La iglesia es una, santa, católica y apostólica
16 enero, 2025¿Qué significa que la iglesia sea «santa»?
Este es el segundo artículo de la colección de artículos: La iglesia es una, santa, católica y apostólica
En el tranvía de mi infancia en Filadelfia, los devotos católicos romanos se persignaban al pasar por la Iglesia del Santísimo Sacramento en la Avenida Chester. La santidad que reconocían no era solo la del edificio, sino de manera particular la de los elementos sacramentales que se guardaban allí. La mayoría de los irlandeses del oeste de la ciudad eran católicos romanos. Los demás eran de Irlanda del Norte y adoraban en la Iglesia Presbiteriana Westminster.
Sin embargo, cuando los protestantes hablan de ir a la iglesia, no piensan en un edificio, sino en una congregación. Para ellos la congregación es santa, no el edificio. El poeta escocés Robert Burns sabía que la Biblia llama «santos» al pueblo de Dios, pero no pudo pasar por alto el piojo paseando por el sombrero de un santo sentado frente a él en la iglesia.
Cuando los adoradores se distraen tan fácilmente, olvidan el asombro que produce el santo nombre de Dios.
Ellos no son simplemente una audiencia; son una congregación reunida por el llamado del Santo. La iglesia es santa porque la congregación es la casa de Dios. En el Antiguo Testamento, Dios le dio a Moisés un símbolo de Su morada en medio de Su pueblo. Mientras Israel viajaba de Egipto a la tierra prometida, Dios colocó Su propia tienda santa en el centro del campamento de Israel. Las doce tribus de Israel, en sus clanes y familias, establecieron sus estandartes alrededor de la tienda de Dios. Mientras Moisés recibía en el monte Sinaí los Diez Mandamientos y los planos de Dios para el tabernáculo, Israel ya rompía el segundo mandamiento al hacerse un becerro de oro para luego adorarlo. «No sabemos qué le haya acontecido a este Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto», dijeron. «Este es nuestro Dios, que nos llevará de vuelta a Egipto».
¿Qué podría hacer Dios con un pueblo así? Dios dijo que no podía vivir en medio de ese pueblo «de dura cerviz». Él era santo, y Su santidad era una amenaza demasiado grande para ellos. Su juicio podría consumirlos en un instante. Dios iría delante de ellos pero no moraría en medio de ellos. Se encontraría con Moisés en la tienda fuera del campamento donde vivía Josué. Sin embargo, Moisés le repitió al Señor Sus propias palabras. Oró para que el Señor habitara en medio de ellos y fuera su Dios precisamente porque eran pecadores de dura cerviz. Necesitaban Su presencia en gracia perdonadora.
Porque Dios es santo, Su pueblo debía ser un pueblo santo. ¿Cómo podía ser esto posible? Para mostrar el camino, Dios les dio Su ley y Su provisión para la expiación y limpieza. El pecado trajo tanto culpa como contaminación. La paga del pecado es muerte. Después de que el pecador confesaba su pecado, ponía sus manos sobre la cabeza de un cordero que era sacrificado como sustituto. Pero además, el pecado contamina. El sacerdote utilizaba el lavado en la pila de bronce en la entrada del tabernáculo para simbolizar la eliminación de su contaminación al entrar ante Dios en Su morada santa.
Los fariseos criticaron a los discípulos de Jesús porque no se lavaban las manos antes de comer. El problema no era la higiene, sino la pureza ceremonial. Jesús salió en defensa de Sus discípulos explicando que lo que ponían en sus bocas no los hacía impuros; esa carne era para sus vientres. Lo que contaminaba era lo que salía de sus bocas. Las palabras de sus bocas expresaban la maldad de sus corazones.
Jesús transformó la ley ceremonial al mostrar Su cumplimiento de ella. No dejó de lado la ley. Dijo que ni una iota ni una tilde de la ley se perderá hasta que toda se cumpla. La iota es la letra más pequeña del alfabeto hebreo, que se escribe en la parte superior de la línea, sin ocupar el espacio de las otras letras. La tilde ni siquiera es una letra, sino el remate que sobresale de la parte inferior de la «k», que hace que se pronuncie como una «b».
Jesús respaldó la inspiración del Antiguo Testamento, no solo como «completa» o «plena», sino incluso como «literal» en el sentido de que las letras mismas de las palabras fueron inspiradas. Los escribas judíos comprobaban la precisión de sus copias de la Escritura contando cada letra y marcando la letra del centro del texto. Sin embargo, las palabras de Jesús no respaldan una interpretación literalista del texto, porque no solo dijo que cada letra debía ser preservada, sino que cada letra debía ser cumplida. El cumplimiento de la Escritura habla del aspecto profético del texto sagrado. Jesús transformó los Diez Mandamientos por medio de Su enseñanza. Él, por supuesto, cumplió la ley perfectamente. Su perfecta justicia nos fue acreditada a nosotros, así como nuestro pecado le fue acreditado a Él. Y aún más, Jesús transformó la ley en Su enseñanza así como en Su vida. Jesús proclamó la venida del reino.
En Su Sermón del monte, Jesús demostró que la verdadera justicia empieza con un corazón puro. El primer mandamiento es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón y toda nuestra alma. El segundo, que es similar y fluye de este, es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Su resumen es: «Sean ustedes perfectos como su Padre celestial es perfecto».
La santidad que Jesús requería es nada menos que la santidad de Su Padre. Jesús, el Santo de Dios, mostró la santidad de Su Padre. Esa santidad arde contra la rebelión del pecado. Sin embargo, esa misma santidad ardía en el amor con que sacrificó a Su Hijo en la cruz. En la oscuridad del Calvario, el Padre abandonó a Su Hijo mientras Cristo soportaba la ira que merecemos. Aun siendo enemigos de Dios, Cristo murió por nosotros. En Su amor por nosotros, Sus enemigos, el Padre no escatimó a Su Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros.
La consagración del templo por parte de Dios en el Antiguo Testamento simbolizaba la morada de Dios entre Su pueblo. Jesús transformó la ley al cumplirla. Las figuras del tabernáculo y del templo se cumplen en Jesús. Es como el Cristo encarnado que el Señor habita entre nosotros, porque Él es el Santo de Dios. Refiriéndose a Su propio cuerpo, Jesús dijo: «Destruyan este templo, y en tres días lo levantaré» (Jn 2:19).
La unión con Cristo es la doctrina central de cómo Dios habita con nosotros. Esa unión es obra del Espíritu Santo, enviado desde el trono de Cristo en gloria. No solo estamos unidos a Cristo como nuestro representante, que vivió, murió y resucitó por nosotros, sino que también estamos unidos a Cristo de manera vital por la presencia de Su Espíritu. Él no nos ha dejado huérfanos. Él viene a nosotros y habita entre nosotros, en nuestros corazones y en nuestras reuniones como Su iglesia.
Nos reunimos para escuchar Su Palabra, para responder en adoración, para cantar Sus alabanzas, para unirnos en oración por la iglesia y el mundo, para apoyar la obra de Su reino, y para saludarnos unos a otros en Su paz al acercamos al pan y al vino en Su mesa. Todo es del Salvador, por Su Espíritu y para la gloria de Su Padre. Como los discípulos contemplando la nube en la montaña, no vemos hombres, sino solo a Jesús.