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Nota del editor: Este es el quinto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las parábolas de Jesús.

Nuestra parábola comienza con un «cierto hombre rico» que tiene un «mayordomo» o «administrador» (griego oikonomos; Lc 16:1). Un oikonomos en el mundo antiguo era un servidor de confianza que distribuía los bienes o productos de su amo a sus clientes y mantenía un registro honesto de aquellos que le debían a su señor. Sin embargo, este mayordomo es deshonesto. Su amo recibe una acusación de que el mayordomo está derrochando sus bienes (v. 1). Sin dudarlo, le pide que presente sus cuentas y lo despide. Inmediatamente, el mayordomo se pregunta qué hará. Es demasiado débil para cavar y demasiado orgulloso para mendigar (v. 3). Pero luego, el pánico inicial da paso a la sabiduría. Se acerca a todos los deudores de su amo, les pregunta cuánto deben y luego les dice que reescriban sus contratos.
Su estrategia es simple. Él les otorga descuentos antes de entregar su carnet de acreditación para que, en sus propias palabras, «cuando se me destituya de la administración me reciban en sus casas» (v. 4). Su plan se aprovecha de los códigos antiguos de beneficencia y de hospitalidad. Estos deudores le deben a su amo. Pero si les da un «descuento», entonces le quedarían debiendo un favor a él. Y cuando sepan que está sin trabajo y en la calle, por su generosidad se sentirán obligados a devolverle el favor y darle un lugar donde quedarse.
Este es un llamado radical a la mayordomía bíblica en una era de riquezas mundanas.
Es un plan bastante inteligente, pero ¿es honesto? Algunos comentaristas no lo creen así. Consideran que las acciones de los versículos 5-7 son deshonestas y contrarias a los deseos de su amo, como un dependiente que regala artículos de la tienda en su último día. Pero si esto fuera así, ¿entonces cómo recibe la alabanza de su amo en el versículo 8? Esto debió ser porque sus acciones fueron realmente loables. Lo más probable es que el mayordomo haya reducido la cantidad adeudada al descontar su propia comisión para beneficiar tanto a los deudores de su amo como a sí mismo. En otras palabras, este administrador no es deshonesto por reducir la cantidad adeudada por los deudores (vv. 5-7). Él es sabio. Lo que lo hace deshonesto es que derrocha los bienes de su amo (v. 1). Jesús entonces se enfoca en la sabiduría o la «sagacidad» del mayordomo en vez de hacerlo en su deshonestidad y declara que «los hijos de este siglo son más sagaces en las relaciones con sus semejantes que los hijos de la luz» (v. 8).
La conexión entre la parábola y la audiencia de Jesús (la de entonces y la actual) se encuentra en el versículo 9: «Y Yo os digo: Haceos amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando falten, os reciban en las moradas eternas». Jesús llama a Su pueblo a imitar las acciones sabias del mayordomo usando riquezas injustas (mundanas) para asegurar una morada física, pero con una gran diferencia. En nuestro caso debemos usar nuestras riquezas mundanas para hacer amigos y así asegurarnos una morada eterna. Pero esto plantea dos preguntas cruciales: (1) ¿cómo hacemos amigos mediante las riquezas mundanas? y (2) ¿cómo esos amigos nos reciben en las moradas eternas?
La respuesta a la primera pregunta se presenta en los versículos 10-13. No podemos «servir a Dios y a las riquezas» (v. 13). Son dos maestros en competencia. Servir a uno significa desobedecer al otro. Amar a uno significa aborrecer al otro. Hacer amigos mediante la riqueza del mundo es un llamado a someter nuestras finanzas por completo a la voluntad de Dios y a los propósitos de Su evangelio en el mundo. Significa bendecir a los necesitados siendo mayordomos «fieles» del dinero de nuestro Señor (v. 10). Pero esto no significa que no seamos bendecidos a cambio.
Eso nos lleva a la segunda pregunta, más desafiante: ¿cómo esos amigos nos reciben en las moradas eternas? Primero, debemos notar que el verbo «recibir» (v. 9) no tiene un sujeto explícito. Eso significa que los que nos dan la bienvenida al cielo pueden ser los «amigos» terrenales que se acaban de mencionar o, como algunos han argumentado, los ángeles celestiales, que es una forma de decir Dios mismo. El hecho de que la palabra «amigos» aparezca en el texto, hace que tendamos a verlos como el sujeto del verbo «reciban». Pero esto nos puede conducir a la noción antibíblica de que dar dinero al necesitado puede de alguna manera ameritar nuestra entrada al cielo. La salvación es por la gracia sola, por medio de la fe sola en la persona y obra de Cristo solo. Sin embargo, evidenciamos nuestra fe salvadora por medio de nuestras buenas obras. El versículo 11 lo expresa claramente: «Por tanto, si no habéis sido fieles en el uso de las riquezas injustas [es decir, las mundanas], ¿quién os confiará las riquezas verdaderas [es decir, el cielo mismo]?». Dicho de otra manera, si fallamos en ser mayordomos fieles de nuestras riquezas terrenales, como al decir: «Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais lo necesario para su cuerpo» (Stg 2:16), no podemos asumir que recibiremos las riquezas celestiales de la vida eterna. «La fe sin las obras está muerta» (v. 26). Este es un llamado radical a la mayordomía bíblica en una era de riquezas mundanas. Que Dios nos dé la gracia de ver las necesidades de las personas y satisfacerlas con gratitud en nuestro corazón por lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo.