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30 marzo, 2022¿Qué es la mayordomía bíblica?
En el Nuevo Testamento, el concepto que describe y define lo que significa ser un siervo delante de Cristo es la palabra mayordomía. La economía y los asuntos éticos y emocionales que la rodean son temas frecuentes de discusión y noticias de primera plana. Esto es particularmente cierto en un año electoral, cuando gran parte del debate se centra en asuntos económicos. Lo que no vemos inicialmente es que otros asuntos, como la educación y el aborto, también son cuestiones de economía. Comprendida en sentido amplio, la economía tiene que ver no solo con el dinero, los impuestos o los negocios, sino también con la gestión de los recursos. Eso incluye todos nuestros recursos, tal como el recurso de nuestros hijos no nacidos y los materiales y políticas educativas.
En otras palabras, la forma en que utilizamos nuestros recursos es el objeto de la economía y, en un sentido bíblico, es la principal preocupación de la mayordomía. Considera el vínculo verbal entre mayordomía y economía. La palabra en español economía viene de la palabra griega oikonomia, que se compone de dos partes: oikos, la palabra para «casa» u «hogar», y nomos, la palabra para «ley». Así que, oikos y nomos juntos significan literalmente «ley de la casa».
Oikonomia es transliterada al español como «economía». La palabra en español que traduce la palabra oikonomia, en lugar de transliterar, es la palabra en español mayordomía. Así pues, la mayordomía y la economía son conceptos estrechamente relacionados y, de hecho, para un cristiano del Nuevo Testamento no había distinción entre ellos.
Un mayordomo en el mundo antiguo era una persona a la que se le daba la responsabilidad y la autoridad para gobernar los asuntos de la casa. Por ejemplo, el patriarca José se convirtió en mayordomo de la casa de Potifar: administraba todo lo que había en el hogar y se le dio la autoridad para gobernar la casa (Gn 39:1-6a). En esa función, era responsable de administrar bien la casa; no debía malgastar los recursos de la familia, sino tomar decisiones sabias.
Sin embargo, la función del mayordomo no fue algo que surgió por casualidad en el sistema de gestión griego, ni tampoco fue algo inventado por los egipcios en la época de José. La función del mayordomo se deriva del principio de la mayordomía, que tiene sus raíces en la creación de la humanidad.
Observa los fundamentos de la mayordomía que se encuentran en los primeros capítulos del Génesis. En Génesis 1:26-28, leemos:
Y dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y ejerza dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados, sobre toda la tierra, y sobre todo reptil que se arrastra sobre la tierra. Creó, pues, Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra».
En la primera página de la Biblia, vemos la creación de los seres humanos (hechos a imagen y semejanza de Dios, quien se reveló inicialmente como el Creador de todas las cosas) y el posterior llamamiento a los portadores de Su imagen para que le imiten de una manera determinada: siendo productivos. A los seres humanos se les ordenó ser fructíferos y multiplicarse. Este fue un mandato de productividad que tiene implicaciones de mayordomía. Por lo tanto, la preocupación por la mayordomía tiene sus raíces en la creación.
A veces pensamos que el Nuevo Testamento no se preocupa por el trabajo, la industria o la productividad, sino que solo se preocupa de que nos amemos unos a otros y vivamos por gracia y no por obras. Pero si examinamos las parábolas y el lenguaje de Jesús, vemos un énfasis en el llamado a la fructificación. Jesús llama a Su pueblo a ser fructífero no solo en la multiplicación de la especie a través de la propagación, sino por el bien del reino. Esto es una expansión de la ordenanza de la creación de que Su pueblo debe ser productivo.
El segundo mandato dado a Adán y Eva fue el de tener dominio sobre la tierra. Dios instituyó a Adán y Eva como Sus viceregentes, aquellos que debían gobernar en Su lugar sobre toda la creación. No es que Dios le haya concedido la propiedad independiente del planeta a la humanidad. Sigue siendo Su posesión. Pero Dios llamó a Adán y Eva para que ejercieran autoridad sobre los animales, las plantas, los mares, los ríos, el cielo y el medio ambiente. No debían ejercer la autoridad como un tirano imprudente que tiene carta blanca para hacer lo que quiera, porque Dios no hizo a Adán y Eva dueños de la tierra. Los hizo mayordomos de la tierra, quienes debían actuar en Su nombre y para Su gloria.
Inmediatamente después de dar este mandato, Dios creó un huerto exuberante y hermoso, y colocó a Adán y Eva en él (Gn 2:15). Les ordenó «cultivarlo y cuidarlo». Este mandato de cultivar y cuidar es clave para entender la responsabilidad que se le otorga al ser humano, que va unida al estatus privilegiado de haber sido hecho a imagen de Dios y haber recibido el dominio sobre la tierra.
En la creación, el mandato que Dios le dio a la humanidad fue que las personas reflejaran e imitaran la mayordomía de Dios sobre esta esfera de la creación. Esto implica mucho más que las entidades religiosas o la iglesia. Tiene que ver con la forma en que nos involucramos con las iniciativas científicas, cómo hacemos negocios, cómo nos tratamos unos a otros, cómo tratamos a los animales y cómo tratamos al medio ambiente. Ese dominio sobre la tierra no es una licencia para explotar, saquear, consumir o destruir la tierra; es una responsabilidad para ejercer la mayordomía de nuestro hogar, cultivándolo y cuidándolo. Cultivar y cuidar la casa de uno mismo significa evitar que se desmorone, manteniéndola ordenada, conservándola, preservándola y embelleciéndola. Toda la ciencia de la ecología está arraigada y cimentada en este principio. Dios no dijo: «De ahora en adelante, toda tu comida te caerá del cielo». Él dijo: «Debes trabajar conmigo en ser productivo: abonar, labrar, sembrar, reabastecer, y así sucesivamente».
El siguiente mandamiento que se les dio a Adán y Eva en el huerto fue el de nombrar a los animales (Gn 2:19). En su sentido más elemental, este fue el nacimiento de la ciencia: aprender a distinguir entre especies, tipos y formas, y discernir la realidad a medida que la examinamos. Esto también forma parte de nuestra mayordomía: aprender sobre el lugar donde vivimos y cuidarlo. Estos principios no son simplemente para nuestra propia casa, sino para todo el planeta.
Algunos son lo suficientemente mayores como para recordar el asombroso logro de los estadounidenses del siglo XX, cuando los primeros astronautas fueron enviados a la luna. Inevitablemente, parte de ese recuerdo incluye los primeros pasos del astronauta Neil Armstrong en la luna y cuando habló de un paso de gigante para la humanidad. Uno podría ver ese logro humano simplemente en términos de arrogancia humana, o podríamos verlo como el cumplimiento del mandato que Dios nos dio de tener dominio sobre la creación.
Fundamentalmente, la mayordomía se trata de ejercer el dominio que Dios nos ha dado sobre Su creación, reflejando la imagen de nuestro Dios creador en Su cuidado, responsabilidad, mantenimiento, protección y embellecimiento de Su creación.