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El símbolo universal del cristianismo es la cruz. La cruz cristaliza la esencia del ministerio de Jesús. Captura la dimensión más profunda de Su gran pasión. La cruz es tan central para el cristianismo que Pablo, en una pequeña hipérbole, dijo que estaba decidido a no predicar nada excepto a Cristo y a Él crucificado (1 Co 2:2). Usando palabras en lugar de pintura al óleo o cincel y piedra, Pablo emplea una técnica que más tarde los grandes artistas llamaron el «momento productivo». Rembrandt y Miguel Ángel esbozaban decenas de escenas de la vida de sus modelos antes de elegir una que inmortalizar en su arte. Por ejemplo, Miguel Ángel buscó capturar la esencia de David en una pose específica.
Para Pablo, el momento productivo de la vida y el ministerio de Jesús fue la cruz. En cierto sentido, todos los escritos de Pablo fueron simples comentarios adicionales sobre este hecho determinante, ese ministerio en que Jesús enfrentó Su última hora, sobre el ministerio para el cual nació y para el que fue bautizado. Este fue el ministerio que Jesús estaba preordenado para llevar a cabo. Él avanzó inexorablemente hacia el momento que la teología llama la gran pasión de Cristo, antes del cual sudó gotas de sangre. Toda la vida de Jesús convergió en el clímax de Su muerte.

Si pudiéramos leer el Nuevo Testamento por primera vez, como si fuéramos la primera generación de personas que escucharon el mensaje, creo que nos resultaría bastante claro que este evento —la crucifixión de Cristo, junto con Su resurrección y ascensión— estaba en el centro mismo de la predicación, la enseñanza y la catequesis de la comunidad del Nuevo Testamento. Si es cierto que la importancia de la cruz es central y no periférica para el cristianismo bíblico, es esencial que los cristianos tengamos un cierto grado de comprensión de su significado en términos bíblicos. Eso sería cierto en cualquier generación, pero creo que es particularmente necesario en esta.
EL SIGNIFICADO DE LA CRUZ
Dudo que haya habido algún momento en los dos mil años de la historia cristiana en que el significado de la cruz, la centralidad de la cruz y el tema de la necesidad de la cruz hayan sido un asunto tan controvertido como ahora. Nunca antes en la historia cristiana la necesidad de expiación había sido cuestionada tan ampliamente como lo está siendo hoy. Desde una perspectiva histórica, ha habido otros tiempos en la historia de la iglesia cuando surgieron teologías que consideraban que la cruz de Cristo era un acontecimiento innecesario. Esas teologías afirmaban que indudablemente la cruz tenía valor, pero que no era algo que la gente necesitara de forma suprema o significativa.
Encuentro interesante que tantas personas me expliquen que el hecho de que no sean cristianas no se debe tanto a que cuestionen las pretensiones de verdad del cristianismo, sino a que nunca han sido persuadidas de que necesitan a Cristo. ¿Cuántas veces has hablado con personas que te han dicho: «Eso puede o no ser cierto, pero personalmente no siento que necesite a Jesús», o «no necesito a la iglesia», o «no necesito al cristianismo»? Cuando escucho comentarios así, mi espíritu gime en mi interior. Tiemblo al pensar en las consecuencias que habrá si la gente persiste en esa actitud. Si pudiéramos persuadir a la gente de la identidad de Cristo y la verdad de Su obra, de inmediato se volvería evidente que todas las personas del mundo la necesitan y que sin ella no habría salvación de parte de Dios.
Hace no mucho tiempo, estaba en un centro comercial y entré a una gran librería. Era una librería secular con muchas estanterías de libros a la venta. Había diversas secciones con rótulos notorios como ficción, no ficción, negocios, deportes, superación personal, sexo y matrimonio, etc. Al final de la parte posterior de la tienda, había una sección sobre religión. Esta sección tenía unos cuatro estantes. Era la más pequeña de la tienda. El material de esos estantes difícilmente era compatible con el cristianismo clásico ortodoxo. Me pregunté: «¿Qué le pasa a esta tienda? ¡Todo lo que vende es ficción y superación personal, pero no parece darle ningún valor al contenido de la verdad bíblica!». Entonces recordé que los dueños de esa tienda no la administraban como un ministerio. Están allí para hacer negocios. Están ahí para generar ganancias. La razón por la que no tienen muchos libros cristianos a la venta es que no hay muchas personas que entren y pregunten: «¿Dónde puedo encontrar un libro que me enseñe acerca de las profundidades y las riquezas de la expiación de Cristo?».
Entonces pensé: «Tal vez, si voy a una librería cristiana, encontraré ese énfasis». Pero no, las librerías cristianas ofrecen muy poca literatura preciosa sobre la cruz de Cristo. Me puse a pensar en eso sentado en el centro comercial mientras veía a la gente caminando de un lado a otro frente a mí. De pronto, tuve una impresión. Fue la impresión aterradora de que esa multitud de personas que caminaban de un lado a otro no estaban preocupadas por la expiación del pecado porque básicamente estaban convencidas de que no necesitaban esa expiación. Esa expiación simplemente no es una «necesidad sentida» para la gente de hoy. Las personas no se sienten angustiadas por las preguntas de cómo reconciliarse con Dios o cómo escapar del juicio de Dios.
