¿Es esta vida lo único que existe?
15 agosto, 2019¿Por qué es tan difícil orar?
24 septiembre, 2019¿Quién eres tú para juzgar?
Nota del editor: Este es el duodécimo y último capítulo en la serie Dando una respuesta, publicada por Tabletalk Magazine.
«No juzguéis» (Mt 7:1) es el único versículo bíblico que incluso los críticos están convencidos de que es divinamente inspirado; al menos así parece por la manera en la que confiadamente lo usan en contra de los cristianos. Sin embargo, el mal uso de este versículo es muy fácil de contrarrestar una vez que veas lo que realmente está sucediendo.
La acusación «¿quién eres tú para juzgar?» está basada en un malentendido.
Primero, un calificador. Juzgar es encontrar la falta, y la verdadera falta —la verdadera culpa moral— es central para el mensaje cristiano. Son las malas noticias las que hacen que las buenas noticias sean buenas. Pero, si el encontrar fallas es nuestro espíritu, es el equivocado. Si nuestro juicio es simple condescendencia, tendremos que dar cuentas a Cristo por ello. Nunca debemos esperar que los incrédulos se comporten como cristianos; no tienen la capacidad de hacerlo. Eso debería estar claro.
Sin embargo, no creo que la condescendencia sea el problema. Por lo general, hay algo más en juego aquí. Por un lado, tomada literalmente, la acusación «¿quién eres tú para juzgar?» está basada en un malentendido. Si esto es un pedido de nuestras credenciales morales, entonces no tenemos nada que ofrecer. No somos los autores de las reglas que gobiernan el comportamiento. Nosotros estamos tan sujetos a estas normas —y condenados por ellas— como cualquiera.
Más bien, siendo nosotros mismos criminales, se nos ha mostrado el camino al perdón, y simplemente damos a conocer esa buena noticia. Dios es bueno, y nosotros no. Hay una justicia y, si no fuera por misericordia, la experimentaríamos. Dejar esto claro a los demás es un acto de bondad, no de condescendencia.
Si fueras un pasajero en el carro de tu amigo y le dices: «En caso que no te hayas dado cuenta, vas por encima del límite de velocidad y hay un policía más adelante», lo más probable es que él sienta que le estás haciendo un favor; y se lo estarías haciendo. Por supuesto que el ejemplo tiene sus limitaciones, pero creo que puedes ver el punto.
Pero hay algo más que no quiero que pases por alto. Es lo más importante que hay que saber sobre este desafío. «¿Quién eres tú para juzgar?» resulta que no es una pregunta, sino una declaración disfrazada: «Nadie puede emitir juicios de ningún tipo». Y debido a que la moralidad es sólo una cuestión de opinión personal, todos los juicios están fuera de los límites. Esta es la táctica del relativista.
Por supuesto, el relativista siempre se engaña a sí mismo en este aspecto. Aunque puede que se haya autoconvencido por el momento, esto no es lo que en realidad cree, puesto que está lleno de juicio cuando le conviene. De hecho, y esto lo habrás notado, la acusación es contraproducente, ya que es en sí misma un juicio implícito del cristiano.
Resulta que cuando los críticos imponen cualquier versión del «no juzguéis», no es una apelación para que seas virtuoso; es una demanda para que los dejes en paz. Citan a Jesús no en base a una convicción sino por conveniencia, no deseando ser objetos de ninguna crítica moral.
Entonces ¿cómo maniobramos con gracia, pero con astucia, cuando enfrentamos este desafío? Creo que lo mejor es navegar por situaciones como esta haciendo preguntas. A la luz de las observaciones mencionadas arriba, estas son algunas que me viene a la mente.
Tu primer paso al enfrentar cualquier desafío es simplemente preguntar: «¿Qué quieres decir?» y esperar por una respuesta. Deja que tu amigo desarrolle un poco su preocupación. Obtener más información te dará más con que trabajar. Si resulta que tu juicio fue motivado por desdén o desprecio, entonces pedir una disculpa es lo que corresponde.
También podrías aventurarte a decir: «Estoy confundido con tu pregunta. ¿Crees que te estaba imponiendo mi estándar personal? Si te di esa impresión, lo siento. Yo solo quise advertirte acerca del estándar de Dios, el mismo bajo el cual estoy yo».
Si él parece estar jugando la carta del relativismo, pregúntale: «¿Estás diciendo que nunca está bien señalar un error? De ser así, ¿por qué estás haciendo eso conmigo ahora mismo?» Déjalo responder. Ayúdalo a ver que el juego del relativismo puede ser jugado fácilmente al revés. Si dice: «¿Quién eres tú para juzgar?», pregunta: «¿Quién eres tú para encontrar falta?»
El punto no es ser astuto o simplista, sino más bien mostrarle que se está escondiendo del problema real: su propia culpa delante de Dios. Reafírmale que no estás menospreciándolo. Por el contrario, solo estás dándole información que pudiera rescatarlo, alejándolo de su pecado y culpa y llevándolo a la misericordia de Dios.