Agitando espantapájaros
1 abril, 2022Justificación y ecumenismo
4 abril, 2022Los cismas y la iglesia local
Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XI
Aunque el Gran Cisma ocurrió en el siglo XI, tratar con personas cismáticas en la iglesia local ha sido un problema desde los días de los apóstoles. Escribiendo a la iglesia en Corinto alrededor del año 55 d. C., Pablo dijo: «Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos os pongáis de acuerdo, y que no haya divisiones entre vosotros, sino que estéis enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. Porque he sido informado… hermanos míos… que hay contiendas entre vosotros» (1 Co 1:10-11). La palabra que el apóstol usó para «divisiones» es la palabra griega schisma, de la cual obtenemos nuestra palabra cisma.
Un cisma es la división o separación de una iglesia. Ocurre en una congregación o denominación cuando una facción se forma sobre la base de algo que no sea la fe entregada a los santos una vez para siempre. Se distingue de la herejía, que es una enseñanza falsa sobre doctrina. Si bien las herejías pueden (y a menudo lo hacen) conducir a cismas, la mayoría de los cismas en la iglesia local no implican herejía. Por lo general, surgen de «contender sobre opiniones» (Rom 14:1 RV60) en asuntos no esenciales para la fe.
Aunque los cristianos tienen libertad para diferir en sus opiniones sobre cosas como, por ejemplo, la edad de la tierra, la atención médica y la mejor escuela para sus hijos, cualquier intento de basar la unidad cristiana en tales opiniones es ilegítimo y cismático. Nuestras preferencias de consumo, prácticas culturales o convicciones políticas no nos unen como iglesia y no tenemos derecho a hacer divisiones con base en ellas. Hacerlo es un ataque a la unidad que el Espíritu nos ha dado.
¿Cuáles son los problemas que causan las personas cismáticas en la iglesia?
En primer lugar, el comportamiento cismático causa tensiones innecesarias en la iglesia local. En el caso de los corintios, sus preferencias personales por maestros particulares los llevaron a pelearse y trajeron división a la congregación (1 Co 1:12-13). En lugar de regocijarse en la fe que enseñaron Pablo, Apolos, Cefas y Cristo, los corintios se estaban dividiendo en facciones con base en sus opciones de consumo.
En segundo lugar, el comportamiento cismático ofende innecesariamente. En Corinto, algunos miembros dejaron que sus prácticas culturales tuvieran prioridad en la Santa Cena (1 Co 11:17-22). Estaban haciendo en la Cena lo que acostumbraban hacer en el mundo, a saber: comer y beber para satisfacción personal sin considerar a los demás. En consecuencia, ofendían a los miembros pobres de la iglesia. El sacramento dado para manifestar la unidad de la Iglesia se había convertido en ocasión de división entre los que tenían mucho y los que tenían poco.
En tercer lugar, el comportamiento cismático en la iglesia es un pobre testimonio para el mundo. Jesús dijo: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os tenéis amor los unos a los otros» (Jn 13:35). Pero ¿cómo podemos manifestar ese amor si nos dividimos por las mismas cosas por las que el mundo se divide, como nuestras preferencias de consumo y prácticas culturales?
¿Cómo amonestamos a los que son cismáticos?
Los que se comportan de manera cismática deben recordar que Dios nos manda a «[esforzarnos] por preservar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Ef 4:3). Si la persona cismática persiste, los ancianos deben intervenir. Pablo le dijo al pastor Tito: «Al hombre que cause divisiones, después de la primera y segunda amonestación, deséchalo, sabiendo que el tal es perverso y peca, habiéndose condenado a sí mismo» (Tit 3:10-11). El comportamiento cismático amerita disciplina eclesial y la disciplina eclesial es responsabilidad de los ancianos.
Por supuesto, esto pone de relieve la importancia de las confesiones y los credos históricos. Estos no solo protegen a la Iglesia contra la herejía, sino que también ayudan a preservar la unidad de la Iglesia al resumir la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos. Esta es la razón por la cual muchas iglesias reformadas llaman a sus confesiones las «Tres formas de unidad» (el Catecismo de Heidelberg, la Confesión Belga y los Cánones de Dort). Nos mantienen «firmes en un mismo espíritu, luchando unánimes por la fe del evangelio» (Flp 1:27). Sin ellos, los ancianos no tienen límites claros de unidad cristiana a los que puedan dirigir a la persona cismática. No obstante, cuando una iglesia es confesional, es decir, cuando se adhiere a los credos ecuménicos y las confesiones reformadas (por ejemplo), los ancianos pueden amonestar al miembro cismático por tratar de hacer de su opinión personal un artículo de la fe cristiana.
¿Cómo guiamos a aquellos que tienen que lidiar con tal comportamiento?
Debido a que la Iglesia está formada por pecadores, la realidad es que de vez en cuando nos enfrentaremos al desafío de lidiar con comportamientos cismáticos. Si bien suele ser una experiencia desagradable, no debemos desanimarnos. Estando vigilantes de nuestra confesión de fe y «con toda humildad y mansedumbre, con paciencia, soportándoos unos a otros en amor» (Ef 4:2), podemos proteger la unidad que el Espíritu nos ha dado.
También debemos recordar que no siempre seremos la Iglesia militante, a quien el mundo ve «por cismas dividida, por herejías turbada», como dijo Samuel Stone en su himno «Es Cristo de Su Iglesia el fundamento fiel». Podemos hallar consuelo en la promesa de Cristo de que Él preservará a Su Iglesia hasta Su regreso y que «Su iglesia invicta, entonces, con Él descansará».