Algo que indiscutiblemente se ha perdido en nuestra cultura es la idea de que los seres humanos son individual, personal e inevitablemente responsables ante Dios por sus vidas. Imagínate lo que sucedería si de pronto se encendieran las luces y todas las personas del mundo dijeran: «Oye, algún día me presentaré ante mi Creador y tendré que dar cuentas por cada palabra que he dicho, por cada acción que he realizado, por cada pensamiento que he tenido y por cada tarea que he fallado en hacer. Soy responsable».
Si todos se dieran cuenta de esa realidad en un instante, podrían suceder un par de cosas. La gente podría decir: «Bueno, sí, soy responsable, pero, ¿no es maravilloso que Aquel ante quien debo rendir cuentas realmente no esté interesado en el tipo de vida que llevo porque Él entiende cómo somos los seres humanos?». Si todos dijeran algo así, tal vez nada cambiaría. Pero si las personas entendieran dos cosas —si entendieran que Dios es santo y que el pecado es una ofensa contra Su santidad— entonces echarían abajo las puertas de nuestras iglesias preguntando desesperadas: «¿Qué debo hacer para ser salvo?».
Puede que nos guste pensar que no necesitamos un Salvador, pero la expiación, la cruz y el cristianismo operan sobre el supuesto básico de que necesitamos la salvación desesperadamente. Puede que ese supuesto no sea compartido por nuestra cultura moderna, pero eso no disminuye la realidad de nuestra necesidad.
Me temo que la doctrina de la justificación que predomina en los Estados Unidos hoy no es la de la justificación por la fe sola. Ni siquiera es la de la justificación por buenas obras o por una mezcla de fe y obras. La noción de la justificación que prevalece en nuestra cultura actual es la de la justificación por la muerte. Todo lo que uno tiene que hacer para ser recibido en los brazos eternos de Dios es morir. Eso es todo lo que se requiere. La muerte borra nuestro pecado de algún modo: no hace falta una expiación.
Un teólogo amigo suele decir que en la historia de la iglesia ha habido solo tres tipos básicos de teología. Ha habido múltiples escuelas teológicas con matices sutiles, pero al fin y al cabo solo hay tres tipos de teología: lo que llamamos pelagianismo, semipelagianismo y agustinianismo. Prácticamente todas las iglesias de la historia de la iglesia occidental, y también de la historia de la iglesia oriental, han caído en una de esas tres categorías. El semipelagianismo y el agustinianismo representan debates importantes dentro de la familia cristiana, diferencias de opinión sobre interpretación bíblica y teología entre cristianos. Pero el pelagianismo con sus diversas formas no constituyen meras disputas internas entre cristianos. El pelagianismo es, en el mejor de los casos, subcristiano y, en el peor, anticristiano. El pelagianismo en el siglo IV, el socinianismo en los siglos XVI y XVII, y la teología distintiva que hoy llamaríamos liberalismo son esencialmente no cristianos, pues en el centro de esas posturas hay una negación de la expiación de Jesucristo, una negación de la cruz como acto de satisfacción de la justicia de Dios. Durante siglos, el cristianismo ortodoxo ha visto la expiación como una condición sine qua non de la fe cristiana. Si quitas la cruz como acto expiatorio, eliminas el cristianismo.
No es que los pelagianos, los socinianos y los liberales no tengan una postura sobre el significado de la cruz de Cristo. Ellos afirman que la cruz muestra a Jesús muriendo como un ejemplo moral para la humanidad, como un héroe existencial, como Aquel que nos inspira mediante Su compromiso, Su devoción a la abnegación y Su preocupación humanística. Sin embargo, estos ejemplos de moralidad no alcanzan a ser una expiación.
Cuando estaba en el seminario, uno de mis compañeros predicó un sermón sobre la cruz de Cristo como el Cordero inmolado por nosotros en la clase de homilética. Cuando terminó, el profesor estaba furioso. Atacó verbalmente al estudiante mientras aún estaba en el púlpito. Le dijo con ira: «¿Cómo te atreves a predicar una visión sustitutiva de la expiación en esta época?». Él veía la visión sustitutiva de la expiación como un concepto arcaico y anticuado en que una persona muere para cargar los pecados de los demás. Rechazaba categóricamente que la cruz fuera una especie de transacción cósmica mediante la cual somos reconciliados con Dios.
No obstante, si le quitamos la acción reconciliadora de Cristo al Nuevo Testamento, solo nos quedamos con moralismos que no tienen nada de únicos y difícilmente merecen persuadir a la gente a dar la vida por ellos. En el pelagianismo y el liberalismo no hay salvación. En el pelagianismo y el liberalismo no hay Salvador. Porque en el pelagianismo y el liberalismo no existe la convicción de que la salvación es necesaria.
Extracto adaptado de Saved from What? [¿Salvado de qué?], por R. C. Sproul.