. Más bien, el Hijo, al tomar la naturaleza humana en unión permanente para que fuera Su naturaleza humana (Fil 2:6-7), se encarnó de tal manera que, como el Hijo o Logos, siguió siendo el sujeto de todas las experiencias de Jesús de Nazaret sin dejar de ser quien siempre ha sido y es (Jn 1:1-4, 14-18; He 13:8), pues las experimentó como hombre. Por eso, Dios conoce los aspectos de la vida humana en este mundo, incluyendo el sufrimiento, la muerte, la sepultura y la resurrección, desde una perspectiva humana. La inmutabilidad de Dios garantiza eso.
CONSECUENCIAS Y REPERCUSIONES
La inmutabilidad (junto a la simplicidad y la impasibilidad) es fundamental para toda la teología. Proporciona la base para la obra de la redención, ya que Dios es inexorablemente fiel a Su pacto y Sus promesas. Es un baluarte vital para nuestra seguridad (He 6:13-20), pues «la misericordia del SEÑOR es desde la eternidad hasta la eternidad, para los que le temen» (Sal 103:17).