Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las parábolas de Jesús.
Al principio del capítulo 12 del Evangelio de Lucas, encontramos a Jesús rodeado de varios miles de personas mientras les advierte contra la levadura de los fariseos (v. 1). De inmediato, Él continúa diciendo una segunda advertencia respecto a quién debemos temer:
Y Yo os digo, amigos míos: no temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no tienen más nada que puedan hacer. Pero Yo os mostraré a quién debéis temer: temed al que, después de matar, tiene poder para arrojar al infierno; sí, os digo: a este, ¡temed! (vv. 4-5).
Hubo además una tercera advertencia de parte de Jesús para todo hombre y mujer: «Y os digo, que a todo el que me confiese delante de los hombres, el Hijo del Hombre le confesará también ante los ángeles de Dios; pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios» (vv. 8-9).
Jesús vino a salvar lo que se había perdido y a restaurarnos a una vida centrada en Dios, que glorifica a Dios y que está llena de gozo.
Justo en medio de esta rica enseñanza espiritual «uno de la multitud le dijo: «Maestro, dile a mi hermano que divida la herencia conmigo». Pero Él le dijo: «¡Hombre! ¿Quién me ha puesto por juez o árbitro sobre vosotros?»» (vv. 13-14). El Maestro intentaba enseñar a la multitud y a Sus discípulos algunos principios importantes sobre la vida en el Reino de Dios. Pero es obvio que este hombre solo estaba interesado en las cosas relacionadas con el reino de los hombres. El hecho de que se dirigiera a Jesús como maestro, revela que en ese tiempo se esperaba que los maestros con ciertos niveles de autoridad fueran capaces de emitir un juicio justo en casos de esta naturaleza.
Pero Jesús se niega a quedar atrapado en el ámbito terrenal. Después de todo, Cristo había enseñado a Sus seguidores: «Mi Reino no es de este mundo» (Jn 18:36). Es posible que quien hace la petición sea el más joven de los dos, ya que en aquellos días el hermano mayor era quien ostentaba el derecho a la propiedad o tenía el permiso necesario para hacer cualquier cosa con la herencia. Independientemente de esto, la misión de Jesús estaba relacionada con el tema más importante de todo el universo: la salvación de la humanidad, así que al parecer el hombre que hace la petición o no prestó atención a las enseñanzas de Jesús o fue incapaz de entender lo que acaba de oír.
El Maestro pasa por alto la petición y aprovecha la oportunidad para narrar una parábola enfatizando de qué se trata la verdadera vida. Veamos las características del hombre de la parábola. No es un hombre agradecido. Su tierra produce abundantemente, y suena como si esto ocurriera de manera natural por la gracia común de Dios. De hecho, en esa primera frase, el sujeto es la tierra y no el hombre, pero no hay evidencia de que este reconociera que el Creador es quien provee los nutrientes a la tierra, la lluvia y el sol que permiten a la tierra producir de la manera en que lo hace.
Además, el hombre es muy egocéntrico. Se refiere a sí mismo más de diez veces usando los pronombres personales «yo» y «mi». Su estilo de vida egocéntrico también puede verse en la idea de almacenar «todo mi grano y mis bienes». No lo comparte con nadie ni lo vende a otros que lo necesiten.
Este hombre también es ignorante; cree que rige su vida. Se dice a sí mismo que ha almacenado lo suficiente para vivir durante muchos años, pero sin tener garantía alguna de que esto sucederá. Su cosmovisión refleja su narcisismo. Él dice: «Y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes depositados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete.» (v. 19). Solo piensa en deleitarse en placeres mientras otros mueren de hambre.
Además, este hombre vive como un necio, como alguien que no cree en Dios o que vive como si Dios no existiera. «El necio ha dicho en su corazón: “No hay Dios”» (Sal 14:1). Él es ajeno a la soberanía de Dios. «Pero Dios le dijo: “¡Necio! Esta misma noche te reclaman el alma; y ahora, ¿para quién será lo que has provisto?”. Así es el que acumula tesoro para sí, y no es rico para con Dios» (Lc 12:20-21).
Esta parábola es corta y simple, pero al mismo tiempo es rica y profunda. Después de la caída, los descendientes de Adán adoptaron una cosmovisión egocéntrica, terrenal y centrada en el «aquí y ahora». Jesús vino a salvar lo que se había perdido y a restaurarnos a una vida centrada en Dios, que glorifica a Dios y que está llena de gozo. Abrazar esto debe ser nuestra prioridad.
El Dr. Miguel Núñez es pastor principal de la Iglesia Bautista Internacional, es presidente y fundador de Ministerios Integridad & Sabiduría en Santo Domingo, República Dominicana. Es autor de varios libros, incluyendo El poder de la Palabra para transformar una nación y Una Iglesia conforme al corazón de Dios.
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