Orar es difícil porque humillarnos, vencer nuestro orgullo y acabar con nuestra obstinación y pecaminosidad es difícil. Cuando oramos, morimos a nosotros mismos y la muerte duele. Es por eso que nuestra carne lucha tan fuertemente contra la oración. Cuando oramos, estamos entrando en una verdadera guerra contra nuestra carne y contra las flechas ardientes de nuestro acusador y sus huestes. Aunque no tienen miedo de nosotros, le tienen terror a Aquel que está en nosotros y es por nosotros, y desprecian que estemos orando a Aquel que los ha aplastado y que los destruirá.
Además, orar es difícil porque con frecuencia nuestro enfoque está en la oración misma y no en Dios. Aprendemos sobre la oración, no para saber mucha información sobre ella, sino para que podamos orar poniendo nuestro enfoque en Dios. Por Su gracia soberana le conocemos y sabemos que Él está ahí, y que no solo oye sino que escucha; que no está en silencio, sino que siempre contesta nuestras oraciones y siempre actúa de acuerdo a Su perfecta voluntad, para nuestro bien supremo y para Su gloria. Cuando reconocemos la soberanía de Dios en la oración, también recordamos Su amor, gracia, santidad y justicia, y a la vez somos confrontados con la dura realidad de nuestro miserable pecado, a la luz de Su gloria y Su gracia.
En la vida siempre encontraremos algún grado de dificultad para orar, pero, a pesar de eso, siempre debemos orar.
Por lo tanto, los cristianos en realidad no creemos en el poder de la oración; creemos en el poder de Dios y es por eso que oramos. Así que, al orar, se nos recuerda lo que no somos; se nos recuerda que no somos Dios y que no tenemos el control. Se nos recuerda que Dios es soberano y que está en control, y por eso debemos reconocer que la oración es nuestra rendición diaria y continua del control que creemos tener sobre nuestras vidas a Aquel que sí las controla y se preocupa por ellas más que nosotros mismos.
Si pensara por un segundo que mis débiles oraciones pudieran cambiar la mente de Dios y Su perfecta voluntad, dejaría de orar completamente. Yo soy pecador, no lo sé todo ni puedo controlarlo todo. Sin embargo, debido a que Dios es omnisciente y omnipotente, y tiene en mente Su gloria y nuestro bien supremo, podemos confiar en Él. A veces, la respuesta de Dios a nuestra oración es «no», a veces es «espera», a veces es «sí», y a veces es «sí, y más allá de lo que puedas imaginar». En la vida siempre encontraremos algún grado de dificultad para orar, pero, a pesar de eso, siempre debemos orar. También debemos orar para que Dios nos ayude a orar, considerando la oración menos como una lista de supermercado y más como una carta de amor, no simplemente hablando con Dios sino teniendo comunión con nuestro compañero más cercano y más amoroso.
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